Disclaimer: Los personajes de Inception no me pertenecen.


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I

Sueños

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Podía decirse que Robert Fischer lo tenía todo.

Era un hombre rico; infinitamente rico, luego de haber desmantelado el imperio de su padre para comenzar su propio negocio, casi un año atrás, el cual solo le había dado ganancias hasta la fecha.

Dinero. Todo se reducía a eso. Ahora tenía mucho más del que podría contar y del que necesitaba, tenía éxito, poder... Su padre lo educó en un mundo donde la felicidad era directamente proporcional a la cantidad de millones que uno tuviera en el banco, y Robert tenía muchos.

¿Por qué no era feliz entonces?

No. No había podido encontrar la felicidad ni un solo día luego de seguir la última voluntad de su padre.

No mientras estaba despierto, al menos.

Había un sueño recurrente que lo visitaba cada vez que cerraba los ojos. Una mujer, no especialmente exuberante o llamativa, pero sí muy hermosa. La misma imagen, noche tras noche. Lo extraño de esa mujer era que no existía; nunca la había visto o escuchado su voz, pero, de alguna manera, verla lo hacía sentirse seguro, a salvo de un mal que no recordaba.

Robert no salía muy seguido desde que se había vuelto uno de los hombres más ricos del mundo; no solo, al menos. Pero cuando lo hacía, le gustaba perderse largas horas en algún lugar donde nadie pudiera conocerlo, donde podía, por unos minutos al menos, fingir que era alguien normal. París se presentaba ante él como un sitio ideal para eso; allí nadie sabía su nombre ni conocía su cara. En esa ciudad podía transitar libremente, sin huir de reporteros ni amenazas.

Dejando que sus pies lo guiaran, llegó a una pequeña y encantadora cafetería alejada del centro, tomó una mesa en el interior y pidió un café mientras intentaba recordar todas sus clases de francés para poder leer la edición financiera de Le Monde de ese día.

Fue entonces que, tras darle un sorbo a su humeante taza, un ligero resplandor le molestó en los ojos, haciéndole desistir en su lectura. Algo molesto, levantó la cabeza y fue en ese instante que la vio, morena, menuda, con un bloc de hojas y una pluma de metal entre las manos, sentada en una de las mesas más alejadas. Casi sin quererlo, Robert posó la mirada en ella y la dejó allí, desviando el rostro para esquivar el brillo de la pluma.

Conocía ese rostro, esos ojos y aquellas expresiones. Estaba seguro de que las había visto antes, pero, ¿en dónde?

La chica jugaba con la pluma entre sus labios, haciendo algunos trazos de a ratos y volviendo a llevársela a la altura del rostro, despistada.

Robert no podía quitar los ojos de ella, y siguió mirándola hasta que al fin supo de dónde la conocía: de sus sueños.

oOo


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N del A:

Hola!

Gracias por leer!

Saludos!

H.S.