ATENCIÓN: Si no has leído mi otra historia no entenderás nada de esta pues es un añadido.
Capítulo 1: Lydia
Todos sabemos quién es Ali. Sabemos que es el padre adoptivo de Scott y anterior líder de la Hermandad Oscura. Es reconocido en toda Tamriel como el mayor asesino de la historia. Su fama no tiene precedentes.
En su última misión por el gélido y níveo Pálido de Skyrim encontró un bebé en la nieve. Estaba llorando a pleno pulmón ¡y vaya si eran grandes! Pero cuando se acercó notó que había algo extraño, delante del niño vio una pila entera de cadáveres de bestias. Habían por los menos dos osos polares, un dientes de sable y un troll de la escarcha. ¿Cómo un bebe fue capaz de hacer todo eso? ¿Fueron sus padres? No había rastro de ellos y los cadáveres son, la mayoría, recientes. ¿Cómo era posible? De repente y sin venir a cuento, el bebe gritó. Pero no un grito normal. Primero rio como cualquier dulce e inocente niño haría y luego escupió de su boquita un potente y mortífero rugido del cual salió un aura morada devorando la vida de todo ser a su alrededor. Las plantas caían y los cadáveres de pudrían. El niño parecía feliz. Disfrutaba. O era un sádico desde su propio nacimiento o su inocencia no le permitía ver la gran destrucción que causaba su incalculable poder. En seguida Ali se dio cuenta de todo. Ese niño rubio y de ojos azules era nórdico a simple vista, pero no era normal; era Sangre de Dragón. Ha viajado tanto como para saber lo que se cuentan de estos y saberlos distinguir. Se acercó a su cestita y encontró un colgante de plata con algo tallado en él que ponía: "Daavhiniir". ¿Qué clase de nombre era ese? En ninguna cultura usaban ese tipo de estructuras. ¿De dónde venía? Lo recogió y se le ocurrió una idea. La Hermandad se iba a ir a la quiebra tras su retirada y necesitaría un sucesor. Si lo entrenaba, junto a sus habilidades de dragón sería el asesino perfecto. Mejor y más famoso que él. Un digno líder. Se lo quedó y le puso un nombre que leyó en un libro hace un tiempo: Scott.
La historia solo acababa de comenzar. Nada más completar la misión se retiró a las afueras de Ciudad Imperial, en Cyrodiil, haciéndose pasar por mercader de la zona con un hijo recién nacido. Alegó que su mujer era nórdica pero murió en el parto pues no es normal que un guardia rojo tenga de hijo un nórdico, y como todos saben, en caso de que dos personas de distinta raza tengan un hijo este será de la especie de la madre. Se instaló bien y el niño pasó sus primeros doce años de vida tranquilamente en ese pueblo entrenando junto a su padre. Él sabía perfectamente que no era su hijo biológico pues nunca se lo ocultó pero le daba igual, era su padre, su querido padre. Scott siempre había sido un niño revoltoso y travieso, pero bastante inteligente y hábil en cualquier maestría de la batalla. Tanto en magia como con armas cuerpo a cuerpo era un verdadero genio, pero el arco era su verdadera pasión y aprendió de un herrero orco de la zona este mismo oficio haciéndose su propio arco. Su alegría se contagiaba a todo el pueblo, era la felicidad del lugar, pero un día tuvo que irse por negocios de su padre. Triste por la partida no se desanimó por completo.
El nuevo destino resultó ser Riften, una ciudad en el sur de Skyrim. Al llegar Scott se emocionó pues casi nunca había visto a nórdicos como él pero cuando vio las oscuras calles llenas de pobreza y hambruna se desconsoló. Era un niño alegre y esto le rompía el alma, pero por consejo de su padre intentó no hacerle caso. Como era de esperarse, Ali estaba negociando con Maven Espino Negro, quien poseía contactos con el Gremio de Ladrones, la Hermandad Oscura y por este último hecho con Ali. Algunas veces pasaba tiempo en la ratonera, no era un lugar agradable, pero le cogió gusto a robarle a los ricos. Le hacía sentir mejor y con el tiempo se unió al gremio liderado por Mercer Frey junto a un veinteañero Brynjolf como segundo al mando. Solía hacer hurtos menores y nunca lo pillaban pues su habilidad de sigilo era casi perfecta. Un verdadero prodigio con solo catorce años.
El Gremio estaba siempre lleno y muy movido. Habían ladrones de todas las edades y razas, pero de entre ellos una resaltó a sus ojos; Lydia, una bretona dos años mayor que él de cabello pálido como la nieve. En un principio era quien le enseñaba el oficio, pues tras su ingreso dejó de ser la miembro más joven. Ambos eran como uña y carne, hacían cada robo juntos, cada atraco, cada travesura y siempre salía perfecto.
─ ¿Lo ves? ─ Señaló un carromato tirado por un caballo gris. ─ Ahí hay un montón de dinero, si lo conseguimos seremos ricos y el Gremio podría recobrar su fama. ─ Dijo emocionada la peliblanca.
─ Si, podremos comprarnos todo lo que queramos. ─ Respondió igual o más alegre un joven Scott. ─ ¡Daremos el golpe de nuestras vidas!
─ Nos haremos ricos, ratoncito. ─ Le acarició dulcemente la cabeza y bajó del tejado para iniciar la estrategia.
Primero cayó delante del carro haciendo que el caballo se detuviese de inmediato. El hombre, que parecía un guardia rojo entrado en años, se bajó y fue a ver qué pasaba encontrándose con la bella bretona con unas ropas sugerentes. Mientras distraía al pervertido conductor, el otro robaría las bolsas de oro y las tiraría a una alcantarilla que llevaba directamente a la ratonera. Habían pasado semanas vigilando al hombre y sabían de su gusto por las mujeres jóvenes de piel blanca al pasar y preguntar en el prostíbulo que frecuentaba. Estaba todo planeado, nada debía fallar. Por el momento todo iba bien, el viejo estaba entretenido mirando a Lydia y Scott tiraba las bolsas con todo el cuidado posible. Pero algo salió mal y se oyó el grito de la chica. Instintivamente, el nórdico salió para ver como trataba de forzarla. Sería muy cliché si no fuera porque varios guardias rojos vestidos con indumentarias de Alik'r estaban a su alrededor. Rápidamente sacó su daga de ébano y acuchilló a uno por la espalda. Seguidamente le lanzó el arma al cuello de otro y sacando su arco con mucha velocidad mato a los restantes. El hombre del carromato la tenía prisionera ocultándose tras ella.
─ ¡Suéltala! ─ Amenazó violentamente mientras tensaba el arco.
─ ¡Una mierda! ─ Gritó. ─ ¡Los nórdicos son unos traidores, ayudan al Imperio! ─ Trató de rasgar el cuello de la peliblanca. ─ ¡Por Páramo del Martillo y su libertad! ─ Antes de hacer nada, la flecha de hierro de Scott atravesó su frente.
Asustada, fue corriendo y abrazó al nórdico. Estaba aterrorizada por lo que pasó. Por un momento estuvo débil y a disposición de lo que le quisieran hacer. Vio su vida pasar por delante de sus ojos y no podía evitar temblar.
─ Ya está, todo está bien Lydia. ─ La abrazó. ─ Ya estás a salvo.
─ ¿Qué querían? ─ Se apartó velozmente. ─ No figuraban en nuestros planes. ─ Seguía confundida.
─ Son resentidos de la Gran Guerra. ─ Pronunció seguro. ─ En ella, el Imperio cedía al Dominio Páramo del Martillo en el tratado de paz, pero se resistieron y se proclamaron una nación independiente librando una guerra propia durante 5 largos años. Sufrieron mucho y están resentidos con todos. Eso incluye Skyrim y los nórdicos.
─ Bonita lección de historia. ─ Rio dulcemente.
─ Me obligaron a estudiarlo en Cyrodiil. ─ La agarró de la mano y tiró de ella. ─ Venga, que el botín nos espera. ─ Fueron y se retiraron.
Eso solo fue el principio de su relación. Algo que sin duda marcó, no solo al propio Scott, sino también a todo el mundo. Esa bretona, Lydia, es más importante de lo que parece. No por poder político o sangre, sino porque su muerte fue la causa del nacimiento del Demonio Enmascarado y la caída en desgracia del Sangre de Dragón. Ella fue el inicio de todo desde el mismo momento que vino al mundo. Fue la llave que abrió la puerta que traería la oscuridad a Tamriel.
Pasaron un par de años más y el rubio cumplió los dieciocho, pero no pudo celebrarlo pues se tuvo que infiltrar en la Hacienda Brillo Dorado, robar todo el dinero y quemar tres colmenas de abejas de las seis que había. Algo raro y difícil por lo que solo podía hacerlo el mejor. Fue un rotundo éxito, pero descubrieron algo raro. El dueño había vendido la propiedad a un desconocido. Eso estaba mal. Pero por el momento solo se preocupaban Mercer y Brynjolf, así que el resto siguió a lo suyo.
El gremio prosiguió con su hundimiento y la situación era cada vez peor. La ratonera, aunque suene irónico y raro, se pudría por dentro. Pero, ¿qué le importaba esto a Scott? Él seguía a lo suyo junto a su compañera. No le daba importancia a nada más que no fuera vivir el momento. Estaban en la flor de la vida y querían disfrutarlo. Sería su mejor momento. Cada noche salían a correr por los tejados de las casas de Riften y si les pillaba de paso, robaban algo de valor o bebían juntos hasta desfallecer en una taberna. Eran en verdad felices.
─ ¡Scott! ─ Gritó saltando por detrás. ─ ¡Vas demasiado rápido! ¡Para, joder! ─ Recriminaba entre jadeos.
─ ¡Venga Lydia! ─ Se reía por la imagen tan agotada que mostraba su amiga. ─ ¡Te estás quedando atrás! ¡Quién llegue antes al lago se lleva el setenta y cinco por ciento del próximo botín!
─ ¡No es justo! ─ Lo siguió.
Llegaron al lago justo al lado de la ciudad, donde cada uno se quedó en baños menores y se tiraron al agua. Salpicaban y jugueteaban cuales críos. En una de estás, el nórdico, siendo más alto, agarró a la mujer cual saco de papas y giraba con ellas a hombros. Le encantaba meterse con ella, oír sus tiernos "¡para!". Eran adorables. Muchos resaltaban su pelo blanco como algo feo, pero era ciertamente hermoso y brillante bajo la luz de las Lunas. Una vez la tiró contra el agua y se levantó no pudieron evitar mirarse.
Ella miraba sus cuidados músculos. Su fina cara sin barba en su totalidad, pero sí los pelos que a esta precedían. Miraba su rubio y largo cabello ondear. Sus perlados ojos azules. Cautivada. Sedienta.
Él observaba sus redondos y apetecibles pechos. Eran grandes y, sin duda, atractivos. Veía su blanco pelo brillar, hipnotizándolo. Sus ojos, igual que los suyos, azules y seductores, embelesadores. Sus labios gruesos y rosas que lo invitaban a explorar todo su interior. Y cuando su lengua asomó no pudo evitar casi caer. Lo seducía. Lo invitaba. Lo tentaba. No podía resistirlo más.
Sin mediar palabra se fundieron en un ardiente beso que llevaba años buscando una salida desesperadamente como oxígeno en bolsa hermética. Scott la agarró de los muslos y la cargó fuera del agua. Una vez en tierra seguían sin separarse. Entablaron una contienda de lenguas en la que ninguno quería perder. Ella gimió al sentirlo ahí abajo y el chico aprovechó el momento para explorar su cuello el cual dejó a su merced. Su suave y precioso cuello que, sin darse cuenta, llevaba tanto tiempo buscando. Continuó bajando hasta llegar al valle de sus pechos. Con cuidado soltó la prenda que los escondía y los vio. Tan preciosos, tan perfectos. Sin duda alguna los lamió en profundidad cada uno. Con cada lengüetazo y chupetón la mujer gemía aumentando el morbo del nórdico. Su dulce voz resonaba en sus tímpanos y producían una reacción orgásmica en su ser. Una vez se sació suficiente con su busto, continuó bajando. Quitó esa última ropa que cubría su hermoso cuerpo y dejó su perla al aire libre. Hermosa. Como todo en ella.
─ ¿Solo la vas a mirar? ─ Dije seductoramente mientras forzaba la cabeza de su amado a entrar en su mundo. Este lamió como reacción automática provocando un gemido. Con sus manos abrió un poco más sus suaves piernas e introdujo más su lengua en ella. Jugaba con su clítoris y el ver como cerraba los ojos con esa expresión provocaba satisfacción en él. La sensación de la boca del hombre contra su carne la hizo estremecerse de placer. Su barba pinchaba y su nariz hacía cosquillas. Entonces paró y subió hasta su boca la cual tenía un sabor a miel dulce, para besarla mientras rozaba su sexo contra el de ella. Sentía como llegaba a su apogeo mientras se frotaban.
─ ¿A qué esperas, mi ratoncito? ─ Rio mientras acariciaba su pelo y juntaba su frente con la suya. ─ Ya estoy suficientemente mojada. Haz que la rata entre a su madriguera. ─ Levantó su cara y se besaron mientras él se desprendía de su ropa interior haciendo asomar su erecto miembro. Estaba listo.
─ Lydia. ─ Paró de besarla. ─ Te amo. ─ Lo miró sorprendida y apesadumbrada por un momento hasta que volvió a dejar escapar su deslumbrante sonrisa.
─ Yo también te amo, mi dulce ratoncito. ─ Al fin se introdujo en ella dándole un placer que nunca antes sintió. Era sencillamente irreal. Inimaginable. Increíble.
La levantó agarrando su respingón y duro pandero para acorralarla contra un árbol y estar más cómodo. Ella hizo un candado con sus piernas alrededor de su cintura y continuó besándolo mientras el recorría sus partes inferiores con una mano y con la otra manoseaba los grandes y suaves montículos. Empezó a penetrarla más salvajemente y esta tuvo que dejar su boca libre para poder gemir felizmente. Aprovechó para saborear el cuello de la mujer que ama una vez más. Era verdadera droga para él, el mayor placer de su vida, incluso mayor que el aguamiel o el skooma. Adictiva. Sabía que nunca más podría parar.
─ Si no la sacas cuando te vayas a correr vamos a estar jodidos, ratoncito. ─ Pronunciaba entre calenturientos jadeos.
Aumentó aún más el ritmo, y mientras la mujer chorreaba tras su orgasmo, él continuaba. Al fin consiguió su clímax y la sacó rápidamente tirándolo todo por el suelo.
─ Ha sido agotador y bastante bueno. ─ Dijo la mujer sentándose a la orilla del lago tras otro ardiente y largo chapuzón.
─ Lydia. ─ La mencionada se giró. ─ ¿Qué somos?
─ No lo sé. ─ Volvió a observar el suelo. ─ Es algo extraño. Siempre has sido y serás mi ratoncito pequeño al que cuido. ─ Empezó a reír. ─ ¿Te acuerdas cuando te lo puse? Nos acabábamos de conocer y eras un renacuajo. Te molestabas un montón cada vez que te lo decía. ─ Una sonrisa melancólica asomó por la comisura de sus labios.
─ Supongo que las tornas han cambiado. Yo lo llamaría karma. ─ La peliblanca se levantó y se volvieron a besar. Pero esta vez de forma diferente. Esta vez cargado de amor, de sentimientos. Sin lujuria alguna.
─ Nunca te separes de mí, Scott'Khara. Serás siempre mi ratoncito y que no cambie nunca, pase lo que pase. ─ Lo abrazó tiernamente. Esas palabras lo significaban todo para ella por muy triviales que sonaran.
─ Siempre juntos. Lo prometo. ─ Lo cerraron con un beso. ─ Si te ocurre algo, que la muerte me trague y me lleve contigo.
─ Que exagerado eres. ─ Rio apoyando la cabeza en su pecho.
─ Te lo digo en serio. Un mundo sin ti solo merece la destrucción.
Espero que os haya gustado. El siguiente quien sabe cuándo lo tendréis xD
