- Fred – le llamó una voz tibia desde su espalda.
El joven se giró y vio que su dulce hermanita corría para alcanzarlo.
- Hola Gin. Tengo prisa, ¿ocurre algo?
Se sorprendió de que Ginny no estuviera en el lago, pues dentro de pocos minutos empezaría la segunda prueba del Torneo de los Tres Magos.
- No... Bueno... – dijo, dudosa.
Fred, que acarreaba una caja de madera que debía ser muy pesada, la dejó en el suelo del pasillo donde se encontraban y se acercó a su hermana. Puso sus grandes manos en los hombros de la niña, quien miraba al suelo, temerosa, y esperó pacientemente a que ella aclarara sus ideas.
- No pasa nada – empezó a decir Ginny –. Es sólo que, como no te veía al lago, pues pensé que quizás te encontrabas mal o algo y me preocupé.
Alzó un poco la vista, pero al ver los ojos extrañados de su hermano, la bajó nuevamente.
- ¿Sólo has venido por eso?
- Sí... Bueno, en realidad yo...
El nudo que se había formado en la gola de la muchachita no la dejaba pronunciar ni una sola palabra, ni mucho menos explicarle a su hermano el motivo de su preocupación. Trató de concentrarse, pero la calidez de las manos del chico sobre sus hombros se lo impedía. Finalmente tragó saliva unas cuantas veces y confesó:
- Te echaba de menos.
- ¿A mí? - contestó Fred, riendo, incrédulo – Pero si hemos estado hablando esa mañana. Y, hasta hace unos minutos, estaba contigo al lago.
Ella, por aquel entonces ya muy sonrojada, replicó:
- Sí, pero te echaba de menos igual.
- Ah – hizo Fred, apartándose de la niña y recogiendo la caja que había dejado en el suelo empedrado – Pues entonces acompañame, si quieres, a la Sala Común. Tengo que dejar allí esa caja, sólo será un momento.
Ginny sonrió, complacida, y le dijo que lo acompañaba.
- ¿Qué hay en la caja? - preguntó la niña, mientras andaban a paso rápido.
- El dinero de las apuestas – contestó Fred, como si fuera la cosa más natural del mundo –. George y yo no creímos que la gente apostara tanto dinero, y aquí ya no nos cabe. Tendré que coger una caja más grande.
La pequeña pelirroja observó con admiración a su hermano, a quien creía un héroe.
- ¿Habéis conseguido tanto dinero como para llenar esa caja?
Él asintió, muy orgulloso.
- Y aún hay más gente que quiere apostar. Krum ha bajado de popularidad des de la última prueba. Ahora la gente prefiere apostar por Harry.
Miró a Ginny, pero ella no mostraba ningún síntoma de nerviosismo.
- ¿Acaso ya no te gusta Harry? - le preguntó él, al verlo.
La muchacha se sonrojó hasta el punto que sus mejillas llegaron a alcanzar el color rojo vivo de su cabello. Después de unos segundos de silencio, durante los cuales Ginny pensó en cual sería la respuesta más indicada, dijo con un hilo de voz muy dulce:
- No, ya no.
Eso sorprendió a Fred, el cual no creyó en las palabras de su hermana, aunque no hizo ningún comentario al respeto.
Ya habían llegado a la Sala Común. El chico le rogó a su hermana que lo esperara allí y se fue a su dormitorio, pero, al cabo de un minuto, ella lo siguió.
Al entrar a la habitación, en la cual no había ni una sola cama hecha, Ginny encontró a su hermano apresándose a trasladar todo el dinero de la caja pequeña a una de bastante más grande. Se sentó en una de las camas y se entretuvo observando todos sus movimientos.
Cuando el chico terminó su tarea, se sentó al lado de su hermana. Ella le dedicó una sonrisa, y él se la devolvió. Le guiñó el ojo, pícaramente.
- A ver, Gin. Dime por qué no estás viendo la prueba en el lago.
- Ya te lo he dicho – protestó ella.
El puso los ojos en blanco.
- Vamos, debe ser por algo más.
Un brillo en los ojos del muchacho incitó a Ginny a decirle la verdad. Tenía miedo a hacerlo, pero sabía que no tendría una oportunidad más buena que aquella. Se armó de valor, tomó aire y dijo, pronunciando lentamente las palabras y arrastrándolas.
- Fred, yo... te quiero mucho.
Enseguida se arrepintió de haberlo dicho. ¿Cómo se había atrevido a decirle algo así? Pero, al ver la gran sonrisa jovial que perfilaban los labios finos del pelirrojo, se sintió muy aliviada.
Él, con un brazo, la cogió por el torso y, con su voz alegre característica de los dos gemelos, exclamó:
- ¡Y yo también, hermanita!
Mientras Fred la despeinaba con la mano derecha enérgicamente, una lagrima se deslizó por la mejilla de la pelirroja.
Fred no había entendido nada.
