Disclaimer: Naruto pertenece a Masashi Kishimoto. Fanfiction escrito sin fines lucrativos.

Línea temporal: Universo alterno.

Nota1:"Cielo Transparente" está BASADO parcialmente en cierto kdrama cuyo nombre no se revelará hasta el final porque podrían ir a buscarlo y arruinarse la trama.

Nota2: Hay cinco protagonistas: Naruto, Sasuke, Sakura, Ino y Hinata; solamente cuatro formarán las dos parejas principales.

Nota3: Sakura "recuperará" su cabello rosa más adelante.

Nota4: Antes de acusarme de plagio, te pido que entres a la siguiente dirección: Facebook(punto)com(diagonal)NoMueroPorTi


CIELO TRANSPARENTE

Capítulo I

Si la miraban desde lejos, Haruno Sakura era perfecta. Con su cabello castaño largo hasta la mitad de la espalda, sus ojos verde jade, su piel blanca de porcelana, sus largas piernas y su estatura mediana. Si le miraban de cerca era especial. Su inteligencia incuestionable, su carácter firme, sus gestos amables para los demás y su manera de señalar directamente y sin miedo las injusticias que le presentaban, tomando acciones inmediatas en contra. Sin embargo, si le miraban desde dentro, Sakura no era otra cosa que un cascarón; una chica asustada, amargada, llena de rabia.

Había vivido su vida alrededor de la pobreza y el maltrato; cuando pequeña, sus padres eran dueños de un viejo bar, lleno de hombres sucios, corrientes y libidinosos. Su madre atendía siempre con una sonrisa fácil, dejándose llevar por las intenciones de sus clientes. A veces desaparecía con ellos por las noches, como una prostituta, pero eso no le importaba a su padre, quien bebía el alcohol que surtían y pasaba la mayor parte del día borracho, escupiendo, quejándose, odiando a todos y maltratando a su hija, gritándole improperios, alegándole que era tan zorra como su madre, a una niña de ocho años de edad.

Sakura amanecía, día tras día, llena de nuevos moretones y cortes en su cuerpo. Pero su padre era lo bastante inteligente como para hacerle daño en lugares no visibles, para que la gente no hablara. A su madre poco le importaba el destino de su hija. Ella tenía sus propias aspiraciones: dejar ese sucio bar y largarse de la compañía de su esposo y de la niña que se lamentaba por no abortar. Un día su sueño se cumplió. La madre de Sakura desapareció con un cliente y jamás volvió a aparecer por el pueblo. Para entonces Sakura tenía diez años de edad y los abusos de su padre se intensificaron.

Taciturna, silenciosa, solitaria, agria de carácter con sus compañeros de escuela. Nadie deseaba hablarle y ella a nadie le hablaba. Simplemente llegaba, se sentaba en un destartalado pupitre al fondo de la clase y tomaba apuntes en sus viejos cuadernos. No participaba en las clases, nunca alzaba la mano para cuestionar alguna duda o aportar algo. Sin embargo, sus puntuaciones siempre fueron las más altas de la clase, sus exámenes perfectos, su razonamiento impecable. Los maestros no paraban de elogiarle y los niños de envidiarle. Y ella, cada vez que escuchaba "lo has hecho bien, Sakura" de algún adulto, sonreía sinceramente. Porque aquellas personas que no eran nada de ella eran lo más parecido a una familia de verdad que tenía; porque valía para algo (para matemáticas, para español y ciencias naturales) y se lo hacían saber, a diferencia de su padre, que le gritaba una y otra vez que era una miserable buena para nada. Un estorbo en su vida y nada más.

Entonces, a los once años, Sakura Haruno encontró la luz de su salvación: un niño alegre, temerario y algo estúpido se acercó a ella, y le dijo muy valiente para ser la primera vez que cruzaban palabras, que ella le gustaba, que era bonita, que era inteligente y que deseaba gustarle a ella también. Sakura, cómo no, le rechazó tajantemente y se marchó de allí. No quería escuchar a su padre diciéndole zorra una y otra vez.

Pero el niño no se detuvo ahí. No le dio la espalda tampoco. Siguió buscándola, procurándola, intentando gustarle también; lo hizo sin descanso, sin dejar de sonreír, día tras día sin mostrarse iracundo, exhausto o harto de su rechazo. Continuó con ella hasta que la vio sonreír por primera vez, cuando vio a su padre maltratándola, cuando él fue lastimado por protegerla. Continuó a su lado, día tras día, semana tras semana y mes tras mes, hasta que ella se marchó.

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Como cualquier otro día, Sasuke Uchiha se dedicó a observar, desde la ventana de su salón de clases, a la muchacha que cruzaba los pasillos de la universidad en busca de la cafetería. Su cabello castaño moviéndose al compás de sus caderas, sus piernas largas cubiertas por un pantalón viejo de mezclilla. Su mirada firme en busca de algo más. Tal vez a él le gustaba ella, tal vez solamente era un capricho, no sabía distinguirlo, pero sus ojos negros siempre la enfocaban cuando estaba cerca.

El problema era que, al parecer, ella todavía no estaba enterada de quién era él. Realmente ridículo; él era el chico más popular de la facultad de ciencias administrativas y ella la más deseada alumna de ciencias de la comunicación. Personas populares como ellos debían conocerse sin importar la forma. Aunque bien Sasuke atribuía su falta de interacción al origen de ella: pobre, humillante. Por los pasillos corría el rumor de que era la hija de un borracho y una prostituta, aunque ella oficialmente sólo decía que era huérfana. Todo lo contrario de él: un chico nacido en cuna de oro, cuidado por sus padres, obteniendo todo lo que quería sin el mayor esfuerzo, criado entre lujos y sirvientes. Si tan solo eso le hubiera asegurado la felicidad…

A su padre el destino de él, su hijo menor, le importaba poco. No le necesitaba. Tenía a Itachi, al mayor de los Uchiha, al prodigio entre los genios. Sasuke había venido de más, tal vez. Lo único que esperaba el patriarca de los Uchiha, Fugaku, era que su hijo menor no deshonrara a la familia a cualquier costo. Para otra cosa, él no le servía de nada.

Sakura, entonces, era la deshonra, lo que mancharía el impecable historial. No importarían sus calificaciones, su conducta o su capacidad, su pasado la tenía tachada en rojo, desechada en un rincón como a tantos otros que habían interferido en el futuro de su familia.

Y Sasuke pensó que, no importaba la forma, le gustaría tenerla.

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A Hinata le fascinaban las matemáticas, lamentablemente, eso no quería decir que era muy buena en ellas. Aun así, ella era de las mejores en su curso de la ingeniería. Cuando joven, su padre siempre le había pagado maestros particulares, así que ella desempeñaba un poco de todo: las ciencias, el baile, la música, el arte... Hinata era una niña cuidada y querida a pesar de lo reacio que Hiashi Hyuga, su padre, era para mostrar sus emociones.

De carácter suave y ciertas veces influenciable, Hinata sobrevivía día a día en la facultad. No había cosa que ella no hiciera por los que estuvieran a su alrededor: prestarles dinero o sus apuntes, darles aventones en su costoso auto, ayudarles en el estudio con la paciencia digna de una profesora de vocación. Sin embargo, a la hora de enfrentar causas, ella prefería no ser la voz cantante, a pesar de que su opinión podría ser la más importante entre aquellas que se querían escuchar por ser la heredera de una de las cadenas de hoteles del país, donadora de muchos fondos para la universidad. Era tímida sin remedio y, en ocasiones, tartamudeaba y se sonrojaba violentamente, como si fuera una niña que estaba entrando en la pubertad. Hinata quería a todos a su alrededor y todos, de alguna manera u otra, le apreciaban y agradecían sus buenas intenciones. Sin embargo, entre todos ellos, ella simplemente miraba a uno.

Aquel que siempre, con una sonrisa, le hacía sonreír por toda una semana a ella también.

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Naruto Uzumaki seguía preguntándose, día tras día, qué había sido de su amiga de la infancia. ¿Comía bien? ¿Vivía bien? ¿Seguiría siendo tan guapa como cuando la conoció? Triste y lamentablemente, después de que los dos se hubieran separado, no pudieron seguir en contacto. Él, como siempre, se culpaba a sí mismo. No había honor en culpar a otros por sus propios problemas. Había perdido la dirección a la cual enviarle cartas cuando sus padres murieron y terminó viviendo en casa de unos viejos amigos de su padre, quienes hicieron de todo para obtener su custodia. No era pobre, no era rico, pero era feliz. Todo lo feliz que un niño sin padres podría crecer. Además, también había obtenido una nueva hermana, aunque algo superficial y un tanto molesta, se entendían muy bien. Ella era quien le había sacado adelante en medio de su depresión al saberse huérfano y él, a cambio, día a día, le ayudaba a salirse con la suya.

Sin embargo, a pesar de la felicidad que le rodeaba, como hoy y ayer, Naruto seguía pensando en su desaparecida amiga de la infancia. Porque el primer amor es el mejor y no se olvida, ¿cierto?

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Gracias a su sueño de convertirse en una actriz famosa, Ino era la reina del drama. Tristemente para ella, estudiaba antropología. Le gustaba, sí, pero no era lo suyo. Lo suyo eran los reflectores, las luces, el maquillaje, los escenarios y la atención puesta en ella. Con su cabello rubio, ojos azules y modales ensayados, lograba engatusar a la mayoría de las personas, incluso, durante sus años de preparatoria, se había salvado de quedar con calificaciones en números rojos gracias a sus dotes en actuación. Sin embargo, sus técnicas, frente a sus padres, no servían de nada. Ellos ya sabían que estaba todo ensayado, así que siempre debía utilizar algún chivo expiatorio para conseguir lo que necesitaba de ellos. Gracias al karma, el destino le había brindado uno que le venía muy bien y al que quería demasiado.

Pero la suerte no estaba veinticuatro-siete de su lado y había cosas que ni ella lograba alcanzar; su amor platónico desde la infancia, Sasuke Uchiha, era un buen ejemplo de ello.