Esta es una historia que he cocinado mientras pretendía estudiar Biología (sí claro que estaba concentrada ahaa...). sé que les parecerá sombría y deprimente al principio, pero bueno, es la esencia base jejeje. Espero que les guste, este es mi cuarto fic y a ver si ya comienzo a adquirir un poquillo más de práctica. Disfruten (si es que se presta a ello) y critiquen, propongan mejoras o simplemente denme a conocer su opinión sobre ella.

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"...Llevo en la cara un surco de sangre, de miedo y ceniza..."

Un golpe de pico más en la yerma y oscura tierra hubiera bastado para que cayera rendida. El resplandor del sol se hacía plomizo por aquellas cenicientas nubes que siempre cubrían el cielo. El viciado aire, aunque ya común para ella, siempre le hacía sentirse terriblemente agotada y somnolienta... pero sus ojos siempre estaban muy abiertos, no le gustaría nada recibir un latigazo de los orcos vigilantes, siempre crueles, siempre horrendos y malolientes.

Ella no tenía nombre, no tenía padres ni amigos. Brunas y raídas ropas cubrían su delicado y maltratado cuerpo y siempre, siempre llevaba sobre su cabeza una especie de lienzo que cubría todo su cabello. A los jefes parecía molestarles su cabello, no sabía bien por qué. Un velado llamado de cuerno la hizo detenerse en aquel momento. Cargó el pesado pico sobre su espalda, como siempre, y con el paso fastidiado fue hacia donde todos los demás caminaban. Pasó por la supervisión y dejó el pico junto con las otras herramientas con las que a diario, de sol a sol (aunque a veces este pareciese no salir) trabajaba.

-¿Hoy tampoco hablarás, preciosa? - la desagradable y mal articulada voz de un hombre se dirigía a ella, mientras la aferraba de un brazo. Parecía no darse cuenta que escupía al hablar. Ella se limpió con una mano, dejando una mancha de tierra sobre su rostro. No dijo nada, pero se zafó rápidamente y continuó caminando. Las toscas botas de suela de hierro eran ya insoportables. En cuanto entró en la inmunda choza donde dormía (si se podía decir así, pues si no eran las interminables pesadillas eran los acosos de hombres salvajes) se despojó de ellas y las aventó lejos. Se sentó en el piso y con una mano de fuerzas casi extinguidas alcanzó un trozo de pan que ya comenzaba a enmohecerse, pero cuando se vive de esa manera no se puede ser demasiado exigente.

Ella nunca hablaba, sólo miraba con sus enormes ojos turquesas, a veces sin expresión, a veces con unas tímidas lágrimas asomando o simplemente no miraba nada más que el piso. Le temía a la oscuridad, pero era tan normal ya que no tenía alternativas. No sabía desde cuando estaba ahí, no sabía el porqué y no recordaba que había habido antes. Le gustaba olvidar, olvidar lo que había pasado apenas hace un segundo. Aquel día cuando el orco vigía le había propinado una paliza por no poder levantar más el pico de trabajo; la noche (¿o día? tiempo, simplemente tiempo) en que la encerraron en una mazmorra por el simple gusto de hacerlo... todo estaba borrado, o por lo menos escondido en lo más profundo de su mente. Ella tampoco sabía sonreír y si lo supo, lo había olvidado ya. lo único que notaba era que cada vez era más delgada y cuando el agua era lo suficientemente clara para reflejarse miraba un tinte púrpura bajo sus ojos. El final de esa jornada no fue diferente a los días que se sucederían ni a los que hubo antes. Siempre era lo mismo: picar la tierra, arrojar semillas, segar las malas hierbas y las zarzas espinosas (que siempre la herían) y recoger la siembra para llevarla a las grandes reservas del valle...así se dejaban ir los meses. El tiempo era rápido y lento a la vez, como si doliese vivirlo

Abrió los ojos y aún tenía las manos amoratadas del día anterior. Se desperezó y estiró los brazos. alcanzó la tela raída que llevaba en la cabeza y se la puso de inmediato; temía que los orcos la viesen sin cubrir pues era como si no soportaran aquello... y conociéndolos, le darían una buena tunda si los importunara.

Salió de la choza y siguió el camino; la otra gente ya estaba también afuera alistándose para el trabajo. Todo era normal (aunque no por ello agradable); ella soltó un suspiro, que era lo más ruidoso que sabía hacer y emprendió la marcha... pero entonces todos vieron acercarse un gran regimiento de orcos que cargaban numerosos sacos y llevaban en ruedas cajas y cofres. Seguramente llegaba el botín de un nuevo saqueo, y con ello nuevos esclavos. Los orcos soltaron los grilletes de toda aquella asustada y numerosa gente con las afiladas hojas de sus espadas, haciendo daño a los hombres aterrorizados. Ella los miró, uno a uno. Había varios niños, pero muchos hombres que parecían muy fuertes, de ojos oscuros y barbas espesas. Miró a uno en especial joven, de grandes ojos castaños, que se revolvía y parecía insultar a los orcos. Estos no tardaron en responder con un certero golpe en el estómago, que lo dejó sin aire.

-¿Tú que miras, asquerosa bestia?- dijo el orco medio hablando en lenguaje común, hacia ella. No contesto y bajó la mirada.

Estaba tan acostumbrada a los insultos como al trabajo forzado. No pasó mucho tiempo cuando los esclavos de la mañana ya estaban trabajando la tierra y otros más estaban en las forjas o en las minas. Precisamente el joven de antes estaba trabajando a su lado.

- ¿Y a ti de donde te trajeron? - le preguntó, indiferente

Ella sólo lo miró con preocupación, al momento en que el orco dirigente se acercaba con el látigo en mano. Soltó un sonoro golpe que alcanzó a los dos.

-¡Silencio! ¡y trabajen si no quieren ser mi cena de esta noche! -

Ella se mordió los labios para no llorar de dolor y el se quejó sonoramente. Pero aún después de eso, él insistió en hablarle, pero ahora en voz muy baja y sin dejar de escardar la apretada y reseca tierra.

-Pareces muy cansada, ¿Necesitas ayuda? -

Ella negó con la cabeza

-Entonces no hablas ¿eh? - dijo el joven dándose por vencido - Te entiendo, tal vez, si no me matan antes, acabe perdiendo también las palabras-

- ¡Así que insistes! - dijo el orco aproximándose de nuevo. Tomó al joven del cuello

-¿Quién te crees que eres para no respetar las reglas? Ahora sabrás lo que es sufrir - lo encaminaba lejos de los campos pero ella se colgó del fuerte brazo del orco para evitar que lo llevaran. Este le regresó un puñetazo que la tiró al suelo. Sintió como si una maza de hierro hubiera golpeado su rostro y probó el correoso sabor de la sangre. Vio aún de lejos al muchacho que se resistía. Se levantó de la tierra y veía las escarlatas gotas de su propia sangre caer. Cerró los ojos un momento y de nuevo comenzó a picar...

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Y aquí se queda esto perdido entre las sombras, está muy cortito, lo sé, pero es el preludio para ver si les gusta y si le sigo con esto.

Tenna rato!