N.A.: Bueno, ésta es otra versión del Fantasma de la Ópera, no está muy distinta pero pienso hacer la historia un poco diferente. Basada en un Otome Game (Japonés) y en el libro de Gaston Leroux, incluyendo canciones de la película. Si no les gusta simplemente no lo lean, acepto reviews.

—¿Christine? … ¿Christine, me estás haciendo caso?

Estaba parada observando a un joven que hacía magia, en el parque. Vestía un elegante saco color rojizo, guantes negros al igual que su sombrero y el fleco de lado de su cabello negro con una tonalidad púrpura que ocultaba la mitad izquierda de su rostro, unos lentes transparentes estaban posados en su nariz.

Varias personas estaban a su alrededor observando intrigados al igual que yo. Apoyé una parte de mi cuerpo en una pared, cruzada de brazos y observando sus trucos. Era maravilloso. Sus trucos me mantuvieron entretenida un momento, siempre que pasaba por esos rumbos estaba él, con aquellos trucos que me maravillaban.

—Christine, vamos a llegar tarde.

En ese momento volví en sí y miré a mi compañera, la cual estaba parada junto a mí, esperando impacientemente. Es cierto, estábamos dirigiéndonos a la cafetería, donde ella tocaba el piano y yo era la cantante. Por ahora ese era nuestro único trabajo. Miré de nuevo a aquél mago y observé que la gente se iba alejando al haber terminado su acto.

—¿Puedo alcanzarte luego? Tengo que hacer algo.

Y sin escuchar su respuesta, me eché a correr hacia el joven. Él estaba guardando algunas de sus cosas y sin pensar me acerqué a él con una sonrisa pegada a mi rostro. Él volteó a verme cuando sintió mi presencia.

—Hola, ¿tú eres el mago que siempre está por aquí, verdad?

Mi sonrisa era dulce, tratando de no hacerlo sentir incómodo o algo así. Lo único que obtuve como respuesta fue un leve asentimiento de cabeza que me fue proporcionado por él. Ladeé la cabeza mirándole con curiosidad, como si de una niña pequeña se tratase.

—Sólo…. Yo, sólo vine a decirte que tu magia es increíble.

—Gracias.

Eso último lo escuché como un pequeño susurro que salió de sus labios. Lo miré y luego miré las cosas que tenía a un lado, preguntándome cómo era que hacía esos trucos. Pero mi pensamiento se vio interrumpido cuando él habló de nuevo, pero esta vez en un tono de voz un poco más alto.

—Lo siento, no soy muy bueno hablando con los demás —Formó una pequeña sonrisa en sus labios, la cual me pareció muy tierna.

—No importa, yo tampoco —Reí un poco y oí que él igualmente se rió de mi pésimo intento de bromear—. Oye, yo… Tengo que ir a…

—A la cafetería.

Arqueé una ceja al oír eso. Pero le resté importancia a eso.

—Sí, yo canto allí…

—Te he oído, tienes una hermosa voz.

—Bueno, gracias… —No encontré razón alguna, pero me sonrojé.

Creo que el notó mi sonrojo porque se aclaró la garganta y desvió la mirada terminando de guardar sus cosas. Por un momento creí que se iba a ir, así que me puse enfrente de él apoyándome en la mesa en donde hacía un truco y mirándolo con curiosidad.

—Así que… ¿Ya has ido a la cafetería?

—Sí, un par de veces.

Sonreí de nuevo y miré a un lado. Era tarde y me iban a regañar por llegar tarde allí. Suspiré. No quería irme, no aún. Era agradable charlar con él, aunque sólo hayamos hablado sólo unos momentos.

—Yo, tengo que irme.

—De acuerdo, no te quito más tu tiempo.

Tomó sus cosas con una mano y estaba a punto de irse. Lo detuve dándole un pequeño jalón en el brazo, no iba a dejarlo irse así cómo así. Al menos no de esa manera.

—Cuando quieras —Me aclaré la garganta y sonreí—. Cuando quieras puedes ir a la cafetería.

—Está bien, de todos modos yo iba ahora mismo para allá.

—Ah, podrías acompañarme…

Sonreí y él asintió siguiéndome. Al principio no nos dirigíamos la palabra, pero después él inició hablando y contándome cosas relacionadas con la ópera. Lo cual me sorprendió, pues no creí que supiera tanto de la ópera, siendo él un mago. Aún así, lo escuché, pareciéndome interesante todo lo que me contaba.

—Creo que tú podrías ser la Prima Donna.

—¿Yo? No lo creo… —Suspiré.

—¿Por qué no? Eres buena cantando, mucho mejor que las que yo he oído.

De nuevo un sonrojo cruzó mis mejillas. Miré a otro lado y suspiré, abriendo la puerta de la cafetería, a la cual habíamos llegado hace unos momentos.

—Supongo, tal vez algún día logre entrar allí.

—Así lo creo.

Después de oír su respuesta, abrí la puerta y enseguida él la sostuvo, mientras me indicaba que pasara. Sonreí un poco hacia él y entré. Poco después el entró atrás de mí. Había gente ya adentro de la cafetería, algunos platicando como siempre, algunos otros eran los que atendían las mesas.

Caminé hacia el escenario donde vi a mi compañera sentada, me acerqué y la saludé. Él por su parte, se había ido a sentar en una mesa que había en la esquina, me pregunté por qué no se acercaba más, pero ignoré ese pensamiento al oír que me hablaban.

—Christine…

—¿Mande? —Rápidamente volví la mirada a mi compañera.

—Tenemos que ir a…

Al principio me extrañé, pues no sabía de qué hablaba. Fue entonces que ella me señaló el escenario, teníamos que empezar a cantar. Enseguida, asentí y la seguí hasta el escenario. Ambas llevábamos la misma vestimenta, pero en diferentes colores.

La melodía que cantábamos era una lenta y dulce. La voz de mi compañera era de bajo volumen, y aguda, demasiado. La mía era un poco más alta de volumen, y en un tono dulce, al igual que la canción. La canción se basaba en unas palabras que me había dicho mi padre. Sobre aquél Angel de la Música.

¿En qué parte de este mundo te escondes?

Enserio, tú eres perfecto

Solamente deseo saber tu secreto

¿Quién es este nuevo tutor?

Aquella que cantaba esa estrofa era yo, mirando al público con atención, al igual que ellos me veían y escuchaban.

Mi padre me habló de un Ángel

Suelo soñar su aparición

Ahora cuando canto, lo siento a él

Y yo sé que él está aquí…

Mi padre había dicho que cuando él no estuviera, un Ángel vendría a enseñarme en su lugar.

Aquí mismo, en ésta habitación

Me habló dulcemente

En algún lugar, escondido

De alguna manera, sé que él está siempre conmigo

Él, el maestro invisible…

Aquellas últimas frases, las canté en un tono bajo y con dulzura. Eran la última estrofa que cantaría ese día. Pronto, observé como todos los que estaban allí, se levantaban y aplaudían. Todos y cada uno, alguno que otro decía algunos halagos hacia nosotras. Sonreí, mientras mi vista iba de una persona a otra. Pero a mí no me interesaban ellos, al menos no por ahora.

Mi vista se posó en él. Estaba parado, aplaudiendo al igual que todos. Sin embargo, me extrañé al ver que no sonreía mucho; apenas y se notaba una leve sonrisita en su rostro. Estaba en el fondo de la habitación, justo donde se había posado al inicio. Aunque por ahora, lo único que me interesaba era su opinión, quería saber que pensaba realmente de mi música.

Me perdí en mis pensamientos un momento. Algo pasó justo frente a mis ojos y cayó al suelo. Enseguida, volví a la realidad y bajé la mirada, para poder observar que era aquella cosa que había caído. Frente a mí se encontraba una rosa roja, muy hermosa. Me agaché y la tome en mis manos, observándola. Era perfecta. Sonreí y alcé la vista, sabía de quién era esa rosa. Sin embargo, al volver mi mirada, observé como él se levantaba y salía de la cafetería.