Nami es una prestigiosa modelo de 17 años, cuyos padres han decidido cambiarla al exclusivo instituto "Sabaody", donde es aceptada para cursar allí su último año de bachillerato. Es atrevida y decidida, pero no tardará en chocar contra una gran pared que despierte en ella un sentimiento de advertencia. Y es que 11 chicos del instituto son… un peligro: los Supernovas, los estudiantes más cualificados de la academia, cada uno en una asignatura diferente. Infunden temor y recelos incluso entre ellos, dejando ver al mundo… lo mal que pueden llevarse unos con otros. ¿Qué significará la llegada de Nami al instituto? ¿Y qué pueden esconder estos enigmáticos personajes?

¡Pasen y descúbranlo!

A propósito, el aspecto de los personajes es el que tendrán en la serie tras el salto de los dos años, menos Franky, que no me gustó cómo quedó con el pelo corto xD.


Capítulo 1: Personajes descubiertos: los 11 Supernovas

- No, no, ¡no! ¡Quiero más, Nami, mucho más! Tú no eres de las que flaquean en esto, ¡eres la mejor! ¡Demuéstraselo al mundo!

La joven pelinaranja sostenía su larga y ondulada melena sobre su cabeza, en una pose para nada natural con la que anunciaba un flamante reloj último modelo de la carísima marca Patek Philippe junto a su compañero, un joven rubio con algo de perilla y una ceja en caracol que posaba con un cigarro entre los labios sujetándola de la cintura con las manos.

No era propio de Foxy llamar su atención, ella siempre lo hacía perfecto y de no ser así, nadie se atrevía a decir nada por temor a su poca paciencia. Pero hoy no sólo no lo estaba haciendo bien, sino que no le contestó a Foxy ninguna bordez como habría hecho en otras tantas ocasiones. Se limitó a cambiar de postura y seguir posando ante los flashes de las tres cámaras que fotografiaban cada uno de los segundos que pasaban allí dentro, en busca del plano definitivo para el anuncio.

Después de haber pasado una hora ante el espejo aquella mañana, había pasado otras dos horas posando casi sin descanso junto al rubio que ya le había dado su número móvil nada más verla. Y ahora, ahora que ya salía del estudio fotográfico, que parecía que ya era libre bajo el sol de septiembre, llegaba lo que más había temido durante toda la mañana: la vuelta al instituto.

No le daba miedo, pero no le apetecía ir. Iba a ser la nueva del curso e iba a llegar tarde el primer día. Miró su coche, un Audi TT blanco descapotable, apartado en la puerta de los estudios. Se sentó al volante… ¿se darían cuenta sus padres si no iba?


En el interior del imponente edificio principal que formaba junto con otros dos grandes bloques de aulas el instituto Sabaody, el silencio absoluto reinaba en cada una de las aulas, en las que sólo se escuchaban los sermones de los profesores y el rozamiento de los lápices y bolígrafos contra el papel.

El edificio principal era el más alto y estrecho, en el que se encontraban las aulas de secundario y bachiller. En el bloque derecho, que era más ancho y algo más pequeño de altura, estaban situadas las clases de primaria; y en el bloque izquierdo, de tamaño igual al bloque derecho, las clases de infantil y preescolar.

En una de las aulas de segundo de bachillerato, en la esquina de la última fila, un joven peliverde dormía plácidamente sobre el pupitre, ajeno a las miradas de sus compañeros ante los ronquidos que lanzaba de vez en cuando. Vestía unos pantalones de chándal negros con un cinto rojo a la cintura y un polo blanco de manga corta, en la oreja izquierda llevaba tres pendientes dorados. En la esquina opuesta, un muchacho de pelo negro que perfectamente podía doblarle en tamaño, de aspecto imponente y enorme y con algo de barba, miraba por la ventana también ajeno a los comentarios del maestro; vestía unos pantalones grises con una sudadera negra, sobre la que caía un enorme collar de bolas negras de aspecto masculino, calzaba botas negras altas hasta el tobillo.

- Señor Urouge, ¿podría despertar a su durmiente compañero? – preguntó molesto el profesor al moreno de la ventana.

- Que se encargue Bonney, está a su lado – contestó el aludido, con voz grave y socarrona.

- ¡Otra vez no! ¡Estoy harta de este estúpido!

La joven pelirrosa, de vocabulario vulgar y sombrero verde, golpeó en la cabeza a su compañero, quien emitió un sonido.

- ¡Zoro! ¡Levántate!

La muchacha se levantó del asiento y le golpeó con más fuerza, haciéndole caer de la silla. Ella vestía con una camiseta negra que no llegaba a cubrir su tripa, con unos pantalones cortos también negros y tirantes del mismo color, acompañado por unas calzas altas de encaje que llegaban hasta el muslo y unas botas negras altas por la rodilla. El peliverde la miró, furioso.

- ¡¿De qué coño vas, tía?

- ¡Te has vuelto a dormir en clase! ¡Estoy harta de despertarte a todas horas!

- ¡Pues no lo hagas! ¡Nadie te lo ha pedido!

- En realidad, señor Roronoa, se lo pedí yo – intervino el maestro –, de modo que siéntese y continuemos con la lección, si nadie tiene inconvenientes.

El golpe de un puño contra una mesa retumbó por el aula. El maestro Rayleigh observó silencioso al pelirrojo que, ataviado con unos pantalones pesqueros negros combinados con botas altas negras, cinturón de hebilla dorada redonda y un abrigo de pelo granate con un chaleco negro por encima que llevaba abiertos mostrando su musculoso pectoral, se levantaba de su asiento recolocándose con una mano las gafas que llevaba sobre la frente.

- ¿Va a alguna parte, Eustass?

- Me largo. Esto no es entretenido.

El joven de ojos anaranjados salió del aula en silencio, caminando con seguridad y arrogancia. Llegó hasta el jardín delantero del edificio y se tumbó en uno de los bancos de la entrada, a la sombra del enorme sauce llorón que decoraba la entrada al instituto.

En la clase contigua a la de Rayleigh, un muchacho de pelo negro con un sombrero de paja, pantalones negros hasta la rodilla acabados en pelusa blanca, chanclas y un chaleco azul marino igual de largo que el pantalón, sonreía a su compañero, un joven moreno y con algo de perilla que vestía con pantalones de chándal negros y sudadera negra abierta, bajo la que se veía una camiseta amarilla con una carita dibujada en el centro y portaba un gorro beige de lunares negros.

- ¿No te lo dije, Luffy? La maestra no hace más que mirarte.

El del sombrero de paja le miró, sonriendo como un niño travieso y orgulloso.

- Sí, pero no entiendo por qué, Trafalgar. ¿Me invitará a comer después de clase?

Trafalgar Law se recostó en su silla, con los pies sobre el pupitre, y se tapó los ojos con el gorro.

- Me es indiferente.

Boa Hancock observó al joven del sombrero de paja. Desde que los cuatro Supernovas entraron en su clase, Luffy había sido el que más había llamado su atención. No obstante, en aquellos momentos el ruido de una flauta la sacó de su ensimismamiento.

- ¡Scratchmen Apoo, deja ahora mismo de hacer ruido!

El pelirrojo llevaba el pelo recogido en una trenza alta y vestía con una túnica negra larga que llevaba cerrada y que a penas permitía ver los bajos de unos pantalones rojos bajo ella. No dijo nada, pero miró hacia otro lado, molesto. Delante de él, un joven de pelo más corto y grandes patillas, de color anaranjado, se colocaba su gorro de pico y la máscara que le sirve como antifaz de ojos, pensativo. Tiene una cicatriz en forma de X en la barbilla y viste bastante elegante: pantalón negro de traje y jersey a juego, bajo el cual se observa una camisa blanca.

- Señor X. Drake, continúe la lectura.

El joven la mira, serio e impasible.

- Lo lamento, señora, pero no sé donde estamos.

Y las risas de Luffy inundan el aula.

No lejos de allí, en la pequeña edificación del patio trasero de las instalaciones que hace las veces de sala de gimnasia, dos jóvenes mantienen una silenciosa partida de cartas. El primero es alto y de melena rubia y lisa, viste con unos pantalones negros, camisa blanca y botas negras altas, con una chaqueta negra también sobre la que lleva en los hombros unos brazaletes dorados. El segundo es algo más bajo y redondito, fuma un gran puro sin importarle los comentarios ajenos y viste de traje negro con una camisa blanca bajo la chaqueta y un sombrero negro. El rubio va ganando.

- Eres bueno, Hawkins. Pero para jugar hay que tener una gran fuerza.

- Llámame Basil – corta el otro, serio –. Y también es necesaria una estrategia, Capone.

Capone Bege pierde y se levanta, molesto. Observa al resto de alumnos del curso correr en círculos bajo la orden dada por Jimbei, el maestro. El mejor de los presentes es Killer, sin ninguna duda posible. Es poco más bajo que aquel contra el que acaba de perder, de cabellera rubia larga y algo más rebelde. Viste con pantalones de chándal negros y camisa negra por fuera de los mismos, calza deportivas blancas y lleva el rostro oculto bajo una máscara metálica azul y blanca.

Capone da una última calada al puro y lo lanza por la ventana. El día empezaba a ser demasiado largo. Y aún no eran ni las 12.


Un viejo Renault rojo circula a una velocidad normal por la carretera hacia el restaurante Baratie. El rubio que va al volante va fumando un cigarrillo y tarareando la canción que echan en la radio. No es capaz de dejar de pensar en la joven con la que se tomó las fotos en la mañana.

- Nami… espero que se acuerde de llamarme.

Y con una pícara sonrisa, aparca frente a las puertas del restaurante de su abuelo Zeff, el mejor chef de la ciudad.


Nami aparca el coche a un par de calles del instituto. No quiere ir, por lo que si se arrepiente a tiempo nadie se daría cuenta de su huída. Mira su reloj: las 12 menos diez, quedan diez minutos para la hora del descanso.

- Mejor, pasaré desapercibida.

Camina con pasos largos y una carpeta verde bajo el brazo. Viste unos shorts blancos y una camiseta naranja de manga corta. Suerte que se quitó los tacones en el coche y los cambió por las sandalias o no habría llegado a tiempo. En apenas tres minutos se encontraba observando desde la verja metálica el imponente y elegante edificio que era el instituto Sabaody. No se apreciaba ninguna entrada a simple vista, por lo que no supo por donde continuar. Buscó alguna persona y encontró a un joven pelirrojo durmiendo en un banco, cosa que le sorprendió, ya que se suponía que era hora de estar en clase. Se acercó y comprobó que estaba dormido, pero necesitaba ayuda.

- Oye – le movió del hombro suavemente –, oye despierta.

El joven emitió un gruñido y apartó su mano de un golpe. Se incorporó bostezando y la miró como si hubiese hecho algo horrible. Se sintió nerviosa, pero se sobrepuso.

- Lo siento… - murmuró Nami – pero me preguntaba al no ver a nadie más… si me podías indicar el camino a secretaría.

- ¿Es que no te dieron un mapa? A los que contratan para limpiar siempre les dan uno con sus zonas de trabajo coloreadas – la miró sonriente.

Nami se puso roja de odio y fue a golpearle en la cabeza, pero él detuvo su mano con facilidad y la inmovilizó rápidamente.

- ¡Suéltame! Si no sabes el camino, entonces déjame.

- Para ser la nueva tienes mucho carácter. Espero que aprendas pronto con quién debes o no juntarte.

La soltó y se tumbó nuevamente en el banco.

- Por cierto – comenzó al ver que Nami se marchaba por el lado equivocado –, la secretaría está en el edificio central, pero has de entrar por el de la derecha.

Nami se alejó siguiendo sus instrucciones sin agradecérselo ni volver a mirarle. ¡Vaya forma de empezar el curso! Nada más llegar y ya se encontraba con un estúpido en la entrada. Iba tan furiosa y distraída que no pudo frenar a tiempo y chocó de bruces con una joven que iba de charla con otra que caminaba leyendo un libro.

- ¡Lo siento, perdón! – comenzó la caída.

- No fue nada… ay – Nami se levantó despacio y ayudó a la joven de pelo azul a levantarse también.

La morena que acompañaba a la otra muchacha la miró, sonriente.

- ¿Tú eres la nueva, no? Soy Robin, es un placer.

- Igualmente, yo soy Nami.

- Y yo soy Vivi, siento haberme distraído, pero Robin no me escucha cuando empieza a leer esos libros que le gustan casi más que yo… por cierto, ¿vas con prisa?

Nami se sacudió la camiseta y recogió su carpeta del suelo.

- Sí, lo lamento pero voy a secretaría. ¿Podéis indicarme el camino? Es que un subnormal de ahí afuera me dijo que por aquí, pero creo que me he perdido – terminó, sonriente.

Robin no pudo evitar sonreírse y Vivi la miró expectante.

- Vaya, ¿has hablado con Kid? Qué sorpresa, tengo entendido que es un bruto de cuidado.

- Y lo es, no te recomiendo una amistad con él, Vivi – comentó con una mueca.

- Bueno, en cualquier caso te indicó bien, la secretaría está doblando la próxima esquina a la derecha. Nosotras nos vamos a la biblioteca, si quieres algo estaremos allí durante el descanso – Robin le sonrió amistosa y Nami asintió y se marchó agradecida, por suerte, no todos en la escuela parecían ser como el pelirrojo.

La secretaría no era nada del otro mundo, un par de escritorios, librerías y un hombre acompañado de una mujer joven al otro lado de las mesas. La mujer se llamaba Makino y el hombre Sengoku, o eso ponía en sus identificadores.

- Buenos días, joven. Deduzco que eres la nueva.

Nami asintió con la cabeza. Makino le aproximó un horario y un plano en el que se le indicaba la localización de todas sus aulas, así como de las salas públicas.

- Esperamos que te lleves un grato recuerdo de nuestra escuela – sonrió Makino.

- Por cierto, el patio termina en cinco minutos, podrías ir localizando tu próxima clase – le aconsejó Sengoku.

El hombre tenía razón cuando le aconsejó buscar pronto su aula, pues en cuanto el timbre sonó, los pasillos se inundaron de gente que se acumulaba en torno a sus taquillas, y a duras penas ella fue capaz de llegar hasta la suya. Pero para su sorpresa, no le habían dado su combinación.

- ¡Mierda! – exclamó, furiosa.

Y de golpe las voces a su alrededor cesaron transformándose en murmullos y los grupos que ocupaban el centro de los pasillos abrieron paso a los jóvenes que se aproximaban en la distancia. Nami observó unos instantes para volver a centrarse en la endiablada taquilla que permanecía cerrada a cal y canto. No se dio cuenta de que era la única que no prestaba atención a los 11 jóvenes que pasaron a su lado casi rozándola. Únicamente fue consciente de lo diferentes que eran del resto cuando uno de ellos se paró a su lado y de un seco golpe junto a la cerradura logró abrir su taquilla sin esfuerzo alguno.

- Gracias…

El moreno esbozó una sonrisa indiferente y se dispuso a marcharse por donde había venido, pero una joven pelirrosa le tiró del brazo, gritando.

- ¡Llegarás tarde, Trafalgar! ¡Estúpido!

Y lo arrastró tras el grupo. En un vistazo, Nami pudo reconocer al pelirrojo entre ellos.

- Pero… ¿qué pasa con ellos?

Robin llegó a su lado junto con Vivi y otras chicas. Una joven de pelo celeste y gafas comenzó a chillar, histérica.

- ¡Guau, no puedo creerlo! ¡El mismísimo Trafalgar Law te ha abierto la taquilla! ¡Ah, por cierto, soy Porche! ¡Encantada!

- Na-Nami, soy Nami. ¿Pero quiénes son esos?

- Nami, ¿quieres decir que no conoces a los Supernovas? – Vivi estaba tan sorprendida como las demás.

- Pues… no.

Un "¡¿Quéeee?" general sonó por el pasillo, cada vez más vacío. Robin se posicionó frente a Nami.

- Bueno, bueno chicas, dejemos las preguntas para luego ¿sí? Ahora debemos dejar que Nami respire y logre llegar a tiempo a su próxima clase.

La joven pelinaranja respiró aliviada.

- Gracias de verdad, Robin, comenzaba a sentirme incómoda.

- Sí, bueno, todos hemos pasado por la ignorancia al llegar aquí y la verdad es que nunca esperas encontrarte con unos tipos como esos el primer día, ¿verdad?

- Cuanta razón tienes. Pero sigue sorprendiéndome.

- Son los Supernovas, los 11 mejores. Se les trata con respeto incluso a pesar de su carácter y si no lo haces así, eres expulsado. Nadie sabe exactamente por qué, pero créeme que escucharás una gran cantidad de disparatados rumores. Sólo recuerda no ser desagradable con ellos.

Nami asintió algo confusa, recordando al pelirrojo y entendiendo el por qué estaba fuera en horario de clases.

- Bueno, esta es mi clase, la tuya está justo al lado y tu maestro es Rayleigh.

- ¿Rayleigh?

- Sí, es un buen tipo. Tienes suerte, yo estoy en clase con Hancock. Bueno, nos vemos a la salida.

Nami escuchó la puerta del aula de Robin cerrarse tras ella y respiró profundamente antes de entrar en el aula. No sabía quién era Rayleigh, de lo que sí estaba segura… era de que aquel curso iba a ser muy peculiar.


Bueno, pues hasta aquí llega el primer capítulo del primer fic que hago sin ser una OC la protagonista. ¿Qué les parece? ¿Merece la pena que la continúe?

Dejen un Review y díganmelo. ¡Besos!