Me encantaría poder decir que Star Trek me pertenece, pero lamentablemente todos sabemos que no es cierto, ¿verdad?
Para ser sincero, Jim tenía que admitir que disfrutaba teniendo al embajador Spock a bordo de la Enterprise. Si alguien se lo hubiera insinuado siquiera cuando había conocido al anciano vulcano en Delta Vega probablemente se hubiera reído en su cara, pero las cosas habían cambiado mucho en los tres años siguientes.
A pesar de la velocidad con la que le habían entregado el mando de la Enterprise después del asunto del Narada, Jim era consciente de que para muchos su nombramiento no había sido más que un truco publicitario. El joven cadete que había salvado la Tierra. El capitán más joven de la historia de la Flota Estelar al mando de su nave insignia. Una cara bonita que exhibir en los carteles. Un reclamo con el que atraer nuevos cadetes a las aulas ahora medio vacías de la Academia.
Aunque sus opiniones nunca habían salido de lo más profundo de los despachos de la Flota, lo cierto era que habían sido muchos los que se habían opuesto a su ascenso. Seguían siendo muchos los que consideraban que había sido un error y vigilaban con lupa todos y cada uno de sus movimientos. Después de tres años de trayectoria impecable, Jim era consciente de que había muchos que todavía esperaban que la cagara en la siguiente misión, que metiese la pata hasta el fondo. Y no era que le afectase que dudasen de él, era perfectamente capaz de mandar al infierno a todo el almirantazgo si era necesario, pero lo cierto era que le molestaba inmensamente que nadie se atreviese a dudar de la capacidad de su tripulación.
La mitad de la Flota parecía pensar que James Kirk era un frade y la otra mitad se comportaba como si no pudiera equivocarse. Un héroe hijo de otro héroe. Un ejemplo a imitar. Y eso era incluso peor, porque si había algo que Jim no era, no había sido nunca y no quería ser, era un ejemplo.
Spock, sin embargo, no parecía encajar en ninguno de los dos grupos. El embajador parecía más que satisfecho quedándose cerca y disfrutando de su compañía. Mostraba una completa fe en la capacidad de Jim para lograr lo imposible, pero no tenía el más mínimo problema en darle una buena patada en el culo cuando creía que lo necesitaba. De la forma en que sólo Bones se atrevía a hacerlo. Y tenía sentido del humor, un sentido del humor sutil y malévolo que Jim aprobaba totalmente y que todavía no había visto en el nuevo Spock.
A veces, a Jim le preocupaba que el embajador lo confundiese con el Jim de su universo y que dejase de visitar la Enterprise cuando se diese cuenta de que realmente no eran la misma persona, de que probablemente ni siquiera se parecían, pero la única vez que se había atrevido a expresar sus preocupaciones en voz alta el vulcano se había limitado a encogerse de hombros. Tal vez Jim fuese bastante más joven que "su" Jim cuando lo había conocido. Puede que fuese un poco más exuberante en sus formas, pero no había duda de que eran el mismo hombre y Spock no deseaba privarse de la compañía de su amigo si podía evitarlo.
El vulcano parecía disfrutar también de la compañía de sus oficiales superiores. Y aunque lo cierto era que a ellos, especialmente a su primer oficial, parecía haberles costado aceptar la presencia de un segundo Spock entrando en el puente como si su lugar estuviese justo allí, justo junto a la silla del capitán, lo cierto era que el embajador había terminado ganándoselos también a ellos. El que todos cenasen juntos la primera noche del vulcano a bordo se había convertido en una especie de tradición a lo largo de los años.
Había sido durante una de aquellas noches cuando Jim lo había visto por primera vez. Hacía un buen rato que habían acabado de cenar, pero nadie parecía tener ganas de dar la velada por acabada. Jim, Bones y Scotty disfrutaban sin prisas de un brandy sauriano mientras escuchaban cómo Sulu y Checkov ponían al embajador al día sobre los cotilleos de la nave, con Uhura haciendo puntualizaciones aquí y allá cuando olvidaban algo que consideraba importante.
A Jim nunca dejaba de divertirle lo mucho que el anciano vulcano disfrutaba de aquellas historias. Especialmente ante la imagen de la versión más joven de Spock sentado al otro lado de la mesa y observándolo como si considerase fascinante la simple idea de que en algún momento pudieran llegar a interesarle los intentos del teniente Wilkins de seducir a la enfermera Chapel enviándole manzanas que sacaba furtiva y antirreglamentariamente de los invernaderos hasta que el personal de botánica lo había pescado in fraganti. El primer oficial había sido el primero en levantarse aquella noche, después de comprobar la hora.
- Si me disculpan, debo volver al laboratorio,- había dicho incorporándose-. Espero unos resultados que deberían estar listos en ocho minutos.
- ¿Las muestras de Cornivus II?- había preguntado Bones inmediatamente.
Y Jim se había tensado inmediatamente esperando el exabrupto que sin duda seguiría. No habían pasado más que un par de horas en Cornivus II antes de que una tormenta de iones especialmente virulenta los hubiera obligado a alejarse del planeta. La mayor parte de las muestras recogidas en aquel tiempo habían resultado completamente anodinas, salvo por una espora que parecía tener un impresionante efecto como anestésico. El departamento médico y el científico estaban más que interesados en investigar sus posibilidades. Sólo que no habían pasado tiempo suficiente en el planeta para recoger muestras suficientes para los dos. Recordar la discusión entre Bones y Spock que había seguido era suficiente para que a Jim se le levantase dolor de cabeza.
- Una parte,- había confirmado Spock, aparentemente ignorando la potencial conflictividad del tema.
- ¿Le importa si le acompaño?
La pregunta se había realizado en un tono civilizado que había cogido a Jim completamente por sorpresa. Spock, sin embargo, se había limitado a enarcar una ceja.
- Parece innecesario, doctor,- había respondido con calma.- Sólo voy a descargar las lecturas de los primeros resultados. Si lo desea me encargare de enviarlos a su PADD tan pronto como los haya obtenido. Resulta ilógico que se prive de horas de sueño sin motivo.
- Concédame el capricho, Spock,- había presionado el médico. Y si alguien más que Jim había notado el tono ligeramente burlón en su voz nadie lo había demostrado-. Tengo el turno beta mañana. Le aseguro mi rendimiento no se vera afectado por la falta de sueño
- No se me habría ocurrido pensarlo, doctor McCoy, pero si insiste por supuesto que su compañía será bienvenida.
- En ese caso insisto. Por supuesto que insisto,- había replicado McCoy terminando su brandy de un sorbo-. Si me disculpan, caballeros... Nyota...
Los dos habían salido juntos, tranquilamente, como si aquello no fuera algo absolutamente extraño en ellos, y sólo por casualidad Jim se había fijado en la forma en que el embajador observaba a su primer oficial y a su oficial médico. Había diversión en su mirada. Nostalgia. Afecto. Y algo más que Jim no había alcanzado a identificar.
Sólo más tarde, en la cama a punto de dormirse se había dado cuenta de lo que era. Anhelo. Había anhelo en los ojos de Spock cuando miraba a McCoy.
