27 de diciembre de 1996
Habían pasado algunos días desde que Atenea le había dicho a Shaula de Escorpio que tenía una misión. La joven Santa era una de las dos únicas mujeres que eran Santos de Oro. Marín, antigua Santa de Águila era, actualmente la protectora de Piscis. Shaula era la más joven de todos los Santos dorados. Había cumplido recientemente quince años y llevaba exactamente seis como Santa de la Octava Casa. Había derrotado a Jabú de Unicornio, que era considerado como favorito para ser el sucesor de Milo, a la edad de nueve años.
Milo, el anterior Santo de Escorpio, no era solamente antecesor de Shaula, sino que por un par de años también fue su maestro, pero, en 1987 ocurrió la Guerra Santa contra el dios Hades. Shaula, en aquel momento tenía seis años. Nadie la consideraba como elegible a la armadura dorada, no solamente por su edad, sino por su corazón enfermo, el cual hacía que su cuerpo sufriera temperaturas extremadamente altas. Un año después de la muerte de su maestro, practicó sobre sí misma la técnica llamada Katakáio. Esta consistía en concentrar toda la insoportable temperatura de su cuerpo hacia su corazón. Cuando Atenea y la actual matriarca, Shaina se enteraron ya era demasiado tarde para que pudieran impedir la determinación de la chica.
—La técnica Katakáio quedaba estrictamente prohibida—le había dicho Saori en esa ocasión.
—No tuve opción. Era eso, o morir más rápidamente. Además, planeo ser la sucesora de mi maestro— Si Atenea y Shaina hubieran podido ver su rostro se hubieran sorprendido de su decisión y seguridad. Nadie apostaba nada por la pequeña y frágil chica, cuya piel contrastaba con sus cabellos negros.
Habían pasado ocho años y Shaula aún sonreía al recordar la incredulidad de todos. Tal vez, la única persona que le tenía fe era el actual Santo de Aries, Kiki. A él le había compartido que, llegado el momento de poseer la armadura de Escorpio, ella se liberaría de la estúpida máscara. El chico la miró asombrado, pero la apoyó.
—Y ahora estoy sin máscara y me temen, por lo menos—se dijo a sí misma.
—Y yo te respeto—dijo de pronto una voz que le pareció demasiado conocida.
—¡Kiki! ¡No vuelvas a asustarme de esa manera!—Shaula miró al chico pelirrojo furiosa —A la próxima que hagas eso, te convierto en un colador.
—Oh, bueno… no te enojes, bonita—dijo el chico lemuriano con ánimo conciliador. —Oí por ahí que la señorita Saori te envió a una misión.
—Sí y sabes perfectamente que detesto las despedidas, amigo mío—la chica lo miró con una sonrisa algo triste. Le dolía decirle amigo a Kiki, ya que ella estaba en aquella edad de los amores. Pero como Santa dorada, Shaula no podía esperar gran cosa respecto a tener una relación con el guapo chico. Además, valoraba demasiado esa amistad, como para perderla.
—Lo sé, además, esa enfermedad tuya es impredecible. Quiero decir, si te vieras en la necesidad de usar la Aguja Escarlata Ardiente, sabemos que hay un riesgo de que…
—No lo digas, amigo. Procuraré regresar con bien. Por suerte será una misión breve. Pero por si no vuelvo, quiero que sepas muy bien una cosa. Tú has sido el mejor amigo que he tenido en todo el mundo. Y quizás eres algo más que eso para mí— no quiso ser obvia, así que no dijo más.
—Tú eres algo más para mí. Eres la chica que más quiero. Por eso te respeto, no solamente como guerrera, sino como mujer. Si te ocurre algo, se me rompería el corazón en mil pedazos— dijo totalmente seguro de lo que estaba diciendo.
Shaula se sonrojó por completo. Quien la viera así se reiría de ella, ya que la Santa pasaba por una de las personas más seguras del Santuario. Pero no quiso quedarse parada y se decidió a besarlo.
—Gracias, por decirme que me quieres. Ahora me puedo ir en paz a mi misión. Hasta la vista, amor mío.
—Hasta la vista, mi Shaula—Kiki se sonrió y se fue hacia su casa. Debía dejar que Shaula se preparara para su misión.
