- Por todas las estrellas, Obi-Wan, me estoy muriendo. ¿Tienes que interrumpirme ahora? -la débil voz de Siri Tachi todavía conservaba ese toque de exasperación e impaciencia que siempre hacía sonreír al jedi.

No fue así aquella vez. Aunque intentaba con todas sus fuerzas que la congoja y el miedo no se hiciesen patentes en su rostro, Obi-Wan temía por Siri; sentía cómo la vida se le escapaba a medida que su respiración se tornaba más y más pesada y sus ojos azules se nublaban. El bláster la había alcanzado de lleno en el vientre en aquel arriesgado movimiento, y el daño pronto se tornaría en irreparable.

Porque se negaba a pensar que no quedaba una sola oportunidad de salvarla. Simplemente, no podía.

-No vas a morir -dijo firmemente, acariciando con suavidad su pelo. Temía que durmiese y no despertase; temía que muriese allí, lejos de todo-. No vas a morir. No voy a dejar que lo hagas.

La débil sonrisa de Siri tembló hasta desaparecer en un gesto de dolor, pero pronto sus rasgos se dulcificaron de nuevo.

-Eso no depende de ti, mi buen amigo -torpemente, con los dedos entumecidos, intentó alcanzar su cinturón-. Ayúdame -le pidió, en un susurro ronco.

-¿Qué…? -pero la respuesta le llegó antes de terminar de formular la pregunta; Obi-Wan apartó con suavidad la mano de Siri y sacó de uno de los compartimentos de su cinturón el cristal azul que la jedi siempre llevaba encima. Cerró los dedos de ella sobre su superficie cálida y los envolvió con sus propias manos.

Siri intentó liberar su manos con otra débil sonrisa.

-No… es para ti -dijo, colocando la pequeña gema en la mano de Obi-Wan-. Así nunca te dejaré.

-No vas a morir -le repitió él, con los ojos llenos de lágrimas-. Aguanta. Resiste.

Pero la esperanza de Kenobi casi se desvaneció cuando la inconsciencia se apoderó de ella.