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Brago, glotón

¡Con qué facilidad, su mamodo Brago dormía en el asiento del auto! Acababa de comerse otro animal exótico y gigantesco en peligro de extinción; y solo se despertaba cada tanto para deglutir uno que otro hueso enorme que se le había pasado de largo.

Para ese fin, el anciano Albert detenía el auto y esperaba unos minutos; mientras que Brago, como un gato que escupía una bola de pelo, hacía lo suyo bien lejos de Sherry, como ella se lo había indicado más de una vez.

Y de nuevo emprendían el viaje por la carretera solitaria y polvorienta, con una maravillosa brisa cálida que entraba por las ventanillas. El pueblo más cercano estaba a una hora de distancia y tenían programado llegar antes del atardecer.

—La señorita Koko no olvidó su cumpleaños —mencionó el anciano, mirando a Sherry por el espejo retrovisor.

Ella acariciaba con cariño la malla de un bonito reloj de pulsera que adornaba su muñeca. Koko se lo había enviado desde la Universidad, donde felizmente estudiaba después de que Sherry la hubiera salvado de Zophise.

El anciano, complacido, volvió la vista hacia el frente y ensanchó los ojos con terror cuando un perro grande se cruzó frente al auto de improvisto. No le dio tiempo de reaccionar y lo arrolló con las cuatro ruedas antes de poder frenar. Sherry saltó en su asiento cuando el animal pasó bajo las ruedas traseras.

—¿Anciano, qué ha pasado? —preguntó en total desconcierto.

Albert giró el cuerpo y la miró con gran preocupación.

—¿Está bien, señorita? Creo que atropellé a un perro —confesó afligido. Salió del auto y corrió hacia el animal.

El movimiento brusco no había conseguido despertar a Brago; seguía durmiendo, ya no con el cuerpo recostado por el respaldo del asiento sino por la puerta. Sherry resopló y dirigió su atención hacia la ventanilla trasera para observar lo que sucedía afuera.

Albert se agachó sobre la criatura que yacía en el suelo, y de pronto ésta abrió los ojos y se levantó. El anciano dio un saltó hacia atrás por temor a que lo atacara; pero el perro solo sacudió su pelaje, lo miró un breve instante con unos ojos zarcos sin rastro de ferocidad, y luego cruzó al otro lado de la carretera y se alejó a toda prisa.

Sherry estaba tan sorprendida como Albert y se aseguró de echarle un buen vistazo al perro antes de que desapareciera; no era un perro, parecía una especie de lobo grande, y lo más extraño era su pelaje negro erizado, que se asemejaba demasiado a la vestimenta de Brago. Esto no se le pasó por alto a Sherry, de inmediato abrió la puerta por la que Brago estaba recostado y lo dejó caer al suelo.

Brago se incorporó con una expresión solemne y seria, totalmente distinta a cuando dormía. Miró a Sherry levantando una ceja.

—Creo que vi un mamodo —dijo ella, sin esperar a que le preguntara algo.

Al seguir las huellas del mamodo, éste los condujo a la entrada de un inmenso bosque, que subsistía en medio de la sequía y el calor de un valle rocoso.