Mil uno, mil dos, mil tres ¡RESPIRA! /\/ \_/\ /\_ /\ _/ \_ _\\/\/\/\ / \/ \ / \ /\/ \/ \ /\/\/
Fue entonces cuando abrí los ojos y la vi. Era preciosa, más de lo que me había imaginado. Me miraba con una dulzura indescriptible, sintiéndome querida desde el primer momento. Era mi mamá. Y rompí a llorar del frío y la emoción. Me tomó en sus brazos y sentí toda la ternura que te pueden entregar con tan sólo un abrazo. Ella lloraba sin parar de mirarme, me observaba el cuerpito haciendo que me sintiera parte de ella aún estando en el exterior. "Bienvenida al mundo, Bella". Esas palabras hicieron que me quedara observándola ésta vez yo a ella. Acababa de llegar de un viaje muy largo y era lo más bonito que había visto en mi corta vida. "Hola mamá, ya estoy aquí". La calidez que sentía mi cuerpo junto al de ella hacía que me sintiera segura a su lado, y en ese mismo instante deseé no separarme nunca más de mi madre. Era mi ángel, yo venía para cuidar sus alas...y ella las mías.
Cumplía un año y ese mismo día di mis primeros pasos por mí misma. Mi papá me había puesto un globo en la mano haciéndome creer que era él quien me llevaba agarrada. En el álbum de mis momentos olvidados debido a mi corta edad podía observar que en esos momentos mi familia estaba junto a mí. Nunca me sentí sola. Nunca. Y sonrío antes de irme por ello.
Llevaba muy buenas notas a casa y decían de mí que era una niña muy responsable. De vez en cuando hacía de las mías...pequeñas travesuras insignificantes que solían ir acompañadas de cualquier castigo.
Sólo tenía catorce años, y hoy a mis ochenta y tres sigo sin saber qué fue exactamente lo que sentí con ése mi primer beso. Había sido en el colegio con un chico de mi clase. Sin embargo, unos años más tarde pude sentir el verdadero sabor de un beso cargado de pasión. Comenzaba a sentir como una mujer. Mi cuerpo seguía cambiando y mi mente cada día maduraba más; hasta tal punto que decidí olvidarme de los tíos. Me dediqué por completo a estudiar y a centrarme en mí.
Y encontré mi primer trabajo, enamorándome perdidamente del chico que me enseñó tantas cosas sobre la música. Me dedicaba al cien por cien a mi curro, que era lo más adorado que tenía. Cantaba todas las noches en mi querido casino del que guardo gratos recuerdos imposibles de olvidar.
Todos decían que el público me admiraba, pero yo los admiraba aún más. Sus aplausos me llenaban de fuerza para seguir adelante. Y mis problemas quedaban atrapados en el camerino de mi mente.
