Cecelia:
He memorizado la grieta del techo. Aún así la sigo con mis ojos, mirando el sucio concreto tendida boca arriba, ignorando el picor del colchón de paja debajo de mí. Empieza en la esquina, justo arriba de donde estoy, corre por la pared y se separa en dos. La primera grieta se bifurca y regresa a la pared. La segunda se abre paso hasta el centro de la habitación. Vuelve a separarse en dos, después en tres. Quince grietas en total y sólo una llega hasta la pared opuesta. He mirado aquella falla cientos de veces. Me gusta imaginar que es un río, un poderoso río que fluye lejos de aquí. Le he puesto nombre, y cada grieta adyacente es un afluente con un nombre e historia propios. Imagino un bote de madera, en forma de ave, con velas de seda y remos de plata, como los que aparecen en las historias de Pa. Navego lejos, muy lejos del Distrito Ocho, quién sabe a dónde. Estoy segura que es mejor que aquí. Pero por alguna razón mi fantasía nunca llega al final. Como la grieta al final de la pared, termina de pronto.
Y regreso a este pequeño cuarto, intentando no pensar en el Distrito Ocho, o los agentes de paz, o que Spindella me espera en casa. O en el hombre desnudo y sudoroso que gime encima de mí.
Es un cliente frecuente. Esta es la vez número veintisiete que me viene, e incluso con mi buena memoria, sus visitas parecen ser un sólo momento neblinoso. Al menos no es de los difíciles, y nunca dura mucho. Todo lo que debo hacer es tenderme en la cama y entrar al río en mi mente mientras se frota como perro en celo y termina en menos de quince minutos. Si no fuera por el olor a alcohol en su aliento, podría olvidar que está aquí.
Grita y cae sobre mí, respirando con dificultad. Espero a que se quite de encima y dé tumbos por el cuarto buscando su ropa interior. Me tapo con la sábana en cuanto sale de la cama. Me mira al ponerse los pantalones, su boca algo abierta, ojos rojos y desenfocados.
—¿Ha estado bien para ti? —Pregunta, de alguna forma logrando poner juntas dos palabras de manera coherente.
Los hombres hacen las preguntas más estúpidas a veces, y ésa es una de las que oigo con frecuencia. Le sonrío y él hace lo mismo, dejándome ver cada uno de los dientes que ha perdido peleando. Se pone la camisa y el anillo de bodas de lana tejida típico de nuestro distrito. Se va después de dejar en la mesa lo que corresponde a media hora, no sin antes dedicarme una última mirada lasciva.
Suspiro de alivio y miro el reloj que está justo encima de la puerta. Si hay algo por lo que le estoy agradecida al Sr. Veintisiete es que me deja tiempo suficiente para lavarme antes del siguiente cliente. Salgo de la cama y doy dos pasos hacia el lavabo y espejo que componen toda la decoración de la celda que rento. Lavo mi cara quitando un poco del olor del hombre de mi cuerpo. Me gustaría poder lavar mi cabello pero no tendría tiempo de secarlo y su suavidad es algo por lo que siempre recibo halagos. Es algo que deja dinero, así que sólo lo cepillo.
Me pongo el camisón de algodón. Parece una tontería pero algunos hombres insisten en quitar la ropa ellos mismos. Me siento en la cama, apoyando la cabeza en la pared, ojos cerrados, hasta que escucho que alguien toca la puerta. Compongo una sonrisa.
—Pase.
La puerta se abre y Britannicus Romano entra. Sabía que era él al momento que tocó. Es el único que lo hace, todos los demás sólo entran. Su fuerte quijada y ojos oscuros lo hacen ver más viejo de lo que es en realidad. A penas está en sus veintes, pocos años más que yo. Su uniforme de agente de paz está inmaculado, como siempre. Favorece su pierna derecha, puedo verlo por el modo en que se mueve que le duele más de lo que quiere hacer parecer. Hay costras en su nudillo que no estaban ahí la última vez que me visitó.
—¿Otra pelea Tanni? Asumo que ganaste.
Me sonríe, sacándose un par de años de encima, orgulloso.
—¿Escuchaste al respecto Celia?
—Claro que sí —Le digo con una sonrisa —Todos están hablando de ello. —Le miento, sabiendo que es lo que quiere oír.
Su sonrisa crece y me presenta un ramo de flores silvestres, el amarillo brillante contrasta con las paredes grises que nos rodean.
—Son hermosas, gracias —Miento de nuevo al tomarlas y las pongo a mi lado en el colchón. Me quito el camisón y me tiendo. Tanni se une a mí después de quitarse la camisa, poniendo su cabeza en mi hombro y contándome las últimas noticias de los agentes de paz, de los que están con él en Ciudad Ceniza y los que están en casa, en el Distrito 2. No puedo entrar al río con él, cada tanto voltea verme y debo devolverle la mirada con una sonrisa y un asentimiento, como si me importara un rábano lo que dice mientras acaricio su pecho. He visto a Tanni en la aldea, nunca me ha dedicado una sola mirada cuando nos cruzamos en la calle. Estoy segura que tiene una chica esperándolo en su distrito, alguna amante, a pesar de que a los agentes les está prohibido casarse. Los agentes de paz son algunos de nuestros clientes más regulares, pero sólo Tanni tiene tiempo de parlotear.
Cumplo su fantasía como las de los demás, actuando como la novia que está perdidamente enamorada de su caballero en brillante armadura. Lo encuentro más incómodo e irritante que al Sr. Veintisiete y que muchos otros. No sé si Tanni es un idiota rematado como para no notar que mi sonrisa es falsa o si está tan perdido en su fantasía que no le importa.
Después de quince minutos de charla y ojos de perrito debo recordarle que su media hora está por terminar. Finalmente se quita el pantalón, lo dobla con cuidado y gentilmente me tumba en la cama. Otra vez, no puedo entrar al río, a Tanni le gusta mirarme a los ojos. Se inclina a besarme, pero giro mi cara y sus labios tocan mi cuello y oreja hasta que termina.
Se pone su uniforme de nuevo, abrochando los botones de latón y retomando la conversación justo donde la dejó. Deja diez sesterceres en la pila de monedas de mi mesita. Abre la puerta, pero se voltea y me mira.
—Te veré pronto Celia, lo prometo.
Le sonrío y bajo los ojos sonrojándome con modestia. Me dedica una última sonrisa antes de irse. Ruedo los ojos con una mueca antes incluso de que la puerta acabe de cerrarse tras él.
No tengo tiempo ni de levantarme del colchón cuando la puerta se abre de golpe. Un hombre muy alto entra y me mira. Puedo ver que es nuevo por sus ojos antes de siquiera verlo bien.
No es de Ciudad Ceniza. Su ropa está demasiado limpia para eso. También algo caras. Algodón pero con buenas costuras, algo de una tienda. Cabello castaño y piel morena, algo nunca visto en el Distrito Ocho. No es de aquí. Da unos pasos y noto que no se ha acostumbrado del todo a caminar en concreto. Camina como si estuviese acostumbrado a una superficie movediza, como un tren o un barco. Es del Distrito Cuatro. Hay unas pocas personas en la nación que no son del Capitolio y pueden moverse por los distritos. Oficiales del gobierno. Si es un oficial, quiere decir que tiene contactos en las grandes esferas.
Trago saliva, esperando que el nerviosismo no se note.
—Buenas noches señor. ¿Qué puedo hacer por usted ést...?
—No te pago para hablar niña —Escupe con voz grave. Sonrío y me tumbo en la cama mirando la grieta en el techo. Sus fuertes manos toman mi cadera y me voltean con fuerza. Mi cara está enterrada en el soporte del colchón pero no me quejo. Al menos ya no tengo que sonreír.
Veinte minutos después me lavo por última vez. Pongo el camisón en mi mochila y de debajo del colchón saco mi vestido marrón. Me cambio y recojo mi cabello antes de tomar los sesterces de la mesa. Técnicamente me quedan dos horas de servicio pero las últimas diez han sido más cansadas de lo usual y ya estoy cansada. La chica que renta el cuarto las otras doce horas del día aún no ha llegado obviamente, pero no quiero dejárselo hecho un asco, así que volteo el colchón y recojo las flores que han caído al suelo antes de salir.
El pasillo del burdel está igual de oscuro que mi celda. Dicen que solía ser una prisión hace muchísimos años, antes de los Días Oscuros, antes incluso que los distritos. Antes de Panem. Ahora la mitad está en ruinas y la otra mitad casi inhabitable, excepto por la pequeña ala que sirve como el único burdel del Distrito Ocho. Por sus luces rojas, lo llamamos Rojo. Las puertas pegadas a la pared están cerradas, pero sé que detrás de ellas hay una mujer y uno que otro hombre, la mayoría jóvenes y todos lo suficientemente desesperados para pasar ahí horas y horas cada día. La Tesela no sirve para mucho. Paso hombres y mujeres en el pasillo. Los hombres miran hacia otro lado, escondiendo sus caras como si fuera a correr con sus mujeres a delatarlos. Las mujeres me saludan con un asentimiento de cabeza, algunas que me conocen incluso sonríen un poco. Nadie habla, hablar es barato. Nadie viene al Rojo a hablar. Bueno, a excepción de Tanni. Recordándolo, aviento las flores en un bote de basura antes de llegar a la oficina.
Hago una pausa en la puerta, tomo una gran bocanada de aire y me paso la mano por el cabello. No estoy nerviosa en realidad. Aún así me lo pienso antes de tocar.
—Pase —Dice la mujer dentro.
Cora Shutter no levanta la vista cuando entro. Está en su escritorio, concentrada en la computadora frente a ella. Espero pacientemente, sé lo suficiente como para no aclararme la garganta o interrumpirla de cualquier modo. Cuando al fin me mira, siento que mis manos son tan grandes como platos y mi cuerpo tan delicado como un roble. Estoy segura que Cora Shutter tiene ese efecto en casi todas las personas. La he visto cientos de veces y aún así encuentro imposible no asombrarme ante su imposible belleza. Su cabello es negro y suave, sus labios gruesos y lujuriosos, su cuerpo es un ejemplar de femineidad. No tiene una sola arruga en la cara. Es difícil creer que Cora está entrando en los cincuentas. Me pregunto, como muchos, si Cora ha usado cirugía del Capitolio para mantener su belleza tan sobrenatural. Si alguien tiene el dinero para hacerlo, es ella. No que alguien jamás haya hablado de ello cerca de la Campeona del primer Vasallaje de los Veinticinco. No es famosa sólo por ser bonita.
—Srita. Roos —Dice en su voz profunda, sigue escribiendo.
—Rheys —La corrijo. Cora no parece haberme oído.
—Aún te quedan un par de horas en tu turno —Replica con una ceja ligeramente levantada.
—Ha sido un largo día. Estoy por demás cansada.
—Bueno, que no se diga que fuerzo a una chica a trabajar. Es tu decisión niña. Procede, por favor.
Dejo todas las monedas en su mesa. Los cuenta con sus perfectas manos manicuradas.
—La renta del cuarto, utilidades, y mi cuota. —Aparta una gran cantidad —Aquí tienes. —Y me devuelve una pequeña suma.
Miro las monedas, intentando tragar el nudo en mi garganta. No es suficiente. Kerry necesita zapatos y Pa su café y todos necesitamos comer.
Cora me dedica una de sus miradas, ésas que me hacen jurar que sabe lo que estoy pensando.
—Aún te quedan dos horas. Estoy segura que serán dos o tres clientes más.
Asiento y le dedico una sonrisa, la misma que reservo para Tanni.
—Gracias Srita. Shutter.
—Asegúrate de pasar por aquí antes de irte. —Agrega antes de voltearse a su trabajo, claramente despachándome.
Salgo de la oficina cerrando tras de mí. Al fin logro tragarme el nudo, y en lugar de ir a la derecha, a Ciudad Ceniza, voy a la izquierda, de regreso a mi celda. De regreso al río.
Feliz Halloween y Día de muertos personas ilustres de fanfiction.
Aquí está el segundo proyecto de traducción que he discutido con el autor orignal Oisin55, dado que Blight Gavin está apunto de comenzar con sus Juegos en el Elfo y el Leñador, (Comercial patrocinado por mí ¡Vayan a leérlo! xD) me pareció el momento oportuno de introducir la historia de otra campeona que se vio obligada a entrar al tercer Vasallaje: Cecelia.
El nombre original de esta historia es Fall Into the River y pueden encontrar tanto al maravilloso autor como la historia en mis favoritos.
Sin más que decir espero que disfruten mucho y como siempre bienvenidos los Reviews. Un beso enorme.
H
