Las gotas de sudor resbalaban por su ancha y musculosa espalda. Cada gota hacia un tortuoso camino, cayendo lentamente, mojándola. Le quemaba la garganta, asfixiándole y sintiendo el requemazón que sentía por todo el cuerpo.
Arañó la mesa cuando sintió que el dolor se hacía insoportable, doloroso, necesitado.
Sólo la quería a ella, a su delicioso cuerpo, a su irresistible sabor, a su dulce compañía. Pasar sus dedos por su piel y recorrerla toda y apagar el calor de su cuerpo.
Por Dios, la necesitaba; su cuerpo la pedía con gritos ahogados y con todo su ser.
Se moría por tenerla en sus brazos.
—Naruto-kun, ya llegué —anunció Hinata abriendo la puerta del apartamento que compartían juntos.
—Hinata —el rubio vestido sólo con un pantalón corto y sin camiseta, sonrió con un brillo en los ojos al verla— ¿la trajiste, la trajiste?
—Sí, aquí esta —dijo la ojiperla, entregándole una bebida helada.
Sí, porque lo que sufría y se quejaba Naruto era de lo sediento que se encontraba. Ya que Konoha sufría de una ola de calor ese verano.
—¿Te sientes mejor, Naruto-kun? —preguntó Hinata sonriéndole. Naruto asintió mientras terminaba su bebida y tomaba otra, de las bolsas de compra de la chica—. Hace un calor terrible allí afuera —continuó diciendo la chica encaminándose hacia el baño, sacándose la blusa en el proceso— me daré un baño y luego preparé la cena.
Naruto apoyado en la mesa, miró cada movimiento de su joven esposa. Cada paso se volvía sensual e incitante mientras la veía deslizarse por la puerta de baño de su casa. La vio soltándose el cabello y haciéndolo caer tras su espalda, sus largas piernas, sus delgados brazos, su cuerpo entero
Naruto sonrió con una sonrisa zorruna, mientras seguía a Hinata.
De repente, el calor volvía a resurgir en su cuerpo y esta vez una bebida helada no sería suficiente para calmarla.
Estupideces que una escribe cuando se muere de calor. ¡Maldito sol y sus 28°!
Me estoy derritiendo.
Maldito Al Gore, tenías razón.
