Los personajes e historia original pertenecen a la inigualable Rumiko Takahashi.

Información
Sesshōmaru/Rin. Romance/Humor.
Advertencias: Rating T por temas adultos.


¿Qué pasó ayer?

Capítulo I

Sesshōmaru se incorporó como un resorte. Le dolía la cabeza, como si alguien le hubiera pegado repetidamente con la gran mochila amarilla de la mujer de Inuyasha. No contento con eso, también le ardían los ojos, le dolían levemente las piernas y sentía que necesitaba beber algo enseguida o seguiría degustando arena. Fuera de eso, estaba en perfectas condiciones.

Miró alrededor, intentando orientarse. Conocía el lugar, un pequeño claro en el «Bosque de Inuyasha», a las afueras de la aldea donde la anciana Kaede cuidaba de Rin. Encontró rápidamente a Jaken, que estaba tirado sobre (lo que parecía ser) su propio vómito, y A-Un estaba a unos pasos del demonio, durmiendo de manera extraña, con las patas para arriba. Ambas cabezas sacaban la lengua.

Y Rin.

Rin estaba a su lado.

Desnuda.

Sesshōmaru sintió que se sonrojaba y le tapó los senos desnudos con la manta que le llegaba hasta cadera. Miró a otro lado. No recordaba absolutamente nada de lo que había pasado. El hecho de la que inocente Rin estuviera acostada a su lado como su madre la trajo al mundo hacía que algo dentro de él tuviera ganas de tirarse del precipicio más cercano.

En todo caso, parecía que Rin no era ya tan inocente.

Se llevó la mano a la cara; la cabeza comenzó a dolerle con más fuerza. Intentaba recordar el motivo de estar en esa situación. Cayó en la cuenta a los pocos segundos de que él también estaba desnudo y, por un momento, pensó que el corazón había dejado de latirle. Miró de reojo el rostro de Rin, que tenía las mejillas sonrojadas, la boca entreabierta y sus preciosos ojos cerrados. Volvió la vista al frente.

Estaba tan jodido si había hecho lo que pensaba que había hecho. Tan-jodido.

Rin ya no era la pequeña que solía viajar con ellos durante la época en donde Naraku aún vivía; ahora ya tenía sus veinte y tantos años y seguía viviendo en la aldea de la (muy viva, pero cada vez más) anciana Kaede, pasando sus tardes con la mujer de Inuyasha y su grupo.

No era un completo imbécil como para no notar el cambio en ella. Pero eso no ameritaba que la hiciera suya en un claro frente a Jaken y A-Un, y que para colmo no recordara nada.

Hizo un mohín y miró a todas direcciones. Empezó a rogar que nadie se acercara y que el imbécil de Inuyasha no sintiera sus aromas mezclados. No tenía ganas de dar explicaciones de algo que no recordaba con exactitud.

Rin se movió un poco a su lado y pasó una mano sobre el abdomen de él. Sesshōmaru sintió que todos los colores se le subían al rostro (pero, como es natural, eso no ocurrió). Se lo pensó un momento antes de sacar la mano de la joven de arriba y se incorporó.

—Tiene usted un excelente trasero, amo bonito. —Ante el silencio sobrenatural que se hizo, y al ver que Sesshōmaru se giró a verlo con los ojos entrecerrados, Jaken volvió a hablar—. Volveré a mi vómito.

De alguna manera, pareció que el pequeño demonio verde volvió a desmayarse. Sesshōmaru hizo caso omiso y siguió registrando el lugar con la mirada, tan acostumbrado estaba ya a los delirios de su pequeño sirviente. No lograba encontrar sus ropas y eso estaba empezando a molestarlo de verdad.

Miró a Rin, con los cabellos negros alborotados alrededor de su rostro, y ordenó a Jaken que la cuidara (quien respondió «Por supuesto, amo Sesshōmaru», pero no se movió de su posición).

El gran demonio se alejó a pasos tranquilos hacia la aldea de Kaede, que no quedaba mucho más lejos de allí. Ni siquiera le preocupó presentarse desnudo: no admitiría preguntas de ningún tipo o empezarían a rodar cabezas de buenas a primeras. Sobre todo si aparecía Inuyasha. Su anterior preocupación sobre el asunto quedó zanjada luego de ver que tenía todo su largo cabello en un estado deplorable: pegajoso, enmarañado, apestando a humo y a alcohol.

El dolor de cabeza iba alejándose lentamente a medida que avanzaba hacia la aldea, pero el dolor en sus músculos se notaba cada vez más. En el camino se preguntó cuándo había sido la última vez que le había molestado tanto la cabeza y no tardó mucho en recordar que fue el día en que Rin se había hecho jovencita (de eso ya habían pasado varios años, pero para él y su buena memoria, aún resultaba en cambios abruptos de humor).

Antes de pisar el límite de la aldea, reflexionó que casi todos sus dolores de cabeza estaban relacionados o bien con Rin o bien con Inuyasha (aunque este, más que dolor de cabeza, era un grano en el trasero).

—Qué…

Su frase quedó suspendida en el aire. Esa escena no se veía todos los días. Había una «gran mesa» (compuesta de muchas otras) en el medio de la aldea, aún con restos de comida. Eso lo pudo recordar a la fuerza. La mujer de Inuyasha (tan descarada como siempre) había usado a Rin para que él accediera a participar de la fiesta que se armaba en la aldea por alguna razón desconocida.

Lo que «quedaba» de la fiesta se resumía a una enorme cantidad de aldeanos desnudos desparramados por todos lados (de hecho uno dormía en el techo), muchas cosas rotas, la ropa roja de su medio hermano tirada sobre la mesa junto a ropas de sacerdotisas… y el resto quedó a su imaginación. Aquello parecía haber rozado la orgía.

Se paseó con sus partes al aire, intentando recordar mejor qué era exactamente lo que había ocurrido. Pero se decidió finalmente a que eso no llegaría solo a su memoria, y atribuyó todos sus males a Kagome, quien, por venir del futuro, seguramente había causado tantos desastres.

Quería respuestas y las quería en ese preciso momento. Que el pueblo entero decidiera tener una fiesta y beber hasta perder la consciencia, por él bien. Pero que él, por algún motivo, también pagara las consecuencias... «Hell, no».

Se acercó a la cabaña de Kaede, esperando que la anciana sacerdotisa pudiera ayudarlo a rememorar lo que había ocurrido la noche anterior. Para su desgracia (y de muchos más en tiempos posteriores), cuando abrió la puerta, se encontró con, nada más ni nada menos, que la anciana y un jovencito abrazados, durmiendo… desnudos también.

Mostrando una mueca de asco, soltó una maldición para sus adentros y cerró la puerta, alejándose. En su vida le iba a preguntar a la anciana qué había pasado. No le interesaba en lo absoluto.

Se escuchó un grito que hizo que apenas soltara un respingo, volviendo la vista atrás. La voz era de Inuyasha y parecía completamente fuera de sí.

—¡DESPIERTA!

Sesshōmaru entrecerró los ojos. Con el dolor de cabeza que sentía, no era ideal escuchar los gritos de su medio hermano.

—¿Quieres callarte, estúpido animal?

—¿Sesshōmaru? —Inuyasha se giró a verlo, cerrando la puerta de su cabaña con velocidad inhumana. Arrugó el entrecejo, algo que era casi una rutina. El demonio se acercó a él a pasos lentos.— ¿Qué haces aquí? ¿Qué haces desnudo?

Sesshōmaru se dirigió una mirada fugaz a sus partes y volvió a observar a su medio hermano… que estaba en iguales condiciones. Inuyasha se sonrojó y bufó, sin prestar atención.

—Olvídalo. —Miró alrededor con sorpresa. Se imaginó que Kagome cavaría su tumba a base de «Siéntate»'s.

—¿Qué es lo que ocurrió? —gruñó Sesshōmaru, sin prestar atención a nadie más. Los ojos dorados de Inuyasha se clavaron en los suyos.

Esa fue la escena más gay que recordó tener Inuyasha, aun considerando a Jakotsu. Se encogió de hombros.

—Tengo que despertar a Kagome, parece que está muy enferma.

Sesshōmaru lo miró sin entender. ¿Y a él qué?

—Inuyasha —casi gruñó—, tengo dolor de cabeza y me desperté desnudo. Dime qué pasó.

Y eso sin contar que su pelo era un jodido desastre.

—Inuyasha —sonó la voz asustada de Kagome, que salió fuera envuelta en una bata—, ¿tuvimos sexo sin protec…? ¡Sesshōmaru! —La vista de Kagome pasó del rostro del demonio a su cuerpo desnudo y de repente se llevó ambas manos al rostro, ahora colorada.— ¡Tápate, hombre!

Sesshōmaru soltó un suspiro imperceptible. ¿Qué esperaba? ¿Realmente había pensado que encontraría respuestas directas de una humana y el subnormal de su medio hermano?

—Humana —gruñó, esta vez su voz sonó amenazante. Kagome se encontraba de espaldas a él, mientras Inuyasha, celoso, la encerraba en un abrazo—, necesito saber qué pasó ayer.

—¿Qué…? —Kagome soltó un sonoro suspiro, mirando a la nada.— Pues no tengo idea. ¿Puedes venir luego de que arreglemos todo esto?

—Quiero respuestas ahora.

—¡No le hables en ese tono!

—Le hablo en el tono que quiero.

—¡Cállense! —gritó ella—. Y vístanse. Tomaremos un café y entenderemos de qué va todo.

Inuyasha y Sesshōmaru aún se miraban sacando chispas por los ojos, pero finalmente le hicieron caso.

—¡Tía Kagome! —gritó una jovencita, acercándose a ellos—, tía… Hola, orejas de perro.

—Ya te dije que no me llames así, niña.

Por suerte, para ese momento, tanto el demonio como el medio demonio, pasaron a taparse sus partes.

—¿Qué pasa, Mei?

—No sé donde están mamá y papá —rezongó, cruzándose de brazos. Sesshōmaru pensó que eso había sido básicamente lo peor que le pasó en su vida, tener que observar problemas domésticos de humanos—, y encima vi demasiados hombres desnudos, suficiente para toda mi vida. ¿Qué demonios ocurrió anoche, tía?

Sesshōmaru pasó a observar a Kagome, que había vuelto la vista a la jovencita y ahora tenía las mejillas sonrojadas.

—Creo que tus padres… —comenzó. Se llevó una mano a la barbilla—. Mejor no los busques. Ve a tu casa y cuida de tus hermanos. Yo buscaré a Sango y a Miroku.

Mei la miró con los ojos entrecerrados.

—De todos modos, Miu también salió a buscarlos. Tora y Yū están en casa, los encerré.

Sesshōmaru frunció el ceño.

—¿Podemos volver a lo nuestro?

—¿Por qué ustedes también están desnudos?

—Mei, ve a buscar a tu hermana y váyanse a casa.

—Pero, tía…

—Nada.

—¡Pero es lo mejor que ha ocurrido en la aldea en años!

—¡Ve a tu casa de una jodida vez! —gruñó Inuyasha.

La chica lo miró con el ceño fruncido, escupió a un lado y se fue lanzando maldiciones.

—¡Y busca a Miu! —Kagome suspiró, observando cómo se alejaba.— Esto se nos fue de las manos, Inuyasha. Y estoy sufriendo una resaca terrible. —Se llevó una mano a la cabeza unos segundos. Luego, lo miró con el ceño fruncido.— ¿De dónde sacaron el sake Miroku y tú?

—¿Qué? ¡No intentes echarme la culpa, Kagome!

—Hazme el favor de no gritar, perro. —Sesshōmaru había perdido la paciencia desde hacía cerca de una hora.— ¿Sake?

—¿Qué creíste que se toma en las fiestas, eh?

Sesshōmaru lo fulminó con la mirada.

—El sake común no le afecta a los yōkai's —soltó—. Por supuesto, eso tú no podrías saberlo.

Inuyasha estaba a punto de replicarle algo, pero Kagome lo tomó del brazo.

—¿Sake común…?

—Si me hizo efecto es porque estaba elaborado por demonios —soltó Sesshōmaru casi en un ladrido—. Eres un perfecto imbécil —gruñó. Los maldijo por dentro, observando cómo se transformaba el rostro de Kagome mientras le dirigía la peor mirada a su esposo. El rostro de Inuyasha también se había descompuesto, pero eso era porque temía morir—. Humana —siguió él—, los aldeanos no despertarán en muchas horas.

Incluso resultaba sorpresivo que ella estuviera despierta, pero ciertamente después de los alaridos de Inuyasha no le resultaba tan extraño. Pareciera que realmente estaba asustado del desmayo de ella.

Comenzó a alejarse, sin volver a preocuparse de tapar sus partes.

Si ciertamente todos en la aldea habían tomado sake producido por demonios, lo más probable era que en pocos meses todos se enteraran que esperaban familia. Y él… estaba en problemas. No estaba tan seguro de su poder de resistencia ante la pequeña Rin. Mucho menos si se encontraba bebido.

Tenía que volver con Rin, pero antes intentaría recuperar sus ropas. Se volvió un momento, observando cómo Kagome le tomaba con fuerza una oreja a Inuyasha y éste tartamudeaba cosas sin sentido.

—¿Dónde están mis ropas?

Kagome e Inuyasha se giraron a verlo.

—Búscalas y ya.

Sesshōmaru frunció el ceño y siguió caminando. Se encontró con un hombre abrazando un barril, y del barril sobresalía un culo gordo. Negó con la cabeza y siguió caminando. Y se encontró con una pareja de ancianos, abrazados a la entrada de una cabaña, y los pechos de la anciana desnudos al sol de la mañana casi lo hacen vomitar. Y no le vendría mal vomitar un rato. No le vendría mal olvidar todo aquello como si fuera solo un mal sueño.

Pero todo era más fácil decirlo que hacerlo. Todavía le quedaba un largo día por delante. Le quedaba Rin esperándolo desmayada y dormida en un claro escondido en el «Bosque de Inuyasha». Le quedaban muchas explicaciones y muchas cosas por ser aclaradas. Y sí, podían considerarlo algo cobarde si querían, pero esperaba que todo eso no pasara.

—¡Amo bonito! —Se escuchó a lo lejos, y Sesshōmaru comenzó de nuevo a sentir ese terrible dolor de cabeza. Jaken siempre traía dolores de cabeza—. ¡Amo Sesshōmaru!

—Cállate un momento, Jaken —rezongó—. O voy a tener que matarte.

Casi por obra de magia el pequeño demonio rana calló y se acercó a él corriendo a la máxima velocidad que sus piernas le permitían. Apestaba a vómito. El sensible olfato de Sesshōmaru hizo que arrugara la nariz.

—Amo bonito… lo lamento.

—¿Qué lamentas?

«¿Apestar tanto?». El gruñido de Sesshōmaru era una clara amenaza de muerte inminente.

—Señor Sesshōmaru —siguió, apretando una rama de madera con fuerza—, no debe matarme, usted sabe que soy útil…

—Cállate —soltó. Su rostro seguía indiferente. Jaken intentaba no comentar nada respecto a la desnudez de su amo (aunque él solo vestía una camisa larga de algún aldeano)—. ¿Dejaste a Rin sola?

—No, señor, nunca haría eso —soltó—. A-Un la está cuidando muy bien, señor, pero tenía que…

—¿Qué demonios quieres?

No esperó a que su sirviente le respondiera, siguió caminando. Tenía un humor de perros y cada vez temía más por el momento del reencuentro con Rin.

—Mi báculo, señor, no lo encuentro por ningún lado.

Sesshōmaru frenó en seco y se dio media vuelta para observar (desde todo su esplendor) a Jaken, que de pronto se sintió una hormiga. El pequeño demonio tenía ganas de elogiar la magnificencia de su señor, con el objetivo de que su muerte se atrasara o fuera rápida e indolora.

—¿Perdiste el báculo? —Sesshōmaru lo observó seriamente. Jaken asintió con un movimiento rápido de cabeza.— ¿Eres imbécil, Jaken? ¿Quieres morir?

Jaken negó con la cabeza en otro movimiento rápido. Le sudaban las manos y el rostro. Le sudaba hasta el culo. Su señor ya había intentado matarlo con anterioridad sin muestra alguna de arrepentimiento.

—Busca el jodido báculo. Encuéntralo.

Y luego métetelo por el culo.

—Y busca mi atuendo. Quiero que tengas todo para dentro de una hora.

—S-sí, señor.

Jaken desapareció detrás de una nube de polvo. Sesshōmaru se llevó la mano de nuevo a la sien y apretó con fuerza. Estaba a punto de estallarle la cabeza o algo. Desde la lejanía escuchó un par de «Siéntate» proveniente de la voz chillona de su cuñada. Sonrió. Le parecía una excelente manera de morir para Inuyasha: asfixiado por tierra en un pueblo de mala muerte a manos de su mujer.

Siguió caminando. No estaba seguro de que A-Un estuviera en condiciones de cuidar a Rin, sobre todo dado que la última imagen que tenía de la bestia era durmiendo patas arriba con las lenguas afuera.

Desnudo como estaba, no frenó su caminar ni un momento. El pueblo que dejaba detrás suyo seguía silencioso, la gente dormía luego de una noche de descontrol. Observó el cielo de reojo, calculaba que era pasado el mediodía. Los aldeanos no comenzarían a despertarse hasta cerca de la llegada del crepúsculo, o incluso un poco más. El sake de demonios podía ser mucho más peligroso de lo que parecía.

Se preguntó si Inuyasha y el monje depravado que tenía como amigo lo habían hecho a propósito o sin prestar atención. Por parte del monje, quizás fue voluntario. Por parte de su medio hermano, no creía que fuera tan idiota, pero siempre lograba sorprenderlo con sus altos niveles de estupidez.

Casi estaba llegando al claro donde se encontraba Rin y los nervios parecían competir con el dolor de cabeza que le martilleaba el cerebro.

Primero observó entre los arbustos (tampoco era cosa de que la joven haya despertado y él se presentara desnudo ante ella) y, cuando aún la vio dormida, tal como la había dejado, se adentró al claro y fijó la mirada en A-Un que cerraba los ojos con fuerza.

Supuso que a la bestia también le dolía la cabeza y se preguntó cómo llegó el sake a A-Un, pero de todos modos, no hizo caso. Observó un segundo el vómito de Jaken y se dejó una nota mental para que el demonio juntara eso de ahí cuanto antes. Y luego se propuso finalmente armarse de valor y encarar eso.

¿Debía despertarla? ¿Debía esperar? ¿Debía dejarse crecer el bigote, recortarse el cabello y darse a la fuga?

Decidió que lo mejor era esperar sus ropas, ¿cuánto podría tardar Jaken?

Jaken tardó cerca de dos horas, casi una fracción de suspiro para un demonio, pero no para uno desnudo aguardando cerca de donde su protegida dormía. Y llegó transpirado, con un corte sobre el ojo y la ropa de su amo colgando de su báculo.

Sesshōmaru lo observó con una ceja en alto. No se atrevía a preguntar qué había ocurrido y porqué había tardado tanto. Sin embargo, conociendo a Jaken como lo conocía, esperó que él respondiera a esas preguntas nunca formuladas.

—El monje tenía sus ropas, amo bonito —gimió el pequeño demonio—, por eso me tardé tanto. No podía quitárselas, y luego la mujer despertó y me saco a patadas. ¡Qué descaro! ¡Esa mujer recibirá su merecido! ¡Es una...!

Antes de que siguiera, le quitó el traje de las manos y pasó a vestirse. Lo hacía lento, con movimientos tranquilos, con un letargo impropio. Jaken desvió la vista a Rin unos momentos, pero no cuestionó a su amo en voz alta (cosa que probablemente aumentara su posibilidad de morir). Tomó a A-Un y lo guió en silencio afuera del claro. Conocía demasiado bien a su señor e igualmente a Rin, y estaba casi seguro de entender la situación y casi podía pre visualizar lo que ocurriría en breve.

Sesshōmaru lo observó alejarse y tomó aire. Era tiempo. Si hasta el imbécil de Jaken tomaba consciencia de la situación, entonces significaba que era tiempo. Ella no era una humana cualquiera. Era Rin. Y se merecía esa charla lo antes posible.

—Rin.

La chica no se inmutó.

—Rin, despierta.

Siguió en las mismas. Sesshōmaru frunció el ceño. Lo aflojó. Respiró hondo.

—Rin, despiértate.

Nada.

La zamarreó.

—¡Despiértate!

Ella soltó un gemido y se llevó una mano a los ojos. Volvió a zarandearla. Semi despertó. Él respiró aliviado.

—Un rato más.

—Te despiertas ahora.

—¿Señor Sesshōmaru? —Separó su mano del rostro para observarlo con los ojos entornados.— ¿Ocurre algo?

—¿Te encuentras bien, Rin?

La chica alzó una ceja. Se restregó los ojos y se incorporó un poco. La pequeña manta que la tapaba se cayó y sus pechos quedaron al aire. Fue un segundo de suspenso, hasta que Rin reaccionó, pegó un alarido, golpeó a Sesshōmaru con una mano y se tapó con la otra; todo eso al mismo tiempo.

Sesshōmaru se llevó una mano al rostro y la observó con el ceño fruncido.

—Lo siento, señor Sesshōmaru —susurró con las mejillas prendidas fuego. Él no hizo caso, podía presentir las ganas de morir de ella.

—¿Te encuentras bien?

Rin lo miró un momento y asintió con la cabeza. No entendía del todo a qué se refería con si se sentía bien, a decir verdad.

—¿Te duele la cabeza? —siguió preguntando. Rin volvió a negar—. ¿Te sientes... rara? ¿Distinta?

Rin frunció el ceño. ¿Rara? ¿Distinta? Lo miró y pasó a mirarse las manos. Estaba desnuda, junto a su señor, en mitad de un bosque, por lo que parecía. ¿Si se sentía rara, distinta? Pues no, pero empezaba a entender a qué se refería. Bueno, ¿qué perdía? Iba a divertirse con todo esto.

—Señor Sesshōmaru... —Lo miró con ojos entornados, brillantes. Sesshōmaru sintió un sonrojo, pero en realidad su piel siempre pálida no cambió.—, ¿acaso tuvimos sexo?

Sesshōmaru se atragantó, a pesar de que no sentía saliva alguna en su boca. De hecho, la tenía reseca. Tenía reseca la cabeza. Las manos le temblaron ligeramente, pero Rin no lo notó. Nadie lo notaría a excepción de otro demonio. Intentó carraspear, pero no lo encontró propicio.

¿Qué si tuvieron sexo? Pues qué buena pregunta. El silencio se prolongó lo suficiente como para que él mismo lo catalogara de incómodo.

Rin preguntándole si tuvieron sexo. Rin. Sexo. ¿Desde cuándo Rin sabía de eso? Sintió demasiadas cosas juntas como para poder encasillarlo en algún adjetivo común; mucho calor de repente.

—¿Sesshōmaru?

Rin pocas veces lo llamaba directamente Sesshōmaru: cuando estaba enojada o en situaciones… cercanas. Le gustaba cómo sonaba su nombre en la boca de ella, pero no lo hacía sentir cómodo. Era como una etapa entre ellos se desvanecía y él ya no tenía tanto poder.

—¿Desde cuándo hablas tan tranquilamente de sexo?

Rin lo miró estupefacta unos segundos y luego soltó una risita.

—Tengo veintitrés años —Su mano aferraba la manta a su pecho.—, Kaede y Kagome tuvieron tiempo de contarme todo eso muy bien.

Desvergonzadas.

Sí, el paso del tiempo no pasó desapercibido para los ojos de él, pero tampoco era cuestión. Si sabía todo eso tan bien… ¿acaso también había practicado el sexo antes? De repente, se sintió furioso.

—¿Acaso…?

—¿Qué le ocurrió a tu pelo? —rió ella, tomando un mechón del blanco cabello completamente pegajoso.

Sesshōmaru frunció el ceño.

—No tengo idea.

Intercambiaron una intensa mirada.

—No respondió a mi pregunta, señor Sesshōmaru.

Él volvió a sentirse entre la espada y la pared. Pero Sesshōmaru no es alguien reconocido por su cobardía.

—No estoy muy seguro —respondió, incorporándose—. Tengo que hablar con Kagome.

Rin frunció el ceño y titubeó.

—Pero… ¿Kagome?

—Primero quiero saber qué pasó anoche, Rin —rezongó, con el rostro serio. La chica se incorporó con la manta de vestido—. Haré que Jaken traiga tus ropas. Iremos a la aldea y te quedarás allí un tiempo.

La joven comenzó a refunfuñar y a dar muchos «pero» y «de ningún modo».

—Rin.

—¡No puedo creerlo! —exclamó—. ¿No me dejas irme contigo de una vez? ¿Ni siquiera así? —gruñó, con la mirada enojada—. No sabes lo qué hiciste anoche y aún así...

Se cruzó de brazos. La manta se aferraba bien a ella. No podía creer que Sesshōmaru fuera así de idiota. Por su parte, Sesshōmaru se sentía dolido y molesto. No le gustaba hacerle eso a Rin, sobre todo a ella, pero primero… debía asegurarse, de todos modos.

—Olvídalo. —La chica comenzó a caminar hacia el pueblo.— Ya veo que eres de los que abandonan después de un polvo.

¡¿Qué?!

—Rin, vuelve aquí ahora.

Ella siguió caminando, sin hacer caso, cada vez más enojada. ¡Le hervía la sangre! ¡Era un imbécil! ¡Con razón era hermano de Inuyasha! Kagome siempre se quejaba de su falta de valor para el terreno sentimental, de lo idiota que se comportaba… ¿por qué Sesshōmaru iba a ser diferente? ¡Compartían sangre! ¡Seguramente todo esto venía de Inu no Taishō! ¡Jodidos perros! ¡Tanto por lo que había pasado para que él intentara quitársela de encima cuanto antes!

Sesshōmaru, percibiendo todos los pensamientos que podrían estar corriendo por la mente de su protegida en ese momento, frunció el ceño, se acercó a ella a buena velocidad y la tomó del brazo.

—Rin.

La obligó a girarse a verlo. El rostro de Sesshōmaru seguía imperturbable, y el coraje de ella salía por cada poro. Si no fuera una simple humana, seguramente le daría de pataditas y le terminaría doliendo bastante.

—Escucha…

—No, ya lo dejaste claro.

Imbécil, imbécil, imbécil.

A Sesshōmaru le dolía cada vez más la cabeza. Sentía nauseas y sed, y la terquedad y malhumor de Rin no le estaba ayudando en lo más mínimo.

—No te voy a abandonar —soltó. Rin pasó a mirarlo con los ojos entornados—. Y no fue un polvo.

Las mejillas de la muchacha se colorearon levemente.

—Pues… pareciera como si anoche nosotros… —comenzó a tartamudear. Sesshōmaru dejó escapar el aire contenido.

No sé qué mierda pasó anoche.

Sesshōmaru la miró fijamente. Ahora que lo pensaba…

—Rin. ¿No te duele la cabeza?

—¿Ah?

El silencio fue automático. El corazón de Rin comenzó a latir más rápido, o así lo sintió ella. De repente, fue como si se hubiera metido en problemas sin intentarlo siquiera. Sesshōmaru tenía la mirada inmutable, pero eso ya era bastante común y no significaba mucho.

—Rin.

—¿Qué?

El rostro de él se acercó al de ella lo suficiente para que sus narices chocaran, y los ojos ámbar de él destellaban con ferocidad. Rin estaba en problemas.

—Tú… no bebiste sake.

La chica parpadeó. ¿Mentir? ¿Soltar la verdad? ¿Pegarle y escaparse? Lo dejaría seguir hablando.

Ante el silencio expectante de ella, Sesshōmaru pasó a tomar también su otro brazo y la acercó a él, mientras ella se sostenía la manta para taparse y se sonrojaba.

—Rin…

—Señor Sesshōmaru, no es como usted piensa… es… una historia larga.

Sesshōmaru, sin soltarla, habló al aire.

—Jaken, trae las ropas de Rin.

La respuesta solo la escuchó el gran demonio, mientras pasaba a tomar una mano de la chica y llevarla de vuelta al claro del que salieron. Rin lo seguía a trompicones, ruborizada por el agarre de su señor.

—Jaken traerá tus ropas. Te vestirás —continuó, aparentemente sereno—, me contarás todo y volveremos a la aldea a aclarar las cosas con Kagome.

Quien seguramente tendrá la culpa.

Rin asintió, medio turbada.


Nota de la autora:

# Two!Shot dedicado a Silver8fox, en respuesta a su reto de cumpleaños propuesto en el foro ¡Siéntate!. ¡Feliz cumpleaños, beia mujer! No tengo excusas para haberme atrasado tanto, pero espero de corazón que lo disfrutes, está hecho con mucho amor y sensualidad -?-.
Primer capítulo: 4372 palabras.

En este momento, justo luego de la última frase del fic, es cuando Silver saca una daga y me la clava en el corazón. *Se tira al piso y se desangra*

Yo sé que esto no estaba en el contrato -?-, pero me parece una buena idea como para hacerlo solo en un One!Shot (se me iba a ser eterno). JOJO

¡Nos vemos en el próximo capítulo, gente sexy!

Mor.