Todos los personajes pertenecen a Hidekaz Himaruya, sin ánimos de lucro.

Decidí re-escribirlo porque no estaba satisfecha con el desarrollo de la historia. Le pido mil disculpas a quiénes hayan leído lo anterior, no saben cuánto me duele descartar casi diez mil palabras, pero la verdad es que no me gustaba.


Acto I

Cuenta la leyenda que muchos siglos atrás, un joven rey logró alcanzar la cima del mundo.

Se dice que a pesar de todas las adversidades, había derrotado los enemigos más feroces.

Algunos escritos hablan de magia y animales fantásticos.

Otros de un gran estratega y de una mujer capaz de hablar con los animales.

Fuera cual fuera la verdad, aquel rey había convertido a un reino en ruinas en una potencia sin rival.

Hasta el día de hoy aún se oyen himnos a su nombre.

Pero como toda leyenda, este hombre tiene una historia que merece ser narrada.

Esta es su historia.

Mucho antes de que Magnus se convirtiera en rey de un reino que luchaba por sobrevivir entre las grandes potencias de Europa, era un simple muchacho que disfrutaba de la vida. Bueno, tan simple como pudiera ser un príncipe heredero.

Esa mañana parecía como cualquier otra. En el amplio jardín del palacio real, dos muchachos estaban luchando con dos largas espadas.

—¡Vamos, sé que no estás esforzándote al máximo! —le espetó Magnus a su amigo, en tanto le encajaba un golpe.

Magnus era un muchacho que lentamente iba transformándose en un hombre. Con su metro ochenta, parecía que iba a crecer al menos un poco más. Las pecas le surcaban el rostro juvenil y su cuerpo demostraba los resultados de los ejercicios físicos que realizaba desde pequeño. Lejos de estar en una cuna de oro, adoraba las actividades que le exigían poner toda su energía en las mismas.

El muchacho era el hijo mayor del rey Mikkel II de Dinamarca. Su madre había muerto cuando era pequeño y su padre no se había vuelto a casar.

—Tal vez has mejorado —comentó Berwald sin darle mayor importancia. Dio un par de pasos hacia atrás para evadir al danés.

Berwald era el amigo más íntimo de Magnus y el hijo del comandante de las fuerzas del país. Su padre era Ministro de Defensa y como tal, era uno de los asesores más cercanos al monarca. Se había criado prácticamente al lado de Magnus y ambos se consideraban más como hermanos que como simplemente amigos.

Sobrepasaba en altura al otro y su falta de expresión en el rostro solía intimidar a cualquiera que se le presentara. Sólo los más cercanos a él sabían que detrás de esa fachada, se escondía un muchacho leal y amable, que daría su vida inclusive por su mejor amigo.

—O tú te estás dejando ganar —Magnus se detuvo en seco e hizo un puchero:—Sabes que nunca voy a ser tan bueno como tú, pero quiero que des todo contra mí —le pidió.

—Lo siento —Se disculpó sinceramente Berwald antes de envainar su espada. Había creído que si se dejaba ganar, el otro tendría más confianza en sí mismo.

El otro se dejó caer en el suelo y luego sonrió. Luego contempló a su mejor amigo.

—¿Volvemos a intentarlo dentro de unos minutos? —le preguntó exhausto. El sudor le corría por la frente.

—Cuando quieras —le respondió antes de sentarse a su lado. Aunque no lo pareciera, estaba también agotado. Si había algo que el príncipe tenía en abundancia, era energía y aunque no le gustaba admitirlo, en ocasiones le costaba trabajo seguirle el ritmo.

Sin embargo, mientras que los dos muchachos estaban tomando un breve descanso de su entretenimiento, se escuchó un ruido proveniente de uno de los árboles.

Berwald fue el primero en ponerse de pie y en desenvainar su arma. Se colocó en frente del danés, listo para atacar.

—¿No crees que estás exagerando un poco? —le preguntó Magnus, quien seguía sin acostumbrarse a la idea de que su mejor amigo fuera su guardia personal.

—Sólo cumplo con lo que me piden —respondió secamente antes de recordar que había un posible peligro ante los dos:—¿Quién está allí? —preguntó mientras que se iba acercándose de a poco.

Se volvió a escuchar ruidos provenientes del frondoso árbol y pronto algo cayó del mismo.

Annelisse sonrió al ver el filo de la espada del sueco a escasos centímetros de su rostro. Sacudió su cabeza para que las hojas cayeran por completo y se puso de pie.

Ella era la hermana melliza de Magnus. A diferencia de la mayoría de las muchachas de su edad, detestaba emplear los largos vestidos y dar largos paseos aburridos en coches tirados por caballos. Prefería divertirse con su hermano y Berwald, utilizar la ropa de Magnus y explorar las inmediaciones del palacio.

Lejos de ser femenina, prefería utilizar el cabello bien corto y como aún no estaba del todo desarrollada, pese a sus quince años, muchos aún la confundían con un muchacho.

—Sé que he amenazado un par de veces con asesinar a Magnus pero no creí que alguien se tomaría en serio mis palabras —dijo restándole importancia al asunto. Sus ojos azules se posaron directamente encima del sueco y le regaló una resplandeciente sonrisa.

Por años, Berwald había sido el chico que le robaba sus suspiros. Por supuesto, aunque en ocasiones había pensado en actuar, suponía que el otro no sentía nada por ella, cuestión en la cual se equivocaba.

Berwald se sonrojó ligeramente al percatarse de la mirada penetrante de la muchacha y guardó su espada.

—No hay que bromear con la seguridad —Fue la única respuesta del sueco antes de darle la espalda.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿No deberías estar en una de esas clases para mujeres? —le espetó el príncipe. No era la primera vez que su hermana se escabullía y ciertamente no sería la última.

—¿Sabes lo aburridas que son? —le preguntó mientras que inflaba las mejillas:—¡No me interesa saber cómo coser ni bordar! —exclamó indignada:—Preferiría estar aquí, con ustedes —añadió.

Magnus se apiadó de su hermana. Había momentos en que no comprendía porqué los dos recibían dos distintos tipos de educación y podía entender que ella se aburriera tanto.

—Bueno, supongo que… —Magnus trataba de pensar en alguna solución:—Que podrías quedarte con nosotros el resto del día. ¿Qué te parece, Ber? —le preguntó a su amigo.

El muchacho se quedó en silencio y luego asintió. Aquello iba a ser sumamente incómodo, pensó. Pero no tenía otra alternativa.

—¿De verdad? —Los enormes ojos de Annelisse brillaron cuando se percató de que la dejarían estar con ellos.

—Hasta que la señora Agnes se dé cuenta de que no estás, al menos —acotó el príncipe.

Annelisse estaba demasiado contenta. Aunque fuera por tan solo unas cuantas horas, podría disfrutar de la compañía de su hermano y su mejor amigo. Sobre todo, la compañía de este último. A veces pensaba que le caía mal, pero no se animaba a preguntárselo.

—¡Gracias! —Saltó por un buen rato de la emoción que estaba experimentando en aquel momento.

Magnus rodó los ojos y luego se apoyó sobre el hombro de Berwald.

—¿Qué te parece si entrenas con nosotros? —Al muchacho le parecía que sería de lo más divertido. Su hermana exudaba energía y aunque no era una actividad común para las mujeres, estaba seguro de que ella lo haría perfectamente después de unas cuantas sesiones de entrenamiento.

Sin embargo, Berwald no estaba muy seguro al respecto.

—No creo que sea una buena idea —comentó. No era porque no creía en ella, sino porque él se ponía nervioso al estar tan cerca de la muchacha. Es más, le hubiera gustado que Annelisse regresara al palacio.

Aquello llamó la atención de la princesa, quien se sintió algo ofendida. El muchacho que le gustaba desde la infancia la estaba rechazando descaradamente.

—¿Y por qué no? Soy tan capaz como ustedes de blandir una espada —comentó antes de acercarse a Berwald. Se plantó frente a él y apenas unos cuantos centímetros la separaban del rostro del muchacho.

Fue en aquel momento en el que Magnus se percató de la tensión entre los dos. Nunca se imaginó a su mejor amigo y a su hermana juntos, pero la forma en que los dos se miraban, lo explicaba todo. Así que en ese momento pensó que lo mejor sería dejarlos solos. Además eso le daba excusa para ir a visitar a cierta persona en los invernaderos.

—¿Saben? Recordé que tenía que ir a hablar con alguien antes del almuerzo con mi padre y su gente —Se excusó antes de dar un par de pasos hacia atrás y retirarse.

—¿Quieres que me vaya contigo? —le preguntó Berwald, totalmente comprometido con su rol como guardia del príncipe heredero.

—No, no. Sólo será un momento —comentó antes de echar a correr.

Tanto Berwald como Annelisse se quedaron confusos. Sin embargo, pronto regresaron a la rencilla que lo había empezado todo.

—Así que… —Ella lo miró con desaprobación: —¿Crees que no puedo a pelear como ustedes? —le preguntó mientras que colocaba ambas manos alrededor de su cintura.

—No dije eso —Berwald respondió. No era capaz de admitir que lo ponía sumamente nervioso y que tendía a distraerse cerca de ella.

—¿Entonces? —Estaba tan inquieta que volvió a cambiar de posición y se cruzó de brazos. Ahora que se ponía a pensar, era la primera vez que pasaba tanto tiempo a solas con él. Se preguntaba si su hermano se habría dado cuenta de lo que ella sentía por su amigo.

Berwald se negó a mirarle a los ojos y le dio la espalda. Respiró profundamente. No quería que se enfadara con él así que pensó que lo mejor sería ceder. Ya vería el modo de cómo encasillar sus sentimientos. Con esa mirada tan fulgurante, no había forma de decirle que no.

—Está bien —contestó el muchacho:—Busquemos una espada adecuada para ti —le sugirió antes de ponerse en marcha.

Annelisse se quedó en silencio pues planeaba con continuar la discusión. Pero el que el otro decidiera complacerla, la había tomado completamente desprevenida.

—¿Cambiaste de parecer? —le preguntó Berwald al darse cuenta de que la chica se había quedado en su lugar.

Sin embargo, aquellas palabras habían sido lo suficiente poderosas para despertarla.

—¡Por supuesto que no! ¡Vamos! —le pidió antes de ponerse a caminar.

Mientras tanto, Magnus ya estaba llegando al invernadero. Miró a las enormes criaturas que se encontraban no muy lejos de allí. Aunque la primera vez que las había visto le habían resultado aterradoras, ahora quería poder montarlas. Uno de los grifos dejó escapar un grito que probablemente se había escuchado por toda la ciudad.

Aquellos animales habían sido adoptados desde que los habían hallado cerca de una villa que había sido destrozada por una fuerza sobrenatural. Había dos machos que sobresalían, con sus enormes melenas rubias. Estaban separados a una buena distancia, ya que las veces que los soltaban tendían a pelearse entre sí. Medían tres metros de largo y dos de altura. Mientras que las hembras carecían del pelaje alrededor del cuello.

—¿Hay alguien aquí? —preguntó el muchacho mientras que se hacía paso a través de las distintas plantas. Tenía el suficiente cuidado para no ser tocado por las mismas.

Una muchacha menuda apareció a los pocos minutos. Lucía bastante irritada por la presencia del danés.

Unos años atrás, cuando era una niña, había sido adoptada por la familia real. Ella había sido la última superviviente de un clan que manejaba la magia y además, criaba a los grifos como animales domésticos. Por ello, además de estar a cargo de cuidar de las plantas con propiedades medicinales, se encargaba del cuidado de dichas criaturas con el fin de que algún día pudieran ser empleados como medios de transporte.

—¿No tendrías que estar en tu entrenamiento? —le preguntó antes de sacarse una rama de su cabello. Había estado allí desde el amanecer y probablemente no saldría hasta la tarde, excepto quizás para almorzar.

—Yo también estoy encantado de verte —le respondió el muchacho, ignorando por completo la pregunta de Signe. Sin importarle la forma que le había recibido, siempre le hacía el día el poder verle aunque fuera a escondidas.

Se quedaron en silencio un largo antes de que ella desviara la mirada y se pusiera roja.

—Te dije que solamente nos veríamos ocasionalmente —murmuró mientras que seguía jugando con su cabello.

—Pues esta es una ocasión —Magnus comentó con una encantadora sonrisa.

Signe rodó los ojos.

—De todas maneras, quería saber si volvieron a molestarte —El danés estaba sumamente encariñado con ella y no le importaba demostrarlo.

Desde que Signe había llegado la ciudad, hubo gente protestando por su presencia, tachándola de bruja y de amante de Satanás, entre otras cosas. Por ello, Signe se escondía allí, con las plantas. Al menos, allí encontraba la paz.

El único que la había defendido, había sido Magnus. Gracias a él, vivía allí con el resto de la familia real. Ella sentía que le debía la vida entera y aunque a ratos podía parecer que la irritaba, sentía exactamente lo contrario. Sólo que no le gustaba demostrarlo.

—No, no lo han hecho —La última que la habían atacado, le habían arrojado piedras. Por fortuna, Magnus merodeaba por allí y había impedido que aquello terminara mal.

El príncipe le tomó del mentón y contempló esos profundos ojos azules en los cuales le encantaba perderse, ya que le trasmitían una paz que no encontraba en otro sitio.

—Magnus, sabes que a tu padre… —Miró hacia otro lado, apenada.

—Sí, ya sé. Quiere que me case con una mujer de la realeza y demás tonterías —Se encogió de hombros:—Pero si no puedo casarme contigo, entonces no me voy a casar con nadie —dijo con determinación.

—Ha dicho que te he embrujado —le recordó.

Tiempo atrás, el muchacho había intentado interceder frente a su padre para que pudiera comer con ellos en la mesa real. Sin embargo, el hombre lo había rechazado arguyendo que podía darle una mala reputación frente a los conservadores y que seguramente ella lo había hechizado para que le propusiera tal cosa.

En ese preciso instante, Magnus le rodeó entre sus brazos, con cariño. Signe hundió el rostro en el pecho del danés. Era sumamente reconfortante. Lamentaba que pasaran tan poco tiempo juntos, aunque sabía que era todo lo que él podía darle.

—Bueno, no importa —El muchacho le dio un beso sobre la frente:—Vendré a verte a la noche —le prometió.

Signe no le creía en lo absoluto y en su rostro se reflejó la incertidumbre. Sabía que Magnus tenía buenas intenciones, pero subestimaba sus obligaciones. Le acarició suavemente la mejilla antes de apartarse.

—No, no lo harás —le contestó, resignada:—Tendrás un montón de cuestiones por resolver y te olvidarás —le dijo con certeza.

Magnus suspiró, porque sabía que ella tenía razón. Después del almuerzo, tendría una larga charla con su padre y luego le seguirían sus clases sobre política internacional e idiomas. A veces deseaba ser un muchacho normal, sin obligaciones.

—Sólo vete. Ya nos veremos en otro momento —le indicó la muchacha antes de darle la espalda y perderse entre sus plantas.

Aquello había entristecido un poco al muchacho. Parecía que ella era mucho más consciente de sus responsabilidades que él mismo. Por supuesto que quería pasar más tiempo con ella pero simplemente no se lo permitían sus tareas.

Decidió regresar al palacio. Se preguntaba si Berwald y Annelisse ya habían regresado al palacio.

De repente, escuchó alguien retando a su hermana menor.

—¡Pero fíjate lo sucia que estás! —exclamó una mujer mayor, de tal vez unos sesenta años. Su cabello ya estaba cubierto de canas pero sus ojos aún demostraban una fiereza tal que podría asustar a cualquiera:—¡Eres una princesa! ¿Por qué estás vistiendo de esta manera tan escandalosa? ¡Vete a cambiar de ropa de inmediato!

Annelisse estaba al borde del llanto. Salió corriendo a su habitación, sin contestar. Se sentía indignada. ¿Por qué siempre le reprendían de ese modo?

Pero esa mujer no había acabado con su regaño.

—Y tú, jovencito, deberías cuidar de la princesa en lugar de dar rienda suelta a sus caprichos. Si algo le llegara a suceder en tu compañía, será toda tu responsabilidad y… —Pero la mujer no pudo terminar con su discurso, pues Magnus ingresó al sitio.

—Dale un respiro, señora Agnes. Mi hermana es muy insistente y él sólo estaba siguiendo órdenes. Yo le pedí que entrenase a Annelisse —comentó el muchacho. A estas alturas de la vida, no tenía miedo de un castigo.

La mujer estaba irritada por el atrevimiento del muchacho pero no dijo nada. Se limitó a bufar y a retirarse del salón.

Magnus le regaló una enorme sonrisa a su mejor amigo y luego le dio una palmada sobre su hombro.

—Lo siento, no pensé que ella los descubriría —admitió el danés.

—No, no te preocupes —La verdad era que estaba aliviado de que Magnus apareciera en ese momento. Sin embargo, las palabras de la mujer hicieron efecto en él. ¿Cómo había permitido dar rienda suelta a los deseos de Annelisse? Había sido un completo irresponsable. Se había dejado engañar por completo debido a su belleza y su encanto.

En aquel momento, decidieron ir al comedor donde iban a reunirse con el monarca. Sin embargo, para sorpresa de los dos adolescentes, no había nadie allí.

El príncipe se extrañó en razón de que su padre era puntual y nunca se hubiera ausentado de ése modo. Debía haber sucedido algo muy importante para que el monarca y su séquito no se encontraran allí y Magnus estaba determinado a saber el porqué.

Se dirigió directamente hacia al despacho de Su Majestad. Berwald quiso evitarlo pero cuando Magnus se proponía algo, no había manera de decirle que no. Así que hizo lo más responsable que se le ocurrió en aquel momento y fue detrás de él.

Lentamente los dos muchachos se aproximaron a la puerta que se hallaba abierta. Todos los ministros se encontraban allí. Evidentemente se trataba de una emergencia.

—Voy a movilizar el ejército en este preciso instante —Una voz potente resonó. Berwald inmediatamente identificó a su padre.

Había transcurrido más de medio siglo sin que el reino se viera involucrado en alguna guerra. El rey y el anterior monarca habían sido de declararse neutrales ante las guerras de otras naciones. No obstante, aquel cambio en la política internacional sólo podía ser por una razón: Alguien estaba poniendo en peligro la soberanía nacional.

Sin embargo, pronto Magnus y Berwald habrían de descubrir que no se trataba de una simple invasión.


Decidí incluiar a 2ptalia para hacer las cosas más interesantes.

¡Gracias por leer!