Chess and other aphrodisiacs
Obsidienne
(Disclaimer)
Los personajes y escenarios de Star Trek pertenecen a sus respectivos autores y son usados en ésta historia sin fin de lucro.
Esta es una traducción del trabajo hecho por Obsidienne.
(Resumen)
Cuando Jim es juzgado por el cargo de falta de honestidad académica, decide encontrar a su acusador.
— ¿Quién es este tipo?
Len ni siquiera levanta la mirada de su tableta.
—Alguien a quien no le gustan los tramposos, probablemente.
—Yo no hice trampa —dice Jim, por centésima vez, pero su amigo, como siempre, ni siquiera está escuchándolo: está empinado sobre numerosas tabletas, mascullando principalmente para sí mismo.
No es que Jim le esté prestando atención, tampoco. Está mirando al comandante Spock, que luce más sexy en su uniforme negro de lo que un instructor debería. Lo que es, probablemente, el motivo por el que Uhura —quien, aparentemente, sigue sin tener nombre de pila— presta atención a cada una de sus palabras. No es que Jim pueda culparla por eso: este profesor en particular es desquiciadamente hermoso. Algo que, posiblemente, forma parte de la irritación de Jim: porque, ¿quién carajo es este tipo para acusarlo de romper las reglas cuando es él quien sale con una estudiante? Claro, Jim ni siquiera sabe si los instructores tienen prohibido salir con cadetes, pero…
Empuja el pie de Len con el suyo.
—Bones. Hey, ¿es contra las reglas si un instructor sale con un cadete? —empuja con un poco más de fuerza cuando su amigo sólo gruñe. Len finalmente lo mira con el ceño fruncido.
— ¿Qué? —demanda. Jim repite la pregunta, lo que sólo confunde jodidamente a Bones—. ¿A quién le importa?
—A mí —empuja el hombro de Len—. Mira, ¿quieres?
Len entorna los ojos.
— ¿Mirar qué? —Jim servicialmente le gira la cabeza para que pueda poner los ojos en blanco en dirección de la pareja—. Eso es… espera —balbucea Len—. ¿Qué demonios estamos haciendo? ¿Me trajiste aquí para espiar a Uhura?
—Técnicamente, estamos espiando al comandante Spock quien, por cierto, es un instructor y, si está saliendo con Uhura…
—Okey, oficialmente estás desquiciado —sisea Len—. Tengo exámenes finales esta semana…
—También yo —interrumpe Jim con indignación—. Y me estarán juzgando por cargos de deslealtad académica cuando los termine, así que…
—Porque hiciste trampa en el más grande examen de este lugar. ¿Qué demonios pensaste que harían: darte una medalla por pensamiento creativo?
—Deberían —dice Jim, pensativo—. No es mi culpa que fuera tan sencillo de reprogramar. Y, si me preguntas, este tal Spock sólo está amargado…
Len entierra la cabeza en los brazos con un fuerte y descendente gruñido.
—A veces, enserio te odio —murmura contra su manga. Jim le da una palmada en la cabeza.
—Ya sé —consuela—. Pero, enserio, ¿es contra las reglas?
— ¿Cómo puedo saberlo? Dios, me sorprende que no pidieras leer el manual tan pronto como viste al comandante Shaw.
—No me importa si yo rompo las reglas, Bones. Sólo necesito saber si él lo hace.
Len levanta la cabeza.
—Escúchame, Jim —dice con seriedad—. Si intentas chantajearlo, sacarán tu trasero de aquí más rápido que el de Finnegan.
Jim coloca una palma sobre su corazón.
—Len, me lastimas. Nunca haría algo tan mezquino —. El giro de ojos de Len es testamento de la poca fe que tiene en él—. No es que no me lo merezca, pero, aun así, me duele.
—Oh, por favor —se queja Len, dándole un manotazo en los dedos suplicantes. Señala con el pulgar para que Jim vea a la feliz pareja—. Ni siquiera se ven como si estuvieran saliendo. ¿Quién dijo que están saliendo?
—Gaila.
—Una fuente confiable —se burla Len, mientras hace ademán de alcanzar su olvidado vaso con agua—. Le está enseñando a jugar ajedrez o algo así.
—Exactamente. Él es vulcano y el ajedrez es su forma de coquetear.
Len se ahoga con el agua. Varias personas miran en su dirección, incluyendo a Spock y Uhura. Jim agacha la cabeza y le da una palmada en la espalda a su amigo.
— ¿Qué carajo… —exhala Len—…acabas de decir?
—Ajedrez, coqueteo. ¿Nunca has visto un vídeo de porno vulcano?
Len lo mira como si ni siquiera estuviera hablando en estándar.
—No soy yo quien se siente atraído por vulcanos. Oh, Dios mío —dice por lo bajo, ojos deslizándose hacia donde Uhura está batiendo las pestañas a través del tablero de ajedrez—, vas a intentar acostarte con él, ¿no es así?
Jim pone los ojos en blanco.
—Sí, claro.
—Te romperá el cuello. Los vulcanos son tres veces más fuertes que los humanos…
—Oh, ¿quieres relajarte? —Salta Jim—. No voy a insinuármele. Sólo no quiero que me corran, ¿de acuerdo? —Empuja la tableta de Len de vuelta hacia él—. Sí, sí, ya sé: debí pensarlo antes de reprogramar el examen.
Mira un punto por encima del hombro de Len, esperando a que se muestre de acuerdo con una de sus típicas arengas. Aunque, no lo hace. Recoge sus tabletas y empuja la pantorrilla de Jim.
—Vamos, niño, a cenar y te ayudaré a pensar en cómo salir de ésta. Tal vez podamos alegar locura temporal. Dios sabe que posiblemente es cierto.
Sorprendido, Jim sonríe lentamente antes de ponerse de pie para ir detrás de su amigo.
El plan de Len es sólido. Quizás incluso funcione. Denigrarse no es algo que Jim haga mucho estos días, pero posiblemente pueda. Recuerda muy bien cómo se hace.
—No tienes que humillarte —suspira Len, mientras guarda el interminable cargamento de tabletas en su mochila el día siguiente—. Sólo acepta la responsabilidad cuando te pregunten al respecto en la vista.
—No planeaba mentir —señala Jim desde donde está alisándose el feo uniforme rojo. El dorado, sabe, se vería mucho mejor—. Es sólo que no pienso que el examen fuera justo.
—No se supone que sea justo. Mira —dice Len, deteniéndolo con un brazo a través del pecho cuando intenta escabullirse—. No digo que no tengas un punto. Todos sabemos que lo tienes, pero este tal Spock no estaba impresionado. Y, desafortunadamente para ti, a la junta de revisión probablemente le importa más su opinión que la tuya.
—Sólo son un montón de pretenciosos…
Len le da un empujón.
—Es exactamente eso de lo que estoy hablando. Tienes diez días para averiguar qué hacer. A los vulcanos les gustan las reglas y la lógica. Cuando estés frente a la junta de revisión, sólo usa la lógica para hacerlo creer que te reformaste. Podrías convencer a un klingon de darte su blat'leth. Pretende que lo lamentas, por el amor de Dios.
Y Jim puede fingir. Se resigna a hacer exactamente eso.
El apruebo de Len sigue repicando en sus oídos mientras camina a su última clase del día. Realmente no es su culpa que la voz dentro de su cabeza no sea tan fuerte para ahogar a aquella que es responsable de que maneje autos hacia bordes de acantilados y pille peleas en bares. Len enserio debería aprender a proyectar.
Ese será su razonamiento más tarde, cuando le explique a su amigo porqué en éste momento está sentado en la parte trasera del salón de clases de Spock, escuchándolo darle clase a cien estudiantes sobre la mecánica de la manipulación genética en especies de grano no resistentes.
Casi interrumpe dos veces para corregir las ridículas conclusiones de dos de sus compañeros, pero sigue teniendo un poco de autocontrol, al menos. Bones estaría orgulloso.
Espera hasta que la mayoría de los cadetes ha salido, despidiéndose de varios, antes de ajustarse la mochila en el hombro y caminar hacia el frente del salón.
Spock está hablando con una cadete, que parece tan enamorada de él como Uhura. La despide tras responder las preguntas que ella podría haber respondido por su propia cuenta y gira hacia Jim. Su expresión templada cambia inmediatamente: cejas arqueándose más alto hasta que alcanzan la línea de su cabello.
—Cadete Kirk. ¿Asumo que desea debatir los cargos impuestos en su contra?
Jim evita sonreír, apenas. Este tipo obviamente se toma demasiado enserio.
—Dudo que protestar pueda ayudarme —dice. Antes de que Spock pueda contestar, añade—: sus estudiantes no saben mucho de triticale, ¿cierto?
La cabeza de Spock se inclina a un costado.
—Explique.
—Si supieran, se darían cuenta de que el triticale no es resistente a ninguna cepa de hongos aparte de las que son nativas de la Tierra. Antes de que todos los cultivos fueran destruidos en Tarsus IV, cinco cultivos planetarios fueron eliminados también. El único motivo para la hibridación es volverlos resistentes.
—Pienso que la idea del cadete era que diluir más el triticale contribuye a debilitar su resistencia.
—En la Tierra, claro —concuerda Jim—, pero estamos hablando de terrenos alienígenas. Y el triticale ha crecido con éxito en docenas de planetas, siempre y cuando no esté contaminado. No es de mucho uso si no puede sobrevivir bacterias extraterrestres. Ese es el punto detrás del intento de hibridación de Schumer. Si es exitoso, quadrotriticale podría proveer alimento para la mitad de un cuadrante.
— ¿Ha leído la investigación de Schumer? —Pregunta Spock, esas cejas levantándose una vez más—. Su expediente no denotó interés en la bio-genética.
Jim se encoge de hombros.
—Viejo hábito.
—Conocimientos sobre bio-genética no pueden ser obtenidos sólo a través del hábito.
Aunque, técnicamente cierto, Jim no va a explicar y no sólo porque Spock suena despectivo.
—Debería asignarles a Schumer —dice en vez de eso—. O a Graved. Ella es más accesible.
Spock lo está mirando de forma muy similar a cómo hace Len cuando Jim sugiere nadar desnudos en la bahía. A Len en verdad no le gusta la idea de nadar desnudo. Pero, tras un minuto, Spock inclina la barbilla.
—Tomaré la sugerencia en consideración.
—Genial —Jim señala su mochila con un codo—. Tengo clase, así que…
— ¿Está intentando congraciarse conmigo?
Jim parpadea con honesta sorpresa al oírlo.
— ¿Qué?
—No parece haber otra razón para su súbita presencia en mi salón de clases. Su interés en éste campo en particular parece incongruente con mis conocimientos sobre su pasado académico.
Jim no puede evitarlo: sonríe.
— ¿Está diciendo que pretendo saber sobre triticale para impresionarlo o que no soy lo suficientemente inteligente para tener conocimientos al respecto?
Sólo una de las cejas se eleva esta vez.
—Estoy muy al tanto de su inteligencia.
—Entonces piensa que finjo —dice Jim con un asentimiento.
—Mi comprensión de su personalidad indica una complacencia por pasar por encima de los demás a favor de su ganancia personal.
—Mi personalidad —Jim hace eco con incredulidad—. Usted sabe nada sobre mí.
—Incorrecto. Su respuesta para el Kobayashi Maru me dice demasiado sobre usted.
A sabiendas de que Len no lo aprobaría, Jim cruza los brazos sobre el pecho.
— ¿Ah, sí? ¿Qué es lo que le dice?
—Que está dispuesto a hacer trampa para alcanzar sus metas.
—Tal vez sólo es que no creo en rendirse.
—Tal actitud es ilógica, dado quién fue su progenitor…
— ¿Mi qué? —interrumpe Jim, mandíbula tensándose—. ¿Se refiere a mi padre?
—Sus acciones deberían ilustrar que la muerte es inevitable.
Jim tiene que destrabar su mandíbula antes de que pueda hablar.
—No es sobre la muerte. Es acerca de no rendirse.
Spock ladea la cabeza.
—No comprendo.
Haciendo aspavientos, Jim dice:
—Él hizo lo que tenía que hacer, aun cuando murió para lograrlo. Su simulación es acerca de aceptar el fracaso. No es realista.
—No está en la posición adecuada para emitir ese juicio.
— ¿Es así? —Replica Jim—. ¿No es ese el punto? ¿Ver qué decisión tomaré?
—Dentro de los parámetros de la simulación. Usted cambió los parámetros de la simulación y, por ende, su solución es inválida.
—Sólo de acuerdo a su interpretación. En ninguna parte de las reglas dice que el test no puede ser reprogramado.
—Está implícito…
—Pero no explícitamente establecido. Y ese, en realidad, es tú error, no mío.
Los ojos de Spock se entornan.
—El intento de debatir los matices ilustra tu culpa.
Jim suspira.
—Por supuesto que sí —su mochila está estúpidamente pesada, la hace a un lado con un empujón de la cadera—. Mira, enserio tengo clase.
—El periodo de clase actual comenzó hace cinco punto tres minutos.
—Ya sé. Voy tarde. Entonces… —señala la puerta con el pulgar—. ¿Puedo retirarme?
—Le explicaré el retardo a tu instructor —dice Spock, alcanzando una de las tabletas sobre el escritorio.
—Está bien. No se va a sorprender.
Spock lo observa.
—Ya veo. De acuerdo. Puedes retirarte.
Jim puede sentir los ojos de Spock en él mientras se va. Lanza un brote de inquietud por su columna… o quizá sólo se trata de irritación residual.
Jim gira lentamente en el asiento central del simulador. Lo más cerca que estará jamás de la realidad. Ni siquiera sabe por qué le importa. Aparte del hecho obvio de que en verdad odia perder.
No ayuda que la voz de Frank es la más fuerte dentro de su cabeza ahora mismo: lo que tú quieres no importa. Eres nadie.
Jim respira profundo, deja salir el aire lentamente, mientras se detiene frente a la falsa pantalla de visualización.
—No asistir a una clase es poco recomendable —lo asusta una voz profunda, haciendo que gire a su alrededor.
Spock está de pie en la entrada, manos tras la espalda y la cabeza en ese curioso ladeo que parece no poder evitar.
—Pero no está contra las reglas —señala Jim, con una sonrisa tan falsa como la pantalla. No se levanta de la silla.
—No lo está —concuerda Spock—. De cualquier manera, la asistencia es recomendada como una forma de ampliar la experiencia de aprendizaje. Tu participación también sería benéfica para tus compañeros de clase.
Jim ríe, despectivo.
—Hay un montón de maestros de primaria que estarían en desacuerdo contigo.
— ¿No estaban al tanto de tu perspicacia intelectual? —pregunta Spock con seriedad.
Jim casi sonríe.
—No: lo estaban.
—Entonces, no comprendo.
—Es que era igual de desagradable que ahora, comandante. ¿Qué hay que comprender aparte de eso?
Spock, muy obviamente, no lo capta, pero Jim no tiene ánimos para seguir con esto.
— ¿No te preguntas cómo entré aquí?
—Asumo que usaste el mismo método aplicado cuando entraste sin permiso hace tres noches.
—Los códigos de seguridad apestan —dice Jim—. Y probablemente deberías reprogramar los tuyos también…
—Son incapaz de sobrepasar tu encriptación.
Jim se muerde el labio para evitar burlarse. Sabe que los vulcanos supuestamente no tienen emociones, pero este está claramente irritado.
—Puedo mostrarte, si quieres —ofrece. Alza las manos cuando los ojos del comandante se entrecierran—. Sin trucos, lo prometo —pretende ser sarcástico, pero Spock sólo asiente.
—Tendrás que acompañarme al cuarto de control.
Jim se levanta de la silla del capitán.
—Pudiste pedírmelo después de la primera vez que lo intentaste. No quieres que nadie actúe como mi imitador.
—Después de que seas disciplinado, es seguro que pocos desearán cometer el mismo error.
—Ah, entonces seré el ejemplo de lo que no se debe hacer —eso tampoco es nuevo—. Suena correcto. Mira —dice, tan abruptamente, que Spock pausa en la puerta del cuarto de control—, no es necesario tener una audiencia. No lamento lo que hice, así que puedes ir y decirle a Barnett que tiene vía libre para firmar mis papeles de ejecución o lo que sea.
—La Flota Estelar no emplea la ejecución como método de disciplina.
— ¿Siempre eres tan literal? —Dice Jim, sacudiendo la cabeza—. Ejecución, expulsión: son lo mismo.
Las cejas de Spock se han arrugado, lo que suaviza la severidad considerablemente.
—Esperas ser expulsado.
—Sí, bien, me acusaste de hacer trampa. ¿Qué otra opción hay?
—Sería muy ilógico expulsar a alguien de tu calibre. La disciplina, sin embargo, debe ser sostenida. La deslealtad académica es una ofensa seria —dice Spock, el tono regresando a aquél que estaba usando durante su clase—. Si la Flota Estelar ha de funcionar de manera óptima, todos sus oficiales deben adherirse a un estándar estricto de propiedad…
— ¿No estás saliendo con una estudiante?
La boca de Spock permanece abierta un instante y, entonces, sus ojos se entrecierran.
— ¿Disculpa?
—Uhura. Sales con ella, ¿cierto? —Pregunta Jim, mientras se recarga contra una de las consolas—. Es contra las reglas que te relaciones con una cadete.
Spock continúa con su estudio.
—Tú intensión es la extorsión —dice, especulativo.
Jim pone los ojos en blanco.
—En realidad, no soy un bastardo, ¿sabes?
Las cejas de Spock, en efecto, desaparecen bajo su flequillo ésta vez.
Suspirando, Jim dice con sencillez:
—No me importa que salgas con una estudiante. No voy a decirlo. Sólo estoy estableciendo un punto.
—No lo haces de la forma correcta.
Jim se ríe ante el insulto seco.
—Okay. Me estás acusando de deslealtad académica, ¿no es así?
—Engañar es inaceptable.
—Tener una relación con una estudiante también es inaceptable —apunta Jim, con un encogimiento de hombros—. Eres un hipócrita. Ese es mi punto.
Los ojos oscuros de Spock son extrañamente expresivos, para un vulcano. No luce molesto, al menos, sólo curioso.
—Tu afirmación es válida —dice finalmente, tan filoso como dice todo lo demás.
—Uh… de acuerdo —Jim se rasca la ceja—. Realmente no esperaba que concordaras conmigo.
Gira, lejos de la mirada penetrante, para teclear la línea de comando que usó para pasar por encima de la de Spock. Toma algo de tiempo y se siente un poco nervioso porque Spock sólo permanece detrás de él, mirando por encima de su hombro. Jim se mueve, pero no hay ninguna forma en que pueda evitar el calor irradiando de él, algo que, hasta donde sabe, es normal en los vulcanos cuando están en un entorno más frío que el de su desierta tierra natal.
—Ahí lo tienes —dice finalmente, deslizándose lejos—. Es todo tuyo.
—La complejidad de tu encriptado es impresionante —murmura Spock, mientras sus dedos juegan sobre la consola, ojos fijos en las pantallas—. No creo haber podido llegar a los algoritmos correctos por mi cuenta —levanta la mirada, ceja arqueada—. ¿Otro hábito?
Jim sonríe un poco.
—Eso puede decirse.
— ¿Estarías dispuesto a demostrar tu proceso? —pregunta Spock.
—Uh… sí, sí eso quieres.
—Estoy disponible a las diecinueve horas de mañana. ¿Es aceptable?
—Supongo. Pero, si es para reunir evidencia, no negaré que entré aquí y cambié los parámetros del examen, así que realmente no es necesario…
—No estoy interesado en la evidencia. Ya has admitido tu culpa.
—Nunca fue mi intención pretender que no irrumpí aquí —protesta Jim—. Es un examen injusto…
Spock gira y está tan cerca de Jim, que éste tiene que dar un paso atrás. El comandante no se da cuenta.
—No está hecho para que lo sea —dice—. En vez de eso, su propósito es evaluar como tú, en una posición de mando, enfrentarías un escenario de fracaso.
—Creo que tienes una muy buena idea de cómo lo haría. Cambiar las reglas hasta que funcione.
—Las reglas no pueden ser cambiadas para ajustarse a…
— ¿Alguna vez alguien más intentó reprogramas el Kobayashi Maru?
—No que yo sepa.
—La respuesta es no. la respuesta también es no para la pregunta de si alguien más lo tomó en más de una ocasión. Sólo porque no te gusta mi solución, no puedes negar que es única.
—Sería ilógico negar aquello que es verdadero.
—Exacto. Entonces, ¿qué elegirías si enfrentas a la muerte? ¿Un comandante que se rinde y la deja pasar o un comandante que hará todo para asegurarse de que no sea así?
—Ese no es el punto, cadete.
—Sí, lo es. Sabes todo lo que debes saber sobre el tipo de capitán que yo sería. Si, en algún punto, hacer trampa es la única forma de ganar, entonces eso es lo que elegiría. Esa es tu evaluación, ¿no es así?
Pasa un largo momento antes de que Spock hable.
—Eres un individuo perplejo, cadete. Espero tu tutela —devuelve su atención a las consolas—. Confío en que puedes encontrar la salida por tu cuenta.
Inseguro de si acaba de ser alagado o insultado, Jim se va.
— ¿Qué parte de discúlpate se traduce a ten una cita con él? —pregunta Bones desde donde está sentado contra su cabecera, estudiando tres tabletas al mismo tiempo.
—No estoy saliendo con él. Caray —murmura Jim, mientras pasa de largo su propia cama para derribarse en la de su amigo; Len saca sus pies de debajo del trasero de Jim.
—Bien, no veo porque no —es la respuesta sarcástica—. Le gusta salir con cadetes, ¿recuerdas?
—Uh, ¿lo has visto? —Jim hunde los pies desnudos bajo el muy suave edredón de Len, quien le gruñe. Se cubre las piernas por completo antes de que Len vuelva a prestarle atención a sus tabletas—. El tipo es hermoso.
— ¿Y?
Jim lo ignora y agita una mano perezosa en dirección de su amigo.
—Pásame mi PADD, ¿quieres?
Len levanta la mirada de sus tabletas.
— ¿Enserio vas a estudiar?
—Sí, claro —chasquea los dedos—. PADD —. Len se la pasa, ojos inyectados en sangre llenos de sospecha—. Su clase estaba hablando de triticale. La mayoría eran idiotas, pero Spock tenía algunos puntos interesantes y quiero revisar algo. Te ves mal, por cierto. Deberías dormir.
—Si no paso éste examen el viernes, estaré jodido.
—Ya eres un doctor: no te pueden correr.
—Pueden decirme que me incline para ellos cuando intente abordar una nave estelar.
Jim sonríe y empuja el pie de su amigo.
—Lo harás genial.
Len hace a un lado el cumplido, como siempre, y entorna los ojos.
— ¿Qué dijo sobre el triticale?
—Sólo un comentario sobre los hongos de Tarsus… —silencia a su amigo, habiendo encontrado el documento que estaba buscando. Jim puede escuchar todas las preguntas que Len quiere hacerle. En vez de preguntar, le lanza una almohada, que Jim atrapa y coloca tras su cabeza.
Se acomodan, tan cómodos cómo es posible en el silencio.
En el almuerzo, donde cosas como los sándwiches de tomate deberían ser sacrosantas, Uhura se desploma en la silla frente a la de Jim y se lo arranca de la mano.
— ¡Hey! —Protesta—. ¿Qué carajo?
—Necesito hablar contigo —dice ella y el plato de Jim colisiona con el de Len, para hacer énfasis.
El tenedor de Len está estático frente a su boca. Y, frente a él, Gary Mitchell está sonriendo, como el bastardo que es.
—Okay —acepta Jim—. ¿Me puedes devolver mi emparedado?
—No aquí —dice ella, palabras cerradas, y entonces procede a sujetarle el bícep y él no tiene otro recurso más permitir que tiren de él.
—Sabes —dice, alegre—, mis citas generalmente preguntan antes de sacar las cadenas y los látigos. No es que me importe… sólo creí que debía mencionarlo.
Ahora están en algo así como un rincón apartado y ella lo suelta, su boca retorcida con disgusto.
—Eres un malnacido —sisea.
Jim sonríe, rotando el hombro: ella tiene un sorprendente fuerte agarre.
— ¿Qué hice?
—Le dijiste a Spock que no saliera conmigo —dice con fiereza—. Dios, sabía que eras un idiota…
— ¿Qué? —está boqueando para ella—. Yo no dije…
— ¿Le dijiste que era un hipócrita? —demanda.
—Bueno, sí, pero no…
—No puedes usar esto —dice, su voz tomando un tinte más duro—. No hemos hecho algo, así que si crees que puedes chantajearlo…
— ¡Jesús, no intento hacer nada! —eso sale más fuerte de lo que pretende. Otra sonrisa y baja la voz—. No me importa si sales con él…
—Bien, pues ya no es así.
Levanta las manos en la pose clásica de rendición.
—No fue mi intención provocar esto, lo juro. Sólo intentaba probar un punto.
—Felicidades. Lo hiciste. Ni siquiera sé por qué me sorprende. No podías sólo fallar el examen como una persona normal, ¿cierto? Tienes que ir y destrozarlo todo a tu paso. Ni siquiera te importa que tu bromita estropeara los horarios de otra docena de cadetes que pretendían tomarlo, ¿o sí? Porque lo único que te importa es cuántas reglas puedas romper.
—Oh, esa es una buena —replica Jim—. Regáñame otra vez sobre las reglas y las regulaciones. Y luego recuérdame que estabas intentando acostarte con un profesor.
Los labios de Uhura componen una línea delgada y, por medio minuto, Jim se pregunta cómo se sentirá su puño impactándole en la mandíbula, pero, en vez de eso, ella dice con voz estrangulada:
—Jódete, Kirk.
Jim observa las flores cortadas en una esquina mientras ella se marcha y se obliga a no arrancarlas de su vasija burlesca.
Sabe que no debería entrar a la oficina de Spock como lo hace. Lo sabe y aun así va ahí y se planta en la entrada.
—Tengo que hablar contigo —dice, antes de darse cuenta de que está usando las palabras de Uhura. Y de que Spock ya está hablando con alguien.
Ambos, Spock y el cadete, quien luce como si estuviera a punto de llorar, lo miran. Las cejas de Spock se alzan como única indicación de que escuchó a Jim.
—Como puede ver, cadete, actualmente estoy ocupado y espero que esta reunión dure otros dos punto tres minutos. Tendrá que esperar en el corredor, si así lo desea.
—Tengo que estar en el laboratorio, de todas formas —el cadete murmura, reuniendo sus cosas. Se pasa una mano por la nariz y, entonces, alinea su columna mientras encara a Spock—. ¿Permiso para retirarme, señor?
Spock parece no notar que el labio le tiembla.
—Concedido —dice con simpleza y Jim se hace a un lado para no ser atropellado por la premura del cadete al irse. Empuja la puerta con el talón para cerrarla, lo que hace que la frente de Spock se arrugue.
— ¿Qué le hiciste? —pregunta Jim.
— ¿Disculpa?
—A ese chico. Estaba a punto de llorar.
—Él frecuentemente reacciona de esa manera cuando corrijo sus equivocaciones.
— ¿Te das cuenta de que posiblemente esté aterrorizado de ti?
—No veo razón para que el cadete se muestre asustado ante mi presencia —suena genuinamente perplejo. Y Jim enserio no tiene tiempo para esto.
—Mira —comienza—, Uhura acaba de decirme lo que pasó y, enserio, no fue mi intención que hicieras eso. Ya dije que no pienso comentarlo con nadie, así que no tienes que romper con ella, ¿sí?
Spock está mirándolo, sin siquiera parpadear.
—Es poco probable que te malentendiera —dice por lo bajo—, pero, ¿puedo aclarar tu afirmación?
Jim sacude la cabeza, más frustrado de lo que nunca alguien lo ha puesto.
— ¿Qué parte?
— ¿La cadete Uhura te dijo que no deseo sostener una relación amorosa con ella?
—Sí: estaba molesta porque le dijiste que iba a chantajearte.
Las cejas de Spock se juntan.
—Nunca hice tal comentario.
—Pues, entonces, lo implicaste.
—No creo que desees extorsionarme —dice Spock sin rastro de pretensión—. Ella lo malentendió.
¿Por qué este tipo siempre logra sorprenderlo?
—Bueno, eso… eso es bueno, entonces. Gracias —. Jim se pasa una mano por el cabello—. ¿Puedo sentarme? —Se quita la mochila y se deja caer en la silla sin esperar una respuesta—. Si no fue por mí, ¿por qué no quieres salir con ella?
—Creo que la respuesta es obvia. Estabas en lo cierto al asegurar que mi relación con la cadete Uhura era inapropiada.
—Oh —Jim quiere disculparse por haberlo dicho. Spock no suena molesto por ello, pero es vulcano, así que no puede—. Lo lamento. No fue mi intención que hicieras eso.
—Tu disculpa es innecesaria —dice Spock con facilidad—. No lamento mi decisión —. Mira el cronómetro incrustado en su escritorio—. ¿Hay algo más que desees discutir?
—No. Perdón… ¿tienes clase?
—Yo no. Sin embargo, tú sí. Dado el hecho de que ya faltaste a una esta semana, no creo que sea inteligente faltar a una más.
Jim no le dice que se ha saltado más de una.
— ¿Todavía quieres discutir el algoritmo esta noche?
—No he cambiado de parecer. Si prefieres no hacerlo…
—No, está bien —dice Jim. Sonríe mientras se para—. Te veré a las mil novecientas.
—Espero el momento.
Está a mitad del camino cuando Spock lo llama.
—Cadete.
Jim gira, las cejas elevadas a manera de pregunta.
— ¿Comandante?
—He retirado mi queja.
Jim está seguro de que escuchó mal.
— ¿Qué? ¿Por qué?
Spock lo mira con curiosidad.
—Tú lógica fue correcta. El propósito del Kobayashi Maru es evaluar la respuesta de un cadete ante una situación de fracaso. Basado en tus acciones, se hizo una evaluación.
—Okay, pero… —Jim se tira del cabello, sabiendo que sólo debería dejarlo ser—… me acusaste de hacer trampa.
—No entendía tus motivaciones.
—Comandante… —Jim no tiene idea de porqué sigue hablando—. No malentiendas esto. No lo hice para expresar un gran punto de vista. Sólo no me gusta perder.
Esas cejas negras se levantan.
—Eso fue lo que indiqué en la evaluación. También recomendé una mención por pensamiento original —. Jim boquea; no hay otra palabra para eso. La comisura de la boca de Spock se eleva un poco—. Tu clase comienza en cuatro punto dos minutos y será al otro lado del campus.
—Okay… —Jim da un paso hacia la puerta de la habitación y gira de nuevo—. Escucha, esto no puede tratarse de ti y Uhura porque no le diré a nadie, así que no tienes que…
—Como ya establecí, cadete, nunca creí que tu intensión fuera el chantaje. ¿Hay algo más que quiera discutir?
—Uhm, no —. Las cejas de Jim están arrugadas y probablemente se ve como un idiota. La única bendición que lo salva es que a Spock no le importa. Y, aparentemente, también está perdido en sus pensamientos, lo que contribuye a la buena fortuna de Jim—. Gracias, entonces —dice.
—La gratitud es innecesaria.
—Ya sabes —dice Jim, girando la perilla de la puerta— que se supone que debes decir de nada cuando alguien te da las gracias. Es una costumbre terrestre.
—De nada —las palabras son secas como la arena; Jim sólo agacha la cabeza mientras abre la puerta.
—Así está mejor —dice, por encima del hombro.
Aún puede sentir la mirada de Spock mientras se marcha y el cuello de Jim cosquillea, justo como pasó la primera vez.
—No me agrada esto —dice Len mientras Jim saca ropa limpia.
—Si hiciéramos una lista de todas las cosas que no te gustan… —comienza Jim, con una sonrisa.
—Sería tan larga como una uña, sí, eres muy gracioso. Sólo digo que esto no puede terminar bien. ¿Qué quiere contigo?
—Quiere recuperar sus algoritmos.
—Jim, sabes que…
—Enserio, Bones, necesitas relajarte. Retiró la queja.
— ¿Y no te parece extraño?
—Superé su lógica, como dijiste que hiciera —sonríe Jim—. Un klingon sin su blat'leth, ¿recuerdas?
—Sí, pero me refería a durante la vista, no a que le dieras clases privadas.
Jim sujeta los hombros de su amigo y le da una buena sacudida.
—Ve a estudiar y deja de preocuparte por mí.
—Y, si no lo hago yo, ¿quién? —pero es más un grito que otra cosa, porque Jim ya salió de la habitación.
Camina de un lado a otro frente a la sala de control del simulador diez minutos antes de la hora acordada para verse con Spock. Pero Spock, predeciblemente, también llega temprano. Saluda a Jim con educación antes de abrir la puerta y permitirle entrar primero.
—Estudié tus algoritmos —dice y empieza a desempacar varios PADD's—. Debo admitir que no encontré lógica en tu elección de secuencias.
Jim está intrigado —ha sido así desde el almuerzo—, pero se descubre sonriendo. Se muerde el interior de la mejilla para restaurar el orden.
—Está ahí, pero posiblemente la encontrarás ilógica.
—Tu afirmación no tiene sentido —y, a pesar de eso, Spock luce interesado.
—Lo siento. Aquí, sólo voy a… —levanta la mano, pidiendo cualquier PADD con la que Spock haya estado trabajando y la sujeta un segundo después—. Los códigos generados en computadoras son muy fáciles de descifrar.
—Están diseñados para ser impenetrables.
—Para la persona promedio, seguro, pero obviamente… —hace un gesto, señalando su propio pecho—. Si pasas un montón de tiempo rodeado de sistemas computacionales, no van a funcionar. Y apuesto a que no previste que alguien fuera a venir aquí para reprogramar el examen, ¿cierto?
—Uno espera un alto nivel de honestidad en los cadetes de la Flota Estelar.
Jim sonríe.
—Nunca subestimes al enemigo.
Los dedos de Spock pausan sobre un hilo de números.
—Los cadetes no son mis enemigos.
—Y ese es tu primer error —se burla Jim. Le pasa el PADD y ve a Spock examinando la línea de código con interés—. Aprendí eso de un pirata de Orion, si puedes creerlo. Era un genio.
Los ojos de Spock se alzan con rapidez y Jim se ve atrapado por el café profundo de esos expresivos iris.
— ¿Por qué estabas relacionado a piratas de Orion? —pregunta Spock con curiosidad.
Es tan hermoso, que es imposible no mirarlo detenidamente.
—Sólo uno —responde Jim, obligándose a cerrar la boca. Sólo fue un Orion en medio del montón de gente que conoció tras escapar de la casa de sus abuelos—. Amigo mío.
—En efecto.
Jim sonríe un poco. Spock no es la primera persona en encontrar su historia sorprendente.
—Era un tipo asombroso —añade, sólo porque quiere ver esas cejas desaparecer de nuevo.
—No fuiste un pirata —casi suena a pregunta.
—Sólo porque no tenía la edad suficiente —. Se tensa apenas las palabras salen de su boca. Sería un comentario al aire en circunstancias normales, nada que tomar enserio, aun siendo completamente cierto. Pero Spock ha dejado de estudiar los algoritmos por completo.
— ¿Era tu deseo convertirte en pirata? —Pregunta.
—Bueno, ya sabes —Jim blofea—, como todos los niños. Tú mismo debiste tener algún plan infantil sobre lo que querías ser de grande.
—Mi intención siempre fue tener una carrera en el ámbito científico. Desde el nacimiento, los niños vulcanos son incitados a seguir un camino académico que desarrolle sus habilidades individuales —explica Spock—. Raramente hay desviaciones.
—Oh. Eso suena… muy lógico.
—Los vulcanos se esfuerzan por aplicar la lógica a todos los aspectos de sus vidas.
Jim está tratando de no sonreír, enserio.
—Por supuesto que lo hacen, comandante. Es la única forma lógica de hacer las cosas.
Spock entorna los ojos.
—Estás mofándote de mí.
—No. No lo hago —dice Jim rápidamente—. Lo siento, no. Es sólo que eres… —no quiere decir lindo, porque podría malinterpretarse y ni siquiera es lo que Jim quiere decir en verdad—. Es cotilleo —dice finalmente—. No es lo mismo.
—Estoy familiarizado con la práctica —dice Spock y no hay censura en su afirmación, así que Jim la toma como permiso. Sonríe y toma otra de las tabletas de Spock.
— ¿Quieres que te muestre cómo destrocé tus códigos?
—Te lo agradecería.
—Te estoy entregando todos mis secretos con esto —murmura Jim, extrayendo el código de Spock—. Me debes una.
—Ya que fuiste tú quien violó mis encriptaciones, creo que eres tú quien está en deuda conmigo —. Jim levanta la mirada con rapidez, pero sólo encuentra sorpresa en los ojos oscuros—. ¿Podemos proseguir con su retribución, cadete? —pregunta Spock por lo bajo.
—Será un placer, comandante —dice Jim responsablemente y, enserio, este tipo es para nada lo que esperaba.
—Así no, Gary. Mira… —Jim ajusta la postura de su amigo—, así, inténtalo así.
Gary gruñe.
—Dios, apesto en esto.
—Sólo hasta que aprendas cómo hacerlo.
—El examen es mañana.
—Entonces, lo solucionaremos antes de mañana.
—Es fácil para ti decirlo —suspira Gary—. Bien —se aparta el cabello oscuro de la cara—. Muéstrame de nuevo —se acomoda y sacude los dedos mientras una sonrisa confiada florece en su cara—. ¿Estás listo para perder?
—Hace cinco segundos estabas por rendirte —se burla Jim mientras se mueven en círculo—, ¿y ahora piensas que puedes ganarme?
—Es la técnica lo que me falta —señala Gary—. Eso de conocer los movimientos de tu enemigo antes de que te ataque lo tengo.
—Ayuda que tu puntaje esper prácticamente te convierte en vulcano —protesta Jim.
—Ese es el único motivo por el que tomo esta clase, Jimmy. Ahora cállate y déjame suus mahna tu trasero.
Jim sonríe.
—Quisieras.
Y, como siempre, Gary no se las puede arreglar para ganarle. Jim le ofrece una mano y lo levanta de donde estaba tirado sobre la espalda.
— ¿Qué decías sobre suus mahnatearme el trasero?
—Te odio —dice su amigo con entusiasmo aun cuando tiene que hacer una mueca.
La sonrisa de Jim se perturba cuando giran juntos y encuentran a Spock de pie en el borde de la estera.
—Comandante —dice Gary con sorpresa—. Yo… uh, ¿no confundí el día del examen, verdad? Creí que era mañana…
—Su examen, en efecto, está programado para el día de mañana a las cero ochocientas. Mi presencia en éste lugar es una coincidencia. Cadete Kirk —cambia su mirada a Jim—, no estaba al tanto de que tiene entrenamiento en el arte vulcano del Suus Mahna.
Distraído por la túnica de entrenamiento sin mangas que Spock está usando, Jim responde antes de pensarlo bien:
—Tuve un instructor vulcano en una ocasión.
— ¿En efecto? ¿Puedo preguntar dónde? Hay pocos vulcanos residiendo en la Tierra.
Jim no habla sobre Tarsus, sólo porque no. Excepto a Bones y sólo bajo presión. Así que se encoge de hombros.
—Sólo… una vez, cuando era adolescente. Ella era asombrosa.
Spock lo considera y Jim se mueve, súbitamente sintiéndose incómodo en su perfectamente regulado traje de entrenamiento que… luce exactamente como el de Spock, de hecho, así que no está seguro de porqué el comandante tiene la necesidad de verlo de arriba abajo.
— ¿Te interesaría entrenar conmigo? —pregunta Spock eventualmente.
— ¿Quieres practicar Suus Mahna conmigo?
—Tú técnica es impresionante —dice Spock, ojos llenos de intención de nuevo—. Pienso que encontraré la experiencia estimulante.
La repentina tos de Gary tuvo sus comienzos como un ataque de carcajadas. Termina cuando Jim le encaja el codo en las costillas.
— ¿Se encuentra enfermo, señor Mitchell? —pregunta Spock, con una ceja en alto.
El pequeño escándalo de Gary desaparece súbitamente, mientras él se endereza.
—No, señor. Lo siento, señor. Es sólo que… —mueve la cabeza en dirección de las regaderas—. Uh, tengo que estudiar, creo.
—Pienso que eso sería inteligente —concuerda Spock. Tan afilado, que Gary se poncha. Murmura su despedida y se marcha con un suspiro.
—Asustas a todos, ¿no?
—No parezco tener el mismo efecto en ti.
—Soy a prueba de sustos —sonríe—. Entonces, ¿quieres…?
Spock vuelve a estudiarlo.
— ¿Tienes experiencia con la lirpa?
—Probablemente no tanta como tú —Jim se permite un dejo de modestia.
El comandante no parece engañado. Toma una de las armas vulcanas en el muro, aunque no son lirpas de verdad, ya que el filo del borde curveado y el mazo a los extremos están hechos con un material más ligero. La mueve para adoptar la pose tradicional.
— ¿Comenzamos?
Jim elige su propia arma y, aunque no son tan pesadas como lirpas reales, son una aproximación cercana. Se toma un instante para familiarizarse de nuevo con el objeto y entonces imita la postura del comandante.
—Fal'i'kal —dice Spock por lo bajo a manera de anunciar el ritual y, con eso, el combate comienza.
Spock es habilidoso, aunque Jim no apostaría por él. Jim ha practicado esto desde los doce años y, aunque Spock seguramente desde antes, consigue bloquear cada uno de los golpes del comandante, observando cada uno de los reflejos de sus músculos con cuidado, justo de la misma forma en que Spock lo mira a él.
Por supuesto, Jim no tiene la misma fuerza o resistencia que él y está sudando cuando el mazo conecta con su cadera. Empujado hacia atrás varios pasos, Jim levanta su lirpa para contrarrestar y apenas consigue bloquear un tajo del borde afilado contra su pecho.
Cuando su propia arma por fin es descartada, Jim sujeta la lirpa por en medio de donde las manos de Spock la agarran y la gira, usando su cuerpo como palanca.
La expresión de Spock ni siquiera cambia. Cambia fácilmente al combate mano a mano, que es, seguido, más empleado en el Suus Mahna, moviendo a Jim hacia atrás mientras intenta alentar los ataques, luego, rodando e inclinando el cuerpo cuando eso falla.
—No dudes en atacarme —dice Spock, sonando tan poco afectado como si sólo paseara por el parque—. No vas a lastimarme.
Jadeando, Jim se agacha cuando una de las manos de Spock se acerca mucho a su cara.
—No eres tú… quien me… preocupa —y, jódanlo, Spock está impresionado de nuevo.
Prácticamente burlándose de él con movimientos predecibles. Con una mueca, Jim se lanza hacia él y, como si Spock lo hubiera sospechado desde el principio, el comandante sólo se mueve y gira en otra dirección. Tan obnubilado por la gracia de sus movimientos, Jim no está preparado para el momento en que Spock aparece de nuevo y lo sujeta por la muñeca.
Jim, por instinto, relaja su cuerpo, pero no es arrojado al suelo como sospechaba. Tiran de él con fuerza hacia adelante, en vez de eso. Hay un shock, como electricidad saliendo de donde Spock lo está tocando; Jim respira hondo. Spock lo está mirando, el movimiento completamente pausado. Y, en ese segundo eterno, Jim se siente ahogado en la alarma de Spock.
Y, entonces, tan abruptamente como inició, el comandante lo suelta y Jim recuerda cómo respirar.
—Yo… me disculpo —dice Spock, vacilante—. No fue mi intención… —su voz está ronca, distante. Tiene los labios pálidos mientras los presiona y se aleja, los brazos rígidos a los costados—. Gracias por el encuentro —dice rígidamente antes de desaparecer.
Desorientado, Jim sólo lo ve irse.
No ve a Spock en dos días, algo que no debería ser tan notorio como resulta.
— ¿Qué pasa contigo? —pregunta Len, sacando a Jim de su ensimismamiento con un piquete en el hombro durante otro almuerzo, uno donde su sándwich de tomate sobrevive. Aunque lo está despedazando en vez de engullirlo.
—Nada —dice con una sonrisa rápida, salvando lo que puede de su comida y metiéndosela en la boca.
—Has estado distraído dos días.
—Nervios por la última semana de clases —dice, encogiéndose de hombros—. ¿Estás listo para tu examen de mañana? —Es una distracción terrible y Len abre la boca, posiblemente para decirlo, pero el PADD de Jim se enciende, anunciando un mensaje. Frunce el ceño mientras lo abre.
— ¿Qué quiere Pike? —pregunta Len, porque está acostumbrado a leer al revés.
—Ni idea —murmura Jim, revisando el mensaje: 1700, oficina de Pike—. Probablemente darme una buena por meterme con el examen.
—Pero Spock retiró la queja.
Jim sacude la cabeza. Detesta que su estómago se encoge ante la idea de la desaprobación de Pike. Enserio lo odia. Pike es sólo una persona más: su enojo no debería significar tanto. Pero su Yo interior lo traiciona de todas formas. Hace a un lado los restos destrozados de su emparedado.
Cinco horas después está sentado en la oficina de Pike, una hora antes y con los pulgares tocando ritmos en sus muslos. La oficial bajo órdenes del capitán no deja de ofrecerle café y el hecho de que es hermosa no contribuye a que diga que sí. Sólo sacude la cabeza y desea que la puerta de Pike se abra de una vez.
Cuando finalmente lo hace, el estómago de Jim danza de nuevo: esa es la voz de Spock saliendo del interior.
—…tiene mi gratitud, capitán.
—Siempre y cuando él acepte, tiene todo mi apoyo, comandante. Y sé que es una emoción que usted no experimenta, pero estoy feliz por usted.
Salen juntos y Jim se apresura a ponerse de pie, sus ojos fijos en Spock, quien parpadea.
—Hola, comandante —ofrece Jim, deseando que la incomodidad sólo esté en su cabeza.
—Jim, llegaste temprano —Pike llama su atención.
—Lo siento, señor. Tuve un periodo libre.
—Bien, de acuerdo. Quería hablar contigo sobre tu asignación. Spock puede quedarse, si no te importa.
—Uh, no, señor —y que Spock vuelva a fruncir los labios con fuerza no es razón para negarse.
—Oficial Tee, cuando la comandante March llegue, pídale que espere. Entren, caballeros —los lleva al interior y cierra la puerta—. Normalmente, ésta sería una discusión privada, pero Spock acaba de aceptar ser mi primer oficial, así que todo queda en familia.
Jim le ofrece al comandante una sonrisa.
—Felicidades —dice con sinceridad y recibe un corto asentimiento en respuesta. No es que esperara una sonrisa, pero comienza a preguntarse qué carajo hizo para ofender tanto al vulcano. Jim regresa su atención a Pike, con la sonrisa un poco más forzada que antes—. ¿Te asignarán el Enterprise?
—Los rumores aún circulan, al parecer —dice Pike con una risita—. El Enterprise, así es. Y te quiero como mi oficial táctico, con el rango de teniente. Reportarás directamente al comandante Spock. ¿Eso funciona para ti?
Jim no puede hacer nada para detener la sonrisa transformando su cara.
—Sí. Sí, señor —corrige—. Gracias.
—No me agradezcas. Esto lo lograste solo, Jim.
El alivio de Jim burbujea al exterior en forma de risas. Mira a Spock, pero el comandante está completamente inexpresivo: su rostro, sus ojos. La misma desorientación fluye y Jim se concentra en Pike, que sigue hablando.
—Estará lista en algunas semanas, así que tendrás algo de tiempo libre después de tu último examen —Pike le ofrece una mano. Jim la toma y todo se siente surreal—. Estoy orgulloso de ti, Jim. Y, entre nosotros, me gustó tu solución. Fue, definitivamente, única.
—Gracias —dice Jim de nuevo, por qué no sabe qué más podría agregar. Pike le da una palmada en el hombro y lo deja ir. Abre la puerta y Jim sigue a Spock fuera de la oficina. Se limpia las manos en los pantalones, sin estar seguro de porque todo parece tan raro.
—Felicitaciones —habla Spock primero, con la voz baja en el silencioso lugar. La oficial les lanza una mirada antes de devolverla a su computadora.
Jim se guarda las manos en los bolsillos.
—Gracias —está a punto de girarse e irse tras no obtener una respuesta, pero se detiene cuando Spock dice:
— ¿También juegas ajedrez?
Jim parpadea ante el cambio de tema.
—Uhm… sí.
— ¿Te interesaría jugar?
— ¿Contigo?
—Puedes declinar, si así lo deseas.
Pasándose los dedos por los labios, Jim se pregunta qué pasó con el inesperado Spock. Éste le recuerda a T'Kal. Rígido como el diablo.
—No, me gustaría —dice finalmente—. ¿Cuándo?
—Ahora estoy libre.
— ¿Dónde?
—El salón de oficiales sería adecuado.
—Guíeme entonces, comandante.
Técnicamente, Jim no tiene permitido el paso al salón de oficiales, dado que no es uno. Por supuesto, ha estado ahí en múltiples ocasiones. Y, tal vez, hay alguna cláusula que permite a los oficiales llevar acompañantes. Jim no tiene idea y tampoco le importa mucho. Sigue el paso del comandante y atraviesan la corta distancia en silencio.
Hay cuatro personas más en el salón, investidos en sus propias conversaciones apagadas o trabajando a solas: nadie parece notarlos.
Guardan silencio mientras acomodan las piezas.
—Esperaba que me asignaran a la Enterprise —dice Jim eventualmente—. ¿Y tú?
—No tenía expectaciones.
Jim acomoda su último peón y, cuando levanta la mirada, Spock ya ha terminado y sólo se encuentra mirándolo. Jim intenta sonreír.
— ¿Ninguna? —Pregunta—. ¿Solicitaste labores en el espacio profundo?
—No hice peticiones específicas —responde Spock con el mismo tono apretado que usó desde que Jim entró a la oficina de Pike.
—La Enterprise obtendrá las mejores misiones, con un montón de oportunidades de realizar exploraciones científicas —Jim está intentando confortarlo, se da cuenta. No está seguro de que esté funcionando. El silencio de Spock parece indicar que no lo está.
Tomándose la oportunidad de estudiar el tablero después de que Spock haga el primer movimiento, Jim pregunta:
— ¿Estás bien? —mira hacia arriba cuando no hay respuesta: el rostro de Spock permanece inexpresivo—. Estás silencioso —Jim desliza un peón hacia un nuevo cuadro.
—Mi mente está ocupada —dice Spock tras un momento.
—Oh. Bien —Jim lucha por decir algo—. Si no quieres jugar, podemos…
—Me parece que el ajedrez motiva la estimulación mental.
Jim sonríe involuntariamente.
— ¿Te ayuda a pensar?
—Afirmativo.
Asintiendo, Jim espera mientras Spock estudia el tablero. Cuando ha hecho su movimiento, dice:
—Si quieres hablar sobre eso… —los ojos de Spock lo contemplan—, sea lo que sea... no soy bueno conversando o algo así —aclara—. Pero, si quieres.
Tiene que bajar la vista para huir de la intensidad de la mirada de Spock. Vuelve a elevarla cuando Spock dice:
—Tu oferta es apreciada.
Sonriendo, Jim aventaja a Spock nuevamente en el tablero.
—Pike fue quien me sugirió unirme a la Flota Estelar —dice, sólo para tener algo que decir—. Decir que me retó sería lo correcto.
—El capitán Pike me explicó las circunstancias relacionadas a tu alistamiento —murmura Spock.
— ¿Lo hizo? ¿Todo queda en familia y eso? ¿Qué hay de ti? —Pregunta Jim—. ¿Qué hizo que decidieras unirte? ¿O es sólo que siempre estuviste destinado a hacerlo?
Spock ladea la cabeza, la contemplación delineando sus facciones a pesar de la inexpresión.
—Pienso que esa es una afirmación aproximada —captura uno de los peones de Jim—. Mi padre, sin embargo, deseaba que me uniera a la Academia de Ciencias Vulcana. No estaba complacido por mi elección.
—Eres un poco rebelde, ¿no, comandante?
—En efecto —y ahí está, ese pequeño tic en los labios que nadie más podría llamar una sonrisa.
— ¿Y qué hay de tu madre? —Pregunta, golpeando con un dedo a su caballo—. ¿Qué dijo ella?
El rostro de Spock se suaviza.
—Mi madre —dice por lo bajo— se mostró orgullosa ante mi decisión. Ella es humana.
Jim levanta la mirada.
— ¿Lo es?
— ¿Te sorprende?
Sonriendo, Jim sacude la cabeza.
—No en realidad, de hecho. Debe ser asombrosa.
Y algo en Spock se ilumina, apenas notándose en los ojos cafés.
—Ella es un individuo único.
Sonriendo, Jim dice:
—Me encantaría conocerla.
—Ella, sin duda, correspondería el sentimiento.
Jim trata que ese comentario signifique nada —porque sabe que así es—, pero es más difícil de lo que debería.
Spock aparece en el desayuno, justo mientras Jim se llena la boca de avena. Len y Gary, que se acaban de sentar en dos de las sillas al otro lado de la mesa, abren las bocas en su dirección.
—Comandante —Gary comienza con nerviosismo—, hice algo que…
—Mis asuntos son con el cadete Kirk —interrumpe Spock perfectamente, con los ojos fijos en Jim—. Mi trabajo será completado a las dos mil cien horas de ésta tarde, en caso de que le interese reclamar la revancha.
Jim sonríe.
—Estaré ahí.
Spock hunde el mentón en acuerdo aparente y, sin decir más, se va.
— ¿Una revancha en Suus Mahna? —Pregunta Gary—. Al menos no eres completamente invencible —dice con una sonrisa.
—En ajedrez.
— ¿Jugaste ajedrez con él? —Los ojos de Gary lucen como si estuvieran a punto de salirse de las cuencas—. Sabía que eso era un eufemismo —grazna, triunfante—. Cuando dijo que eras muy estimulante. No puedo creer que te estés acostando con él.
—Cállate —sisea Jim, mirando alrededor para asegurarse de que nadie oyera—. No estamos teniendo sexo.
—Sí, claro. Ajedrez —al menos baja la voz—. Estás jugando ajedrez con un vulcano. Estás revolcándote con él.
— ¿Cómo es que soy la única persona que no sabía que el ajedrez es erótico para los vulcanos? —Gruñe Len.
—No lo es —bufa Jim—. Es una ilusión. Enserio, Gary, deja de ser un imbécil. No tenemos sexo. Es contra las reglas.
—No eres su alumno.
Jim frunce el ceño.
— ¿Qué? ¿Y? es contra las reglas que cualquier cadete salga con un instructor.
—No, no lo es —Gary muerde un trozo de tocino con un ruidoso crujido—. ¿Por qué crees que no tomé la clase de Shaw el primer año?
— ¿Dormiste con Shaw? —Pregunta Len, antes de golpearse la frente—. ¿Por qué demonios me relaciono con ustedes dos?
Jim lo ignora.
— ¿Estás diciéndome que sólo es contra las reglas si tomas clases con él? ¿O ella? —Añade precipitadamente.
Gary sonríe.
—Eso es lo que te digo, amiguito Jim. ¿Hay algo que tú quieras decirme ahora?
Confundido y ligeramente aterrado, Jim aleja la mano agitándose frente a su cara.
—Jódete, Gary. No me acuerdo con él.
—Tal vez no aún…
—Piérdete, Mitchell —exige Len y Gary de inmediato frunce el ceño.
— ¿Qué? ¿Por qué? Sólo estoy jugando.
—Tienes clase, idiota —Len señala el largo cronómetro en la pared y Gary suelta una palabrota.
—Mierda, gracias. Si llego tarde de nuevo… —se mete el resto de tocino en la boca y, con un atolondrado movimiento de la mano, se une a tres compañeros para salir a toda velocidad.
Jim vuelve a su avena, porque no le gusta la forma en que Len está mirándolo.
—Entonces, ¿cuál es la historia, Jim?
Jim sonríe entre cucharadas.
—Ya conoces a Gary: es un idiota.
—No es a lo que me refiero. Es raro que viniera como lo hizo.
— ¿Por qué es raro?
—Sólo lo es. ¿Qué rayos pasa entre ustedes dos?
Jim se encoge de hombros y se aleja de los piquetes de su amigo.
— ¿Qué? Nada. Somos amigos. O lo que sea.
—Oh, eso es muy claro, Jim.
Jim vuelve a encoger los hombros.
— ¿Has oído algo sobre tu asignación?
—No y no cambies de tema…
—Mira, Bones. Es nada, ¿sí? No creo que tenga a alguien más de su nivel, así que sólo es eso. No está coqueteándome con ajedrez.
— ¿Por qué estás tan seguro de eso?
Hundiendo la cuchara viciosamente en la avena, Jim llega al límite.
— ¿Podrías detenerte?
Todo se queda en silencio, excepto por el irritante zumbido de los cadetes al otro lado de la cafetería. Cuando suelta la cuchara, hace eco al costado del plato hondo. Se sobresalta cuando Len le aprieta el cuello.
—De acuerdo —acepta su amigo de mala gana, dándole un leve empujón—. Me callaré y, por cierto, también tienes clase. Igual que yo.
Jim sonríe por el tono afilado.
Espera a Spock afuera del salón de oficiales. Cuando el comandante llega, saluda a Jim con un apagado Buenas tardes.
—Hey —contesta Jim con una sonrisa.
Spock coloca las manos tras la espalda y, con solemnidad, pregunta:
— ¿Tienes una relación con el doctor McCoy?
— ¿Qué? —Jim casi se ríe por lo abrupto de la pregunta—. No. ¿Por qué?
Spock frunce un poco el ceño.
—No pareces sorprendido por la cuestión.
—No es la primera vez que me lo preguntan.
Las cejas se elevan.
— ¿En efecto?
—Pasa al menos dos veces por semana.
—Eso sugeriría que ustedes comparten una relación cercana inusual —dice Spock, ojos entornándose.
—Bueno, sí: es como mi hermano. No como mi hermano tal cual, porque a él no lo he visto en años, pero sí, como un hermano al que puedes tolerar.
—Ya veo.
—Entonces —dice Jim, restregándose las manos e ignorando la confusión plasmada en el ceño de Spock—, ¿estás listo para ser derrotado?
—Es ilógico prepararse para algo que no ocurrirá —dice Spock, permitiendo que su mano sea escaneada para entrar al salón. Jim sonríe mientras lo sigue al interior del salón vacío.
— ¿Deseas una bebida? —Pregunta Spock, deteniéndose frente al replicador.
—Cerveza andoriana. Gracias.
Spock simplemente asiente; ordena una taza de té vulcano especiado para sí mismo y entonces va con las bebidas a la mesa que han proclamado como suya.
—No es que me queje —dice Jim cuando comienzan el juego—, ¿pero qué pasa con la pregunta incómoda? Estoy seguro de que está listado en algún lado que es inapropiado preguntarme sobre mi vida amorosa.
—La cuestión indudablemente cae dentro de la categoría de interacciones inapropiadas entre cadete e instructor. Sin embargo —dice Spock, encontrando su mirada—, no soy tu profesor.
La torre de Jim se queda estática en el aire. Está seguro de que escuchó mal. O, si no lo hizo, sólo fue una oración declarativa y nada más. Le da un hogar a la torre; sonríe.
—Buen punto. ¿Tienes planes para tu tiempo libre? ¿O tienes papeleo pendiente o algo por el estilo?
—Mi intención es visitar Vulcano —responde Spock— y deseo tu compañía.
No hay torre a la que se pueda sujetar ésta vez.
— ¿Uh, qué?
—Pienso que mi oración fue clara. Deseo que me acompañes a Vulcano —ya no pretenden jugar ajedrez, si es que de eso se trataba. O tal vez Spock no entiende cómo suena lo que está diciendo.
—Comandante…
—Ya no es necesario que te refieras a mí por mi rango.
Jim siente a su cara delatando su confusión, pero antes de que pueda enredarse con más palabras, Spock dice, son súbita tensión:
—No estoy familiarizado con los rituales terrestres de cortejo. ¿Malinterpreté tu interés?
Y eso es, ciertamente, más claro. Lo que significa, por supuesto, que Jim sólo puede hacer eco estúpidamente:
— ¿Mi interés? —Y, entonces, sintiéndose en blanco—. Espera, ¿te refieres a mí interés o a tú interés?
—El mío no está bajo cuestión —dice Spock por lo bajo. Sus manos se cierran a ambos lados del tablero de ajedrez, lo que resulta desconcertante por su cuenta—. Deseo cerciorarme de si tu comportamiento reciente indica un deseo de establecer una relación amorosa conmigo. —Jim sólo puede mirarlo. La arruga en el entrecejo de Spock que es, de hecho, un gigante fruncimiento, se materializa—. Expresaste interés en mi familia, así como un deseo por pasar tiempo conmigo. También, he notado que, entre humanos, las bromas pueden interpretarse como un medio de coqueteo. Si lo requieres, también puedo señalar múltiples respuestas físicas que parecen indicar deseo de sostener relaciones sexuales.
La cerveza de Jim es escupida a través del tablero de ajedrez.
—Mierda. Lo siento —. Se talla la boca con una mano y baja la botella con un estrépito—. Pero el ajedrez. Enserio es flirteo.
Spock ladea la cabeza.
—Esa palabra es desconocida para mí.
—Coqueteo —repite Jim, haciendo un gesto y, Dios, ¿qué demonios está pasando aquí? No es que no esté interesado en sostener relaciones sexuales y… joder, ¿por qué esa frase lo está excitando?—. Ya sabes, eso previo al sexo —Spock parece no entender eso mejor, así que Jim señala decididamente… nada—. Estás usando el ajedrez para seducirme.
Ya no puede ver las cejas de Spock.
— ¿Encuentras nuestras partidas sexualmente estimulantes?
— ¡No! —pero, tal vez, esa es la respuesta equivocada—. ¿Tú sí? Digo, está bien si así es. Caray, generalmente soy mejor en esto.
—Cadete… —una pausa—. ¿Puedo usar tu nombre de pila?
Eso suena significativo, pero Jim no puede enfocarse muy bien y no es exactamente su culpa.
—Por supuesto.
El rostro de Spock se relaja ligeramente. Sus dedos se despliegan, las palmas extendidas sobre la mesa ahora.
—Jim —dice por lo bajo y Jim, de inmediato, se sonroja. Los ojos de Spock lucen suaves, relejando la tenue luz—. Encuentro tu inteligencia estimulante y tus métodos al jugar ajedrez me fascinan. De cualquier forma, no te invité a jugar ajedrez para, como dices, seducirte. La seducción es ilógica, ya que sería más sencillo simplemente establecer mi interés. Lo que he hecho. Ahora solicito que me digas si es recíproco.
Jim no sabe si debe sonreír o boquear.
—Con todos esos indicadores, creí que estaba siendo transparente.
El mentón de Spock se levanta, los hombros irguiéndose también, y los ojos oscuros, brillantes.
—El alivio no es una emoción que los vulcanos se permitan sentir, pero me encuentro aliviado, sin embargo —levanta una de sus manos, los primeros dos dedos extendidos—. Este es un gesto de afinidad entre parejas establecidas. ¿Me permites?
Cuando las manos de ambos se encuentran, sienten la misma chispa de electricidad de antes. Es… placentero.
—Los vulcanos son telépatas táctiles, ¿cierto? ¿Puedes leer mi mente de esta forma?
—Tus emociones, solamente —murmura Spock. Está explorando lentamente la mano de Jim, con los ojos oscuros mientras traza los nudillos y las venas antes de regresar arriba, el reverso de sus propios dedos tocando también—. Soy consciente de que este acto no te estimula de la misma forma que a mí…
—No, me agrada —Jim prefiere ignorar su voz temblorosa.
No debería estar excitado por esto. Tal vez es la concentración, el absoluto enfoque de la atención de Spock. Y luce tan… Jim no puede explicarlo, pero tampoco puede dejar de mirar.
—Aceptaré reciprocidad —dice Spock, voz baja y ronca.
Jim ríe, tembloroso y todo, pero se ríe. Y, cuando empieza a explorar también, los ojos de Spock siguen sus movimientos, pero sólo por un momento y, entonces, sujeta a Jim por la muñeca con ligereza, pero Jim puede sentir su corazón latiendo, porque los vulcanos son tres veces más fuertes que los humanos y sabe lo que Spock podría hacer con él si quisiera.
—Tu latido cardiaco ha incrementado —dice Spock, con un curioso ritmo en la oración. Jim pasa saliva y no responde. Spock se pone de pie con un movimiento rápido, rodeando la pequeña mesa y, con sólo un ligero tirón, levantando a Jim. Sólo unos centímetros más y se estarían tocando en todas partes—. No creí que mi tacto fuera a resultarte tan placentero.
—Yo tampoco… —Jim se moja los labios de forma inconsciente, pero entonces se da cuenta de que Spock los está mirando. De que la boca de Spock está justo ahí.
— ¿Me permitirías…?
Sólo se le ocurre que tal vez esta no era la pregunta cuando ya está besándolo. Spock parece sorprendido al principio, inseguro de dónde poner sus manos y eso es… sorprendente. Y jodidamente sexy.
Jim no pregunta, por supuesto, y tampoco importa, de todas formas. Porque Spock sabe besar y, cuando por fin se apartan por aire, ambos están agitados.
— ¿Estamos bien? —pregunta Jim, aunque no está seguro de porqué, ya que fue Spock quien empezó todo esto.
—No tengo quejas —dice Spock seriamente. Toca con los dedos la mejilla de Jim y esa pequeña chispa cosquillea contra su piel—. Me gustaría repetir la experiencia mañana.
Jim se muerde el interior del labio para evitar sonreír mucho.
—Funciona para mí.
Spock inclina el mentón y se aleja lo suficiente para que parezca respetuoso.
—Tengo curiosidad —dice—: ¿por qué creíste que el ajedrez era una invitación para tener intimidad?
—Uh… — ¿cómo le explicas el porno a un vulcano?—… es sólo una malinterpretación que los humanos tienen sobre los vulcanos.
—Muy ilógica —murmura Spock—. Sin embargo, pienso que podría explicar el porqué de que la cadete Uhura me pidiera enseñarle a jugar. Pensé que era una petición extraña en el momento.
Y Jim no puede evitarlo esta vez: se ríe.
Jim sacude una de sus tabletas en dirección de Jim apenas entra.
—Tendrás que soportarme mucho del futuro próximo, niño.
Jim sonríe y de inmediato se desploma en la cama para robar la tableta de su amigo.
—Por este medio le comunicó que fue asignado a la U.S.S Enterprise, blah, blah, blah, como teniente comandante… tienes más rango que yo, bastardo… jefe de xenobiología —Jim silba y le lanza una mirada a Len—. Bueno, lo hiciste bien por tu cuenta, ¿no es así?
Len toma el PADD de vuelta.
—Me importa un carajo lo que tenga que hacer, siempre y cuando salga de este planeta —hace la tableta a un lado—. ¿Cómo estuvo tu juego de ajedrez?
—Bueno… —Jim sonríe mientras se para de nuevo y se quita la túnica y la camiseta para lanzarlas a su cama—. Resulta que tenías razón. Bueno, menos en que el ajedrez era para coquetearme.
— ¿Qué demonios significa eso?
Jim vira hacia el baño, hablando por encima del hombro.
— ¡Adivínelo, doctor?
Spock le ofrece los dedos tan pronto como Jim aparece en su alojamiento, que está un poco más que caliente. También están crudamente dispuestos al gusto de la Flota Estelar, aunque Jim tiene entendido que no es necesario que los instructores vivan en el campus. El contacto es igual a como fue antes, aunque ahora el brote de electricidad es más un alivio que una sorpresa.
—Estás pensativo —observa Spock acertadamente—. ¿Puedo ayudarte?
—No se me ocurrió pensar si esto era contra las regulaciones de los navíos —le dice Jim—. No hasta que Bones lo señaló.
— ¿Bones?
—McCoy. Es una larga historia.
—Tienen una historia secreta —dice Spock, con las cejas enarcadas como si estuviera en desacuerdo. Jim sonríe y Spock agrega—: no hay reglas que se apliquen a nuestra situación.
—Bien —Jim quiere acercarse más, pero parece que a Spock le gusta ir lento o tal vez sólo está siguiendo un manuscrito.
Probablemente, a juzgar por sus siguientes palabras, una invitación para sentarse a la mesa, lo que significa que Jim pierde el calor de su mano.
—No estaba al tanto de tus preferencias —dice Spock, señalando los platos—. Mis habilidades culinarias se limitan a platillos vulcanos y, debido a eso, no incluyen carne, pero, si la deseas, puedo replicarla para ti.
—No como carne, de hecho —dice Jim, ocupando su silla y aceptando la cerveza que le es ofrecida—. Y esa también es una larga historia —que involucra cadáveres putrefactos de personas y ganado (obra de Kodos), pero la sonrisa de Jim niega cualquier necesidad de contar esa adorable historia—. Todo se ve genial.
— ¿En alguna ocasión cenaste con tu tutor vulcano? —Pregunta Spock. Sus manos están juntas y no está comiendo, así que Jim tampoco.
—Nope. No era mi tutora como tal. Sólo una maestra para los niños de la colonia en que mi madre estaba asignada.
— ¿Tu madre aún está en servicio con la Flota Estelar?
La mano de Jim se cierra con fuerza alrededor de la cerveza; la fuerza a relajarse. Le da la misma orden a su garganta y dice, con una pequeña sonrisa:
—Ya no. Murió cuando yo era un adolescente —en Tarsus, con los otros.
—No me percaté —Spock toca una de las manos de Jim, sólo una caricia ligera, pero pasa lo mismo que antes, siente la misma chispa—. ¿Quién se hizo cargo de ti?
Alejando la mirada de la mano gentil de Spock, Jim se encoge de hombros.
—Mis abuelos… por un tiempo.
— ¿Después de eso?
Jim aleja su mano y sujeta la cuchara.
—Era lo suficientemente grande para hacerme cargo de mí mismo entonces —dieciséis es lo bastante grande. Toma un sorbo de la sopa—. ¿Cómo se llama esto?
La mano de Spock vuelve a moverse sobre la mesa para tomar su propia cuchara.
—Es sopa plomeek. Me han dicho que a los humanos les parece blanda.
Pero Jim no es quejumbroso cuando se trata de comida.
—Me gusta —dice y sonríe cuando se da cuenta de que Spock está complacido.
—El otro platillo se llama fil-rak. El pan es kreyla.
— ¿Hiciste el pan? —pregunta Jim, sorprendido.
—No soy un habilidoso panadero —dice Spock, con un rastro de sorpresa en los ojos—. Hay un panadero cerca que hace un surtido de panes originarios de mi planeta natal.
—Bueno, está delicioso. Así que, dime, Spock —Jim dice con facilidad—, ¿qué te hizo decidir unirte a la Flota Estelar? Aparte de ser un rebelde. Ya conoces mi historia.
Los labios de Spock se mueven un poco hacia arriba.
—La mía es menos dramática. Aquellos que me ofrecieron un sitio en la Academia Vulcana de Ciencias consideraron a mi madre una desventaja. Yo estuve en desacuerdo.
— ¿Por qué no es vulcana?
—Porque es humana.
Jim intenta no enfurecer ante la distinción. Él sabe, como todos, que los humanos y los vulcanos tienen una historia complicada.
—Espero que no pienses en hablarle a nadie de mí, entonces —lo dice con una sonrisa, pero Spock ya no parece complacido.
—Mis padres y la líder de nuestro clan son conscientes de mis intenciones contigo.
—Oh —sintiéndose un poco como si estuviera atrapado en una novela de romance victoriana, Jim está inseguro de qué responder—. Bueno, eso es…
—No pondrán resistencia —le asegura Spock—. Pensaba explicarlo después de la comida, pero, si lo deseas, lo haré ahora.
Jim coloca el pan de nuevo en el plato, con una sensación desagradable instalándosele en el estómago.
— ¿Qué quieres decir?
—La explicación es… compleja.
Jim hace el plato a un lado y le ofrece una sonrisa motivadora.
—Ponme a prueba.
Spock alza las cejas con reconocimiento.
—Muy bien. ¿Estás al tanto de que mi gente es capaz de practicar la telepatía?
—Fusión de mentes —Jim admite.
—Durante una unión de mentes, un lazo temporal es formado con otro individuo. Pero, como una especie telepática, también formamos lazos entre familiares, establecidos al nacer y reforzados durante la vida de una persona.
—Y lazos matrimoniales —ofrece Jim con un asentimiento—. T'Kal tenía uno —. No explica que lo sabe porque la vio gritar cuando la unión terminó abruptamente, con las manos sujetándose las sienes mientras su esposo se quemaba hasta morir. Ella abandonó Tarsus con cero actividad cerebral. Y no es que eso marque alguna diferencia en lo que Spock está tratando de decir. A menos que…—. No estás enfermo, ¿cierto? —Pregunta Jim—. Los vulcanos pueden padecer problemas neurológicos…
—No padezco una enfermedad —le asegura Spock, aunque hace una pausa y es imposible no notar el temblor en sus dedos—. Los vulcanos no pueden desarrollarse adecuadamente sin lazos familiares —y, de nuevo, hace una pausa, antes de seguir con lo que parece otra parte del guion—. Hay otro tipo de lazo… uno que es raro y reverenciado entre nuestra gente. También es irrompible. En nuestro pasado antiguo, era un lazo generado espontáneamente, típicamente formado entre dos guerreros. Los urgía a intimar, tanto física como mentalmente. Este tipo de uniones son denominadas como Telsu.
—Y tú necesitas una de esas uniones —adivina Jim, no sin sentir una vaga decepción—. Está bien —dice—. No tenemos que hacer algo permanente. Sólo divertirnos un poco está bien.
No espera que el rostro de Spock ensombrezca o que sus ojos se entornen.
—Los vulcanos no buscamos compañeros sexuales temporales —el disgusto está marcado en cada tensa palabra—. Malentendiste.
—Okay —Jim bebe otro sorbo de su cerveza mientras se hunde en la silla, con la expresión abierta—. ¿Entonces de qué se trata?
Spock alza la barbilla, un gesto que lo hace lucir tan desafiante como se supone que no debe ser un vulcano.
—Tú y yo somos Telsu. Con tu consentimiento, pretendo llevarte a la fragua de Vulcano, donde sellaremos el lazo. —Lo único que Jim puede oír es el sonido de su corazón acelerado. Abre la boca tres veces para decir… algo. Que mal que no tiene idea de qué—. Es necesario que respondas —dice Spock, habiendo perdido el gesto desafiante, aunque luce tenso alrededor de los hombros, algo que generalmente luce bien en él, de no ser por…
Jim tiene que pasar saliva antes de que las palabras salgan.
— ¿Quieres que nos casemos? —matrimonio a la vulcana… o lo que sea.
—Según las leyes de Vulcano —dice Spock, tenso—, tú ya eres mi pareja.
—Yo no… —Jim intenta colocar la botella en la mesa—. ¿De qué estás hablando? No podemos sólo estar… —la botella es apostada con un fuerte ruido—. Es desquiciado. ¿Cómo podemos ser pareja?
Spock, de hecho, no lo está viendo a los ojos.
—El último lazo Telsu del que se tienen conocimientos, ocurrió hace cien años. Típicamente, el lazo es reconocido durante la batalla, como ocurría en la antigüedad. En nuestro caso, sentí la unión cuando entrenamos con la lirpa.
— ¿Y por eso te fuiste tan rápido? —Exige Jim, aunque no tiene idea de porqué está tan molesto. Se levanta y, si se siente enfermo, no es por la molestia—. ¿Y cómo carajo sentiste el lazo?
—Cuando te toqué, me percaté de su existencia. Soy un telépata táctil…
—Lo sé —gruñe Jim. Exhala—. De eso se trató todo esto, ¿entonces? —Pregunta, pasándose una mano por el cabello—. Sólo algo que estás obligado a hacer.
Spock finalmente lo mira y ahora es él quien luce confundido.
—No hay ninguna obligación. Deseo la maduración de la unión, igual que tú.
Jim se ríe, por lo bajo y vacío.
— ¿Ah, sí? Porque estoy seguro de que en ningún momento firmé por trucos mentales.
—No es un truco…
—Oh, perdona: es sólo un lazo que se forma de la nada y obliga a las personas a tener sexo. No me niego a tener sexo sólo por sexo, pero creo que el control mental está más allá incluso de mí tolerancia. Así que, si no te importa, me voy —se aleja de la mesa, pero sólo consigue dar tres pasos antes de que Spock le sujete el brazo y le dé la vuelta—. ¡Hey! —y se liberaría si no fuera porque Spock es tres millones de veces más fuerte que él y ni siquiera se está esforzando—. ¿Puedes soltarme? —pide Jim conversacionalmente.
— ¿Te irás si lo hago? —Spock suena igual de razonable.
—No voy a tener sexo contigo sólo para satisfacer un rito antiguo…
—La actividad sexual tiene poca importancia para mí.
—Oh, eso es lindo —dice Jim, arrastrando las palabras.
Y no se supone que tenga que ofenderse porque Spock no quiere tener sexo con él. ¡Él no quiere tener sexo con Spock!
—Nuestra unión tendrá pocas posibilidades de éxito si continúas malentendiéndome —señala Spock y hay un dejo de discordia en su calma.
—Yo no…
—Mi interés es tanto físico como mental —interrumpe Spock—. Sin embargo, no soy humano. Un lazo es esencial para mi bienestar…
—Bueno, siempre y cuando tu bienestar sea lo más importante, ¿por qué tendría que quejarme?
—Tu bienestar emocional es de gran importancia para mí —Spock ignora el sarcasmo—. Deseo hacerte feliz.
—Tengo que admitir que esto no funciona para mí —Jim intenta liberarse, pero es imposible—. Déjame ir —gruñe y Spock, de inmediato, lo libera. Da un paso atrás, la boca convertida en una línea—. Mira —dice Jim, en un esfuerzo por aplacar las cosas, porque es obvio que Spock está ofendido—, estoy seguro de que esto es normal para los vulcanos…
—Como ya especifiqué, este es el primer lazo Telsu existente en un siglo.
—Si ni siquiera es normal para los vulcanos, no puedes esperar que esté de acuerdo con esto —y está siendo razonable, ni siquiera Spock puede debatirlo. Excepto que sí.
—El lazo ya existe —dice por lo bajo—. No tengo recursos en caso de que decidas ignorarlo, pero solicito que consideres mi propuesta cuidadosamente antes de rechazarme.
— ¿Rechazarte? Spock —dice Jim, sin poder hacer más—, yo no… sólo… —quiere tomar la mano de Spock, ofrecerle el toque que pareció disfrutar tanto ayer—. Tú no me quieres. Es sólo una compulsión que estás sintiendo…
—El deseo de estar contigo existía desde antes que notara el lazo —la voz de Spock es suave, medida, e incluso suena como si en verdad lo creyera—. No hubiera pedido tu ayuda con el simulador de otra forma y nunca antes he invitado a alguien a entrenar conmigo. No esperaba encontrar una unión entre nosotros, pero no fue desagradable.
— ¿Se supone que eso me haga sentir mejor?
Spock duda.
—Mi intención era ofrecerte confianza —dice finalmente—, si hay un mejor método, pido que lo compartas.
Jim se obliga a no sonreír.
—No creo que haya una mejor forma.
—Entonces, tal vez, no estoy explicándome correctamente. No experimento emociones de la misma forma que tú…
—Creí que los vulcanos no experimentan emociones.
—Eso es una falacia —le dice Spock—, aunque es una que fomentamos —dice sin mortificación, sólo como un hecho—. La realidad es que los vulcanos experimentamos las emociones con más intensidad, especialmente aquellas compartidas entre una pareja. La unión nutre estas emociones y les da la avenida apropiada para ser expresadas.
Jim guarda silencio un largo rato. Parece demasiado obvio señalar:
—Yo no soy vulcano.
—Y, aun así, estás tan afectado por el lazo como yo. Te has mostrado sorprendido por tu interés en mí.
Por supuesto que Jim no puede debatir eso.
—Es sólo que… yo usualmente no… —es imposible terminar eso sin sonar como si sólo le importara el sexo, algo que no es exactamente cierto, aún si su pasado lo reafirma.
—Lo que es, de hecho, mi punto —dice Spock por lo bajo. Cuando Jim permanece callado, pregunta—: ¿considerarás mis palabras? Respetaré tu última palabra.
Los labios de Jim se curvan, pero no es una sonrisa.
— ¿Se trata de un lazo permanente y aun así es tan sencillo dejarlo ir?
Spock delinea con los primeros dos dedos la barbilla de Jim, provocando que este trague saliva con dificultad.
—Negativo —murmura Spock, pero no elabora y, cuando se aparta, Jim se siente vacío.
Entonces, lo siente —y tal vez es el lazo lo que le permite distinguir la sorpresa de Spock—: su placer, todo transmitido por medio de sus ojos.
—Es demasiado que considerar.
—Eres incapaz de tomar una decisión basado sólo en la lógica.
—Si quieres a alguien lógico, no soy yo —pero, aun cuando lo dice, Jim le acaricia los dedos.
—Y, a pesar de eso, no deseo a alguien más.
Jim sonríe, pero incluso así…
— ¿Irrompible, eh? Querrás deshacerte de mí en una semana —y añade, por encima del intento de hablar de Spock—: ¿y cómo se supone que va a funcionar? Digo, trabajaremos juntos, pero…
—Te seguiré a donde vayas —interrumpe Spock, como si ya hubiera tenido todo el tiempo del mundo para considerarlo. Ha tenido más que Jim, al menos— Tienes grandes aspiraciones en cuanto tu servicio en la Flota Estelar. Yo no poseo tales ambiciones: estaré satisfecho con servir como oficial de ciencias en cualquier nave que eventualmente dirijas…
—Debes tener alguna ambición —protesta Jim—. Ya eres primer oficial… espera, ¿dijiste cualquier barco que eventualmente dirija?
—Afirmativo.
Jim puede sentir sus cejas frunciéndose mientras mira a Spock.
—No es eso… ¿algo optimista?
Spock ladea la cabeza.
— ¿No es tu intención comandar una nave?
—Sí. Digo, por supuesto que sí, pero hace una semana pensabas que tenía un gran problema de personalidad.
—Mi juicio de tu personalidad estaba incompleto —desacuerda Spock—. Te encuentro inusualmente ingenioso e inteligente. Admito que estaba molesto por la facilidad con la que sobrepasaste mi programa, lo que provocó que fuera injusto en mi primera apreciación. Aparte de mi confianza en tus habilidades únicas, creo que el capitán Pike no tiene intención de dejar que nadie más que tú comande el Enterprise una vez sea promovido.
Le toma un minuto asimilar eso.
—Dijo que podía volverme capitán en cuatro años.
—Pretende aceptar una promoción en dos.
Jim sonríe lentamente.
—Aun mejor.
Luciendo demasiado serio —a pesar de que los vulcanos nunca lucen de ninguna forma aparte de esa—, Spock levanta las manos unidas de ambos y le besa las puntas de los dedos.
—Sigues sin estar seguro —murmura, aunque no parece demasiado molesto—. ¿Consideraras todo lo que hemos discutido?
Tiene la garganta demasiado seca para responder, así que sólo asiente y disfruta el toque de Spock.
—Aun creo que es siniestro.
Jim suspira por su amigo, quien, por una vez, no está hundido en tabletas.
—Eres xenobiólogo —señala—. ¿No deberías tener la mente abierta ante los rituales de reproducción de los vulcanos?
—Cuando te involucran —dice Len, más afiladamente—, no.
Poniendo los ojos en blanco, Jim le devuelve su atención al PADD.
—Este tipo de unión ha existido desde antes de la reformación de Vulcano —dice, aparentemente a Len, aunque el comentario es más que nada ignorado—. Cuando eran más violentos que los romulanos. Y todos los rituales… Bones, toda su sociedad está cimentada alrededor de las enseñanzas del tipo que registró el lazo por primera vez. No puedes pretender que no es legítimo.
—Sólo porque Surak tuvo uno de estos lazos, no significa que tú debas —gruñe Len— No eres vulcano, Jim, en caso de que se te olvidara.
Jim se observa detenidamente.
— ¿Qué me delató?
Len frunce el ceño.
—Estoy hablando enserio, niño. No me agradó desde la primera vez…
—Eso es porque te crees mi madre —dice Jim con una sonrisa y, entonces, tiene que agacharse para evitar la almohada arrojada a su cabeza. La acomoda tras su espalda, sólo porque eso provoca que Len lo mire—. Si sólo los leyeras…
—No tengo tiempo para leer pergaminos antiguos —le gruñe Len—. A menos que quieras que esté atrapado aquí cuando el Enterprise despegue.
Jim hace caso omiso de eso, porque sabe que Len podría aprobar sus exámenes con los ojos cerrados.
—Enserio, es increíble. Surak era este guerrero letal, con docenas de muertes a su nombre…
—Sorprendente —concuerda Len secamente.
Jim lo ignora.
—…y entonces estaba peleando con este otro guerrero quien, por cierto, era conocido por desmembrar a sus víctimas y colgar sus entrañas en su campamento —espera a que Len haga una mueca antes de continuar—, pero cuando descubrieron su lazo, este los cambió. Y pasó lo mismo con nosotros, cuando Spock me tocó, bueno, no justo como con ellos, porque, al parecer, tuvieron sexo salvaje justo ahí, en la fortaleza… y lo describen aquí. Hablando de porno vulcano…
—Dios, siempre te has sentido atraído por los vulcanos, ¿no es así?
Eso hace que Jim pause su vívida recitación.
—No lo sé —dice lentamente—. ¿Crees que sea por el lazo? De acuerdo con los pergaminos, la unión siempre existe y sólo se vuelve notorio cuando los Telsu se tocan entre ellos. Y es extraño, tienes que admitirlo…
—Creí que ya lo había hecho…
—No eso —dice Jim con impaciencia—. En realidad no quiero decirle que no. Y, ¿qué? Lo conozco desde hace una semana…
—Y ese es exactamente mi punto —interrumpe Len con tanta fuerza, que Jim baja el PADD—. Este lazo, si en realidad existe, te está obligando a quererlo. No es normal.
Jim no puede discutir con vehemencia contra eso, ya que es casi lo mismo que le dijo a Spock, pero también puede admitir que estaba intentando con fuerza no querer a Spock antes de enterarse del lazo.
—No está mintiendo sobre la conexión, Bones. Los vulcanos no mienten y, aun si pudiera —dice, sobre la protesta del otro— ¿cuál sería el punto?
—Tal vez piensa que es la única forma de llevarte a la cama.
—Realmente lo dudo —se ríe Jim—. Prácticamente me dijo que no podemos hacer cosas hasta que el lazo madure. Los vulcanos no tienen sexo casual: se ofendió cuando lo sugerí.
Len abre mucho los ojos ante esa pequeña parte de información, pero es demasiado Len para preguntar la cuestión obvia.
— ¿Por qué estás tan en contra de eso? —Pregunta Jim con curiosidad—. Aparte de tu síndrome de mamá gallina.
—No quiero que se meta contigo —dice Len, con el ceño fruncido de nuevo—. Juro por Dios que lo lastimaré si lo hace.
Jim sonríe.
— ¿No fuiste tú quien dijo que él tiene tres veces nuestra fuerza?
—Soy un xenobiólogo. Conozco sus puntos débiles.
—Sabes, Len —dice Jim, mientras se acomoda mejor contra la almohada de su amigo—, si no fueras mi amigo, te tendría pánico.
—No dejes que eso te detenga —masculla Len—. Adelante —dice, con el mismo murmullo bajo—, dime más sobre esta batalla que cambió a la sociedad en medio de un fuerte.
El calor es insoportable y los gritos ahogan cualquier otro sonido. Y Jim está intentando respirar o hablar… correr lejos del caos, pero está congelado. Siempre congelado, la boca abierta en un grito silencioso mientras una mano pequeña se aferra a la suya. Empuja el pequeño cuerpo hacia abajo, la única cosa que puede hacer por él: ocultarlo del horror, de las personas que quieren matarlos a ambos.
Es rápido, siempre es rápido, pero no lo suficiente. Nunca lo suficiente y el pequeño niño a su lado está gritando mientras ve a su familia quemándose.
Está tirando del niño, arrastrándolo hasta que una mano se cierra en su hombro. No puede moverse: tiene las piernas sujetas con esposas, pero no puede dejarlos llegar a Kevin. No puede, así que sujeta la mano pequeña y, cuando caen, lo hacen juntos.
Con un jadeo, Jim despierta, empapado en sudor y enredado en sus sábanas. El fuego aún danza frente a sus ojos, su respiración saliendo en gemidos cuando se da cuenta de que está en su cama y de que Len está sentado junto a él: es su mano la que le sujeta el hombro.
Jim se obliga a no alejarse a la fuerza.
—Estás a salvo —le dice Len con la misma voz tranquila en la que Jim ha aprendido a confiar—. Se terminó.
Jim asiente. La mano de Len es una presencia firme en su cuello mientras respira, dentro y fuera, para relajar su ritmo cardiaco. Se acabó. No está en Tarsus: no está en medio de una masacre.
Kevin está a salvo: ya casi tiene dieciocho años, ahora, viviendo con sus abuelos en Marte y a punto de aplicar a la academia.
Se acabó.
— ¿Quieres hablar al respecto? —Pregunta Len por lo bajo.
Misma pregunta, misma respuesta, así que Jim ni siquiera se molesta en contestar y Len no lo fuerza. Aprieta el cuello de Jim, lo que lo ayuda a calmar el temblor que se niega a admitir en voz alta. Ninguno habla, ni siquiera cuando Len se acuesta a su lado.
Porque nunca lo hacen.
No es la intención de Jim desviarse hacia la oficina de Spock en el camino a su último examen, pero termina ahí de todas formas, con los ojos opacos y muy cansado, pero sonríe cuando encuentra a Spock reuniendo materiales.
— ¿Ocupado?
Spock levanta la mirada y hay algo extraño en su expresión… o tal vez sólo es que no hay una del todo.
—Debo administrar mi último examen en trece punto tres minutos.
—Mi último examen también es hoy —le recuerda Jim. Spock inclina la cabeza—. ¿Estás bien? —pregunta tras un incómodo silencio en el que Spock sólo lo mira.
La respuesta es lenta.
—Yo… me encuentro comprometido emocionalmente.
Deslizándose en la habitación por completo, Jim cierra la puerta.
— ¿Por qué? ¿Qué pasó?
Hay una pausa significativa durante la que Jim comienza a sentirse nervioso sin motivos. Finalmente, Spock dice:
— ¿Te involucraste en actividades sexuales con el doctor?
Es una pregunta tan inesperada y al azar, que la boca de Jim se abre.
— ¿Qué?
—Pasaste tres punto cinco horas tocándolo durante la noche —explica Spock y hay un dolor latente en su voz: es esa repulsión lo que súbitamente revuelve el estómago de Jim.
— ¿Cómo sabes…?
—Lo sentí a través de nuestra conexión —Spock toma un pequeño respiro y el temblor de sus dedos no es imaginado por Jim. Spock desvía la mirada hacia su PADD—. ¿Tuviste intimidad con él?
—No —dice Jim, rápido—. Ya te dije que no es así.
La mirada de Spock regresa a él y, esta vez, es confusión lo que cosquillea la espina de Jim.
— ¿Podrías explicar porque estaban tan cerca uno del otro?
—No hay qué explicar. Sólo dormíamos…
—No soy humano, pero creo que es considerado anormal que dos varones adultos duerman juntos, a menos que tengan una relación íntima.
—Sí, bueno, nunca dije que yo fuera normal, ¿o sí? ¿Y podrías dejar de hablar de sexo cuando te refieres a Bones? Es raro.
Spock abre la boca, pero la cierra de nuevo antes de, eventualmente, murmurar:
—No lo comprendo…
Jim suspira.
—Escucha, no me percaté de que podrías sentirlo. No fue mi intensión incomodarte.
—Eso es irrelevante: deseo entender.
Cruzándose de brazos de nuevo, Jim estudia la alfombra estándar.
—No es para tanto. A veces tengo problemas para dormir y Bones es… sobreprotector. No fue nuestra intención dormirnos —mira hacia arriba y se encoge de hombros—. Eso es todo.
Pero, por supuesto, no es así, porque Spock lo está desmoronando, pedazo por pedazo, con la mirada: al menos, así se siente.
—Tuviste una pesadilla —resume finalmente—. ¿Con qué frecuencia las experimentas?
Otro encogimiento de hombros.
—Está bien.
— ¿No deseas discutir su naturaleza?
Una suave sonrisa.
—No en realidad. No estoy seguro de si incluso yo puedo aprobar un examen sin presentarme —sin hacer trampa, pero no parece una broma apropiada para el momento—. Creo que debería irme.
Ya se ha girado cuando Spock pregunta:
— ¿Puedo ofrecer mi compañía como alternativa a la del doctor?
Jim lo encara, frunciendo el ceño.
—Ya te dije que Bones y yo…
—Eres mi pareja —interrumpe Spock. Jim frunce las cejas todavía más ante el tono posesivo, pero Spock añade suavemente—, deseo aliviar tu pesar.
Pero Jim, lloriqueando y moqueando en medio de pesadillas que han durado décadas no es algo que Spock necesite ver, pero sonríe de todas formas.
—Gracias, pero estaré bien.
Spock guarda silencio un minuto y Jim bailotea, inseguro de cómo interpretarlo. Eventualmente, es él quien pregunta:
— ¿Siguen en pie los planes para esta noche de celebrar el final del semestre?
—Si así lo quieres.
Y eso no es tan claro como hubiera deseado, pero no tiene nada más que agregar aparte de:
—Te veo luego, entonces. —Spock se pone de pie, ofreciéndole sus dedos en vez de un adiós. Cuando Jim los toca, la ansiedad se disipa, siendo remplazada por calidez—. ¿Cómo lo haces? —pregunta, la voz ronca de sorpresa.
Los dedos de Spock se curvan alrededor de los suyos.
—Nuestra unión tiene múltiples y útiles funciones.
—Esta es agradable —admite Jim y es ovacionado por la luz regresando a los ojos de Spock. Se para más cerca.
— ¿Puedo besarte?
—No tienes que preguntar.
Spock titubea de todas formas, besándolo con ansiedad. Cuando se aparta, parece satisfecho, como si juzgara la acción bien ejecutada. Jim sonríe y lo besa de nuevo, sólo porque puede.
Piensa en Spock durante su examen final de geometría subespacial avanzada. Es que afecte el resultado, pero es extraño descubrirse haciéndolo de todas formas. Querer estar con una persona sólo por estar con ella. No hay promesa de sexo en el futuro próximo, pero eso no parece marca diferencias. Quiere ver a Spock y no quiere esperar hasta la cena.
Y, tal vez, no necesita hacerlo. Espera no tener que hacerlo.
Una vez termina el examen, va al salón de clases de Spock y espera, apoyándose en el muro e intentando aparentar que pertenece al lugar. No tiene mucho éxito, menos, cuando Uhura es una de las últimas personas en salir de la habitación. La ola de celos que se le anuda en el estómago es inesperada.
Ella se congela cuando lo ve, pero luego suspira.
—Sabía que eras tú.
— ¿Qué?
Ella sacude la cabeza y se cambia el PADD de un brazo al otro.
—Me enojaría —dice, girando para caminar en la otra dirección—, pero no estoy segura de que valga la pena.
La mira hasta que da vuelta a la esquina y entonces, con el ceño aún fruncido, entra al salón. Spock está estudiando una de las pantallas que muestran el examen de un cadete. Las severas líneas de concentración se relajan cuando levanta la mirada.
—Jim —dice, con tanta aceptación, que Jim no puede evitar sonreír. Acepta la caricia de bienvenida de Spock y saborea la calidez de la conexión a través de la piel—. No esperaba verte antes de la cena.
— ¿Es correcto que esté aquí?
—Siempre eres bienvenido —le asegura Spock—. Te veías incómodo al entrar.
Está deslizando los dedos por la muñeca de Jim, lo que lo distrae.
—Creo que Uhura sabe de nosotros. Me vio esperando afuera —explica, cuando Spock le pide que clarifique.
—Le dije que ahora tengo una relación, aunque no le revelé tu nombre.
A Jim no le gusta la puñalada de celos —o de fastidio— más que la primera vez.
—No sabía que seguías hablando con ella.
Spock ladea la cabeza.
—No había hablado con ella desde que le informé que no podía involucrarme en una relación con ella. Sin embargo, ha sido asignada al Enterprise y expresó el deseo de iniciar una relación una vez a bordo, ya que no hay restricciones al respecto siempre que el capitán sea notificado.
Jim retira su mano y se apoya en una de las mesas.
—Oh.
Como si no acabara de poner distancia entre ellos, Spock se para en su espacio. Sin pensar al respecto, Jim levanta la cabeza y se encuentra siendo besado. Los pulgares de Spock le tocan la cara y bajan hacia su cuello, donde no parecen tener problema en quedarse.
No es que Jim le importe.
—Has tomado una decisión —murmura Spock eventualmente.
Jim cierra los ojos y deja que Spock le bese el mentón, lanzando chispas de placer por su piel. No es lo que Spock quiere y no tiene idea de porqué, pero se halla diciendo:
—Estuve en Tarsus durante la masacre. Sueño con eso a veces.
Las manos de Spock le acunan la cara y sus besos se vuelven más suaves mientras ascienden hacia su boca.
—Comparto tu dolor —suspira.
Y es más sencillo de lo que debería. Con Spock todo lo es.
Tentativamente, sin estar seguro de si lo tiene permitido, sujeta la cintura de Spock, deseando que la tela le permita más contacto con la piel alienígena.
—No puedo prometerte una vida entera —murmura—. No sé si pueda ingeniármelas para entender, pero… si quieres…
—Mi deseo no está en duda.
Pasando saliva con dificultad, Jim asiente.
—Posiblemente no sea muy bueno en todo esto, sólo para que sepas.
—Somos Telsu —Spock le dice, transmitiéndole nada más que confianza cuando besa a Jim de nuevo—: el lazo está ahí para que aprendamos juntos.
No debería ser tan fácil, pero cuando Spock lo rodea con los brazos, su abrazo todo un paraíso, Jim piensa que puede aprender a desear darle su vida entera.
Si llegaron hasta aquí, no les cuesta nada dejar un comentario (como a mí no me cuesta flip you all off cuando no lo dejan).
Esto es una traducción, así que no olviden revisar el perfil de la autora J
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