Esto lo escribí un día que estaba muy enojada. Como el enojo me cortó la inspiración, no lo hice demasiado largo. Pero creo que quedó mas o menos aceptable.
Sangrienta obra de arte
Ambos eran sádicos, sangrientos, brutales, retorcidos y letales. Sobre todas las cosas, letales. Ambos amaban las peleas (peleando era como se habían conocido). Ambos amaban las armas (se habían criádo con ellas). Ambos amaban el sufrimiento y el dolor ajeno (eso era para lo que los entrenaban).
Pero, lo que más amaban, era la sangre. Sangre ajena, claro está. Sangre brillante, roja y espesa. La sangre era su más preciada recompensa. Sus manos estaban bañadas en cantidades de sangre, tanto inocente como no. Muchas veces, habían asesinado simplemente para poder deleitarse al vislumbrar como ese líquido tan preciado se escurría desde las más profundas entrañas de sus víctimas.
Por eso mismo, cuando ni una gota de sangre abandonó el cuerpo de Clove mientras moría, ambos supieron que esa muerte no había sido digna. Que no había sido una muerte sádica y retorcida, como la que Cato había planeado. Pero, por sobre todo, que no había sido la gran obra de arte que ella se merecía antes de que sus ojos se cerraran para siempre.
