NUESTRO PRIMER DÍA

Disclaimer: Todos los personajes y lugares que aparecen en este fic pertenecen a su creadora, J. K. Rowling. Yo únicamente me divierto con su maravillosa creación.

Este fic participa para el reto especial de aniversario "Lo bueno viene de a cuatro" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.


I.

James Potter

Fue su madre quien le despertó aquella mañana y le instó a que bajara a desayunar. El chico no se lo pensó dos veces, en escuchar la voz de su madre pegó un salto de la cama y estuvo vestido y preparado para coger el baúl e irse lo antes posible.

Aquello casi nunca funcionaba a la primera. Su madre decidió que dejaría de despertarle, pues cada día era un discusión. El chico se resistía a levantarse a la hora, pero como él siempre decía, eso formaba parte de su encanto. Aquel día, en cambio, James saltó de la cama sin vacilaciones y bajó volando a la cocina. Sus ojos chispearon en llegar y sentarse frente al plato vacío. La cocina se extendía ante él mientras su padre preparaba el desayuno y James lo esperaba impaciente.

—¡Papá, no tengo todo el día! —exclamó el chico mientras su padre le daba la vuelta a las tortitas que se volvían doradas en la sartén.

—Cálmate, James… Es pronto y vamos con tiempo.

James no podía contener sus nervios. Veía a su padre preparando el desayuno con calma y su estrés crecía por momentos. Jamás había sentido esa sensación antes, ese nudo que le oprimía el pecho, haciendo que tuviera la necesidad de ir lo más deprisa posible para llegar el primer a la estación y conseguir un buen compartimento en el Expreso a Hogwarts.

Sentado allí, en la mesa de la cocina y esperando a que su padre le preparará el desayuno, miraba el billete en sus manos. Lo apretó con fuerza y sus piernas temblaron bajo la mesa. Y no era el miedo a lo desconocido lo que le hacía sentirse nerviosos, sino las terribles ganas que tenía por llegar y que, al fin, diera comienzo la mejor época de su vida. Y es que James se había criado escuchando historias de sus padres sobre lo maravillosa que era la escuela y lo que más deseaba, sobre todas las cosas, era poder entrar en el equipo de Quidditch. Eso era lo que más deseaba con creces.

—Venga, a desayunar —el padre de James llegó a la mesa con un planto lleno de tortitas y lo dejó frente al chico. Con un suave movimiento de varita llenó el vaso de James con zumo.

El plato se vació con una rapidez inigualable. El señor Potter se dio la vuelta un segundo y en volverse hacía James ya había acabado con la ración de tortitas.

—¡¿Ya has acabado?! —exclamó su madre asombrada en aparecer en la cocina—. Y dicen que los nervios quitan el hambre… —dijo mientras besaba a su hijo.

—¿Mamá, crees que me darán un puesto en el equipo de Quidditch? —preguntó James, aprovechando que su madre había aparecido. Llevaba haciendo aquella pregunta desde que llego la carta de la escuela.

—No creo, James —volvió a explicarle su madre—. Como ya te dije, entrar en el equipo el primer año es muy complicado. Difícilmente cogen a alumnos de primero.

—¿Cuándo te lo dieron a ti? —preguntó el chico.

—En tercero —respondió su madre mientras daba un sorbo a la taza humeante de negro café.

—¿Tengo que esperarme a tercero?

—O podrías hacer lo posible para que te dieran un puesto en el equipo mucho antes. Yo creo que podrás conseguirlo —dijo la mujer con una sonrisa—. Nunca he visto a nadie jugar como tu, mi rey. El truco está en confiar siempre en ti mismo.

James sonrió con orgullo.

—Todo eso está muy bien cariño —dijo el señor Potter cogiendo a su mujer por la cintura y acercándose a ella con sutileza. Se quedó a su lado y luego miró a su hijo sentado todavía en la mesa de la cocina—. ¿Pero no crees que deberíamos ir saliendo ya? Al final llegarás tarde a la estación, James…

—¡Pues vamos! —James salió con lo puesto a la calle, caminando a grandes zancadas a través del jardín de los Potter. Llegó hasta el coche muggle de su padre y se subió en el. Estaba tan nervioso que creyó que el corazón le saldría por la boca en cualquier momento. Tenía muchas ganas de llegar y que todo aquello por lo que llevaba años esperando llegase al fin. Y es que James sabía que había nacido para estar en Hogwarts y todos aquellos años, en los que había sido consciente de lo que esa escuela representaba, habían sido una larga espera. Pero ya no esperaría más, pensó. Aunque quizás si que tuvo que esperar con fastidio a que sus padres salieran de la casa y subieran al coche.

—¡MAMÁ! ¡PAPÁ! —gritó sacando la cabeza por la ventanilla—. ¡¿Podemos irnos ya o voy a tener que esperar mucho más?!

Su madre se asomó por el umbral de la puerta del jardín y comenzó a caminar hacía el coche. James la miraba con el ceño fruncido y con la cabeza fuera a través de la ventanilla bajada.

—¿Y Papá?

El señor Potter salió detrás de su mujer, cargado con el baúl de James que el chico había olvidado en casa. James sonrió enseñando los dientes y excusándose así de su descuido.

—No creo que durarás mucho en Hogwarts sin el baúl, James —dijo su padre cuando llegó hasta el coche y guardando el baúl en el maletero, subió en el asiento del conductor. Su madre estaba sentada junto a él como copiloto. James se inclinó hacía adelante, quedando en medio de los dos asientos de sus padres—. ¿Listo?

—¡Más que listo! —James sonrió y con esa afirmación su padre arrancó el coche y puso rumbo a la estación de King's Cross.

El caminó se hizo larguísimo para el joven James. Cada calle que el coche avanzaba, cada esquina que dejaba atrás, James suspiraba esperando que fuera la última, pero rugía con fastidio cada vez que al torcer la esquina aparecía otra calle que atravesar.

Uno de septiembre. Día en el que da comienzo la actividad rutinaria en Londres después de las vacaciones de verano. Todo el mundo salía de sus casas con ánimos de que aquel año de trabajo comenzara con buen pie. Esperanzados y con grandes expectativas, los londinenses comenzaban ese uno de septiembre y rezaban para que acabará en cuanto antes.

Llegaron a la estación de King's Cross y el imponente edificio se extendía longevo sobre sus cabezas. Los ojos de James iban de un lugar a otro, examinándolo todo con gran determinación y ensimismamiento. Pudo distinguir en la lejanía a varios niños que tiraban de baúles y supo que aquellos serían compañeros de escuela.

Su padre sacó en seguida su baúl y dejó que el chico lo llevará por insistencia propia.

Pronto se vieron rodeados de cientos de transeúntes que cogían el tren esa mañana del primero de septiembre. Y es que la estación sufría un gran colapso de personas en aquel momento. James y sus padres cruzaron al andén 9 y ¾ apresurados. Iban con tiempo, todavía faltaban diez minutos para que el tren marchará hacía la estación de Hogsameade, pero por insistencia de James y sus incontrolables nervios, habían llegado demasiado pronto.

—Es muy pronto, cariño —dijo su madre cuando quedaron parados frente al tren escarlata. Muchas familias se encontraban paradas como ellos, y los niños ya corrían alborotados subiendo al tren o bajando dando los últimos abrazos de despedida. Era abrumador, pensó James. Pero había algo que le encanto dentro de aquel caos general de personas, baúles, jaulas y espeso humo de locomotora. Había algo que causo en él un gran efecto, él iba a destacar dentro de todo aquel caos, él sería alguien importante dentro de todo aquel bullicio. James Potter iba a comerse el mundo y comenzaría por Hogwarts.

—Hemos llegado a la hora perfecta —dijo James mientras sus ojos se clavaban en la gran serpiente escarlata que expulsaba vapor. Sus ojos no podían apartarse del monumental tren que le iba a llevar a Hogwarts—. ¿Puedo subir ya?

Su madre se acercó a él y cogió su pequeño rostro entre las manos. Le besó en la frente, en las mejillas y le estrechó con fuerza entre sus brazos. Iba a echar mucho de menos a su pequeño.

—¡Mamá, controlate! —James se deshizo de los brazos de su madre y acomodándose las gafas, miró a todos lados avergonzado—. Todavía no he subido al tren y ya estoy quedando en ridículo.

—Te voy a extrañar, mi amor — reafirmó la señora Potter mientras sus ojos se humedecían con sutileza—. Te has hecho tan mayor que a veces me cuesta creerlo —sollozó.

—Mamá, que no me voy a la guerra —James sonrió y se abrazó a su madre—. Y que sepas que yo también te echaré de menos.

Su madre se aprovechó de aquella muestra de cariño por parte de su hijo y estrechó con fuerza al chico. En soltarle, James abrazó a su padre y este le dijo:

—Recuerda James que no hace falta meterse en líos para ser el centro de atención… —le dijo—. No debes buscar problemas donde no los hay solo para causar efecto entre los demás, ¿está bien?

James asintió.

—Tan solo sé tu mismo.

Entonces tenemos un problema, pensó James.

—Pero sobre todo, disfruta este curso —aseguró su padre—. Un primer año en Hogwarts solo pasa una vez en la vida.

Pronto James estuvo dentro del tren. Se despidió de sus padres con un último abrazo y subió apresurado. Dejó atrás el alboroto de la estación para encontrarse dentro de un caos diferente. En la entrada del vagón de los de primer año se amontonaban un sin fin de alumnos que querían subir. Los prefectos distribuían y ayudaban a los de primer año como podían, acomodándoles en compartimentos a través del vagón. James, en ver todo aquel caos, decidió ir por su cuenta. Se alejó de aquel vagón pasillo a través pasando como podía entre todos los alumnos que se congregaban allí. Cuando consiguió alejarse y llegar a un lugar en el que los alumnos se habían calmado y se podía caminar sin tener que dudar de tu propia respiración, se encontró en una extraña situación.

—Tienes que irte al otro vagón donde están los alumnos de primero —dijo la niña a uno de los niños que como James se había alejado del vagón a donde pertenecían los de primer año.

—Pero yo…

—Nada de peros, tendrías que estar allí —y la niña de espaldas a James, se giró en darse cuenta de que alguien se acercaba a través del pasillo. El cabello de la niña bailó con un grácil movimiento al voltearse. Una larga melena roja cual llamarada ardiente pasó por delante de los ojos de James, para segundo más tarde encontrarse envuelto por una especie de sueño verde esmeralda, el sueño de un mundo paralelo dentro de aquellos ojos.

James enmudeció.

—¿Eres de primero? —preguntó la niña.

—S-sí —respondió James con dificultad.

—Pues ya sabes, iros los dos hacía el otro vagón —exigió.

James se paró a mirar a aquella niña detalladamente. A juzgar por su túnica, que no poseía emblema alguno de pertenencia a ninguna casa de la escuela, James supo que ella también era de primero.

—¿Cómo te llamas? —dijo James volviendo en si y sacando a relucir su descaro.

Ella lo miró frunciendo las cejas.

—Lily Evans.

—Yo soy James Potter.

—Muy bien James Potter… ¿Algo más?

—Creo que tu también deberías venir con nosotros, Lily Evans. Como bien has dicho, los de primer año debemos estar en otro vagón…

—¿Cómo sabes que soy de primero? —dijo la niña con fastidio.

—Por qué soy James Potter.

Lily resopló refunfuñando y se marchó pasillo a través en dirección al vagón continuo. James alzó las cejas mientras miraba a como se iba. Fijó sus ojos en el movimiento acompasado de su melena con el de sus piernas al caminar y tuvo que hacer un esfuerzo para volver en si. Se giró y se dio cuenta de que había un niño a su lado.

—Hola —saludó James.

El niño, algo atemorizado por lo que acababa de pasar, sonrió a James tímidamente.

—Soy James Potter —dijo tendiéndole la mano para así hacer que el niño se sintiera menos acobardado ante él.

El niño cogió su mano con suavidad y la agitó al mismo tiempo que pronunciaba su nombre.

—Yo soy Peter Pettigrew.