Puede pasar la noche entera llorando, enterrada en el oscuro espacio que hay debajo de su cama. Las manos fuertemente sujetas a las sábanas y la cabeza recostada contra el suelo.

Es débil, se lo han repetido muchas veces. Demasiadas.

Ha visto como el resto de las mujeres de su aldea avanzan mientras ella continúa quedándose atrás. Una deshonra, repetirá su padre cuando se encuentren a la mañana siguiente y Hanabi agachará la cabeza con vergüenza, porque tiene una hermana que no da la talla.

¿Ha entrenado Hinata-sama? No soporta esa pregunta. Por supuesto que lo ha hecho, todos los días lo hace. Pero eso no es suficiente, su nivel ninja es la prueba.

Quiere correr, alejarse de todo y de todos. De su padre, de Hanabi, de la aldea y de Neji y sus malditas preguntas.

Por eso busca sus armas, toma todo aquello que puede sostener en brazos y corre. Las piernas se tiemblan y le falta el aliento pero no se detiene hasta que el agua de un lago le roza los dedos. Su grito se escucha varios kilómetros a la lejanía. Desgarrador, Konoha solo alberga muñecas rotas.

Cuando el cielo comienza a clarear, los pájaros despiertan en sus nidos y se puede apreciar el ligero rocío en las hojas, Hinata se levanta. Tiene que volver al hogar de Hanabi y Neji, de su padre, y el de todos los Hyuugas que desean serlo.

El golpe en su mejilla tardará un tiempo en quitarse, y los dedos de Hiashi, marcados como un tatuaje en su cuello tal vez un poco más, pero sabe que ha valido la pena. Carga con todas sus pertenencias importantes mientras camina a casa de su antigua sensei, y por primera vez en años, se siente viva.