Disclaimer: Los personajes no me pertenecen —por fortuna para todos los que somos fans—, gracias a Kamisama, ellos son propiedad del inigualable Akira Toriyama.

Advertencia: Querido lector, si te has interesado en este FanFiction considero conveniente mencionarte que la historia de este fic se desarrolla en un universo alterno. Dentro de este fanfic los guerreros (saiyajin, soldados de Freezer y el mismo Freezer) no cuentan con tantas habilidades como sabemos, y su fuerza se resume en encuentros meramente físicos sin el empleo desarrollado del ki. Sin embargo, eso sí: aquí también se clasifican las unidades de poder de todos los seres.

Recomendación musical: Animals - Muse


Exploradores.

«Hasta que no tengan conciencia de su fuerza, no se rebelarán, y hasta después de haberse rebelado, no serán conscientes. Éste es el problema».

George Orwell.


Capítulo 1. Animales.


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Planeta 9-GS.

Ahí se encontraba de nuevo, sentado sobre el suelo, con una de sus piernas flexionadas a la altura de su pecho, y su espalda recargada sobre una pared. Y si no fuera por la pañoleta que llevaba atada alrededor de la cabeza, con seguridad, en ese instante, estaría protegiendo su frente del intenso calor con una de las manos que ahora ocupaba para arrojar diminutas piedras.

Pero no sólo se trataba del insoportable clima; eso, en realidad, era lo de menos.

El bullicio comenzaba a exasperarlo a tal punto que le daba lo mismo si para acabar con esa escandalera tenía que matar a todos en el universo. Nunca tuvo un deseo tan profundo como ese; si los demás fuesen capaces de adivinar lo que pasaba por su mente, justo en ese segundo hasta el ser más envalentonado del universo estaría haciendo su mejor intento por quedarse callado.

Habían llegado apenas unas seis horas antes y las energías de todos seguían tan vitales como en un principio. Tanto era el alboroto en ese sitio que terminó por perder la cuenta de las veces que maldijo en su mente tener oídos. Lo peor es que ya no existía un sólo lugar en ese planeta que no hubiese sido corrompido por los gritos del resto de los saiyajin; si se encontraban hasta por debajo de las piedras gritando y riendo como idiotas. Si alguien le preguntase qué era lo que no soportaba de las «misiones de saqueo», sin dudar respondería que tener que realizar dicha labor con retrasados.

Porque eso es lo que eran: unos retrasados. Y si bien no todos, al menos sí la mayoría.

Desde que tenía uso de razón, algunos siempre se comportaron del mismo modo. Y nunca comprendió por qué tendían a exagerar. Si bien era cierto que la función que desempeñaban como raza era benéfica para ellos mismos, no podía dejar de pensar que tal vez no había necesidad de presionar tanto dentro de los distintos planetas a los que acudían; estaba seguro de que a los pobladores de todos esos lugares debió quedarles muy claro que nada tenían que hacer en contra de los saiyajin desde el instante que amenazaron con matar a cualquiera que se opusiera.

Pero era eso: amenazar. Nada más.

El único objetivo, y establecido por el mismísimo Rey Vegeta, no era otro más que tomar las cosas de valor de planetas distintos al suyo. Porque sí, eran unos viles ladrones. Sin embargo, y si no tenía problemas de memoria, en ningún instante creyó escuchar a voz del monarca de su mundo que otra de sus tareas era infundir semejante nivel de miedo en los pobladores, y mucho menos extinguir a las razas. Cierto que tal vez para poder llevarse las cosas se requería de algunas cuantas amenazas con el tono de voz más severo que pudieran realizar, o incluso, a veces, de enfrentamientos con aquellos que no estuviesen dispuestos a entregar sus pertenencias; pero de eso al abuso contra las mujeres y niños, o hasta los asesinatos que se ejecutaban por nada más que diversión, ya lo encontraba demasiado infame.

Él era considerado uno de los mejores soldados entre la clase baja de su planeta, y era consciente de eso. Y si había algo que podía decirse acerca de su papel dentro de los saqueos, era que no llegó a ser lo que es por comportarse igual que el resto. Desde luego que la sangre saiyajin le corría por las venas y siempre era bueno poder liberar un poco de todo eso con algunas peleas callejeras, contra aquellos que podían hacerle frente; esa era la mejor forma de sentirse satisfecho con él mismo. Y aunque era verdad que no podía llamarse a sí mismo un «santo» cuando varios perecieron entre sus manos, el método empleado por los demás era un tanto más salvaje e innecesario que el suyo.

—Bardock…

Pronto sus pensamientos fueron interrumpidos por el saiyajin que estaba sentado a un lado de él. Ambos, luego de tomar algunas cuantas cosas de distintas viviendas, decidieron descansar un momento sobre el suelo.

»¿Ya no te entretienes con esto, cierto?

El soldado, segundos antes nombrado, apenas le miró de reojo. En su boca mascaba un trozo de rama que encontró de algún sitio.

—No digas tonterías, Tooma —contestó como pudo.

—No lo son. —Le miró unos segundos antes de volver la vista al frente—. Prácticamente estás permitiendo que los demás se lleven todo; tú casi no tienes nada.

Tan pronto mencionó eso, el saiyajin que llevaba atada en la cabeza una pañoleta roja arrojó sin cuidado el trozo de rama al suelo.

—Gran porcentaje de las ganancias le pertenecerá al Rey Vegeta; no sé de qué hablas.

El otro rápido negó con la cabeza.

—Tú sabes que no es así. Tal vez el Rey Vegeta sí tome algo, pero a fin de cuentas es utilizado para nuestro planeta.

—¿Entonces? ¿Qué más da lo que yo tome o no? —ironizó.

—No tenemos que entregarle todo al Rey. Nadie lo hace. —Enseguida sacó de su armadura algo que lucía como un costoso brazalete, y se lo mostró—. Mira, yo tengo esto y no pienso dárselo.

—Te quedará bien —mencionó, bromista; y Tooma entendió el sarcasmo.

—Muy gracioso. Es para Fasha —se apresuró a corregir.

Pero Bardock no continuó.

Él ya no soportaba estar en ese lugar ni un minuto más. Tal vez Tooma al final sí tenía razón y ya no encontraba tanto placer en las misiones, o al menos no mientras tuviera que compartir el trabajo con tipos tan trogloditas como los que se hallaban ahí. De alguna forma, comenzaba a ser insoportable escuchar a cada segundo los gritos de súplica de los pobladores que estaban siendo agredidos por los de su raza; ni siquiera recordaba cuántos fueron los niños que, en un acto de humillación, fueron arrastrados sobre el suelo frente a él.

—¿Quieres que te ayude a conseguir algo? —insistió Tooma.

—No es «ayuda» lo que necesito —le respondió, sonando molesto—. Tampoco necesito nada de estas porquerías ni de esta gente tan asquerosamente débil. Ni siquiera sé por qué mierda estoy aquí; ¡esto es una estupidez! —Ya muy enfadado se puso de pie y pateó una roca con suma fuerza.

Tooma también se levantó, pero a diferencia de Bardock, éste sólo se dedicó a mirar el piso con cierta confusión. Y no era la tierra o la escasa vegetación lo que le desconcertaba, era la actitud de su compañero. Antaño él jamás se comportó de ese modo, al contrario, cada vez que acudían a las misiones se le veía muy entusiasmado, emocionado, casi como si estuviera compitiendo por tener más y mejores artículos que los demás; pero en ese momento, ciertamente, ya parecía darle lo mismo; estaba apagado, apenas con ganas de continuar ahí. Y era raro. Y era malo.

—Son idioteces, Bardock —comentó, serio; pronto le miró de la misma forma—. No olvides que nosotros servimos al Rey Vegeta y al Gran Freezer. Es nuestro trabajo y esa actitud tuya está de más.

—¿Ah sí? —El otro le enfrentó con suficiente mordacidad. Luego añadió—: Pues estoy harto. Y me da exactamente lo mismo si este es o no nuestro maldito trabajo; no voy a continuar rompiéndome la espalda por dos tipos que no nos dan ni la mitad de lo que obtenemos.

Tooma, en un movimiento un tanto ansioso, se apresuró a colocarse frente a él.

—Calla, hombre. —Le siseó, y al mismo tiempo giró la cabeza hacia ambos lados para asegurarse de que nadie hubiera escuchado aquello—. No sé qué te pasa hoy, pero cálmate. Y no hables de ese modo, podrían escucharte.

—Tonterías. —Chistó Bardock; al momento otra piedra fue tumbada por su pie.

—Vamos ya, chico blasfemo, deja de actuar así. Consigamos algo más y estoy seguro de que esto se te pasará tal y como un resfriado.

Intentando convencer a Bardock le dio, pues, una amistosa palmada en la espalda; a continuación, comenzó a caminar por delante de él. Su compañero, como supuso, no tuvo más remedio que seguirlo. Quizás estaba en lo correcto y en cuanto Bardock volviera al juego, regresaría a ser el mismo de antes; sólo le hacía falta sentir la adrenalina corriendo por sus venas y el resto estaría hecho. Pronto su camarada estaría de vuelta y ambos podrían seguir comportándose como lo venían haciendo desde hace años.

...

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Sus pasos, tan seguros y firmes como siempre —pese a no sentirse de esa manera—, dirigían a su menuda figura femenina con la estabilidad y elegancia con la que fue enseñada; en sus manos, sobre una charola plateada, se encontraba un único vaso con un transparente y vital líquido, éste sacudiéndose de vez en cuando con ligereza sin llegar a escurrir el contenido. Lucía como toda una experta.

Y eso…eso era todo lo que se escuchaba a través del largo pasillo: nada más que el delicado ruido de sus pies picoteando contra el frío metal del interior de esa nave suspendida en el espacio.

Una vez recorrido el camino, esa joven de cabello negro y a la altura de los hombros, se detuvo cuando quedó al fin frente a una enorme puerta mecánica. Parados a cada lado de ésta, de la manera más rígida que ella haya conocido, dos soldados se encargaban de vigilar aquella entrada —ambos de una raza distinta a la suya—. En cuanto se acercó a ese lugar, a la misma hora y con la misma intención, los dos vigilantes le miraron como quien acostumbra a ver el sol por las mañanas. Al momento, uno de ellos presionó un botón a su lado y, tras una luz mostrarse verde, se le permitió ingresar.

Ella agradeció con apenas un perceptible movimiento de cabeza; pero, sin más, se encargó de dirigir sus pasos hacia el interior de la enorme habitación.

Al entrar no tuvo necesidad alguna de curiosear; ya conocía ese lugar, quizá, tanto como aquel que casi todo el tiempo se encontraba ahí.

Ya no era sorpresa hallar una mesa de material muy fino a un costado, y sobre ésta varios objetos que siempre lograban cautivar su atención; tampoco resultaba raro ver, del lado izquierdo, un par de sillones bastante cómodos y en medio de éstos sólo una mesa ratona con una sobria piececilla en el centro; y luego, frente a ella, lo que no podía faltar: el enorme ventanal por donde, cada vez que acudía, se dedicaba a mirar las maravillas del universo. Esa gigantesca ventana era lo que añoraba ver cuando salía de ahí; gustaba demasiado de ver algo que no fuera el interior de esa nave y ese era el mejor sitio para hacerlo.

Empero, dejando de lado lo material, también, frente a ella, dirigiendo su mirada al espacio y con las manos por detrás de su espalda, en su típica posición y sumido en un silencio absoluto, se encontraba él, su superior, aquel que varios años atrás la salvó de un terrible y miserable destino.

No quería hacerlo y con regularidad le costaba mucho llevarlo a cabo; no era de su agrado interrumpirlo cuando estaba tan ensimismado, mas era su trabajo ver que no faltara nada dentro de ese lugar.

—Gran Freezer —le llamó, pues, con la diligencia requerida—, ¿necesita algo?

Mientras realizó la pregunta, sin perder tiempo, se dirigió hasta la mesa para poder colocar sobre la misma el vaso de agua. Si había algo valioso en esa zona de la nave era el tiempo, y entre más se ahorrasen las perdidas sin sentido, mejor.

—Pequeña Gine; tan puntual como siempre —dijo él por fin, en un tono entusiasta un tanto exagerado para gusto de él mismo—. Estoy bien, no me hace falta nada.

La recién mencionada asintió.

—Me alegra. —Y aquello se sintió como lo que era: una respuesta automática.

No fue sino hasta ese instante que el Gran Freezer decidió girarse para poder observarla.

Y sonrió al verle parada justo a un lado de su escritorio como de costumbre. Cada vez que la miraba, pese a no soportar del todo a esa raza, no evitaba pensar que tal vez no todos los saiyajin eran tan despreciables como creía. Al menos esa que estaba frente a él sí sabía el valor de su persona e, incluso, era consciente de que ella siempre estaría dispuesta a cumplir cualquier orden suya. De esa manera, cualquier tipejo sin clase podía ser menos repulsivo.

Desde que fue capaz de influir en el comportamiento de unos cuantos saiyajin, entendió que lo que la raza de esa niña necesitaba era disciplina. Y, desde luego, ello quedaba demostrado en la imagen de Gine, la cual, a vista de cualquiera, era muy diferente a todos esos simios.

Pero hizo a un lado sus pensamientos e, intentando conversar un poco, pronto le inquirió—: ¿Qué tal ha ido todo, Gine? —Al mismo tiempo se acercó hasta tomar el vaso de agua entre sus manos.

—El equipo especial hace un buen trabajo; ellos han logrado cumplir con lo que les ha solicitado. No tiene que preocuparse por eso.

Dio un ligero sorbo y, para cuando terminó, asintió conforme con los resultados.

—¿Y tus similares?

—Tan agradecidos como yo, Gran Freezer —respondió; y mostró una ligera sonrisa como para incrementar el valor de su palabra—. Le aseguro que todos hacen un excelente trabajo.

Freezer, al momento, realizó cierto sonido gutural que a Gine le indicó que, quizás, dudaba un tanto acerca de lo mencionado.

Ella tan sólo se limitó a tragar saliva con lo mayor discreción posible.

—¿Y tú jamás me mentirías, verdad?

—Sabe que no —contestó ella enseguida, segura como nadie más—. Nunca le haría semejante grosería.

El mayor tomó asiento detrás de la gran mesa.

—Ya… ya sé. Y qué bueno es escuchar eso. Si tus similares del planeta Vegeta fueran un poco como ustedes, este universo sería muy distinto. ¿No piensas lo mismo?

—Absolutamente.

Freezer volvió a sonreír, sintiéndose muy satisfecho con la respuesta.

—Será mejor que salgas de aquí. Tengo asuntos que atender, pero te veré más tarde.

Gine sólo asintió y, en breve, abandonó el lugar.

Al salir, parecía orgullosa. Siempre lucía así cada vez que salía de ahí.

Cualquiera que la viera, aún sin conocerla, se daría cuenta de lo complacida que se encontraba en ese lugar. Y es que no podía sentirse mejor. Se pensaba tan afortunada que, en ocasiones, hasta era inevitable no sentirse fatal por todos aquellos que vivían en el exterior; ella, con tantas cosas a su alcance, estaba en la gloria, mientras, seguramente, muchos otros debían estar peleando por comida y recursos básicos. Aunque todo el tiempo fantaseaba con la vida de afuera, en la realidad no creía ser lo suficiente fuerte como para soportar tantas miserias.

Lo mejor que podía hacer era continuar sirviendo de la mejor forma al Gran Freezer y conservar de esa manera su lugar dentro de la nave. Después de todo, era bien sabido que, todo aquel que no cumpliera con lo establecido, era echado de la nave para vivir una vida atestada de desdichas. Y ella no quería eso de ninguna manera.

Deseaba que todos sus «similares» del planeta Vegeta pudieran disfrutar de lo que ella y sus otros cuatro compañeros, pero si eran de pensamiento tan precario como se comentaba por los pasillos, y hasta mencionado en repetidas ocasiones por el mismísimo Freezer, muy probablemente jamás lo conseguirían. Según lo que sabía acerca de los saiyajin del exterior, es que eran unos salvajes sin remedio y apenas podían convivir entre ellos mismos. Nada podía conseguirse de ese modo; la disciplina era importante ante todo y era base para establecer el orden social. Y era por eso que el Gran Freezer no permitía que ellos, los pocos saiyajin que vivían dentro de la nave, se involucrasen ni un poco con sus similares del exterior.

Pese a que se resistía al sentimiento egoísta, era verdad que se sentía muy aliviada y agradecida de estar ahí.

Quería creer que no era de gran interés lo que sucediera afuera. Y, de todas maneras, siempre tuvo la impresión de que «el exterior» era más hermoso dentro de su mente.

En el acto, una sonrisa iluminó su rostro.

Con la promesa de que en cuanto regresara a su habitación retomaría el rumbo de sus utopías, se dirigió en la mejor disposición hasta la sala de alimentación para culminar con las actividades de ese día.

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—¡No! ¡Dejen a mi mamá! ¡No le hagan daño!

Los gritos desesperados de un pequeño infante pronto llamaron la atención de Bardock.

Luego de acompañar a Tooma a conseguir una piedra de apariencia valiosa cerca de una de las viviendas más alejadas, en el camino de regreso fue hasta imposible que ambos no se encontraran con la apodada «hora feliz» (denominada así por los saiyajin que eran más agresivos en determinado momento del día). Como algún tipo de tradición, durante esas concretas horas del día en el que todo se volvía oscuro, la mayor parte de su raza se descontrolaba como si de primates se trataran y atacaban con mucha más violencia de la acostumbrada.

Y, para su pesar, justo en ese instante esa ridícula hora estaba ocurriendo.

Los gritos de las víctimas se escuchaban por doquier, tanto que hasta cierto punto el ambiente terminaba por sentirse normal; pero en cuanto él dirigió su mirada hasta el lugar de donde provenían los chillidos del niño, algo dentro de él se retorció de forma inevitable. En ese preciso instante era capaz de experimentar una molesta sensación en su estómago y, casi inconsciente, se encontró apretando los puños con fuerza.

La imagen frente a él era la de un niño tomando las ropas de su madre en un intento por impedir que los saiyajin se la llevasen. Las lágrimas le escurrían por todo el rostro y la madre pronto se le unió en la súplica, pero ésta, contrario a lo que el niño solicitaba, le pedía a su hijo que fuera a refugiarse antes de que también lo lastimasen. El chiquillo se resistía con todas sus fuerzas, defendía a su progenitora como si aquella fuera su única misión en la vida; lo hacía bien, y, de no ser porque sabía que los de su raza poseían mayor fuerza que ellos, hasta hubiera pensado que el niño lo lograría.

De un momento a otro, el pequeño aguerrido fue tumbado por la increíble fuerza de un golpe que le dio justo en la cara. El niño cayó al suelo llorando, y la madre, tanto como él, ya no soportaba ver toda esa innecesaria muestra de violencia. La pobre mujer imploraba a sus agresores que no le hicieran daño a su hijo, mas uno de éstos ya no pretendía detener la tunda que le estaba propinando al chiquillo.

Bardock quería evitarlo, sin embargo, a esas alturas ya era imposible no sentirse molesto. Era esa la razón por la que ya no encontraba tanto gusto en esas asquerosas misiones; todo lo que sus compañeros se dedicaban a hacer era justo lo que veía en ese momento. Y era abominable. Nada podía ser más repugnante para él que el trato bajo y desmedido que se le daba a seres tan débiles. Estaba harto. Ya no soportaba más ver cómo todos esos tipos creían sentirse los mejores del universo maltratando a gente que ni siquiera tenía oportunidad alguna contra ellos. Eran patéticos en toda la extensión de la palabra.

En un acto de inercia comenzó a caminar con dirección a ellos; no obstante, la mano de Tooma le impidió seguir avanzando.

—No lo hagas, Bardock. No es tu asunto.

El susodicho miró con enfado la mano que lo sostenía por el antebrazo, y sólo eso hizo falta para que Tooma lo dejase.

»Demonios, no te metas en problemas. ¡Vámonos de aquí!

Pero ya era tarde.

Y fue sólo cuestión de segundos cuando ya Bardock se encontraba golpeando al sujeto que estuvo maltratando al niño.

Sin medirse, pronto lo tomó por su armadura y lo golpeó en el rostro, esperando cansarse antes de poder soltarlo. Sin embargo, otro de ellos, el que sostuvo a la mujer segundos antes, se le acercó por detrás e intentó someterlo por la espalda; pero ni siquiera Bardock podría describir la sorpresa que se llevó cuando Tooma intervino y se hizo cargo de aquel que pretendió atacarlo como sólo un cobarde lo haría. No le dio más tiempo a su impresión y continuó golpeando al primero que tomó; ese sujeto intentaba defenderse, pero él ya no le daba oportunidad alguna de hacerlo, y, de hecho, con un único y fuerte golpe en el estómago lo mandó al suelo. No tenía intenciones de dejarlo hasta que no aprendiera la lección, así que terminó agachándose para continuar golpeándolo en el, ya de por sí, maltratado rostro.

Tooma, por su parte, también continuó con la sarta de golpes al otro saiyajin.

Un montón de gente se encontraba observando la sangrienta pelea; entre lugareños y saiyajines, eran los últimos quienes más parecían disfrutar el espectáculo.

Bardock y Tooma estaban por zanjar el conflicto, mas, como era de esperarse para el saiyajin de armadura azul, el característico sonido de unos singulares silbatos se escuchó a pocos metros de ellos. Ni siquiera quiso voltear, de cualquier modo, ya sabía lo que se iba a encontrar detrás de él. Justo para evitar esa situación fue que todo ese tiempo trató de detener a Bardock y a sus instintos heroicos-salvajes. Ahora ya era tarde.

—¿Qué carajo les pasa a ustedes? ¡¿Por qué hicieron eso?! —gritó uno de los soldados a lo lejos.

El saiyajin de pañoleta atada alrededor de la cabeza se puso de pie sin atisbo de arrepentimiento ni nada que se le acercara; es más, en cuanto estuvo de pie, no se contuvo y soltó una patada más al que se hallaba abatido en el suelo. Por su parte, Tooma sólo atinó a levantar su par de manos en señal de que no intentaría hacer nada más, y al final sólo se giró para poder hacer frente a las consecuencias.

A continuación, dos soldados que lucían muy diferentes a los de la raza con rabo se aproximaron hasta el lugar de los hechos. Ambos en sus armaduras mostraban la inconfundible insignia que portaban todos los soldados de Freezer, y fue en ese momento que Tooma supo que todo el trabajo de su vida estaba por irse a la mierda. Pues bien, ya no le quedaba más que soportar lo que vendría.

»¿Acaso están idiotas? —les inquirió, molesto—. ¿Por qué han hecho esto a sus compañeros? ¿Saben lo que van a ganarse con...?

Pero a Bardock no le importó interrumpirlo—: No hace falta ser tan brutales con estas personas. Esa hembra estaba dispuesta a entregar sus pertenencias, ¿no es así?

La mujer que en ese momento se encontraba abrazando a su hijo en el suelo, sintiéndose cuestionada y todavía asustada, en un movimiento rápido asintió con la cabeza dándole la razón al soldado de clase baja.

—¿Así que has impuesto un nuevo método, saiyajin? —Habló de nuevo el soldado que trabaja directamente para aquel que era conocido como el «"líder" universal».

Bardock arrugó el entrecejo y fingió mirar al cielo como intentando recordar algo.

—¿Había un método para hacerlo? ¿Y era el suyo? —Preguntó, sarcástico—. Pues lo siento, pero ya que yo no estaba al tanto, esta era mi forma de llevarlo a cabo. ¿Y saben qué?: No pienso cambiar; hagan lo que les venga en gana. Pero no cuestionen mis métodos si yo tengo prohibido cuestionar los suyos.

—¡Suficiente! —Alzó la voz el que más autoridad tenía en ese momento frente a los saiyajin—. Ustedes dos vendrán con nosotros. —Señaló a Bardock y a Tooma. Luego se dirigió a los espectadores—. Y ustedes largo de aquí. Ya fue todo por hoy. ¡Todos vuelvan a sus malditos asuntos!

El segundo soldado de Freezer no esperó hasta que el otro le indicara lo que tenía que hacer, tal como un procedimiento que quizás acostumbraba a hacer, avanzó hasta los saiyajin y se ubicó detrás de ellos para poder atar sus manos por la espalda. Tooma no opuso resistencia alguna, y fue esa acción lo que irritó a Bardock todavía más si era posible; su compañero no tuvo nada que ver en el conflicto y, al contrario, todo lo que intentó fue detenerlo para evitarse esos problemas; sin embargo, ahí estaba, dejándose apresar por los soldados de Freezer y sin intenciones de abogar por su libertad.

—Tooma no tuvo nada que ver —dijo de pronto; y su amigo le miró con una mezcla de confusión y enfado, todo para que no continuara hablando—. Fui yo quien comenzó todo. Él sólo quiso…

—¡Cállate de una buena vez, Bardock! —Entonces lo detuvo. Tooma realmente no quería que lo hiciera.

—Él intentó detenerme. Es un buen soldado. —Pero tan necio como era, prosiguió—. ¿Es que son tan hijos de puta para cometer una injusticia? —Al momento mostró una ancha sonrisa.

—¡Maldición, Bardock! —Gritó Tooma.

Los dos soldados de Freezer, sintiéndose un tanto ofendidos por lo mencionado, no quisieron incrementar la polémica del asunto y optaron por liberar al saiyajin que era defendido por Bardock.

A Tooma no le quedó más que mirar cómo era atado su amigo. No sabía lo que tenía que hacer; por mucho que no quisiera que se lo llevasen, no podía hacer nada en contra de esos soldados; soldados a los cuales se les conocía por poseer grandes cantidades de fuerza, pues no por nada eran servidores del mismísimo Gran Freezer.

En un momento pensó en armar otro alboroto y conseguir así que también se lo llevaran a él, pero pensando en que quizás podría ser de más ayuda afuera, yendo así a donde el Rey Vegeta para apelar por la liberación de su amigo, decidió dejar las cosas tal cual; por supuesto, no sin prometerse que en cuanto estuviera de vuelta en su planeta natal se encargaría de hacer hasta lo imposible porque regresaran a su compañero a donde pertenecía.

Ya ni siquiera le dio tiempo de decir nada a su camarada, esos soldados ya se lo estaban llevando ante las miradas curiosas de lo que rondaban por ahí.

«Voy a sacarte de esta».

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Dentro de esa nave —que a lo lejos lucía inmensa e imponente—, la hora de la cena había llegado al fin.

Sentados a ambos lados de una mesa rectangular, Gine disfrutaba mucho ese momento pues era una gran oportunidad para convivir un poco con sus similares. Y sus compañeros también lo hacían; ellos gustaban tanto como ella ese instante y nada podía ser mejor que ser correspondido.

Tal vez no fuesen muchos, mas, como tenía a bien decir el Gran Freezer: eran los justos.

Miró a sus compañeros homogéneos; y una sonrisa radiante, sin poder evitarla, se dibujó en su rostro en el acto.

A su lado derecho se encontraba la pequeña Kuni, una chica de trece años —la menor de todos sus similares, incluida ella—. Se trataba de una adolescente un tanto rebelde, pero poco a poco comenzaba a adaptarse otra vez a las reglas de la nave. Gine tenía la misión de controlarla cuando, de repente, la chica se ponía terca y no quería realizar alguna actividad. Sin embargo, al fin y al cabo Kuni ya sabía que, de no obedecer las órdenes, sería llevada a una de las «celdas de advertencia» para reflexionar sobre su comportamiento. Quería evitarle esa mala pasada a la joven y era por ello que Kuni siempre ponía de su parte para no llegar a ese sitio.

Enfrente de ella se encontraba otro de sus similares, pero él era el más viejo de todos. Su nombre era Galic y era un adulto mayor que, a pesar de eso, todavía era capaz de desempeñarse a la perfección. Carecía de un brazo, el izquierdo, mas ese no era impedimento alguno para él. Era un viejo cascarrabias, pero, tanto como ella, él sabía lo que era estar dentro de una de las celdas de advertencia y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de no regresar ahí. Y era más que nada por eso que se trataba de un miembro destacado de la nave.

A un costado de Galic se encontraban Seor y Rendo, los dos eran conocidos por ser los más fuertes de sus similares. Ellos no hablaban demasiado —y en realidad nadie lo hacía—, pero al menos podían permanecer entretenidos cuando, entre todos, hablaban un poco más de lo habitual. Ya que eran los que más unidades de poder poseían, ellos salían muy seguido de la nave para cumplir con tareas del exterior. A veces Gine sentía envidiarlos, pues ellos sí podían pisar la tierra y ser visitantes temporales de cualquier planeta y ella no.

Eran cinco, pero: «eran los justos».

—Kuni, ¿conseguiste terminar todas tus tareas? —preguntó Gine de pronto, logrando atraer la atención de sus todos compañeros.

La mencionada se atragantó con un pedazo de pan, pero, tan pronto se recuperó, agregó—: ¿Te parece apropiado hablar de esto durante la cena? —le preguntó, siendo reservada, tanto como les exigía el protocolo.

Gine arrugó el entrecejo tras escucharla.

—Siempre hablamos de esto durante la cena —recordó, sintiéndose confundida.

—Pues no me parece adecuado. Me encantaría pedir al Gran Freezer corregir eso.

Galic, al instante, soltó una moderada risa; y Seor y Rendo hicieron lo mismo.

—Gine, está claro que la niña no logró terminar sus quehaceres —intervino Galic.

La susodicha miró al más viejo de sus similares.

—Eso es una patraña, Galic —comenzó, reprendiéndolo. En un rápido movimiento dirigió su mirada hasta la adolescente—. ¿Verdad que lo es, Kuni?

La chica volvió a atragantarse, esta vez con nada más que sus mentiras. Gine en ese momento comprendió que Kuni otra vez estaba evadiendo sus obligaciones y se sintió en verdad molesta; ella, todo ese tiempo, había estado detrás de esa chiquilla para que fuera un miembro ejemplar de la nave, y lo único que recibía de parte de la niña eran burlas a su persona. Ya no podía soportar más de ese comportamiento descuidado de Kuni, era preciso que ella aprendiera.

»Cuando termines de cenar te harás cargo de limpiar el lugar de los soldados —estableció, bajo el gesto cabizbajo de la menor—. Además, deberás concluir con las labores que dejaste pendientes. No sé si pueda evitarte más el castigo, así que procura tus quehaceres.

—¿No iré a dormir hoy? —inquirió, sonando desanimada.

—Ha sido tu elección. Y no actúes más así; todavía no estás en los cuartos del sótano. —Trató de sonar empática.

Nadie refutó ante la orden. Ya todos sabían que Gine era la única que podía delegar actividades entre los similares, claro, menos a los de la clase alta, ya que ellos atendían órdenes específicamente de Zarbon y Dodoria.

Antes de que todos pudiesen retomar la cena, el ruido de un sujeto siendo arrastrado por los pasillos llamó la atención de los cinco. Todos dirigieron la vista hacia el lado derecho, por donde, sin problemas, pudieron visualizar a dos soldados de Freezer obligando a andar a un tipo. El sujeto no paraba de exigir que le permitieran caminar por su cuenta, mas los soldados, adustos como todos en esa nave, fingían no escucharlo y continuaron halándolo con dirección a donde debía hallarse la sala especial del Gran Freezer.

—Parece que es uno de nuestros similares —comentó Seor, sin dejar de observar el lugar por donde minutos antes pasaron los soldados.

—Pero, ¿por qué se le trata de ese modo? —Descuidada, Gine pensó en voz alta; sus compañeros le miraron con el mismo desconcierto con el que ella preguntó.

—No sabemos qué acto pudo haber cometido, Gine; sin embargo, por la forma de tratarle parece que fue algo serio —agregó Galic, con calma. Al momento la miró con algo que todos reconocieron como «indiscreción»—. Ya deberías estar lista para que el Gran Freezer te comisione ese asunto. Tal vez luego puedas contarnos de qué se trata.

Gine frunció el ceño, y añadió—: Ya saben que la curiosidad no está bien vista. No seamos entrometidos.

Galic, aburrido de los buenos modales, rodó los ojos; pero, por otro lado, no existía forma alguna de que pudiera refutarle eso a la joven. El Gran Freezer tenía reglas muy estrictas en cuanto a la discreción refería y una de ellas era justamente esa que mencionó Gine; la impertinencia era un acto muy mal visto desde el principio de la nave hasta el final de la misma.

»Si el Gran Freezer quiere que lo sepamos, entonces nos lo dirá.

Conformes con esa respuesta y sin nada que pudieran hacer por el momento, todos regresaron su atención a la cena.

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Nota de la autora:

Hola a quienes hayan llegado hasta aquí.

Espero que este inicio haya logrado capturar su atención y sino, pues no hay nada que hacer. En fin, si tienen algún comentario acerca de esto, déjenmelo saber a través de un review o mp, con gusto los leeré y aclararé cualquier duda.

Muchas gracias por leer.