Hola y bienvenidas a mi nueva historia. Desde hace unos meses había tenido muchas ganas de escribirla pero ya tenia un fic en proceso y un three-shot empezado, pero al fin lo he terminado y ya puedo iniciar con esta y seguir con Y&B. ¡Gracias por la oportunidad que le están dando! quiero que al menos a una persona le guste y le cause una buena impresión. Recuerden, esta ambientado en la antigua China y la cultura es muy distinta, por eso algunos temas les puedan resultar extraños. Voy a dejar aclaraciones para que no se confundan:
Consorte: Persona que es partícipe y compañera con otra u otras del emperador. Él puede tener hasta cuatro consortes, entre ellas, la emperatriz (cabeza de las consortes y la que ocupa una posición privilegiada) Son superiores a las concubinas e inferiores a la emperatriz.
Cairen: Titulo de las concubinas reales, va acompañado del apellido. Ejemplo: Cairen Jaeger.
Kuan Yin: Buda femenina "quien oye los lamentos del mundo." Conocida en occidente como diosa de la misericordia.
No recuerdo si hay mas cosas por aclarar, pero creo que esas eran las principales. ¡Ahora si, pueden leer!
Cien flores para el Emperador
I
El hijo de Kuan Yin
"Fuera de la Puerta Este las muchachas aparecen como nubes. Aun cuando son hermosas, ninguna habita todavía mi pecho. Sólo con el de vestido blanco y chalina esmeralda querría yo encontrarme."
Hijo de Kuan Yin. Eso era lo que reflejaba el espejo cada vez que se miraba. Eren Jaeger era un chico con cuerpo de hombre y destino de mujer. La madre misericordiosa le había dado el don, o la maldición, de poder engendrar vida desde sus entrañas. Se podía decir que él tenía suerte, incluso lo aceptaba. Había nacido en una familia acomodada, con un apellido prestigioso en el ámbito de la medicina, sin restricciones monetarias y con una buena educación. Muchos chicos (los pocos) con su misma condición, que no poseían esos privilegios, provenían de familias humildes, que apenas podían mantenerse. Al no poder sostenerse, vendían a las niñas para que fueran a trabajar en los burdeles de las grandes ciudades, y si alguna lograba tener suerte, era enviada a trabajar como sirvienta en las casas de los grandes señores o la gente acomodada. Los hijos de Kuan Yin eran más costosos, ellos servían como acompañantes y buenos amantes. Obligados a satisfacer a los hombres y someterse a ellos.
Como todas las mañanas al salir el alba, se levantó de la cama y fue hasta la estatuilla del buda Kuan Yin a ofrecer su oración matinal. Encendió cinco varas de incienso y las dispuso frente al buda dorado con cuidado. Se puso de rodillas, juntando las palmas de sus manos y agradeció haber nacido bajo una buena estrella. Rezó por el alma de su madre, para que descansara y no reencarnara; para que pudiera ir en paz hasta el paraíso, al oeste del cielo. Por último, pidió un futuro prospero y fructífero, para su padre y para él.
—En este nuevo día, te pido madre Kuan Yin que me bendigas a mí y a mi padre. Que con tu luz nos des misericordia y perdón, y enciendas en nosotros la tolerancia y la compasión—susurró con los ojos cerrados—Permíteme sentir el amparo desde tu corazón y ayúdame a sostener la armonía en todo acto que realice hoy. Gracias te doy, divina madre Kuan Yin—al finalizar la oración, dio un pequeño toque a la campana dorada del altar y empezó su día.
A una hora precisa dos sirvientas entraron para la hora del baño. Lo guiaron hasta el cuarto de aseo con el que contaba la habitación y lo desvistieron. Mientras retiraban la túnica blanca, otras dos muchachas entraron con cubos de agua caliente y llenaron la bañera esmaltada. Eren introdujo una mano para verificar la temperatura y cuando estuvo en su punto, entró en la bañera. Dos sirvientas se retiraron hacia la recamara para alistar la ropa de su joven amo y las otras dos se quedaron con él; una masajeando con esmero y delicadeza los sedosos cabellos color galleta del chico y la otra esperando que terminara para cubrirlo con la bata.
—¿Mi padre ya se ha levantado?
—El amo Grisha se levantó antes de que saliera el sol, joven amo—respondió la sirvienta que sostenía la bata entre sus manos.
—¿Va a salir a alguna parte?—preguntó, pasando la palma de su mano por el brazo contrario.
—No estoy muy segura, joven amo. El amo Grisha recibió ayer una carta, al parecer de algún noble. Creo que requieren su presencia—esta vez le respondió la muchacha que lavaba su cabello.
Al terminar fue llevado de nuevo hasta la habitación donde la cama ya estaba hecha y la ropa dispuesta. Observó el conjunto que descansaba sobre la cama. Un hanfu de seda y gasa color durazno con detalles en un amarillo pálido. Era una prenda femenina, nada que ver con los hanfu masculinos con sus colores sólidos y telas rígidas. Los hijos de Kuan Yin solo podían usar prendas femeninas, así podían ser reconocidos. Lo ayudaron a vestirse con el delicado traje y luego las sirvientas se retiraron dejándolo con la muchacha que acomodaría su cabello.
—¿Que pieza desea usar hoy, joven amo?—preguntó la sirvienta, abriendo uno de los cofres donde se guardaban las alhajas para el cabello.
Una gran variedad de broches con forma de flores, mariposas y miles de figuras brillaron desde el fondo. La mayoría eran de oro y plata adornados de piedras preciosas y cristales. Algunas más antiguas que otras habían pasado de generación en generación. Los gráciles ojos de Eren las examinaron por unos segundos hasta decidirse por un par de broches con forma de camelias e hilos de oro.
—Buena decisión, joven amo—dijo la muchacha con una sonrisa—Combinan muy bien con el haifu—puso con cuidado los broches, asegurándose de que no se fueran a caer—Joven amo… con ese cabello tan hermoso, ¿Por qué no se lo deja crecer?, así podría usar mas variedades de adornos—opinó, terminando de peinar al castaño.
—Las mujeres llevan el pelo largo, y yo no soy una mujer—respondió sencillamente. No le parecía justo que la gente pensara que solo por poder engendrar vida debía pasar su vida actuando como una mujer. Él era un hombre y lo sabía, la única diferencia era que podía dar a luz un bebé. Usar un haifu femenino y alhajas era lo único que podía tolerar.
—Tiene razón, joven amo. Disculpe mi imprudencia—se disculpó la mujer, inclinando la cabeza.
—Levanta la cabeza—ordenó con voz gentil—No te preocupes por eso—negó. Los broches sobre sus sienes se movieron y los hilos chocaron entre ellos—Ahora, vamos a desayunar. ¡Muero de hambre!
—Sí, joven amo—respondió la muchacha con una sonrisa, ofreciéndole el brazo para que se levantara.
Bajaron hasta la primera planta, y se dirigieron al comedor familiar donde Grisha ya se encontraba sentado esperando a su hijo. Cinco sirvientes a cada lado de la sala estaban parados por si eran necesitados. Eren entró con su buen humor y le regaló una sonrisa a Grisha, siendo correspondido.
—Padre—hizo una leve inclinación.
—Buenos días, hijo. Acompáñame—señaló la silla que estaba a su lado. El castaño asintió y se sentó obedientemente donde le había indicado.
Un sirviente dispuso inmediatamente dos teteras pequeñas de porcelana, dos tazones de setas blancas llamadas "orejas de plata", dos tazones de litchis preparados con jugo de ginseng y un gran plato con verduras y raíces. Al terminar, hizo una reverencia y se retiró hacia una esquina junto con los demás siervos y aguardó de pie.
Eren esperó a que su padre diera el primer bocado para poder empezar a comer, todo bajo un silencio donde solo se escuchaban los palillos contra los tazones y las tazas de té contra los platitos compañeros.
—Veo que compraste otro hanfu—mencionó Grisha.
—Aproveché el viaje que hicimos a Hangchow para conseguirlo. ¿No es hermoso?—levantó un brazo para que su padre pudiera apreciar la tela.
Grisha observó la tela y asintió dándole la razón, aunque él no entendía mucho de textiles.
—Hermoso sí, aunque no comprendo… ¿no estabas en contra de las cosas de mujeres? —Grisha le dio una mirada interrogativa antes de beber su té.
—Es complicado—hizo una mueca—Me gustan más que los hanfu tiesos de hombre. Los uso porque me gustan y no porque "tengo que hacerlo". A lo que nunca voy a acceder es a llevar el pelo largo—aseguró.
Grisha asintió. Permitía que Eren vistiese como le gustara. Incluso si su hijo decidiera usar ropa de hombre, lo dejaría, así en la sociedad no fuera bien visto. Deseaba que Eren fuera feliz y lo haría, tal como se lo había prometido a Carla.
—Bien.
Siguieron desayunando con tranquilidad hasta que terminaron. Luego los sirvientes retiraron los platos y trajeron una tetera pequeña que contenía un té que aligeraba el organismo. El castaño sirvió el té con maestría y puso la delicada taza frente a su padre, luego sirvió la suya y sopló esperando que se enfriara.
—Debes tomarlo caliente, de lo contrario perderá todas sus propiedades—dijo Grisha.
Eren hizo un mohín con desagrado.
—Me voy a quemar la boca—protestó, pero al ver la mirada severa de su padre obedeció. Afortunadamente el líquido ya estaba tibio.
—Es por tu bien.
—Lo sé —sonrió con ligereza—Padre—llamó. Los ojos de Grisha se posaron sobre él, indicándole que tenía su atención— ¿Vas a salir hoy?
Grisha dejó la taza de té sobre el platito y lo hizo a un lado.
—Sí, ¿Por qué?
Los ojos verdes de Eren se posaron en la madera barnizada de la mesa.
—Pensaba que tal vez hoy podrías seguir explicándome sobre los métodos de acupuntura.
Eren desde siempre había admirado a su padre. La manera en la que ayudaba a las personas; curando y aliviando el dolor, y la nobleza de su corazón. Muchas familias pobres de las provincias eran ayudadas con sumas de dinero que Grisha les enviaba. El ejemplo de su padre había calado hondo en él, haciéndole desear poder ayudar a las personas. Por eso no quería seguir el mismo destino de sus semejantes, viviendo en cuatro paredes rodeado de ocio y placeres; criando un niño y complaciendo un esposo. Le había pedido a su padre que lo instruyera en el ámbito de la medicina, para él también poder valerse por sí mismo, y Grisha había aceptado enseñándole todo lo que sabía y llevándolo con él a las casas de los nobles donde le explicaba cada procedimiento.
—Será otro día, Eren. Hoy tengo que ir hasta la ciudad prohibida y revisar al hijo del emperador. Al parecer lleva varios días enfermo y nadie ha podido hacer algo—le explicó. El castaño asintió comprensivo pero con leve decepción en su rostro.
—Entiendo.
Grisha bebió su té pensativo, respecto a lo que debía hacer. No podía negarse en ir y ver al príncipe, pero tampoco quería dejar a su hijo solo. Eren deseaba seguir aprendiendo y él tenía que ir a revisar a un paciente, tal vez el caso del príncipe podía servir como método de enseñanza, además aprovecharía para mostrarle la gloriosa ciudad prohibida que pocos afortunados que vivían fuera de las murallas conocían.
—Si quieres, puedes acompañarme—sugirió.
— ¿Ir contigo a la ciudad prohibida?—miró a su padre con sorpresa— ¿Me dejarán pasar a mí? —preguntó con incredulidad.
—Claro que si, eres mi hijo y aprendiz. Vienes de una noble familia con un legado brillante, nuestro apellido esta tres píes sobre el cielo—argumentó Grisha con orgullo—No te desvirtúes de esa manera; eres un regalo de los dioses—su voz adquirió un tono más paternal—Creo que esta es una gran oportunidad, pero depende ti si aceptas o no.
En el rostro de Eren apareció una gran sonrisa llena de entusiasmo. Se levantó sobresaltando a su padre y apoyando ambas manos en la mesa.
— ¡Sí!, ¡sí quiero! No te voy a defraudar padre, vas a ver qué voy a aprender mucho. ¡Vas a estar orgulloso! — asintió varias veces, emocionado— ¡Gracias, gracias, gracias! ¡Eres tan bueno y generoso! — ignorando a los sirvientes que estaban de pie fue hasta su padre, abrazándolo con torpeza— ¡Mil gracias, padre!, ¡Yo…!
—Eren, tranquilízate—le ordenó al ver que se estaba quedando sin aire. Solía pasarle cuando estaba muy emocionado o muy enfadado, aunque lo último era muy raro que sucediera— Ya estas arreglado, solo termina de beber tu té y yo voy a avisarle al cochero que esté listo en veinte minutos—informó. El castaño asintió feliz y se sentó nuevamente.
Grisha dio la señal para que alistaran el coche y tuvieran su maletín preparado. Al terminar, él y su hijo salieron de la gran casa hasta la puerta principal donde el chófer los esperaba. Eren subió siendo ayudado por su padre y partieron. Por la ventana podía apreciar el paisaje; la gran mayoría de esos terrenos pertenecían a su padre. Poseían tierras en Shanghai, en Hangchow y en Ningpon. Todas trabajadas por familias humildes que eran cobijadas bajo el ala protectora de Grisha.
Al haberse cansado de mirar por la ventana, sus ojos se fijaron en las palmas de sus manos. Tenían una leve tonalidad roja que nunca había visto.
—Padre, mira mis manos. Están rojas—le enseñó las palmas con preocupación.
Grisha tomó una de las delicadas manos de su hijo y la inspeccionó.
—Son dos señales muy raras—explicó Grisha—que indican a la vez, en el destino de un hombre: La gran riqueza, la fortuna y la omnipotencia.
Oído esto, Eren se sintió más tranquilo y dejó de preocuparse. Al pasar varios minutos ya lo había olvidado.
"Fuera de la puerta exterior, las muchachas parecen flores de sauce. Aunque son tan lindas, ninguna es todavía la que está en mi corazón. Sólo el de vestido blanco y pañuelo escarlata quiero yo ver."
La ciudad prohibida era muy diferente a como la había imaginado. Esperaba encontrar un gran palacio, rodeado de extensos y ricos jardines bordeados por calzadas limpias y amplias, no una ciudad literalmente. Poseía una arquitectura refinada con las imponentes edificaciones de techos altos y amarillo; las cresterías de los tejados estaban decoradas con estatuillas de dragones y guerreros. Las columnas que sostenían los tejados eran rojas, siguiendo la costumbre china para atraer la buena fortuna. Algunas entradas poseían dos leones dorados guardianes a cada lado; pesadas estatuas bañadas en cobre que custodiaban de manera simbólica. Las calzadas, como las había imaginado, eran amplias, despejadas y muy limpias. Al haber ingresado por la puerta sur (la principal) no pudo apreciar el jardín imperial, pero podía asegurar que era una obra de arte de la naturaleza con una belleza exquisita y con las flores y los arboles más bellos de todo el país. Era una ciudad refinada; el punto de reunión de intelectuales voluptuosos, elites militares y mujeres de bella figura con los pies más pequeños.
Guiados por un grupo de guardias y en compañía de otros médicos avanzaron por la calzada principal. Todos mirando hacia el frente o hablando entre ellos. Eren parecía ser el único que se entretenía mirando alrededor, apreciando hasta el mínimo detalle. "Tal vez ya están familiarizados con las calles." Pensó.
—Eren, no te distraigas—le advirtió Grisha.
El castaño apresuró el paso hasta llegar al lado de su padre.
—¿Vamos al palacio del emperador? —preguntó Eren, emocionado.
A pesar de las continuas miradas hacia su persona procuraba actuar como si no las notara. Había aprendido que debía mostrarse sereno y distante con los hombres. Tenía que mantener una conducta reservada y ser "puro como una flor".
—No. El hijo del emperador y la consorte Rall vive con ella en el palacio de Xian Ling, en la parte oeste—explicó—El emperador vive solo en el palacio de la Pureza Celestial.
—¿Vive solo? —Eren miró a su padre desconcertado— ¿Por qué no vive con la consorte Rall?
—Cada consorte posee un palacio—el castaño asintió—Y solo la emperatriz puede compartir el palacio con el emperador si él lo desea.
Los guardias los guiaron hasta una plaza donde había pequeños edificios, la mayoría eran idénticos. Pasaron un puente rodeado de arboles y avanzaron por el camino hasta llegar a lo que parecía ser la parte oeste de la ciudad.
—No he escuchado de otra sucesora desde que la emperatriz Kuchel falleció—comentó Eren. A lo lejos pudo ver la entrada del palacio de la consorte Rall.
—El emperador decidió dejar ese puesto vacío en honor a su madre. El puesto de la consorte Magnolia tampoco ha sido ocupado desde que falleció—Grisha bajó el tono de voz—Dicen que se suicido al enterarse de que era infértil. Ahora solo queda la consorte Rall.
Ingresaron al palacio de Xian Ling siendo recibidos un grupo de sirvientas y eunucos. Fueron guiados por los jardines que llevaban al pasillo principal. Los hombres siguieron diligentes su camino pero Eren no pudo ignorar la belleza del exuberante jardín. El césped era de un verde tan vivo, los arbustos estaban llenos de flores y hojas, los arboles eran medianos y hacían buena sombra. Era un contraste de colores tan armonioso que por unos instantes se sintió en una especie de paraíso. Miró como todos se alejaban ignorando su ausencia y se quedó parado en medio del camino. Su cabeza le indicaba que debía correr y alcanzar a su padre, pero sus pies lo guiaban hasta la suave hierba que estaba frente a él.
—Solo serán unos minutos, después le pido a un sirviente que me lleve con él—se dijo con una sonrisa confiada.
Dando un último vistazo, se echó a correr hacia el jardín con su haifu durazno ondeando con suavidad y elegancia, los broches en su cabeza chocaron e hicieron un sonido similar al de las campanillas de los altares. Recogió los extremos de la túnica para poder correr más cómodamente y fue hasta donde se encontraban las macetas llenas de flores.
Sus dedos acariciaban cada flor como suma delicadeza. De vez en cuando se agachaba para inhalar su fragancia. En medio de su paseo escuchó unos chillidos que provenían de un árbol y no dudo en ir para ver de qué se trataba.
A los pies del árbol se encontraba un pequeño pichón con algunos días de nacido. Chillaba indefenso tratando de levantarse y volar de regreso hasta su nido inútilmente. El corazón de Eren se conmovió al ver a la criaturita desprotegida y fue rápidamente hasta ella, tomándolo con cuidado entre sus manos. Lo llevó hasta su pecho tratando de calmarlo.
—Ya, ya. No llores, pajarito. No te voy a lastimar. Voy a regresarte a tu nido—susurró suavemente.
Alzó la mirada hasta las ramas del árbol, buscando entre el nido de donde había caído el pichón. Rodeó el árbol hasta encontrar una rama en la que había un nido. No era muy alta, pero sería un problema intentar escalar el árbol con su haifu y el pájaro en la mano. Observó las ramas tratando de buscar una manera de subir hasta allá con más facilidad y la encontró. Solo tenía que mantener el equilibrio y procurar no dejar caer al pajarito o aplastarlo con su mano.
—Bueno… trata de no moverte tanto. Voy a subirte hasta tu casita, ¿de acuerdo? —le dijo, como si el pichón le entendiera.
Dejó el chal de gaza verde sobre el césped y se levantó el haifu, dejando a la vista sus pantalones de seda blanca. Aseguró al pichón en su mano, sujetándolo con firmeza pero sin herirlo, y se impulsó con la primera rama. Luego estiró la pierna derecha hasta otra rama para apoyarse y así poder depositar al pájaro en su nido. Estiró la mano todo lo que pudo y dejó al pajarito en su nido. Cuando se aseguró de que estaría bien y no volvería a caerse decidió bajar. Pero no contó con que el suelo estuviera tan lejos. No estaba seguro, pero creía que el árbol había crecido unos cuantos metros mientras lo escalaba, ¡No le había parecido tan alto!
—Tengo que bajar. No me puedo quedar aquí todo el día—murmuró mirando hacia abajo.
"uno, dos, tres… ¡Salta!"
Pero no saltó.
Se quedó paralizado, aferrado al tronco, casi enterrando las uñas en la corteza. Trató de pisar la rama que estaba más abajo pero al sentir el movimiento de la rama regresó a su posición inicial. ¿Dónde estaban los guardias cuando los necesitaba? No había ni siquiera un sirviente, ni una persona por ahí. Inhaló con profundidad tratando de llenarse de valentía. "No esta tan alto, solo hay que saltar y ya. Todo se ve más alto desde arriba, es eso." Se dijo, tratando de infundirse ánimos. Nuevamente se separó del tronco y con cuidado se agachó, sujetando la rama con ambas manos. Cuando sus piernas quedaron en el aire fue que entró en pánico. Trató de volver a subir a la rama pero el movimiento solo la agitaba haciendo que las hojas cayeran y la madera crujiera. Las manos se le resbalaban y los pies no tocaban el suelo. Se arrepintió de haber desobedecido a su padre, había abolido mil buenas acciones al hacerlo y ese era su castigo.
Volvió a mirar hacia abajo. Solo debía saltar, solo eso. El mullido césped aplacaría el golpe. Con toda la determinación del mundo contó hasta diez y al sentirse preparado, se soltó de la rama. No tuvo tiempo de gritar pues el miedo le había borrado la voz. Calló con fuerza sobre el césped y casi pudo jurar que todos sus huesos se habían estremecido. Quedó tendido, incapaz de levantarse. De su boca se escapaban pequeños gemidos de dolor. Trató de ponerse de pie pero sintió un agudo dolor en su muñeca. Se la había doblado al caer.
Un par de manos lo trataron de ayudar a levantarse con lentitud. No pudo ver de quien se trataba pues estaba de espaldas pero supuso que eran las de un hombre. Fuertes y tibias.
—Sostente—si, era un hombre.
Se aferró al brazo del hombre que lo sostenía, quedando en un abrazo extraño. Una mano del extraño estaba posada en su cintura y lo sujetaba con fuerza para que no fuera a perder el equilibrio. Cuando pudo estar de pie se giró para conocer el rostro de la persona que lo había ayudado.
—Muchas gracias, señor, por su ayuda—agradeció con una pequeña sonrisa.
Se topó con un hombre de rostro hermoso y piel tan blanca como la nieve. Tenía unos ojos similares al color de la plata más fina de Suchow, llenos de fuerza y severidad, le daban la expresión que convenía a un gran señor. Su cabello tenía una forma peculiar pero que le quedaba espléndidamente a él; era tan negro como una noche sin estrellas. Y su cuerpo era un magnifico templo que imponía respeto y presencia. Se le hacía tan diferente a los hombres que había conocido en su vida.
—¿Qué estabas haciendo en el jardín? —preguntó el extraño, con un tono de voz acostumbrado a dar órdenes.
—Vi a un pajarito en el suelo. Se había caído del nido y quería regresarlo a su hogar—explicó Eren, sin dejarse intimidar por la presencia del pelinegro—Pero no creí que la rama fuera a estar tan alta—inconscientemente llevó una mano hasta su muñeca y la acaricio, gesto que no pasó desapercibido por el hombre.
El pelinegro sacó del bolsillo de su haifu azul rey un pañuelo blanco y tomó la pequeña mano del menor entre las suyas.
—Debes tener cuidado. No puedes ir subiéndote a cualquier parte. Algún día vas a terminar con un hueso roto— regañó mientras envolvía la mano del castaño en el pañuelo. Eren rió ante la exageración del mayor.
—La tendré, muchas gracias por su ayuda—la mirada de su acompañante estaba concentrada en su mano, pero la mirada verdosa de Eren no dejaba de observar discretamente el rostro de este— Me llamo Eren Jaeger—los ojos plata lo miraron con interés.
—¿Eres familiar de Grisha, el médico?
—Soy su hijo.
El pelinegro hizo un pequeño nudo para que el pañuelo no apretara demasiado la muñeca y al final la dejó libre. Eren llevó la mano hasta su pecho y la acaricio, sintiendo bajo su piel la cálida sensación de las manos contrarias.
—Había escuchado que Grisha tenía un hijo de Kuan Yin pero pensé que solo habían sido puros rumores—dijo, examinando al castaño que estaba frente a él.
Como todo hijo de Kuan Yin, llevaba un vaporoso vestido de mujer. Sus cabellos castaños estaban adornados por un par de broches que enmarcaban un rostro lozano y reposado; había algo en sus gestos que lo hacían lucir como un ser dulce y gentil. La mano que había sostenido entre las suyas era tan parecida a los brotes de bambú en primavera; tiernas y delicadas. Y esos ojos que lo miraban expectantes eran semejantes a los ojos de un fénix. Era el regalo de la diosa del amor y la misericordia.
—Lo soy—admitió con cautela— ¿Eso es un problema? —preguntó con timidez.
—En lo absoluto—respondió el pelinegro.
Eren sonrió y sugirió dar una vuelta por el jardín, una excusa para poder conocer más a el hombre que lo había ayudado, y este no se negó. En todo el camino el castaño era el que más hablaba, comentando el bello clima que hacía y lo bien cuidado que estaba el jardín. Mientras hablaba miraba de soslayo a su acompañante. No podía ser uno de los sirvientes o de los eunucos del palacio. Tampoco podía precisar si ocupaba un cargo pues no llevaba ningún tocado en la cabeza que se lo indicara. Lo más probable es que fuera un noble del palacio. Mientras pasaban a través de un sendero bordeado por farolas Eren le contaba que estaba siendo aprendiz de su padre y precisamente por eso estaba en la ciudad prohibida. El pelinegro escuchaba atentamente, comentando de vez en cuando y haciendo las preguntas necesarias. Su compañía no lo incomodaba en absoluto y era increíble la cantidad de información que le proporcionaba el castaño. Sin darse cuenta, ambos caminaban muy cerca el uno del otro, casi rozando sus hombros. Eren había olvidado que debía evitar la compañía de un hombre y sonreírle tan abiertamente, pero en esos momentos su cabeza estaba en otra parte.
No supo cuando tiempo pasó desde que le dieron la vuelta al jardín pero era un poco tarde. A lo lejos pudo divisar al grupo de médicos con el que había llegado. Su padre estaba entre ellos hablando con un grupo de eunucos, seguramente preguntando por su paradero.
—Oh, no—susurró, deteniendo su paso.
—¿Qué sucede? —preguntó el pelinegro, imitándolo.
Eren se giró sonriéndole apenado.
—Debo irme ya. Mi padre debe estar muy preocupado por mi ausencia—explicó mirando al frente. El hombre miró en la misma dirección y pudo observar a Grisha desde lejos—Le agradezco por haberme ayudado y acompañado hoy. He disfrutado el tiempo que pasamos juntos—dijo, haciendo una grácil reverencia—Fue un placer conocerlo—y se despidió con una sonrisa.
No dio ni un paso cuando sintió la mano del pelinegro tomando la suya. Se giró extrañado, listo para preguntar por qué lo había detenido, pero el extraño no lo dejó hablar.
—¿Vas a regresar? —preguntó.
El castaño bajó su mirada hasta donde sus manos estaban unidas. Era la primera vez que permitía que un hombre se tomara la libertad de tocarlo.
—No lo sé. Después de este día no creo que mi padre me permita acompañarlo en un buen tiempo—sonrió apenado.
—Ya veo…—por un instante su mirada se desvió pensativa. Luego, regreso al rostro del menor como si acabara de tomar una decisión—Sin embargo, creo que muy pronto nos volveremos a encontrar—dijo, soltando su mano.
La sonrisa de Eren se ensanchó y pudo sentir como el bochorno se extendía por sus mejillas.
—Ojala sea como usted dice. Yo también deseo verlo nuevamente—admitió. Se despidió una vez más y corrió hacia donde se encontraba su padre.
El pelinegro lo vio alejarse, dejando una estela de perfume, con su vaporoso haifu alzándose a cada paso. Escuchando el tintineo de los broches cada vez más lejano. No lo admitía del todo pero ese chico lo había dejado fascinado y no iba a permitir que otro hombre se lo quitara. Tenía que ser suyo.
Dio media vuelta caminando en dirección a su palacio. El palacio de la Pureza Celestial.
"Nunca fui como los demás, ya de pequeño me gustaban las flores y el amor. Por voluntad del destino nací conociendo la riqueza. Pájaro sin alas. Alguien ha llamado a mi puerta, ¿Cómo podría yo negarme? Si es mi destino. Pájaro sin alas que se muda de jaula."
Habían pasado dos semanas desde el suceso de la ciudad prohibida y tal como había supuesto, su padre estaba disgustado. Le había prohibido salir de casa durante todo ese tiempo y le había hecho jurar que nunca más lo iba a desobedecer. ¡Y el hombre no sabía nada! Eren no le había contado a su padre que había paseado por el jardín con un extraño, ¡un hombre! Y que había permitido que este lo tocara. Se había excusado diciendo que no había podido evitar ir hasta el jardín y ahí había perdido la noción del tiempo. Grisha le creyó.
De día se dedicaba a leer los textos de su padre, a practicar su caligrafía o a pasear por la gran casa, pero de noche, cuando su cabeza tocaba la almohada, los recuerdos de la charla que había mantenido con el extraño le llegaban. Cerraba los ojos y rememoraba su voz, tan grave y serena que lo hacía suspirar. Las manos fuertes y gentiles que lo habían auxiliado las podía sentir sobre su piel. Se regañó por haber sido tan descuidado y no preguntarle cómo se llamaba. Eren estaba convencido que tenía un nombre bonito, como él. Era difícil no evitar sonreír ante su recuerdo.
Así pasaban sus días, sin ninguna variación, hasta que una noche después de cenar, Grisha lo retuvo en el comedor.
—Es necesario que tú y yo tengamos una conversación muy seria.
Eren notó que su padre estaba más serio que de costumbre. Sus músculos estaban rígidos.
—¿Qué es, padre?
—Desde hace tiempo son muchos los hombres que te persiguen, cosa que me preocupa y no me deja dormir.
Y volvió a empezar con el tema al que Eren ya estaba acostumbrado. Él era demasiado sensible a las "palabritas bonitas", se dejaría engatusar por un hombre pobre o un noble descarriado y acabaría como un esclavo entre los hijos y un esposo.
—Y siendo como eres, frágil como una flor, no podrás soportar ese infierno—aseguró, mirando largamente a su hijo—Solo veo una solución—prosiguió—Es preciso acatar la orden del palacio imperial. Solo entonces terminarán mis preocupaciones y mis angustias.
"Acatar la orden del palacio imperial" era una expresión clarísima en toda China. Quería decir que desde la ciudad prohibida era enviado un comunicado que informaba a las familias nobles que sus hijas habían sido "afortunadas" al ser elegidas para ser parte del harem del emperador. No cualquiera podía ser una "cairen". Solo las muchachas de familias ricas, con apellidos ilustres y belleza podían aspirar a ese puesto.
—Padre—llamó Eren, suplicando con la mirada—¿Es justo que renuncie a toda una vida feliz para entrar al ambiente del palacio?, ¿Te das cuenta de que voy a ocupar el lugar de una concubina? —Grisha asintió consciente de eso—Tú que no cesas de repetir que yo he nacido para algo más en esta vida, ¡pero me estas entregando! —trató de razonar con su padre—Yo no soy ni torpe ni holgazán… He estudiado… ¿Vas a dejar que todo eso se destruya?
Grisha no sabía que responder ante las palabras de su hijo. Hizo una señal para que los sirvientes que aguardaban de pie se retiraran de la estancia y los dejaran solos.
—¡No quiero irme! Tú dices que soy el joven más afortunado, pero soy el más desgraciado de todos. ¡Acabaré como todos mis semejantes, sacrificados a un hombre!-sollozó, recorriendo el comedor.
—No te pongas nervioso, hijo—trató de tranquilizarlo, hablándole con suavidad—Vas a poder retomar tus estudios con buenos maestros. Te engañas si crees que vas a perder a tu padre y a tu felicidad. Proseguirás con tus actividades, todo lo que quieras, y aprovecharé cada ocasión para ir a visitarte—Eren se giró y vio en la mirada de su padre absoluta sinceridad, pero también, algo que lo aquejaba.
—¿Qué es padre?, Hay algo que te atormenta y no me quieres decir—preguntó.
Grisha suspiró con pesadez, mirando con profunda amargura a su hijo unigénito, al recuerdo de Carla, al que había prometido proteger y hacer feliz. Esta vez la situación lo superaba y se le escapaba de las manos. Extendió una mano que su hijo tomó dudoso y lo invitó a tomar asiento junto a él.
—Eren, escucha atentamente, para mí también es difícil entregar a mi propio hijo, pero no me puedo negar… Si no sigo la orden no solo vas a ser tomado a la fuerza si no que también yo y todos los que viven en nuestra casa seremos castigados por no obedecer la orden—murmuró con pensar—Por eso, acepta tu destino como buen budista y míralo como una oportunidad que te da la madre misericordiosa.
El castaño mordió su labio, sintiéndose culpable. ¿Tenía derecho a someter a los suyos en sufrimiento y deshonra? No. Solo le quedaba, pues, someterse a su destino. Todos esos sueños que había ido alimentando con el pasar de los años debían cortarse. También debía renunciar al extraño de cabello negro como la noche sin estrellas, en el que pensaba a menudo. Ver todo eso desaparecer en el horizonte.
—Entonces… no hay más opción… debo convertirme en la concubina del emperador—sollozó sin agregar nada más.
Al día siguiente, la noticia había corrido por toda la casa y por toda la ciudad como la pólvora. Los amigos de su padre, algunos conocidos y nobles, incluso los sirvientes desfilaban ante él para felicitarlo.
—¡Haz nacido bajo una buena estrella!
—¡Que magnifico destino! Desde luego eres el hijo predilecto de la madre misericordiosa.
Lo bañaban en halagos y regalos, sin embargo todo eso no servía para adormecer el terror y la incertidumbre que sentía.
Unos días después de que Grisha informara al emisario del emperador su respuesta, una fiesta se celebró en la casa. El salón principal estaba lleno de personas ilustres que trabajan con su padre. Eren estaba sentando en una esquina bien arreglado y sonriendo por cortesía, recibiendo los obsequios que le regalaban. Frente a él había una gran mesa cuadrada cuyo mantel de suntuosa seda roja caía hasta el suelo, llena de manjares significativos: banbao para tener muchos hijos importantes, dátiles para quedar en cinta inmediatamente, melocotones para vivir mucho tiempo y litchis secos para la buena salud.
—¡El emperador ha enviado obsequios para el hijo de Kuan Yin! —anunció uno de sus emisarios. Una procesión de hombres ingresó por la puerta trayendo los regalos.
Cada uno fue depositando los paquetes a los pies del castaño que observaba maravillado aquel espectáculo. Cofres adornados con flores de terciopelo rojo y verde presentaban collares y alhajas; otros, broches, brazaletes y jade engarzado en oro. Allí no había más que metales preciosos y piedras preciosas. Era una completa exposición complementada por un montón de vestidos de raso, seda, terciopelo y gasa, con brocados bordados en hilo fino. También varios abrigos de piel.
—Fueron escogidos personalmente por su majestad—le susurró el emisario con una sonrisa.
Eren agradeció con una sonrisa bien fingida. Todas aquellas riquezas eran para él. El emperador no había escatimado en gastos para un simple joven.
—Espero que estés contento —dijo su padre, viendo hacía él—Todo esto que vez, te lo ha mandado su majestad. ¿No es un buen gesto? —con un movimiento de cabeza invitó a una mujer entrada en años para que pasara al frente—Esta es una vidente que leerá tu fortuna—le explicó a Eren—Vamos a retirarnos para dejar a mi hijo con la vidente, por favor, continúen con la fiesta en los jardines de la casa—les dijo a los invitados, y dándole una última mirada a su hijo se retiró.
Cuando la sala fue desocupada, la vidente tomó asiento frente a él. Sin decir ninguna palabra, cerró los ojos y repitió un mantra confuso con una entonación desafinada. Su semblante era sereno y le pidió a la diosa de las flores que iluminara su mente.
—Veo—decía —flores en un jarrón de jade… delante del buda Kuan Yin…—las flores indicaban el carácter y el jarrón la condición. Un jarrón de barro indicaba la pobreza y un jarrón de jade la riqueza—Este joven tendrá en su vida mucha riqueza y poder. Bello e inteligente, tendrá un esposo que lo amará hasta el último día de sus vidas… Tendrá unos hijos excepcionales. En su vida anterior murió solo en un templo… en sus últimos años de vida, para implorar la misericordia del buda Kuan Yin, bordó un corazón entero en hilo de oro. Rezó para que en su próxima vida no le faltara belleza, inteligencia, riqueza y amor. Este joven… está destinado a grandes cosas… el corazón de un gobernante reposa en sus manos… y muchas serpientes querrán morder su tobillo para matarlo… mentiras, calumnias y venganzas… él…-la anciana vidente dejó de hablar bruscamente, como si no hubiera querido seguir.
Eren la miró desconcertado y algo temeroso. No comprendía lo que la vidente había querido decir, y las razones de su discreción por las cuales guardó silencio.
Agotado, informó a una sirvienta que se retiraba hacia su recamara para descansar, aunque no creía poder conciliar el sueño.
Sin muchos ánimos fue hasta la ventana y apoyó una mano en ella, mirando al exterior. El cielo ya estaba oscuro y con pocas estrellas en el. Los recuerdos de aquel extraño acudieron uno a uno hasta él, recordándole que lo que había sentido debía olvidarlo. Pasaría a pertenecerle a otro hombre aunque no lo quisiera. Entre lágrimas y gemidos, se sometió al destino que se había trazado, sin esperanza alguna, pidiendo solamente que su camino no fuera demasiado cruel.
Con ese pensamiento se fue a la cama, donde unos ojos color plata lo miraron desde el mundo de los sueños.
"Cae la noche en mi jardín. Por la ventana ya no se ven los arboles difuminados por el atardecer. Los pájaros acuden buscando los charcos de roció, ocultos entre las flores. Más allá de la verja hay un corazón esperando por mí. Soy joven, pero este hombre ha tomado mi vida."
Gracias por llegar hasta aquí, espero que el primer capitulo no las haya aburrido o confundido. Creo que ya saben quien es el pelinegro jajaja solo falta ver la reacción de Eren. ¡Si les ha gustado me sentiré realmente feliz! tengo tantas ganas de escribir sobre esta temática. Recuerden, si tienen alguna pregunta pueden dejármela en los review y yo con todo el gusto del mundo se las contesto. ¡Hasta el próximo capitulo!
¿Un review? ¡Su opinión me importa mucho!
