Claroscuro
Capítulo 1: Real y quimérico
Yoongi no dejaba de tironear de sus propios mechones de cabello. En algún momento de aquella mañana, la poca inspiración que había reunido en su viaje al trabajo, había muerto y fue enterrada bajo el peso del escritorio frente al cual él se hallaba sentado. Mantenía su escritorio bastante pulcro, a decir verdad, pero porque a diferencia de los demás, no llevaba porquerías que hicieran espacio. Ni fotos ni anotadores, tampoco peluches o cualquier objeto con el mínimo valor sentimental. Tan solo tenía una carpeta sin abrir, y varios bolígrafo que casi nunca usaba. Después de todo, la única herramienta de trabajo necesaria era su computadora y los audífonos conectados a sus oídos.
Odiaba los trabajos de oficina.
No es como si prefiriera estar en una cocina, o trabajar repartiendo volantes o algo por el estilo. Tampoco iba por el lado del encierro. Pero le parecía tan monótono y explotador. Y es que a decir verdad, el trato con el público no era su fuerte. Se trataba de un call center, y él estaba en la parte ventas, donde llamaba la gente para consultar por un producto, hacer una queja respecto a alguna compra, o sencillamente charlar un rato si es que se trataba de alguien poco serio. La empresa era de una compañía de teléfonos, y no, no recibía ningún tipo de descuento, tristemente. Si no habría tenido una razón de ser que él hubiera acabado en aquel sitio. Al principio había creído que no sería tan malo, pero con el tiempo, se había dado cuenta de que sí podía ser tan terrible como algunos se lo habían descrito. El trabajo en «equipo», además, no habría sido tan complicado si no fuera porque sus compañeros apenas se percataban de su existencia, mucho menos del hecho de que se encontraban en horario laboral y que deberían dejar sus idioteces para otro momento. Si bien atendían las llamadas de forma individual, se suponía que conformaban un equipo, y mientras el desempeño de cada uno afectaba directamente sobre las devoluciones de los clientes a la atención telefónica general de la empresa. Por lo que se suponía que todos debían dar lo mejor de sí, y ayudarse unos a otros cuando fuera necesario. Pero su entorno era ruidoso y no dejaba de desconcentrarlo y ponerlo de malhumor. Además, recibir llamadas cada medio minuto no cooperaba mucho con su pequeño impedimento sonoro. Queja tras queja, o incluso preguntas absurdas que lo ponían de los nervios. No era un hombre de paciencia pero, saber que sus llamadas eran grabadas, lo obligaba a serlo. De no haber sido así, pues habría sido una pena para la empresa que lo había contratado.
Un bollito de papel le cayó en la mano mientras iniciaba una nueva conversación telefónica. No tuvo que buscar mucho a su mensajero: a dos escritorios de diferencia, se encontraba el chico gracias al cual se encontraba trabajando de lo que menos le gustaba, Jung Hoseok.
De acuerdo, dicho así, pareciera como si Yoongi hubiese sido obligado o esclavizado contra su voluntad. Pero fue él quien aceptó ir a las entrevistas de trabajo, y quien tuvo cierto entusiasmo cuando le habían dicho que había sido seleccionado para comenzar a trabajar allí. Fue su mano la que firmó aquel contrato, y que además sujetó en un apretón la mano diestra de su superior. Hoseok solo lo ayudó a encontrar trabajo cuando este lo necesitaba.
A diferencia suya, el chico lucía reluciente. Tenía el cabello un poco más largo que el suyo, con la raya al medio y de color castaño oscuro. No dejaba de hablar animado, y hasta hacía gestos y movía las manos expresivamente mientras conversaba con los clientes. Se había ganado su buena fama en el empleo, ya que siempre ejercía un buen desempeño, y las devoluciones eran todas favorecedoras. Los clientes no tenían quejas, y si había alguno que quería pasarse de listo, Hoseok lo arrastraba con sus habladurías hasta que la persona en cuestión no tuviera más chance que escucharlo y hacer lo que el muchacho le marcaba. Era un as con las palabras.
Yoongi, pues, no era de las personas que solucionaban sus problemas de aquella manera. Lo hacía con un par de palabras honestas, que por obvias razones tenía prohibido pronunciar. En cierta ocasión, cuando una mujer se había enojado y comenzado a despotricar contra Yoongi, diciéndole cosas que no tenía por qué aguantar, tuvo la simpleza de colgar la llamada y así evitarse el mal momento. Sin embargo, su superior terminó llamándole la atención por aquello, y le dejaron bien en claro que no debía volver a cometer una equivocación como aquella, o terminarían suspendiéndolo.
Yoongi observó el papel que le habían arrojado, y luego nuevamente a Hoseok. El chico le hacía señas de que lo abriera, mientras seguía hablando animadamente con la cliente que le había tocado en aquel momento.
El joven no tenía muchas intenciones de averiguar qué se estaba tramando su amigo. Pero nadie lo observaba, y la persona con la que hablaba en aquel momento estaba ocupada buscando los comprobantes de una compra que había hecho vía online; se la pasaba repitiendo «Lo siento», «No pensé que fuera a ser necesario» y «Lamento quitarte tu tiempo». A Yoongi le daba igual. Prefería esperarla a tener que aguantarse a algún charlatán maleducado.
Cuidando de que ningún supervisor se le acercara, decidió desdoblar el bollo de papel, para luego encontrarse con un mensaje escrito.
«¿Tienes piojitos?»
Yoongi reparó en que no había dejado de jugar con su cabello todo aquel rato, e inmediatamente apartó la mano, frustrado.
Aquel idiota no dejaba de molestarle en pleno trabajo. Qué molesto.
—Oh, ya lo encontré. Finalmente —dijo la mujer al otro lado del teléfono.
Yoongi coincidió con ella.
«Ya era hora».
Mientras revisaba rápidamente el celular, y tras comprobar que no tenía más que un mensaje de su compañero de la universidad, Namjoon, sobre asuntos sin urgencia, decidió que podría abrir unos segundos su cuenta de Twitter, y husmear unos segundos mientras le dictaba los pasos que debía seguir a la persona al otro lado de la línea.
Tweets de gente ventilando su vida, memes, insultos al azar, memes, un video de un chico bailando, memes. La presentación de un grupo en una entrega de premios musicales. Memes.
Le llamó la atención volver a ver el video del chico bailarín que había dejado atrás. Entonces notó que lo había compartido uno de los amigos de Hoseok, Tae algo.
Volvió a subir y descubrió que quien lo había compartido más arriba no había sido nadie más que su compañero de trabajo y amigo, Hoseok.
«Hace un minuto».
Yoongi ni se molestó en observarlo.
«Maldito vago», pensó el joven, aunque estaba cometiendo la misma infracción al usar su celular.
Volvió su atención al video, de un chico aparentemente de su edad, quizás un poco más joven. En la imagen que se veía del video pausado, tenía los brazos estirados, la cabeza hacia abajo, y las piernas cruzadas como si estuviera a punto de dar un giro. También le llamó la atención su vestimenta, los pantalones negros achupinados, una musculosa del mismo color, y un pañuelo atado al cuello. Tenía alguna especie de abrigo de color claro, pero se le había caído de los hombros, o lo llevaba así a propósito. Era difícil saberlo. Cuando tocó la pantalla para que el video avanzara, este comenzó desde el principio. Solo dejó que pasaran cinco segundos, donde el muchacho balanceaba su cuerpo de un lado a otro, como si fuera arrastrado grácilmente por el viento. Cuando estaba a punto de dar un giro, Yoongi notó que alguien se le había colocado al lado en plena distracción.
Bloqueó el celular instantáneamente, por inercia, y luego observó a su derecha, encontrándose con la mirada de desaprobación de su supervisor. Oyó la voz de la mujer al otro lado de la línea diciendo que al fin había podido solucionar el problema, y que le agradecía muchísimo y tales cosas. El muchacho se despidió cortésmente y se quitó los audífonos a pedido de su superior.
—¿Es necesario retirarle el teléfono como se hace en el instituto, Min Yoongi?
El aludido se puso blanco. No podía meter la pata en su trabajo, lo necesitaba. ¿Cómo podía permitirse el cometer tal estupidez? Peor aún, ¿por qué no había sido más cuidadoso?
—No, señor —fue todo lo que dijo por respuesta, avergonzado.
Con el semblante gélido y una mirada descalificadora, su superior se alejó sin agregar nada más.
Yoongi ignoró la mirada de preocupación de Hoseok desde su sitio, al igual que los ojos curiosos de los compañeros que lo rodeaban. Guardó su tonto celular y atendió la siguiente llamada.
Se suponía que aquello era lo único que debía hacer durante aquellas horas. Trabajar. Atenerse a las reglas y no perder el tiempo. Había firmado un contrato temporal, que debía ir renovando cada mes a menos que el gerente decidiera que ya no era necesario tener que emplearlo. No podía darse el lujo de quedarse desempleado, tenía un alquiler junto a una matrícula que pagar y, a pesar de ser una porquería, el trabajo le daba un buen sueldo.
Volvió a sujetarse de los mechones de su frente mientras trataba de sonar un poco más animado en su conversación.
A pesar de haber sido una tontería, se sentía fatal.
Yoongi tenía un vaso de café latte en la mano que lo estaba quemando en la palma. Había olvidado tomar uno de los collarines para protegerse del calor del líquido, y ya había caminado varias cuadras como para volver al local a buscar uno de los cartoncitos protectores. Hoseok iba a su lado, pero como había pedido el café con leche fría, no pasaba dificultades.
—En serio Yoongi, no deberías darle tantas vueltas a una cosa así —insistió el muchacho, dándole un sorbo al café—. Hay quienes son un desastre ahí dentro, y sin embargo ya llevan más de un año trabajando.
—¿Cómo tú, por ejemplo? —dijo sin mirarlo. Hoseok ignoró el comentario, sabiendo que no era aquello lo que su amigo pensaba realmente.
—Claro, claro —le restó importancia—. A lo que voy es que solamente estabas usando el celular. Hay cosas aún más graves.
Yoongi asintió, entendiendo su punto. Lo que no le dijo a Hoseok, era que no estaba tan preocupado por el incidente del celular realmente. Era más bien por su propio rendimiento. No destacaba del promedio, y cometer errores tontos no lo ayudaba si quería dejar una buena impresión para que le sigan renovando el contrato.
Le habían explicado que si superaba los tres meses en aquel lugar, lo más seguro era que podría quedar efectivo en la empresa. De lo contrario, tendría que comenzar nuevamente la travesía de la búsqueda laboral.
Suga contuvo un suspiro. Decidió no continuar hablando del asunto. Hoseok podía entenderlo, pero para él no era difícil conseguir trabajo. Siempre tenía algún contacto que podía recomendarlo, y su carisma lo ayudaba con creces en las entrevistas que tenía.
Ambos caminaban en dirección al subterráneo. Si bien ambos iban a la misma estación, tomaban los trenes que viajaban en direcciones opuestas respectivamente. Hoseok vivía con su hermana en un departamento bastante amplio que le alquilaban a sus tíos, por lo que venía con descuento. Yoongi, en cambio, vivía en un dormitorio de tres metros cuadrados cuyo espacio se veía reducido a unos pocos centímetros teniendo en cuenta la cantidad de cosas que había apretujadas entre sí. Por suerte, no era costoso.
Era miércoles, el único día en el que Yoongi no iba a la universidad, por lo que al menos corría con la ventaja de que podía marcharse directamente a su casa (un viaje de cuarenta minutos en bus, o la mitad en el metro), darse una ducha y echarse en la cama a relajarse.
El día estaba nublado, y parecía a punto de echarse a llover, por lo que Yoongi sintió cierto alivio al llegar a la estación. Bajaron el enredo de escaleras, y en el punto de cruce, ambos se despidieron con un apretón de manos y luego un abrazo. Yoongi le sonrió a su amigo. A pesar de su pésimo humor, le gustaba recordar que al menos contaba con la compañía del muchacho. Rodearse de gente positiva era necesario para alguien como él, y Hoseok era una de las personas más optimistas que había conocido desde hacía años.
Su tren no tardó en llegar, y se quedó de pie al fondo del primer vagón. No se molestó en buscar un asiento. Había estado todo el día con el culo pegado a su silla de escritorio en el trabajo. Se abstrajo de sus propios pensamientos colocándose los auriculares y escuchando música a todo volumen. Bajó en la penúltima estación, y cuando quiso darse cuenta, una oleada de gente lo estaba arrastrando fuera del vagón para luego ir guiándolo por el andén hacia las escaleras mecánicas, donde un embudo de personas avanzaba lentamente.
Era por eso que prefería mil veces tomar el bus, a pesar de ser tan lento. Estar encerrado a metros bajo tierra y ser zarandeado todo el tiempo por una multitud no le gustaba para nada. Decidió quedarse en su lugar, esperar a que el gentío avanzara, y dirigirse a las escaleras mecánicas una vez que el ajetreo amenguara.
Alguien avanzó rápidamente por su izquierda, chocando con media mitad de su cuerpo y sin siquiera girarse o pedirle perdón. Yoongi se quitó los auriculares, molesto, con la intención de enseñarle algo de modales al extraño, pero este ya había avanzado empujando al resto, y ya estaba demasiado lejos como para ir tras él. Además, se percataba de que era una pérdida total de tiempo y energía. Quizás alguien le hiciera el favor de devolverle algún codazo por su parte.
El ruido de la gente se mezclaba con el de la música de algún artista callejero que había llevado su equipo de audio para hacer lo suyo. A Yoongi le agradó lo que oía una vez que la gente se disipó y pudo escuchar con más atención: Era el sonido de un piano, acompañado por un instrumento de viento. Esperó a oír alguna voz que se uniera a la música, suponiendo que se trataba de algún cantante que buscaba lucrar dentro de lo posible con su canto. Sin embargo, lo que encontró no fue un vocalista, sino un bailarín.
Un muchacho rubio con una vestimenta original y llamativa, que giraba el cuerpo como si su cintura fuera un péndulo y una magia lo envolviera e hiciera moverse al compás del sonido; las manos pequeñas ascendían, y el flequillo le rozaba las pestañas al chico con los ojos cerrados. Parecía ajeno a su alrededor, ignorando completamente a un sujeto que lo grababa con el celular, y a un par de colegialas que lo observaban fascinadas.
Yoongi reparó en lo apuesto que era, y a pesar de tener un rostro algo aniñado, se notaba en la ropa marcándose al cuerpo que no era ningún niñito pequeño. Se trataba de un chico aparentemente de su edad, quizás un poco más joven.
¿Era el mismo del video?
Yoongi tuvo el impulso de acercarse para observarlo, aunque eso significaba pasar de largo las escaleras de salida, y superar la extraña timidez que lo había tomado. No era él quien estaba exponiendo su baile frente a un pequeño grupo de desconocidos, después de todo. Pero por alguna razón, no se animaba a avanzar. Menos aún cuando el chico dio un salto combinado con un giro en el aire, cayendo como lo hacían esos patinadores de hielo, con la pierna sin tocar el suelo, pero formando un círculo que lo envolvía y sin detenerse ni dudar. Apoyó ambos pies y llevó sus manos junto con su torso a un costado, como si quisiera señalar y a su vez atrapar algo, a alguien. Yoongi sintió escalofríos. Sus brazos se estiraban en su dirección, pero el chico no lo observaba. Estaba perdido en su arte.
Era apabullante. Una danza grácil, sin errores, que atrapaba a la vista y se apoderaba del espectador. Yoongi solo había sentido eso una vez que se había quedado observando a unos bailarines en la televisión, pero no había dejado mucho el canal y la magia que lo había envuelto se había roto con solo apretar un botón. Esta vez, este chico estaba delante suyo, y su presencia en aquel andén era tan real como quimérica. Lo único que parecía darle un carácter humano a aquel bailarín fuera de su extraordinario ser, era una pequeña gorra blanca del tipo pescador, con unos pocos billetes pero varias monedas ocupando un pedacito de todo el espacio que ofrecía.
Yoongi se tanteó los bolsillos de la campera, del pantalón.
Nada.
Vaya, era una lástima. Le hubiera encantado hallar una forma de hacerle entender al chico que le había gustado muchísimo lo poco que había visto, y que habría sido un gusto colaborar con él, pero no tenía dinero en efectivo, y dudaba de que aceptara tarjetas de débito o crédito.
Apenado, le dio la espalda y se encaminó hacia la salida. Se colocó los auriculares, la música tapó todo lo que le rodeaba, y pronto todo aquel acontecimiento había culminado, dejándole cierto regusto amargo. Entonces tomó su celular, abrió su cuenta de twitter, y buscó el perfil de Hoseok para buscar un video en particular.
Por supuesto, eran la misma persona. No se había percatado que la grabación era en la estación del metro, pero se dio cuenta de que la música era diferente, es decir, del mismo estilo, pero con un ritmo más acelerado. Se preguntó si el chico repetía una coreo diariamente, o variaba muy seguido la rutina de baile. Le daba la sensación de que era lo segundo.
Esta vez, tampoco pudo terminar de verlo, pero porque había salido finalmente de la estación, y unas gotitas de lluvia habían caído sobre la pantalla de su celular. Guardó el aparato y se colocó la capucha de su campera. Por suerte solo eran cuatro cuadras hasta su casa, y las veredas estaban techadas por los negocios, así que no terminaría empapado como la anterior vez que había salido sin paraguas.
Cruzó la calle escondiendo su rostro en el cuello alto de su abrigo, y las manos se le congelaron buscando las llaves en los bolsillos de la mochila. Cuando llegó a su edificio (un sitio pequeño, con solo cuatro pisos y un aproximado de cinco o cuatro habitaciones en cada uno), entró apresurado y subió las escaleras hasta el último de ellos, caminó a lo largo del pasillo y entró al número 405. La puerta estaba algo trabada, por lo que forcejeó un poco y terminó golpeando el escritorio que había del otro lado al abrirla. Volvió a cerrarla detrás suyo, encendió la luz y descubrió que el desorden tras el cual se había marchado aquella misma mañana, lo esperaba con los brazos abiertos para darle la bienvenida. Dejó la mochila en el suelo, debajo de su escritorio, y no se molestó en quitarse la campera antes de acostarse.
La cama estaba pegada a un ventanal, que en realidad se abría y daba a un diminuto balcón, pero no se le apetecía salir en medio del diluvio. Dejó la cortina entreabierta, y encendió un pequeño parlante que había conectado al bluetooth de su celular, seleccionando su playlist de música predilecta.
Estaba agotado. No había sido un día particularmente atareado, pero sus pocos ánimos lo habían dejado sin energía, y los pensamientos lúgubres no hacían mucho por mejorar.
Usualmente no le gustaban los espacios pequeños, pero su cuarto era una de las cosas a las que había aprendido a adaptarse, y lo quería como un santuario. O una cueva. Se sentía protegido en su diminuto universo, sin mucho espacio para dar más de dos pasos.
No era mucho, pero era lo que su sueldo y el deber de pagar la cuota universitaria le permitían alcanzar. Tampoco aspiraba a mucho más que eso. Le quedaba mucho más cerca del trabajo y la universidad que haber seguido en Daegu, que estaba a más de dos horas de distancia de su actual vivienda. Había sido difícil dejar el nido familiar, pero lo supo necesario, uno de los tantos sacrificios que debía sumar a su lista.
Revisó en el celular las últimas aplicaciones usadas, y además de Google y Spotify, aparecía Twitter con la imagen del video del bailarín del metro. Lo seleccionó, pensando que la tercera era la vencida y en esa ocasión sí o sí tenía que ver el video completo. Y lo hizo. Era una rutina completamente diferente a la que había visto él en vivo, como había adivinado, pero lo había dejado sin aliento al igual que unos minutos atrás. La misma sensación lo oprimió en el pecho, envidiando su talento, o el hecho de que el chico era demasiado bueno en algo.
Yoongi, en cambio, no veía videos suyos tomados por extraños recorrer las redes sociales.
Aunque a decir verdad, él no tenía el coraje de ponerse a rapear en la estación del metro.
Se puso a ver el video una vez más. Y luego otra vez.
Se aseguraría de llevar algo de cambio al día siguiente, por si es que volvía a ver al muchacho danzando en el andén.
Nota de autor:
No sé qué es lo que acabo de hacer(?) Bueno a ver, sí, caí en un pozo sin fondo, y como siempre que me obsesiono con algo, necesito desahogarme escribiendo sobre ello. Así que acá estoy. Empezando un longfic luego de años de haberme reprimido con diferentes fandoms.
Voy a tratar de ser buena e ir actualizando lo más frecuentemente posible. Sepan entender si llego a demorarme, y el hecho de que estoy retomando el viejo hábito de la escritura(?), por lo cual si lo escribo es un asco, echemos la culpa a eso :)
Y obvio, esto es para mi esposa. Aún no decido si me mejoró o empeoró la vida arrastrandome consigo al fandom de chinitos y de esta ship.
Hasta la próxima, y que tengan lindo día.
