Disclaimer: One Piece y sus personajes son propiedad de Eiichiro Oda

Hola, gracias por entrar n.n

Heme aquí volviendo a este entrañable fandom con un nuevo fic. Constará de diez capítulos en total y en él reincidiré en mi enferma compulsión de burlarme de Zoro XD Amo cuando se pierde, creo que todos lo hacemos, así que necesité volver a exprimir la idea.

Creo que a la larga el fic no vale gran cosa, simplemente se tratará de los Mugiwara juntándose otra vez. Lo escribí más que nada para divertirme imaginando a Zoro perdiéndose mientras lo intenta, sólo que lo hará en compañía de la pequeña Wicka. Desde que los vi juntos corriendo de un lado a otro en Dressrosa me desarmé de la ternura. ¡Esa chica es el Pepito Grillo del espadachín!, dije para mis adentros con la estúpida emoción de la fangirl alienada XD

En fin, la cuestión es que ya que siguen en Dressrosa y no tengo la más pu* idea de cómo seguirán sus aventuras en ese país (porque no sigo el manga, sepan disculpar los fans) tomaré este lugar como referencia. Todo lo que aparece aquí narrado sobre lo ocurrido con posterioridad a la victoria sobre Doflamingo corre por mi cuenta y es producto de mi cuestionable imaginación. Ni siquiera tomaré en cuenta que se hayan dividido en dos grupos (y por Dios, qué lindo que salió Sanji en el capítulo "Mientras tanto, en otro lugar de la galaxia..." XD)

El general en su laberinto es una novela del recordado Gabriel García Márquez, cuyo título vino a encajar con cierta comodidad entre mis obstinadas aspiraciones de seguir experimentando con el defecto de Zoro. Sólo me queda por añadir que suelo actualizar con frecuencia -aunque ya no con la de antes, debo decir, porque gracias a Dios estoy trabajando mucho- y que la historia finalizará oportunamente. Los dos primeros capítulos serán los prolegómenos de la búsqueda y los motivos de la separación de los Mugiwara que saqué de la galera son meramente funcionales a la historia. No aspiro a ser purista, sino a entretener.

Si después de la cháchara quieren darle una oportunidad, les pido disculpas por los posibles fallos que puedan encontrar. Les agradezco de corazón el tiempo de lectura :D


I

Punto de partida

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Donde aparece Monkey D. Luffy y, como de costumbre, algo tiene que comenzar


Taberna de mala muerte. En un rincón, un viejo piano apolillado. En el techo, las perezosas aspas de un ventilador averiado. En algunas de las mesas, parroquianos deprimidos, somnolientos, solitarios, ahogando sus desdichas en ron de mala calidad. Detrás del mostrador, el dueño del local repasando con un paño dudosamente limpio una jarra de vidrio opaco. Penumbra en general.

Echado sobre aquél como si se hubiera desvanecido, con una jarra de cerveza a medio tomar a un lado, un envilecido cliente no cesaba de murmurar incoherencias. Desaliñado, seminconsciente a causa de la embriaguez, apenas se removió cuando un desgarbado pirata de desconocida procedencia ingresó al lugar para terminar de conformar aquella patética escena.

El hombre se acercó hasta allí y demandó con voz dura:

-Cantinero, ¡whisky!

El interpelado no dejó de limpiar ni levantó la vista al responder con aspereza:

-No hay.

El otro gruñó y lo miró con amenaza.

-¡Dije whisky!

El cantinero ni siquiera se mosqueó.

-Entonces vaya a otra parte.

El pirata rumió la seca sugerencia durante algunos instantes. Después, irritado, descargó su puño sobre el mostrador y bramó con prepotencia:

-¿Quieres morir?

El repetido y molesto chillido del ventilador fue todo lo que recibió como respuesta. Entonces, furioso por tal afrenta, volvió a descargar el puño varias veces haciendo vacilar peligrosamente los cristales en derredor.

-¡Dije si quieres morir! –vociferó.

El sujeto que dormitaba sobre el mostrador se sacudió con los ruidos y puñetazos. Maldijo por lo bajo, se irguió con gran esfuerzo y, sin dignarse a dirigirle la mirada al recién llegado, tomó su jarra y se la tendió al cantinero.

-Cerveza –pidió con voz amodorrada.

El cantinero le sirvió con absoluta naturalidad. El furibundo pirata, percibiendo claramente el vacío que le hacían, apretó las muelas conteniendo apenas el enfado que lo acometía. ¿Quiénes eran esos miserables suicidas para ignorarlo de esa manera?

Observó la operación dejando que el tiempo fluyera, con la esperanza de que notasen la tensión. Sin embargo, el tipo bebió de un trago el contenido de su jarra con la mayor satisfacción del mundo, profiriendo una exclamación de gozo al terminar. Fue un duro golpe para su orgullo de pirata y desde luego que se cobraría semejante menosprecio.

-Oye, imbécil –increpó al cliente. Éste volvió a pedir cerveza, al parecer sin registrarlo-. Estoy hablando contigo, maldito idiota –repitió por las dudas. Sin embargo, obtuvo la misma respuesta-. Oye, ¡borracho de mierda! –terminó por vociferar.

Recién entonces el sujeto acusó recibo de su presencia. Lo miró con un único ojo entrecerrado, ebrio y fastidiado, pero con una sobrecarga emocional tan profunda que el pirata por un momento vaciló. Evidentemente, no se trataba de un parroquiano cualquiera.

-Ya deja de hacer tanto ruido, pareces un maldito moscón hambriento –dijo el tipo con desgano.

Al pirata no le gustó nada la comparación.

-¿Qué dijiste? –masculló.

El otro corrigió su postura en el asiento para poder encararlo mejor.

-Que pareces un maldito moscón, un ruidoso, sucio y molesto moscón.

El ventilador volvió a chirriar. Luego de un nuevo instante de incertidumbre, sin más preámbulos, el pirata extrajo un arma de fuego de entre sus ropas y le apuntó a la cabeza, amartillándola con gesto amenazante.

-Repítelo, marino.

El sujeto ni se mosqueó. Al contrario, suspiró con resignación, casi con lástima. Era como si hubiera tratado de evitar esos extremos del conflicto y le negasen las chances de lograrlo.

Lo siguiente que supo el pirata fue que el cañón de su arma cayó al piso con estruendo y que en la mano se quedó sólo con la parte posterior, completamente inutilizada. Atónito, desconcertado, cuando levantó la vista notó que la silla donde había estado sentado el borracho aparecía vacía.

Se giró estupefacto. El tipo estaba dándole la espalda, y el característico sonido de una katana al ser envainada le indicó por fin lo que había sucedido. Y para colmo llevaba tres.

Imposible.

-Oye, idiota –le dijo el espadachín con voz cansina-, ¿le preguntaste al cantinero si quería morir? ¿De veras? Antes de entrar a un tugurio como este deberías preguntártelo a ti mismo… incluso antes de entrar al Nuevo Mundo, si tienes cerebro para planteártelo.

El pirata se quedó tan impactado que no pudo responder nada. El otro pasó a su lado sin mirarlo, volvió a acomodarse en su asiento, chirriante al recibir su peso, y terminó la cerveza que había en la jarra.

-Aquí todos andamos buscando la muerte, novato –masculló luego por lo bajo-. ¿Qué clase de estúpida pregunta es esa?

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Algunas horas después el espadachín seguía dormitando desplomado sobre el mostrador. De vez en cuando, un borboteo de incoherencias emergía de su garganta de forma escandalosa, pero nadie le decía nada porque todos allí lo conocían bien. En realidad, consideraban esos sonidos como una inapreciable señal de vida.

Desde que se instaló en la isla iba a esa taberna para ahogar las penas con frecuencia marcial, casi como si no tuviera otra cosa que hacer. Se lo veía cada vez más descuidado y la mayor parte del tiempo completamente bebido, pero de alguna misteriosa manera siempre se las apañaba para mantenerse lúcido en su sitio, inculcar miedo en los incautos, defenderse de las periódicas provocaciones de los principiantes y hacerse respetar entre los escasísimos piratas que se atrevían a desafiarlo. Tal vez fuese precisamente ésa su peculiar forma de estar borracho.

Hacía ya varios años que había llegado con un grupo de piratas bastante disparatado, extraño, poco propenso a seguir otras pautas que no fuesen las dictadas por sus propias conciencias. Eso los hacía parecer imprevisibles, negligentes, incluso peligrosos en ocasiones, pero nadie allí osaría negar que gracias a ello se había recuperado Dressrosa. Mugiwara, así se dieron a conocer ese singular grupo de piratas-héroes.

Una deuda como esa jamás se olvida y echa raíces en el espíritu de las personas con mayor profundidad que un compromiso meramente económico. Los habitantes de Dressrosa se sentían agradecidos con ellos y ese era un lazo que duraría para siempre.

Por eso nadie molestaba al solitario espadachín allí varado que circulaba por la ciudad siguiendo misteriosos e intrincados rumbos que sólo él entendía, para terminar más tarde o más temprano, y afortunadamente para todos, en la misma taberna de mala muerte. Hacía cierto tiempo que sus nakamas se habían ido y que no se había vuelto a escuchar de ellos, y no había nadie que pudiera explicárselo. Por eso, generosamente, cobijaban al hombre extraviado y no le preguntaban nada por discreción.

¿Pero por qué diablos habrían desaparecido del mapa aquellos estrafalarios piratas?

Una tarde, la monótona escena del espadachín seminconsciente sobre el mostrador sufrió una ligera alteración. Sin ser vista ni oída, una sombra diminuta atravesó la puerta, recorrió el local, se dirigió hasta el borracho y comenzó a escalar por su pierna y su torso hasta llegar a la altura de su adormilada cabeza.

-¡Zoroland!

La vocecita de la pequeña criatura que se materializó al lado de su oreja apenas tuvo repercusión en el apagado cerebro del interpelado. Si se trataba de la inminencia de una amenaza se despabilaba de inmediato, incluso así de bebido, pero si se trataba de cualquier otra presencia inofensiva, prefería continuar perdiéndose en los corredores de la embriaguez…

-¡Zoroland! –volvió a llamar la voz.

Pero tratar de despertar a un pirata trasnochado es más difícil que arreglar el maldito mundo en que vivimos.

-Despierta, Zoroland, ¡despierta! –chilló la pequeña, y aferrando con resolución el pelo del durmiente, empezó a zamarrearlo con tal energía que la cabeza comenzó a agrietar el mostrador.

El cantinero, al ver el inusitado fenómeno, palideció y comenzó a retroceder al comprender de qué se trataba aquello… aunque ninguna forma de distancia ofrecía seguridad cuando había un Mugiwara involucrado. Menos que menos cuando se trataba también de cierta testaruda jovencita de fuerza espeluznante perteneciente al reino de los Tontatta.

Sólo cuando su aporreada cabeza comenzó a funcionar de nuevo el espadachín se dignó a recuperar la conciencia. Se irguió, tomó de la ropa a la causante de aquel alboroto, la sostuvo a la altura de su vista y la encaró con furibunda mirada.

-¿Qué demonios estás haciendo, pequeña sabandija? ¡Vete a molestar a otra parte!

Wicka apretó los puños y lo enfrentó con la misma sobrecarga emocional, sin dejarse amilanar.

-¡No me voy nada! ¡Y la única sabandija perezosa y maloliente aquí eres tú!

-¿Qué dijiste? ¿Malo…? –Zoro se cortó, indignado-. ¿Se puede saber qué diablos te pasa? ¿Acaso quieres morir? –vociferó, emulando puerilmente al último idiota que se atrevió a molestarlo.

-¡Aquí el que quiere morir eres tú! ¿Cuánto alcohol crees que pueda soportar un ser humano? ¡No hay día que no te encuentre hasta los tuétanos!

-Problema mío.

-¡Y mío también! ¡Y de tu capitán!

Aquí el ojo de Zoro se empañó con una sombra muy diferente a la de la embriaguez.

-Será mejor que ni siquiera menciones a ese inútil a menos que se trate de algo bueno –gruñó.

La joven bufó, ceñuda, aunque interiormente satisfecha por haber logrado captar su atención. Durante unos intensos instantes, sólo el pertinaz chillido del ventilador ocupó el ambiente. Luego de ordenar sus pensamientos, Wicka se decidió a hablar.

-Todo comenzó cuando estábamos de guardia.

-¿Y eso qué tiene que ver?

-Sólo escucha, idiota –profirió ella, que odiaba cuando la interrumpían. Luego carraspeó para aclararse la voz y prosiguió con un singular y calibrado relato-. Esta mañana estábamos de guardia en la costa, cuando de repente divisamos un objeto acercándose por el mar. Al principio no pudimos distinguir qué era, pero más tarde, cuando lo tuvimos cerca, descubrimos que se trataba de un barril.

-¿Un barril? –A Zoro las neuronas se le terminaron de desperezar.

Wicka, molesta con la nueva interrupción, de todos modos asintió escuetamente debido a la desfavorable manera como la sostenían aún.

-Un barril –corroboró, mirándolo con reproche-. Encalló en la playa y hacia él nos dirigimos, para nosotros un barril es algo así como una "cámara de los horrores" –explicó-. Sin embargo, para el oficial que estaba a cargo podía tratarse de un "caballo de Troya", así lo había leído en alguno de los viejos libros que guardamos en la comunidad –añadió instalando cierto dejo de suspenso.

La súbita e infantil tensión impresa en el relato capturó la atención de todos los allí presentes, que se acercaron con disimulo y expectación. Zoro gruñó al darse cuenta, en el fondo ya se temía la conclusión de lo que Wicka narraba como si se tratase de una gran aventura.

-Ante la posibilidad de la invasión y conquista de nuestro territorio, de inmediato echamos mano a nuestras armas, elaboramos una estrategia y nos dispusimos a defender con nuestra vida la armonía de nuestro reino –prosiguió ella con severo talante-. En definitiva, no podíamos echar a perder de un día para el otro la gran victoria conseguida por nuestro Héroe años atrás, quien nos ha legado además su coraje y entereza.

¡Oh! y ¡Ah! exclamaron por lo bajo los entrometidos espectadores, y Zoro puso los ojos en blanco al entender a quién identificaba la muchacha con la figura de "héroe". De pronto recordó que esa idiotez era uno de los motivos que lo habían llevado a la bebida.

-Nuestro Héroe nos ha legado el más maravilloso de los tesoros que puedan hallarse en el Nuevo Mundo –anunció Wicka con orgullo, y Zoro temió una nueva cursilería-: el valor para enfrentar nuestros miedos, la voluntad de seguir peleando y la habilidad de tergiversar la realidad cada vez que sea necesario. –Zoro puso los ojos en blanco otra vez-. Guiados por sus enseñanzas, rodeamos el barril decididos a ofrecer nuestras vidas.

Los parroquianos se comían las uñas de la ansiedad, impacientes por saber cómo acabaría la historia. Previendo que sería inútil, Zoro optó por omitir el detalle de que evidentemente habían salido con vida, pues la propia Wicka podía contarlo.

-De pronto, cuando ya estábamos allí, el barril estalló en pedazos como si una gigantesca masa de energía se hubiera estado incubando en su interior –contó ella con el ampuloso gesto de aquel que, al relatarla, vuelve a experimentar una situación de gran intensidad-. Una espantosa lluvia de astillas y trozos de madera cayó sobre nuestras cabezas, entorpeciendo nuestra visión y las posibilidades de maniobra. Durante unos inciertos instantes, no pudimos hacer nada ni entender la clase de amenaza que se cernía a nuestro alrededor.

Había llegado al clímax. Algunos borrachos regresaron a sus cabales como por encanto, tal era la expectativa que los acometía, mientras que algunos otros se persignaron o tragaron saliva con dificultad. Zoro, por su parte, se había acodado en lo que quedaba de mostrador y observaba a la muchachita con ojos entrecerrados, sosteniéndola aún de su traje.

Después del profundo silencio correspondiente, Wicka continuó:

-Cuando la lluvia cesó pudimos reponernos. Lo primero que atinamos a hacer fue verificar que nadie estuviera malherido. Lo segundo, enfrentarnos a nuestro oponente. Su oscura silueta ya se había delineado frente a nosotros, y lo que había salido del barril era… humano.

Nuevas exclamaciones de espanto.

-El sol, por un momento, nos cegó también –prosiguió ella-, pero al poco rato fuimos capaces de descubrir por fin la identidad del intruso… Fue entonces cuando nos pusimos muy contentos, pues sólo se trataba de Luffyland –concluyó Wicka con una gran y luminosa sonrisa.

Los otros se dispersaron de inmediato, rezongando inconformes. ¿Sólo se trataba de Mugiwara? ¿Para eso tanto alboroto?

Desde que había finalizado la batalla contra Doflamingo y sus hombres, Dressrosa reconoció en los Mugiwara el factor esencial para la reconquista de la isla, por lo que ésta prácticamente se convirtió para ellos en un punto de referencia en el Nuevo Mundo. No era que precisasen de una base, de hecho nunca la tuvieron, pero dado el largo y arduo enfrentamiento necesitaron afincar allí por un tiempo para reponerse.

Dressrosa los cobijó amablemente, agradecidos y dichosos de poder devolverles aunque fuera con un simple hospedaje toda la generosidad con la que se comprometieron a recuperar el país. Así, tanto el capitán como su tripulación se volvieron rostros conocidos, familiares. El célebre nombre de Monkey D. Luffy no alteraba a nadie, porque se trataba de un amigo.

-Entonces Luffy ha regresado por fin –masculló Zoro, adusto-. Ese idiota a la enésima potencia.

-Se quedó celebrando el reencuentro con los demás –informó Wicka, ya cómodamente sentada sobre el mostrador-. Vine a avisarte tan rápido como pude.

El espadachín se puso de pie, decidido.

-Guíame.

Wicka sonrió, aunque por dentro sudó frío. Ya había vivido ese problemático momento otras veces, varias veces, demasiadas veces, y si bien una parte de sí sintió alivio con el infrecuente pedido de ayuda, su otra mitad anticipaba la fatigosa labor que tendría por delante.

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Derrotar a ese verdadero grano en el trasero en el que se convirtió Donquixote Doflamingo requirió el mayor despliegue de energía que los Mugiwara hayan empleado jamás. Aunque sólo hubiera intervenido una parte de la tripulación, para todos ellos constituyó un desafío fundamental y terminó de consolidarles la reputación de los piratas más fuertes y temidos de la nueva generación. Ya no eran unos simples novatos, aunque algunos personajes recelosos o envidiosos de su poder se empeñasen en calificarlos como tales.

El asunto fue que, una vez finalizada la larga y extenuante batalla, reconquistado el país y reunida la totalidad de la tripulación, todos estaban demasiado felices y cansados como para tenerse en pie y así sucedió durante un tiempo, que se fue haciendo igualmente largo. Para cuando quisieron acordarse el capitán decidió, contra los dictámenes de su acostumbrada determinación, que sería bueno tomarse unas vacaciones.

Sus recompensas habían vuelto a incrementarse y no les depararía ninguna ventaja permanecer holgazaneando todos juntos, así que una vez repuestos de la sorpresa que generó semejante decisión acordaron dividirse. Franky se encargaría del barco y, por ende, de reunirlos nuevamente cuando Luffy lo dispusiese, por lo que para facilitar las cosas se desplazaron por separado de regreso a sus respectivos hogares. Podía resultar el lugar más obvio, pero por eso mismo nadie los buscaría allí y siempre podrían contar con los medios para evadir cualquier irrupción de la Marina.

Y así lo hicieron. Se despidieron sin dramatismos ni titubeos, y cada uno embarcó, abordó el vehículo o montó el animal más conveniente para iniciar el largo camino de regreso, contentos de poder tomarse un tiempo para reencontrarse con sus seres queridos. En el caso de Brook, ansioso por reencontrarse con su público; en el caso de Robin, deseosa de continuar con su investigación.

Por su parte, Luffy y Zoro lo hicieron a lo último, el primero asegurando que los convocaría en tres meses y el segundo algo inseguro del lugar al cual volver. No obstante partieron, tranquilos en su convicción de que esta vez, a diferencia de lo sucedido en Sabaody, el proyecto les saldría bien.

Pasó el primer mes, el segundo, el tercero… y un cuarto, un quinto y otros muchos sin que Luffy se dignara a reaparecer. Al principio les extrañó. Luego, les preocupó. A lo último, conociéndolo, simplemente se encogieron de hombros, resignados. Al igual que en la separación anterior, cada uno encontró una forma de aprovechar el intervalo, por lo que pronto dejaron de esperar y se limitaron a transcurrir. Tarde o temprano volverían a juntarse.

Pero se les hizo demasiado, demasiado largo, al menos desde la perspectiva del espadachín. ¿Por qué razón Luffy no los llamaba? ¿Por qué permanecía tan quieto? ¿En qué rayos estaba pensando? ¿Y dónde diablos estaría? Cuando sus "andanzas" lo condujeron al East Blue intentó localizarlo, pero las versiones sobre su paradero eran tantas y tan contradictorias que se vio obligado a desistir. Por lo visto, la gente que lo albergaba estaba haciendo un buen trabajo.

Así de desorientado en la vida como en la geografía, se enfocó en regresar al punto de partida, es decir, a Dressrosa. Superó una vez más y como pudo cada una de las instancias del viaje, siempre extraviado y siempre reencaminándose milagrosamente, examinando todas y cada una de las posibilidades del laberinto que es este mundo por si se perdía de algo que sólo él podía saber. Recorrió de nuevo el Grand Line, volvió a Sabaody, se sumergió hasta la isla Gyojin y regresó al Nuevo Mundo quizá más endurecido que antes, pero igual de fastidiado.

Pasó los últimos dos de los casi cuatro años que llevaba sin ver a sus amigos en Dressrosa, bebiendo y dejando pasar el tiempo. ¿Qué otra cosa podía hacer? Entrenar, desde luego, pero estaba muy habituado a esa rutina. Entrenaría del mismo modo si estuviera con sus compañeros, así que el problema seguía siendo la creciente demora que los mantenía dispersos.

Ahora por fin aparecía el epicentro de todos sus disgustos, la raíz de sus desgracias, el perpetuo instigador del absurdo y la incertidumbre... Emergiendo de un maldito barril a la deriva, ¡pero qué original!

Dirigiéndose a su encuentro, Wicka hizo lo que pudo para mantenerlo en el camino correcto y un buen rato después llegaron a la base del ejército de los Tontatta, donde Luffy celebraba el reencuentro con sus pequeños amigos. Los estertores del festejo se oían a la distancia y Zoro apretó el paso para corroborar por sí mismo lo que ya le anunciaban las risas y los gritos.

Ingresó al recinto donde se hallaban reunidos y ahí estaba el capitán de los Mugiwara, riendo, cantando y brindando como si tal cosa. Al ver a Zoro, no obstante, de inmediato estiró los brazos desentendiéndose de lo demás para saludar a su querido nakama.

Lo sujetó de los hombros y se impulsó hacia él según su costumbre, pero antes siquiera de aterrizar, un puño de la consistencia del acero se incrustó con fuerza bestial en su cara feliz, desfigurando su sempiterno gesto de inocencia.

El estruendo de la trompada y sus repercusiones sumieron a los tontatta en la estupefacción. Menuda forma de saludarse. Sin embargo, conociendo la fuerza que los caracterizaba, supusieron que ése era el código en el que se entendían y del estupor pasaron lisa y llanamente a la admiración más absoluta.

Sus ojos los observaron brillantes de adoración mientras ellos reñían como dos burdos patanes.

-Pedazo de imbécil, ¿recién ahora te apareces?

-Zoro, idiota, ¿por qué diablos me golpeaste?

-¡Y todavía lo preguntas!

-¡No está bien golpearle de ese modo a tu capitán!

-¿Mi capitán? ¿Qué capitán? –replicó aquél, sarcástico-. ¿El estúpido que se esfumó de la faz de la tierra? ¿El que se olvidó que tenía una tripulación? ¿El que se aparece a deshoras y de la nada?

-Estaba descansando –gimoteó Luffy infantilmente, frotándose la zona agredida-. Quedamos en tomar unas vacaciones mientras las cosas se acomodaban.

-Unas vacaciones de casi cuatro años, ¡pelmazo!

Ahora Luffy ladeó la cabeza, mirándolo sin comprender.

-¿Cuatro años? ¿Tanto?

Zoro le propinó otro contundente correctivo en la cabeza.

-¡Idiota! ¡Ni siquiera te habías dado cuenta! –exclamó indignado.

El otro se quedó pensando.

-Ahora entiendo por qué me siento tan relajado –comentó.

-¿Cuál es tu excusa para semejante demora?

Luffy lo meditó durante algunos instantes.

-Creo que me quedé dormido –respondió, hurgándose la nariz.

Esta vez Zoro le propinó una contundente paliza. Cualquier insulto hubiese quedado corto. Todo el tiempo que la tripulación llevaba distanciada se lo debía a la negligencia de su propio capitán, ¡sólo a ellos podía pasarles! Ni siquiera él dormía tanto y tan descuidadamente… ¿verdad?

Cuando el espadachín terminó de desahogarse, Luffy se inclinó y pidió disculpas como un chico bueno. El otro bufó, desalentado. Era lo que le había tocado. Después, más calmado, se sentó junto a los demás, que habían estado siguiendo la singular rencilla entre maravillados y divertidos.

Iniciaron una segunda ronda de bebidas y brindaron nuevamente por el reencuentro y la amistad. De pronto fue como si nada hubiese sucedido, como si el tiempo transcurrido careciese de importancia, y durante un largo rato celebraron la circunstancia de estar allí reunidos.

Pero, dado el afectivo clima generado, no tardó en hacerse palpable una realidad insoslayable: la ausencia de la mayoría de los Mugiwara. Los tontatta fueron los primeros en hacerlo notar evocando a algunos de sus más caros amigos, entre ellos el Héroe de la Humanidad. Luffy rió de buena gana al recordar todo aquello.

-También los echo de menos –manifestó sonriente-. Ya es tiempo de volvernos a juntar.

-En buena hora lo dices –masculló Zoro, sardónico.

-¡Bien! –exclamó el otro sin hacerle caso, y se puso de pie con una decisión asumida-. ¡A reunir a los Mugiwara! –vociferó.

-Idiota –dijo Zoro-, ¿crees que será tan fácil? La vez pasada estábamos todos en el Grand Line, o al menos la gran mayoría, pero ahora cada uno está en un mar diferente.

-No me importa. ¡A reunir a los Mugiwara!

Zoro volvió a envalentonarse.

-¡Que será difícil y llevará tiempo, imbécil!

-¡Quiero reunir a los Mugiwara!

-¿Al menos escuchas cuando te hablo?

Pero tratar de razonar con aquel muchacho de goma era completamente inútil. Zoro siguió señalándole lo obvio y él persistió en proclamar su necesidad a voz en cuello.

La única forma de ponerle coto a su obstinación era, como siempre, resignándose. ¿Quién podía desviar a Luffy de un objetivo cuando se lo proponía? Ni siquiera valía el esfuerzo. Y Zoro había navegado con él lo suficiente para darse cuenta de ello.

Lo dicho: el tipo era de goma, pero a la hora de tomar una resolución se volvía más duro que una roca. Era una de las pocas cosas que Zoro no podía cortar por más voluntad que le pusiese, porque la voluntad de Luffy era inquebrantable. Y por eso mismo, a pesar de todo, lo respetaba.

¿Había que volver a cruzar más de medio globo terráqueo para reunir de nuevo a sus nakamas? ¿Había que vérselas una vez más con cada rincón y cada criatura de ese mar de pesadilla? Pues bien, lo harían. Simple.

Cuando las aguas se calmaron le preguntó por qué diablos se había aparecido en un barril y en dónde había estado durmiendo. Luffy, masticando concienzudamente una gran pieza de carne, respondió con absoluta naturalidad.

-Porque no conseguí un barco –empezó-. Estuve durmiendo en casa –terminó.

-¿Algún otro detalle? –se impacientó Zoro.

-Hum… Tuve un poco de ayuda.

-¿Se puede saber de quién?

Luffy sonrió ampliamente con la boca llena.

-De algunos amigos.

Poco más que eso pudo sacarle en concreto. Respetaba a su capitán, pero su despreocupación seguía exasperándole. Se habían separado por motivos de seguridad después de lo acontecido en Dressrosa, pero al parecer todo lo que fuese "razones" al muchacho no le afectaba. Y sería inútil pretender lo contrario, habían llegado hasta esas formidables instancias en sus aventuras en buena parte gracias a la temeridad/insensatez que lo caracterizaba.

Zoro suspiró con desaliento. Ya no sabía si reclamárselo o agradecérselo.

-¿Tan cansado estabas?

-Hep –afirmó Luffy mientras pasaba a engullir un plato de tallarines.

-¡Pasaron casi cuatro años, zopenco!

-¡Increíble! –se admiró el otro.

Aquí el espadachín volvió a irritarse.

-¿Es que piensas convertirte en el Rey de los Piratas cuando llegues a viejo?

-Esto no es una carrera, Zoro –lo reconvino él con severidad.

-¡No me des lecciones!

-¡Entonces tú no me reclames!

Alrededor de ellos los tontatta ya no les prestaban demasiada atención, pues comprendían la necesidad que tenían de actualizarse y de acordar después de tanto tiempo de separación. Ya no les preocupaban los gritos y el enojo, sino seguir bebiendo y compartir con ellos ese singular rato de camaradería.

Después fue Luffy el que quiso saber en qué había invertido Zoro esos años, y el espadachín resultó ser tan parco como él a la hora de contar historias. No podían ser tan melodramáticos como Wicka ni tan meticulosamente exagerados como Usopp, por lo que terminaron el breve relato de sus andanzas con otra ronda de bebidas.

Sin embargo, poco tardaron en volver a echar en falta a sus compañeros y Luffy reiteró el pedido de convocarlos lo más rápido posible. Entonces Zoro, una vez más, ayudado de algunos de sus pequeños amigos, le señaló con esmerada sensatez la cuestión de las dificultades, y el capitán al fin accedió a entenderlo.

-Bien, llevará tiempo –admitió con pueril severidad-. Entonces habrá que partir de inmediato.

Por un momento, los frágiles cimientos del sentido común que habían conseguido emplazar temblaron peligrosamente.

-Ahora es de noche, torpe, y necesitamos un barco –lo regañó Zoro-. Además, tu cabeza sigue corriendo un serio peligro valiendo lo que vale.

-Lo sé, es divertido –rió el otro-. ¡Será una nueva aventura!

-¡Que es peligroso! –insistió Zoro, aunque nunca ese argumento hubiera dado resultado-. Debemos pensarlo muy bien y planear con cuidado.

-¡Será una nueva aventura! –porfió Luffy, ilusionado.

-Mira, cabeza hueca, ya no somos unos novatos, ahora somos demasiado conocidos y debemos actuar con mayor precaución.

-¡Somos famosos! –se regodeó el tipo con los ojos como lumbres-. ¡Será una nueva aventura!

Zoro trató de invocar los restos de paciencia que aún pudiera hallar en su exasperado psiquismo.

-¡Que debemos manejarnos de otra manera!

Recién en ese momento algo, tan sólo algo de la clase de inquietudes que trataba de transmitirle alcanzó a tocar el acorazado bulbo raquídeo de la determinación de Luffy. Ante tal insistencia se puso ceñudo, como si lo meditara, y luego volvió a sonreír como si se le acabara de ocurrir una genialidad. A Zoro le corrió un escalofrío.

-Entonces ve tú –dispuso Luffy con sencillez.

Durante unos tensos instantes, la totalidad de la concurrencia se sumió en un silencio sepulcral. Wicka, que por experiencia propia podía anticipar la clase de repercusiones que una decisión de esa magnitud acarrearía, miró al capitán con estupor y la mandíbula por el suelo. ¿Acaso sabía lo que estaba diciendo? Al final Zoro tenía razón, ¡ese tipo era un irresponsable!

Sus congéneres también conocían al dedillo los desperfectos del radar interno del espadachín y de inmediato gimieron en son de protesta, pues temieron que los Mugiwara ya nunca lograsen volver a reunirse, al menos en esta vida. Luffy los miró sin comprender.

-Luffyland, ¿te das cuenta de lo que…? –Wicka ni siquiera fue capaz de completar el planteo, superada por la situación.

El único que permaneció en silencio fue Zoro, que se cruzó de brazos a la espera del veredicto. Cuando el capitán diera la orden, no habría fuerza en el mundo que pudiera disuadirlo de lo contrario y él simplemente se atendría a obedecer.

Los tontatta insistieron en su gimiente protesta, pero Luffy los acalló con su convicción habitual.

-Zoro lo hará –les aseguró, y rió apagadamente.

Los puntos cardinales del universo se sacudieron ominosamente.