Capítulo 1: Los héroes
Es extraño cambiarse de instituto a estas alturas, justo en el último curso. Es extraño mirar por la ventana y ver un paisaje diferente al de todos estos años atrás, una clase que es similar pero completamente distinta a la vez, pasear por pasillos sin saber exactamente adónde tengo que ir, la sensación de nerviosismo del nuevo curso mezclada con la del resto de novedades, las dudas: ¿me llevaré bien con la gente? ¿Serán buenos los profesores? ¿Se hará más cuesta arriba? ¿Llegará Ino a tiempo? ¿Habré… habremos tomado la decisión correcta?
Aparto la vista de la ventana conteniendo un suspiro. Todavía no ha terminado de amanecer y yo ya estoy aquí. Siempre me ha gustado llegar con antelación. Frente a mí se extiende toda el aula, hace cinco minutos vacía, ahora cada vez más llena. Los alumnos, mis nuevos compañeros, entran por la puerta parloteando entre ellos. Se sientan en los lugares que saben que son suyos, algunos me dirigen miradas rápidas, curiosos.
Una chica entra en clase, toda sonrisas, la falda corta agitándose según camina, el pelo recogido en dos tensos moños, cada uno a un lado de la cabeza. Son tan perfectos que me pregunto si usa transportador para medir el ángulo de cada uno. Resulta difícil apartar la mirada de ella, aunque lo hago de inmediato cuando me mira, centrando la vista en mis manos sobre la mesa. No hay nada mucho mejor que mirar.
-¡No me lo puedo creer! ¡Un nuevo! – dice alguien entonces, y casi al instante otras manos aparecen en mi mesa, con los dedos separados y las uñas pintadas de color granate. Levanto la vista y ahí está ella, sonrisa entusiasmada – No me lo esperaba, a estas alturas. Soy Ten-ten, ¿y tú?
-Sasuke.
-Pues bienvenido, Sasuke. Aquí la gente es muy simpática así que no te preocupes, que te veo tenso – contesta mientras se aparta de mi mesa y se sienta en la de al lado, dejando la cartera colgando de un saliente de la misma.
-Bueno, de momento va bien la cosa – digo relajando un poco la postura.
-¡Pues claro! ¿Cómo no va a ir bien si me tienes al lado?
Esboza una amplia sonrisa que se contagia a medias a mis labios, lo cual consigue que esta chica parezca realmente satisfecha, pero no es así: empieza a hablarme de profesores, de atajos dentro del propio instituto, de dónde está todo, de aquello que pasó una vez… hasta que el profesor de primera hora entra en clase. El silencio se impone entre estas cuatro paredes, yo me coloco en mi asiento. Ino todavía no ha llegado. Como siempre.
El profesor se salta las presentaciones, supongo que ya le conocen, y pasa directamente a explicar cómo va a dar su asignatura y cómo funciona su sistema de evaluación. Lo apunto todo en las páginas en blanco de mi agenda, añadiendo por fin su nombre cuando uno de los alumnos lo dice en voz alta justo antes de preguntar si piensa hacer un examen tan difícil como el del curso pasado. Perfecto.
El tipo comienza a responder la pregunta, cuando en la puerta suenan cuatro tímidos golpes para después abrirse, haciendo acto de presencia Ino. Por fin. Su melena rubia y sus ojos azules iluminan una clase llena de tonos castaños y negros.
-Buenos días, ¿puedo pasar? – pregunta, casi jadeante.
-Eres nueva, ¿verdad? – contesta el profesor.
-Sí.
-Bueno, normalmente no dejo entrar a nadie que llegue tarde porque me parece una falta de respeto al resto de compañeros y a mí, pero por ser nueva y no saberlo… pasa.
-Gracias.
Ino cierra la puerta tras de sí, camina entre los pupitres con menos desenvoltura que de costumbre y se sienta en el único que queda libre, lejísimos de mí. Perfecto, justo lo que quería. Yo ya no sé ni para qué me molesto en planear cosas con ella si al final ni intenta llegar pronto para que salga bien.
Pero acabamos intercambiando miradas durante todas las clases, diciéndonos apenas con un par de gestos todas nuestras impresiones sobre tanta novedad, hasta que por fin llega el descanso. Se acerca a mi pupitre y comenzamos a charlar como siempre, pero pronto nos vemos rodeados por los más curiosos de la clase, que quieren saber quiénes somos, cómo nos llamamos y si Ino es rubia natural, entre otras cosas. Nos vemos atrapados en una espiral de preguntas y comentarios, advertencias, consejos… hasta que siguen las clases.
Las de hoy, al ser el primer día, son más bien relajadas, pero intuyo que bastantes profesores lo van a poner difícil. Tampoco es que me importe demasiado, estudiar jamás me ha supuesto demasiado esfuerzo, pero no voy a negar que los profesores que lo ponen un poco más sencillo me endulzan la existencia.
El timbre marca el final de la última clase cuando mis tripas llevan ya media hora rugiendo. Cojo mi cartera y me acerco a Ino, dispuestos ambos a mirar las actividades extraescolares que hay, los clubes. Es obligatorio en este instituto, como en el anterior, apuntarse al menos a uno, así que no nos queda más remedio. Ino seguro que entra al de danza moderna, como todos los años, y yo… a saber.
-Hey, chicos – dice de pronto Ten-ten, apareciendo entre ambos – Seguro que queréis apuntaros a algún club, así que… he pensado en venderos el mío.
-¿Eres jefa de club? – le pregunto.
-¡Del más pequeño del instituto, particularmente!
Ino se ríe, contagiándome su buen ánimo, y después Ten-ten nos explica que llevan años siendo sólo tres integrantes, y que eso va contra las normas del instituto. Se ve que para fundar un club deben ser al menos cinco, pero uno de los que lo forman se lleva bien con un profesor y, digamos, consiguió que les dejaran una sala en la que reunirse.
-Y allí hacemos lo que hacemos, es decir… estar cada uno a lo suyo. Yo me dedico a sacar fotos, otro a estudiar y otra a amenizarnos las horas tocando la guitarra o el piano – nos explica, y al ver que levanto una ceja en gesto escéptico, añade – Sí, ya, ya lo sé. No nos dedicamos a nada en específico, otro problema para que nos acepten como club, pero te aseguro que es el único en el que podrás hacer exactamente lo que quieras y que no hay mejor compañía que la nuestra.
-A mí me has convencido – dice Ino, y la de los moños sonríe, contenta – Pero me apuntaré también al de danza moderna.
-A todos los que tú quieras mientras el mío esté incluido, que así estaremos un paso más cerca de ser oficiales – contesta Ten-ten, y justo después me mira - ¿Y tú qué?
-Yo no tengo ni idea.
-Venga, Sasuke, hazle el favor.
-Eso, hazme el favor.
-¿Podré dibujar tranquilamente, o leer?
-Lo que quieras, te lo prometo. ¿Te gusta dibujar?
-Una afición como otra cualquiera.
-Entre las cuatro paredes de mi club puedes dibujar.
-Está bien.
-¡Genial!
Da un pequeño salto y después nos da indicaciones para llegar a la sala del club, que ella se tiene que ir a secretaría a pedir un par de formularios de inscripción para nosotros, pero en cuanto desaparece Ino me confiesa que va a ir a buscar el club de danza, que quiere apuntarse cuanto antes. Le digo que corra libre y dirijo mis pasos según las indicaciones de Ten-ten: subo un piso por las escaleras principales, me encuentro ante un pasillo largo que se une a otro mediante una esquina y, en ésta, hay una puerta desgastada.
Una melodía de piano llena el pasillo y cambia el ritmo de mis pasos. A más avanzo, dirigiéndome a esa puerta, más nítida se vuelve, y descubro una voz que la acompaña: una chica que canta con fuerza y sin temor a quien pueda oírla, llegando a sonar casi rota, como si alguien por un momento le arañara la garganta desde dentro.
Acelero el paso, cada vez más seguro de que está en la sala a la que me dirijo, pero al llegar me quedo frente a la puerta, mi mano quieta sobre el pomo. No quiero interrumpir, aunque al mismo tiempo… una curiosidad incontrolable me lleva a echar un vistazo.
Mis párpados se retraen al ver a una chica de melena rosa, recogida en una trenza suelta a su espalda, apretando las teclas de un piano desgastado como esta puerta, sus dedos deslizándose con rapidez, cantando con el ceño fruncido y como si nada más existiera.
Y aquí estoy yo, de algún modo rompiendo la magia, pero formando parte de ella. La intensidad de la música me atrapa junto con la letra de esa canción, que parece hablar de mí, justo de mí ahora, en estos últimos meses… porque hace meses jamás habría pensado que hablaba de mí. Todo esto se mezcla y crea algo en mi pecho, una pesadez que me fuerza a notar cada bombeo de mi corazón.
Pero la música se interrumpe abruptamente. Me descubro de pie con la vista fija en el suelo, y al levantarla, veo que ella me está mirando. Una fina capa de lágrimas hace brillar sus ojos verdes, pero desaparece tras un pestañeo.
-¿Estás bien? – me pregunta, carraspeando después.
La respuesta que surge en mi cabeza es muy distinta a la que le doy, irguiendo la espalda y recuperando un gesto más tranquilo al que debía tener:
-Me ha emocionado tu manera de cantar.
-Ya – dice, riéndose sin creerme.
-¿Y tú estás bien?
Esboza una sonrisa antes de responder:
-Me ha emocionado tu manera de emocionarte.
Sonrío un poco, un gesto en el que me acompaña. Cuando le digo que soy un nuevo miembro del club, me da una escueta bienvenida y dice que me ponga todo lo cómodo que pueda, que ella necesita seguir practicando. Vuelve a ello en cuanto me ve sentado en una de las sillas, sin saber bien qué hacer. Se encierra en sí misma y toca y canta de nuevo la misma canción, aunque esta vez de una manera quizás más controlada.
Pero lo entiendo. He entrado en algo que estaba fuera de mis límites, a un momento extrañamente íntimo. Esas lágrimas que ha conseguido tragar no han sido normales, como tampoco lo ha sido eso que he sentido. No es normal, simplemente, que pasen estas cosas.
Yo siempre he querido ser normal. No estoy hecho para aventuras ni complejidades, siempre he tratado de evitarlas y las pocas veces que me he visto en ellas, me ha parecido de lo más desagradable. Me conformo con poco, puede ser, con lo simple, con la tranquilidad de una tarde dando una vuelta, una sobremesa con mi familia viendo la tele, una noche hasta las tantas atrapado entre las páginas de cualquier libro…
Pero últimamente la vida ha decidido que esa tranquilidad no es para mí. Que todo ha de ser, de golpe y porque sí, raro, complejo, difícil. Que no me merezco la ansiada simpleza, que debo para recuperar con esfuerzo esa normalidad en la que he estado tan cómodo durante tanto tiempo.
Por eso, aunque esa misma curiosidad que me ha llevado a irrumpir tímidamente en algo que no tenía que ver conmigo me llena ahora de dudas sobre qué le pasaba a esta chica, decido ignorarlo. Yo ya tengo mis problemas y seguro que ella no necesita a nadie que la salve, como yo, como lo que canta: Somos los héroes de nuestras historias, y no necesitamos ser salvados.
