DISCLAIMER: Saint Seiya no me pertenece, sino que es obra de Masami Kurumada. Así pues, esta historia tiene intención de entretener ¡No recibo ninguna remuneración económica por ella!


PRÓLOGO

Shura terminó de depositar las últimas prendas en la caja de cartón, soltando un largo suspiro. Llevaban 2 días en el templo de Sagitario, empaquetando todos los objetos personales de Aioros para así dejar el templo en condiciones para el nuevo caballero.

Por culpa, remordimiento, o cualquier otro sentimiento parecido, Shura decidió que tenía que ayudar a Aioria en aquella tarea. Después de todo, él había sido el asesino de Aioros. Aunque no lo admitiera en voz alta, aquello seguía pesando sobre sus hombros. Y más cuando se descubrió la verdad.

— Shura —lo llamó la voz de Milo. Cuando volteó, se la encontró de pie en el marco de la puerta. Extrañamente no llevaba su armadura, ni siquiera una máscara— ¿Cómo lo llevas?

— Me queda la repisa esta —le indicó señalando con el dedo—, y ya estará la habitación.

— Mejor, porque necesitamos ayuda en el comedor —le comentó ella antes de marcharse.

Muy hermosa, pero las relaciones interpersonales no terminaban de ser su fuerte. Shura tomó una enorme bocanada de aire antes de encararse a aquellos libros. No había demasiados, pero estaba tan harto de clasificar y guardar, que se le hacía una montaña.

Finalmente, se forzó a ponerse manos a la obra. Tomó dos de ellos, examinando sus títulos. Libros de idiomas. Sin querer, una sonrisa se escapó de sus labios. El recuerdo de Aioros, tan aventurero y viajero, siempre queriendo aprender sobre otras culturas y lugares, apareció en su mente. Pensándolo bien, aquellos libros decían mucho de su propietario.

Prosiguió con los siguientes: guías de viaje. Una de ellas era sobre Francia, otra sobre Bélgica, Holanda y España. Enternecido por ser su hogar natal, Shura ojeó ligeramente la guía sobre España. A su lado, otro libro. Cuando Shura lo tomó, pudo sentir que este era diferente. Tenía las puntas gastadas, seguramente de transportarlo fuera del templo. Su portada estaba maltrecha, pero aún se podía leer el nombre de Aioros en la esquina inferior derecha. Curioso, empezó a ojear.

Fue entonces cuando Shura comprendió que tenía el diario de Aioros entre sus manos. Ahí aparecían imágenes que él tomaba en sus misiones, algunos pensamientos, incluso sus valoraciones de los aspirantes a los que ayudaba a entrenar. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fueron un conjunto de páginas. Por alguna razón, estás tenían una línea azulada en al lateral, como distinguiéndolas del resto del diario.

Shura las observó con cuidado. Allí se explicaba en detalle una misión que Aioros hizo en el norte de España. Apenas recordaba cuando fue enviado allí, pero si que recordaba hablar frecuentemente con el custodio de Sagitario sobre el lugar. En la última de las páginas encontró una fotografía. Shura la tomó con cuidado, procurando que esta no se dañara.

En ella pudo identificar a Aioros abrazando a una chica. Ella tendría varios años menos que el caballero, pero aún así era bastante alta y algo corpulenta. El cabello lo tenía recogido en una trenza que caía por su espalda. En su cabeza, lo que parecía ser unas gafas de sol. Vestía con un top y unos pantalones cortos. Su pelo era bastante oscuro; no como sus ojos, que eran de un color azul penetrante.

Shura miró a aquella chica con demasiada atención. Sus facciones, aunque no las había visto jamás, se le hacían familiares. Es como si la conociera, aunque recordaría haberse encontrado con ella. Le transmitía una sensación demasiado intensa, demasiado conocida como para haberla olvidado.

Y sin saber por qué, volteó la fotografía. Allí, escrito por la tosca letra de Aioros, había el siguiente mensaje:

"Para que un día podamos volver a reencontrarnos los tres."

Rápidamente intuyó que se refería a ellos dos y Aioria. Eso tendría sentido. Así pues ¿Es posible que Aioria la conociera? Podría preguntarle, pero entonces debería entregarle la fotografía y, por alguna razón, no quería. No entendía porque sentía esa urgencia en conocerla, en saber quien era, en verla.

— Shura.

Se tensó de golpe. Por acto reflejo, escondió la fotografía dentro de la guía y esta, tras su espalda. Volteó en un simple movimiento y sonrió forzadamente. No se necesitaba ser un genio para saber que ocultaba algo, pero, a su suerte, Shaka no era persona de hacer preguntas.

— ¿Has terminado ya? —él asintió. Si sus actos le delataban, su voz ya sería la guinda del pastel— Porque de ser así, necesitamos ayuda en el comedor.

Cuando perdió de vista a Shaka, se permitió soltar un suspiro de alivio. Porque era Shaka, si llega a ser Aldebarán o Aioria, lo atosigan a preguntas hasta descubrir que lo tenía tan tenso. No queriendo que nadie le arrebatara el diario, y mucho menos la foto, la guardó en la mochila que trajo. Ahí estaba a salvo hasta que pudiera examinarlo detenidamente.