«No llores, Bruno»

Una gota resbaló por su frente. Esa tarde era bastante calurosa y tampoco ayudaba el hecho de que estuvieran corriendo por todo el jardín del palacio.

Los pequeños niños jugaban a las traes. Corriendo lo más rápido posible para no ser alcanzados por el que la traía. El más castaño de los cuatro se paró un momento para recuperar el aliento. Los otros tres siguieron corriendo sin prestar demasiada atención a su hermano.

El príncipe Bruno en realidad no es que estuviera hecho para los deportes. Nunca destacó en ello. Él definitivamente prefería leer libros y estudiar. A diferencia, sus hermanos eran mucho más atléticos, sobre todo Leonhard. Todo el tiempo que se la pasó escapando de los tutores reales en realidad le habían dado condición para aquello.

Una vez que recuperó el aliento, inhaló profundamente y se puso en marcha de nuevo. Como no era muy rápido, Licht le alcanzó y le tocó.

— ¡Las traes, Bru! —gritó y se alejó inmediatamente de Bruno.

Qué bien, ahora no alcanzaría a ninguno. Corrió pero no conseguía estar siquiera cerca de ellos.

— ¡Leonhard! ¡Licht! Vengan un momento por favor —de pronto la Reina Madre, su abuela, les llamó.

Seguramente habían hecho otra de sus típicas travesuras y serían regañados.

Bruno volteó a ver a sus hermanos y cómo éstos iban de inmediato mientras se rascaban la cabeza, por lo que no estaba viendo el camino. Cuando menos esperó simplemente cayó, golpeándose con el suelo, donde también había algunas rocas. Su rodilla ardía y su cara dolía. Cuando volteó a ver, tenía un gran raspón en la rodilla y el líquido rojo salía de él.

Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas y terminaban mojando el piso. Dolía como el infierno. Se sentó como pudo y de inmediato el más grande de aquellos cuatro, Kai, fue a socorrerlo.

—Bruno, ¿estás bien? —preguntó con un tono de preocupación.

—Duele mucho, nii-san —más lágrimas salían y no parecía que fueran a detenerse.

Kai le abrazó por la espalda para intentar calmarlo, pero no funcionó.

—Tranquilo, Bruno. Todo estará bien.

Le miró con una mezcla de confusión y ternura, a pesar de lo tosco de sus ojos.

—Ya no llores —dijo y le dio un ligero beso en la herida.

Bruno se tranquilizó un poco. Kai también le dio un beso en la mejilla y en la frente, donde también se había hecho algunos pequeños raspones. Y finalmente, el rubio unió tiernamente sus labios con los de su hermano. Las lágrimas dejaron de salir por el impacto. Le agarró desprevenido por completo.

—Mira, funcionó. Dejaste de llorar —sonrió y era una sonrisa hermosa.

Bruno le miró sorprendido y confundido. Sus mejillas estaban sonrojadas y las heridas dejaron de doler por un momento.

Ese había sido su primer beso.