¡Hola! ¿Cómo están?
Bueno, pues aquí les traigo una nueva propuesta en la que he estado trabajando hace algún tiempo.
Ya tengo casi 3 capítulos terminados, pero creo que primero quisiera asegurarme de que sea una historia interesante antes de invertir más tiempo en ella.
No sé cuántos de ustedes estén de acuerdo en que un crossover entre Sailor Moon y Dragonball Z hubiera sido perfecto jaja, pero en lo personal creo que lo es. En fin, espero que les guste esta nueva idea.

En sí, este capítulo cuenta la historia de cómo comenzó todo...

NOTAS: Ninguno de los personajes que reconozcan me pertenecen.


Habían pasado algunas noches desde el ataque sorpresa en la pequeña región de Tseu ordenada por el sanguinario y poderoso emperador Nian Hino, amenazando rápidamente con iniciar una guerra si se negaban a ceder su territorio a la dinastía Hino. El emperador Nian, era conocido por ser un tirano sin corazón; destruyendo familias y regiones enteras con el fin de ampliar su dominio y establecer el imperio más grande de toda China. La región de Tseu había sido justamente gobernada por la dinastía Chiba por los últimos 20 años, y jamás se habían enfrentado con un problema tan grave hasta ese día. Cientos de familias perdieron a sus seres queridos y otras más perdieron su hogar en un intento por conservar la paz. ¿Tanto sufrimiento solo por el egoísmo y avaricia de un solo hombre? El emperador Chiba sabía que no valía la pena seguir evitando lo inevitable; debía aceptar la nueva propuesta que le ofrecían a cambio de un tratado de paz entre ambos imperios y, así, asegurar el bienestar y la protección para los habitantes de Tseu por los próximos 30 años.

El emperador Chiba recorría su habitación por trigésima ocasión en esa noche. No podía hacerlo. Amaba a su pueblo y tenía una obligación con ellos, pero amaba más a su hija y se negaba a entregarla a ese hombre tan atroz. La noche del ataque había sido la noche en que su única hija, Nara, cumplía 16 años y se habían reunido en el palacio para una gran celebración.
Después de tantas desgracias y pérdidas, sabía que solo había una cosa más por hacer. Y así, con el orgullo herido y el corazón destrozado, accedió al matrimonio entre la princesa Nara y el emperador Nian por el beneficio de todos en Tseu.

Nara Chiba vio su vida deshacerse en mil pedazos cuando su padre le informó que debía irse del palacio esa misma noche para convertirse en la esposa de un hombre 12 años mayor que ella. No había palabras que hicieran que su padre cambiara de opinión y, con lágrimas en los ojos, ordenó que vistieran a la princesa de acorde a la ocasión.

Hay algunos que dicen que el emperador Nian tenía un lado sensible y, que esa noche, pudieron ver en sus ojos amor verdadero al ver a la hermosa princesa esperando por él. Incluso más de dos presentes se atreverían a decir que fue por ella por lo que accedió a ese tratado de paz, porque sabía que la destrozaría si además se atrevía a asesinar a sus padres.

La vida jamás fue la misma para Nara. Nunca imaginó que le arrebatarían su futuro y su familia a tan corta edad. Mucho menos que la obligaran a participar en un matrimonio forzoso tan repentinamente.
Dejó el palacio entre lágrimas y sufrimiento, sintiendo que su corazón se destrozaba cada vez más con cada segundo que la apartaban de lo que alguna vez fue su hogar.

Los primeros meses que pasó en el palacio junto al emperador Nian Hino, fueron el peor tormento que pudo vivir; entre estar lejos de sus padres y tener que compartir la cama con un hombre que no solo no conocía, sino que le hacía muy claras sus intenciones, le fue muy difícil aprender a contener sus emociones. Tan solo era una niña, ¿por qué tenía que pasar por algo así?

El emperador, cansado de sus incesantes lágrimas y rechazos, asignó a la mujer más eficaz de su servidumbre para encargarse de ella. Como la doncella real, las ocupaciones de Ikuko Aino incluían asear, alimentar y cuidar a la nueva esposa del emperador; y su reciente embarazo no debía ser un impedimento para cumplir con sus obligaciones, después de todo no era asunto del emperador que una de sus empleadas esperara un hijo tan repentinamente.

Los siguientes meses los pasó mejor, gracias a la compañía de la alegre Ikuko que siempre fue muy amable con ella y, a decir verdad, la veía casi como una madre cuidando de ella y no como parte del servicio del emperador. No, en sus ojos esa mujer era mucho más que solo una empleada.

Durante una de las visitas regulares de su médico personal, Nara se enteró que había quedado embarazada. La noticia le había llegado de sorpresa; apenas era una niña y ya tendría un hijo formándose en el interior de su vientre. No estaba preparada para esto y no había nada en el mundo que pudiera prepararla para ello.

Con el tiempo, aprendió a sentir cariño por aquel hombre tan frío que la alejó de su amada familia, pero sabía que a partir de ese momento lo único que necesitaba era el amor de su hijo; juntos, saldrían adelante y serían una familia feliz. Aunque solo fueran ellos dos.

El emperador se había enfurecido al ver a su primogénito el día de su nacimiento y descubrir que era una mujer; una gran deshonra y decepción para su familia. Ordenó inmediatamente que se deshicieran de la recién nacida y, en el proceso, también de su madre si no se recuperaba rápidamente de aquella fiebre. Nara insistió desesperadamente entre lágrimas, y juró darle al emperador un hijo varón a cambio de la vida de su hermosa hija, Rei.

Su segundo embarazo fue demasiado riesgoso y, por órdenes del médico, Nara fue obligada a permanecer en cama por meses enteros; con sudores incesantes y dolores insoportables, alejada de su hija que crecía junto a Ikuko y su pequeña hija, Minako.

Cuando el dolor se volvía cada vez más fuerte, el médico fue requerido en el palacio para controlar la fiebre que amenazaba con la vida de la joven.
Pero fue demasiado tarde y, después de continuas horas de dolor, Nara perdió a su bebé después de un imprevisto aborto espontaneo.

Esa misma noche, el emperador visitaba la habitación de su esposa y encontró a la pequeña Rei dormida en su cama, sobre su vientre, con una rosa que cortó del jardín para ella. Una irracional ira se apoderó de él y se acercó a ella rápidamente. Tomó a la pequeña violentamente por su oscura cabella para alejarla de su madre, y comenzó a sacudir bruscamente su pequeño cuerpecito a la vez que la culpaba de todos los problemas de salud de su madre.

Cegado por la ira e ignorando las incesantes suplicas de la débil Nara, ordenó que se llevaran a la niña como prisionera y la encerraran por semanas, para mantenerla alejada de su madre el mayor tiempo posible.

La pequeña Rei pasó las noches derramando lágrimas en aquella fría celda, temiendo que su padre la odiara y que algo malo le pasara a su madre mientras ella no estaba cerca para ayudarla. Ikuko Aino, la doncella de su madre, bajaba a escondidas por la noche a llevarle un poco de agua y a hacerle compañía hasta que se quedara dormida en sus brazos, asegurándole que algún día podría salir de ahí y que quizá, solo quizá, las cosas mejorarían y al fin tendría una vida feliz junto a sus padres.

Pero aquello estuvo lejos de volverse realidad.
Nara murió en el tercer embarazo, una vez más fue víctima de un aborto espontaneo a la mitad de la noche; asegurándole una muerte lenta y dolorosa. El médico aseguró que Nara debió desangrarse sobre la cama, agonizando por el dolor, hasta quedar agotada y cerrar los ojos permanentemente.
Desde ese día, el emperador Hino se volvió más hostil y violento y se olvidó por completo de lo que quedaba dentro de él como su deber de monarca justo.

Algunos llegaron a pensar que en realidad amó a Nara y su única forma de lamentar su muerte era ocupando sus días en guerras y enfrentamientos de todo tipo, con el fin de calmar su dolor.

Algunos años después…

Pasaban algunos días desde que la pequeña Rei había cumplido los 7 años y esa tarde, como lo hacía desde los 4 años cuando su padre le había permitido salir para siempre de las prisiones, había salido a jugar en los hermosos jardines del palacio acompañada de la pequeña Minako.

A pesar de su corta edad, la princesa Rei era cada día más hermosa; al igual que su madre, tenía el cabello oscuro y unos enormes y brillantes ojos violáceos, justo como los de su abuela. Minako era un año mayor que ella, y nunca se separaba de Rei; la pequeña hija de Ikuko era una linda rubia de alegres ojos azules, como los de su madre, y un gran deseo por convertir cada día en una aventura.

Corrían entre los árboles, persiguiendo mariposas mientras disfrutaban de la brisa alborotando sus brillantes cabelleras y riendo alegremente hasta que se cansaran y fuera hora de que cambiaran de juego.

-¨Es mi turno de esconderme¨- dijo la pequeña Rei esperando que Minako cerrara los ojos para comenzar a correr.

Nunca había sido muy buena para ese juego, pero le encantaba jugarlo desde el día que Minako le enseñó. Corrió hacia los árboles más lejanos, pero recordó que ahí se había escondido el día anterior y Mina la había encontrado en poco tiempo. Comenzó a correr hacia el lado opuesto y, sin darse cuenta, llegó hasta el lago que llevaba hacia la entrada del palacio. Ikuko nunca le había permitido ir tan lejos, aunque no sabía muy bien por qué.

Escuchó voces extrañas provenientes del lago y sus alrededores, y recordó las palabras de Ikuko diciéndole que algo malo podía ocurrirle si iba sola hasta el lago. Pero su curiosidad fue más grande y se escondió entre los árboles, cuidando de que nadie la viera; debía averiguar qué era lo que estaba sucediendo.

-¨¿Qué haces aquí?¨- preguntó una voz detrás de ella bruscamente, haciéndola sobresaltarse.

Dio un brinco llena de terror y se volvió hacia atrás para encontrarse con un niño de extraño cabello negro puntiagudo. Parecía un poco mayor que ella, pero su oscura mirada era fría y amenazante.
-¨Vivo aquí¨- fue lo único que pudo decir antes de empujarlo para alejarlo de ella, y comenzar a correr para regresar con Mina antes de meterse en problemas.

-¨Mientes, nunca te había visto¨- corrió detrás de ella y la detuvo del brazo con fuerza -¨¿cómo entraste aquí?¨- exigió molesto, arrugando la frente.

Rei intentó empujarlo de nuevo, pero él era más fuerte que ella.
El miedo se apoderó de ella y comenzó a llorar y gritar hasta que el niño la dejó ir.

Confundido por su extraña reacción, decidió seguirla cuidadosamente para averiguar cómo había entrado ahí, si venía sola y cualquier otro tipo de información que pudiera conseguir.
Se detuvo rápidamente al ver a otra niña junto a ella, abrazándola para que dejara de llorar
-¨¿Por qué hay más niñas aquí?¨- gruñó disgustado y comenzó a dar pequeños pasos hacia atrás.

La rubia, que comenzaba a buscar a su alrededor al culpable de las lágrimas de Rei, escuchó el débil crujido de una rama en la dirección en la que llegó Rei e inmediatamente localizó a alguien.
-¨¡Oye!¨- gritó mientras comenzaba a correr.

Vaya, lo descubrieron muy rápido. Eso no se lo esperaba. Pero, ¿cómo lo hizo?
Intentó correr, pero la niña de cabellos dorados se lanzó a él y lo hizo caer al piso bruscamente
-¨¡Cómo te atreves a hacerla llorar!¨- gritaba furiosa mientras tiraba de su cabello.

Molesto y enfadado con sus incesantes gritos, la empujó con fuerza para que se alejara de él.
-¨Soy un guerrero¨- dijo frunciendo la nariz y mirándola fríamente, esperando que sus palabras surgieran efecto, como lo había visto alguna vez.

La otra niña se acercó a ellos y los veía confundida mientras secaba sus lágrimas.
-¨U-un…. ¿guerrero?¨- preguntó. Había escuchado esa palabra alguna vez en el palacio, pero en realidad no sabía lo que eran o lo que significaba ser un ¨guerrero¨.

El niño asintió con seriedad, poniéndose de pie y sacudiendo la tierra de su uniforme.
-¨Y seré el mejor de todos¨- añadió, seguro de sí mismo.

Ambas niñas lo veían con caras graciosas, sin comprender una palabra de lo que decía.
-¨¿Y cómo vas a ser un guerrero si solo eres un niño?¨- preguntó la rubia riéndose de él.

Ese comentario pareció molestarlo aún más y dirigió su penetrante mirada hacia la molesta rubia.
-¨Estoy entrenando con mi papá y mi hermano mayor¨- arrugó la frente -¨mi papá dice que soy muy bueno y pronto seré el mejor guerrero de todos¨- aseguró con aires de grandeza.

-¨Ohhh¨- dijo Rei sorprendida, dejando de llorar -¨¿y qué sabes hacer?¨- preguntó con una sonrisa.

Esa era una pregunta muy tonta. Todos lo sabían. Pero por alguna razón sintió cómo sus mejillas se sonrojaron instantáneamente.
-¨Sé pelear¨- aseguró seriamente desviando su mirada hacia otro lado -¨puedo usar un arco y una lanza, y mi papá me enseñó a usar su naginata, y estoy perfeccionando mi técnica con un tachi. Ah sí, y mi hermano mayor me está enseñando cómo usar su katana¨- sonrió seguro de sí mismo.

Las dos niñas lo veían confundidas.
-¨¿Y para qué quieres pelear?¨- preguntó la rubia rascando su mejilla.

Frunció el ceño y comenzó a hablar con mayor seriedad, como lo hacían los demás guerreros.
-¨Para defenderme y brindar honor a mi familia, como lo hace mi papá después de mi abuelo¨.

Rei bajó la mirada al escuchar esas palabras -¨yo también quiero brindar honor a mi familia¨- dijo tristemente al recordar los constantes rechazos de su padre.
Quizá eso era lo que necesitaba, brindarle honor a su familia. Quizá con eso su padre al fin la amaría.

-¨Entonces debes aprender a ser un guerrero, como yo¨.

Mina sonrió emocionada y empezó a dar pequeños brincos.
-¨¿Y cómo podemos ser guerreros?¨- preguntó arrugando la nariz, cayendo en cuenta que no sabía lo que debería hacer.

-¨Deben entrenar y aprender a pelear¨- dijo mientras una sonrisa de lado se formaba en sus labios, similares a las de su padre.

-¨¿Y tú puedes enseñarnos a ser guerreros?¨- preguntó la pequeña Rei tomándolo de las manos, con sus brillantes ojos llenos de ilusión al tener la posibilidad de hacer que su padre al fin la aceptara.

Sintió que sus mejillas se sonrojaron de nueva cuenta al ver a esa niña directo a los ojos.
-¨No creo que puedan hacerlo, son niñas¨- arrugó la nariz con desagrado y se separó de Rei rápidamente.

-¨Pero igual podemos hacerlo¨- dijo molesta la rubia deteniéndose frente a él -¨¡tienes que enseñarnos!¨- exigió cruzándose de brazos.

-¨Solo lo haré si prometen que no lloraran¨- dijo rascando su cabeza y dirigiendo su mirada a la pequeña de cabello oscuro.

Ambas niñas asintieron con la cabeza emocionadas.
-¨¿Cómo te llamas?¨- preguntó la niña de ojos violáceos, deteniéndose de nuevo frente a él con una dulce sonrisa.

Sus mejillas volvieron a encenderse y llevó su mano derecha detrás de su cuello y una tímida sonrisa se formaba en sus labios antes de…

-¨Princesa¨- escuchaba una voz a lo lejos llamándola suavemente -¨princesa, despierta por favor¨- insistía la voz.

Un sueño. Tan solo había sido un sueño.
Abrió los ojos lentamente, cediendo ante la incesante voz que la llamaba y los cálidos rayos del sol que acariciaban suavemente su rostro. ¿Por qué tenía que despertarse? Cubrió su rostro con la almohada y cerró los ojos con fuerza, esperando poder regresar a aquel hermoso sueño. A aquel hermoso día, y aquel hermoso recuerdo..

-¨Llegarás tarde si no te levantas ahora¨- insistió la voz sacándola de sus pensamientos.

Gruñó suavemente mientras dejaba que la almohada se alejara de ella.
-¨Déjame en paz, Mina¨- pidió descuidadamente, ignorando las suplicas de su doncella real.

La rubia se llevó las manos a la cadera y dejó un pequeño suspiro de resignación salir de sus labios. Su madre tenía razón, éste no era un trabajo fácil.
-¨Vamos¨- dijo suavemente mientras alejaba las sabanas de seda que cubrían el cuerpo de la princesa -¨debes estar lista en poco tiempo o no podrás ir¨- insistió.

Abrió los ojos lentamente. ¿Qué importaba si no iba? Ya era demasiado tarde de todas formas.
-¨Lo sé¨- dijo en voz baja y sintió que Mina deslizaba su mano por detrás de su cabeza para obligarla a levantarse. Gruñó un poco molesta -¨ya voy¨- dijo mientras se levantaba por su propia cuenta, pero contra su voluntad.

-¨Así está mejor¨- dijo sonriente la rubia mientras se sentaba en la cama junto a ella y comenzaba a cepillar la hermosa cabellera oscura de la princesa -¨tu padre pidió que vistieras de negro¨- comenzó a decir -¨¿hay algo en particular que te gustaría usar?¨- preguntó cuándo terminó de cepillar el cabello.

La princesa negó con la cabeza con evidente desinterés y bajó la mirada llena de nostalgia.

La rubia sabía exactamente lo que la princesa estaba pensando, pero también sabía que era mejor no decir nada. Optó por la opción segura y dejó a la princesa a solas unos instantes para buscar el atuendo que usaría ese día.

Rei sintió unas lágrimas rebeldes escapar de sus ojos. No, no podía hacerlo.
Era la tercera vez que su padre la dejaba salir del palacio y quizá sería la última, después de éste día no había motivo alguno para permitirle ver lo que había detrás de esas puertas.

-¨¿Qué te parece éste?¨- preguntó la rubia mientras regresaba a la habitación, sosteniendo un elegante qipao negro ornamentado con detalles en tonos rojos y dorados. Mina se detuvo en silencio al acercarse a la princesa y dejó el vestido sobre la cama con delicadeza para poder sentarse de nueva cuenta -¨lo siento mucho¨- dijo suavemente acariciando respetuosamente la espalda de la princesa. Crecieron juntas y eran muy unidas, pero aun así seguía siendo la doncella de la princesa y había reglas que respetar.

-¨¿Qué es lo que haré?¨- preguntó tímidamente, levantando la mirada hacia la rubia que estaba a su lado y abrazándose a ella sin poder evitar que más lágrimas salieran de sus ojos violáceos.

Minako acariciaba su sedosa cabellera intentando consolarla.
-¨Primero que nada, debes dejar de llorar¨- comenzó a decir -¨eres la princesa y debes ser fuerte en momentos como estos¨- le aseguró.

-¨No quiero ser la princesa¨- sollozó en voz baja.

-¨No es una elección, princesa¨- dejó salir un pequeño suspiro de tristeza -¨pero no quisieras que te vieran así, sabes que siempre te decía lo linda que te veías cuando sonreías¨.

Aquel comentario la hizo aferrarse más a su doncella y comenzó a llorar con el alma llena de dolor.
-¨Y ya no volverá a decirlo¨- suspiró.

Minako permaneció en silencio. La princesa necesitaba llorar antes de salir del palacio, antes de que su padre la viera. Era un momento difícil, pero tenía que pasar por eso.

Pasados unos minutos, la princesa consiguió conservar la calma de nueva cuenta y Minako comenzó su labor. Al poco tiempo ya estaba casi lista, con su elegante qipao negro de manga larga y cuello alto. Se sentó cerca del tocador para que Minako se encargara de su cabello; sería algo sencillo, pero conservador.

Justo estaba colocando el último detalle en el cabello de la princesa cuando escuchó que llamaron a la puerta de la habitación.
-¨He terminado¨- sonrió alegremente antes de alejarse para atender la puerta.

-¨El emperador espera por la princesa¨- dijo una voz masculina una vez que abrió la puerta.

-¨Enseguida¨- dijo la rubia haciendo una pequeña reverencia con la cabeza, agradeció al hombre y regresó con la princesa.

-¨¿Ya es hora?¨- preguntó levantándose nerviosamente.


¿Qué les pareció?

Por favor dejen reviews, me encanta leer su opinión sobre mis historias.
Todos los comentarios son más que bienvenidos, si hay algo que les gustó de la historia o si creen que es muy aburrida, o incluso si tienen alguna sugerencia de cómo puedo mejorar, por favor no duden en decirmelo.

Dedico bastantes horas en escribir cada capitulo, cuidando de que sea interesante y bueno para ustedes.
Por eso siempre estoy pidiendo su opinión, para saber qué es lo que esperan :)

Pero bueno, nos leemos pronto y muchas gracias por su tiempo.