Capítulo 1. El mármol es frío
El mármol es terriblemente frío y más aún a nivel del suelo, cuando la piedra marmolea se extiende formando un formidable manto helado. Majestuoso y prepotente, sus betas grisáceas recorren sinuosas ese blanco, desafiando su pureza; tan suave, bailando, helando. Y de repente se topan con la piedra, con la roca gigante y húmeda que compone las paredes, un bloque tras otro, y otro, y otro. La pared es altísima desde ahí abajo, y también es fría. Parece llorar, pero es la humedad, que se cuela en cada recoveco impregnándolo todo. Sin ventanas, roca y mármol, hielo y más hielo. Hace demasiado frío. No hay rastro de mobiliario, ni de ventanas. No hay rastro de vida.
La habitación está desierta, salvo por él. Sus mejillas pálidas besan el suelo con devoción, ojalá, es la resignación la que manda, la capa negra se rinde al helado mármol, una gota cae pasos más allá configurando la banda sonora. Sombrío, gris, inmóvil, ojos vidriosos cegados. Odiado, acusado, castigado, señalado, amoratado… y finalmente, olvidado. Porque el frío arrasa con todo. Nadie le echa de menos. Inerte es la palabra, adiós es la expresión.
Así que lo último que ve, lo último que recuerda, lo último que detiene aún su marcha son esas dos perlas verdes fantasma…y ese hielo en los pulmones.
Se escapa el último hálito. Está muerto.
¿Y bien? ¿Merece otra oportunidad? – un susurro.
No creo que debiéramos llamar a este asunto oportunidad. – otro murmullo más.
¿Qué está pasando? ¿De dónde salen esas voces? No puede moverse. ¿Quién anda ahí? Suena tan lejano, tan profundo, tan… Ensoñaciones, deben ser sueños, fruto de la muerte, del frío.
¿Acaso se opone usted? – siseante, el susurro se cuela en la habitación.
En absoluto, solo disiento en los conceptos. – es el viento bailando el que contesta.
No. Son voces claras, extrañas pero claras. Está seguro de oírlas, están cercas, no a su derecha ni tampoco a su izquierda sino por toda la habitación.
¿Qué sugiere? – inquiere la primera.
Él ya tuvo su oportunidad. – apuesta la segunda.
Pero no fue feliz. – replica.
Ese es su problema…
Están hablando de él, lo sabe, lo intuye. Pero ¿por qué no en vez de hablar lo sacan de allí? Ayuda, una persona normal gritaría Ayuda pero ni su estado ni su orgullo le permiten hacerlo. ¿Qué dicen? ¿Por qué? ¿Por qué se esconden?
Sabe usted que la situación es especial.
Todas los son. – y el susurro se mezcla y vuela y gira y hace florituras en el aire.
¿Por qué no se opone a las claras? – hay una nota de incomprensión en esa voz-viento.
Y el silencio por respuesta. ¿Ya está? No. Vuelvan. ¿Dónde se esconden? Necesito, necesito… Él necesita tantas cosas que no sabe acabar la frase.
Jamás. Solo… - se oye un suspiro - ¿Cuándo aprenderán estos humanos a vivir?
De repente el mármol es letalmente frío, no como antes, billones de veces más frío. Lo siente, cuchilladas de hielo se clavan en sus mejillas y éstas se sonrojan, se colorean, y se hacen conscientes; algo en el pecho le oprime, demasiado, se ahoga, duele. Está en el fondo del mar, no puede respirar, no puede subir a la superficie, necesita aire, se muere; otra vez. Muévete, muévete se repite. Sus labios por fin reaccionan y se despliegan, y sus ojos se abren al tiempo que recibe una bocanada de aire, una bocanada de vida.
. . .
¡Damas y caballeros!
Ante la voz poderosa el murmullo sordo que inundaba la habitación se apagó. Y fue extraño porque la sala estaba realmente repleta, y era enorme. Podría decirse que era un salón típico de Universidad, con su estrado, sus gradas y sus escalones traicioneros; ventanas en las paredes laterales, algún cuadro de sencillo marco y curiosamente multitud de plantas adornando cada rincón. Sin embargo para ser un aula faltaba el elemento imprescindible: la pizarra. En su lugar, había un gigantesco muro blanco, la pared, nada destacable salvo sus dimensiones. Por lo demás, la sala era la típica clase de Universidad.
Los cientos de estudiantes que ocupaban asientos y pasillos, los que se agolpaban en las puertas y los que permanecían de pie expectantes con libros y libretas abrazados contra su pecho, se volvieron al unísono hacia la potente voz. Un hombre bajito, demasiado bajito, y regordete apareció por una minúscula puerta cerca del estrado. Lucía un pelo canoso y una barba pulcramente recortada, sus ojos claros recordaban vagamente a un maestro, al maestro por excelencia.
¡Damas y caballeros! Bienvenidos a la que será su residencia los próximos cuatro años. – entonó con voz alegre. – ¡Bienvenidos a Bilmenthol!
El hombrecillo levantó sus cortos brazos y la pared blanca sin pizarra que se erguía a su espalda desapareció dejando al descubierto un eco de admiración entre los miles y miles de estudiantes. Un paisaje se escondía detrás. Había un extenso campo verde moteado aquí y allá con árboles de todas clases y sabores; grandes, pequeños, de frutos corrientes y de fresas extrañas. Había también flores en jardines vallados, encuadrados con exactitud, conjuntados en color y fragancia. Mariposas, pajarillos, una enorme fuente en el centro, bancos de piedra blanca y recovecos. Y todo aquello poblado por edificios de alturas discordantes y estructuras cuadradas, albas, radiantes, trepadas por frescas enredaderas, de ventanas enmarcadas en hierro forjado, enormes y abiertas ventanas. De sus paredes colgaba algún que otro cartel de bienvenida escrito en unas radiantes letras azules. El cielo se mimetizaba con aquellas mensajes en un añil intenso y en él también se distinguían lo que parecían cometas de colores. Y lo mejor de todo era que aquel paraje estaba habitado por otras decenas de estudiantes, personitas que andaban, se saludaban, se tendían en la hierba, corrían persiguiéndose, portaban libros, jugaban, se peleaban…
Parece una secta… - susurró alguien a la derecha de Hermione Granger.
Un coro de risitas secundó el pensamiento, incluidos Harry Potter y Ron Weasley, pero la chica los ignoró. Estaba admirada, estaba feliz, estaba allí. Más alta y menos delgada, mayor y calmada, con las mismas ganas de aprender que siempre, con el sabor de la intriga en sus labios, con el deseo de quién empieza algo nuevo. Allí por fin, allí después de todo, allí solo descrito en sus libros de cuentos. Sonrió.
Tú, ¿no eres alumno de tercero? – un chico de los que habían reído susurró a otro rubio.
De Medicina Mágica, y tú eres de quinto, ¿no? – contestó este frunciendo el ceño.
De Leyes Mágicas. – el acusado sonrió - Ni lo menciones…
¿Quién podría perdérselo? Es el discurso de bienvenida, es un clásico. Y Jelleway, viejo loco. Si él supiera…
Ambos rieron por lo bajo. El rubio alzó la mano y esperó a que su compañero chocase. Hermione los miró de reojo.
El pequeño hombrecillo de pelo canoso esperó un instante o dos a que los jóvenes maravillados y divertidos intercambiaran impresiones. Se alzó un murmullo de comentarios y él solo pudo sonreír complacido. Todos los años la misma reacción, toda la vida la misma sensación. Se volvió hacia la cristalera que separaba la sala de aquel cuadro hermoso y suspiró. Años mozos. Aún sonreía cuando miró de nuevo a los alumnos.
¡Damas y caballeros! Mi nombre es David Jelleway y estoy orgulloso de ser el rector de la mayor universidad de la Comunidad Mágica del mundo: Bilmenthol. - exclamó – No esperen el parecido con Hogwarts, no comparen profesores ni situaciones, no se dejen influir por impresiones pasadas. Todo, absolutamente todo, es nuevo y es antiguo, es blanco y es negro, es risa y dolor, todo es Bilmenthol.
Mientras hablaba el Sr. Jelleway había empezado a caminar de un lado para otro moviendo nervioso sus cortos bracitos. Estaba emocionado, o conmocionado, nadie sabría decirlo muy bien. Había pasado tanto tiempo.
Hermione lo observó cuidadosamente, era tan bajito y sonreía tanto. Nada que ver con el majestuoso Dumbledore, alto y sereno. Y sin embargo, ambos irradiaban una luz igualmente extenuante. Sonrió otra vez. No podía evitarlo. Estaba feliz.
¡Damas y caballeros! Son ustedes una generación de piedra. – paró un segundo. Los que habían estado hablando, enmudecieron al instante; las risas cesaron y los ojos se tornaron graves. La bienvenida se iba a poner seria. - Han conocido el horror, han rozado la muerte con las yemas de sus dedos, han madurado a base de golpes. – el silencio fue sepulcral. Nadie hizo mención alguna pero por las mentes de todos se entretejieron imágenes de Voldemort, de capuchas negras, de sangre, de entierros, de escondites, de lloros, de gritos, de silencio. Hermione contuvo el aliento, y otros miles de estudiantes también. – Han visto a grandes magos caer, han perdidos a amigos, a hermanos, a padres. Han ansiado venganza, han deseado la muerte. –Jelleway hizo otra pausa. Deslizó los ojos entre sus alumnos, los viejos y los nuevos. Apretó los labios. Hacía exactamente tres años que el Señor Oscuro había caído, habían pasado exactamente tres años desde que la luz vio el mundo y éste se transformó en maravillas olvidadas. Los jóvenes habían tardado pero al fin habían reaccionado. Voldemort había caído y con él, el horror, la oscuridad. La mayoría solo conocía el miedo, años de represión, de lucha, de guerra. Y cuando todo acabó… nadie lo creía. Así, sin más. Hubo mucha desconfianza, mucho respeto y mucho luto pero por fin alguien se levantó. Señores, es cierto: Voldemort ha muerto. Vivamos. Fue entonces cuando muchas manos se juntaron y llevando las riendas de la recuperación, hicieron de la Comunidad Mágica ese mundo extraordinario que siempre había sido. Los ancianos no tardaron en sumarse a ellos, a sus intentos de coser vidas despedazadas, de vivir de nuevo. Y ahora, tres años después, una normalidad desconocida empezaba a dibujarse. Jelleway sonrió. – Y después de todo, siguen ustedes ahí. Están vivos y sin un ápice de mala locura. – el profesor bajó el tono de voz - Bilmenthol ha reabierto sus puertas después de 3 años, de 3 largos y maravillosos años… Tienen ustedes 20 años y el mundo en sus manos. ¡Hagan que me sienta orgulloso! ¡¡Vivan!!
La sala prorrumpió en aplausos. Del techo cayeron serpentinas y papelillos de colores y una música surgió de la nada. Los mayores se pusieron en pie y entonaron un cántico. Los novatos saltaron de sus asientos e intercambiaron miradas de no saber qué hacer.
¡Es el himno de Bilmenthol! – gritó alguien.
Hermione se apresuró, tomó un cuaderno de su cartera y pasó las páginas a la velocidad de la luz.
¡Aquí está!
Ron, Harry y un grupo considerable de novatos se agolparon contra la chica. Ésta arrancó la hoja y la alzó para que todos pudieran leerla.
¡Usa la magia, cabeza de chorlito! – el chico rubio que minutos antes había estado hablando con otro compañero hizo un movimiento rápido de varita, sin dejar de sonreír ni de cantar.
La hoja de papel con el himno de Bilmenthol escapó de las manos de Hermione y se elevó por encima de sus cabezas. El chico rubio garabateó algo en el aire y por arte de magia la apresurada caligrafía de Hermione empezó a flotar entre los alumnos.
"Bilmenthol, Bilmenthol…"
¡Damas y caballeros! Tienen ustedes unas voces estupendas. – Jelleway se unió a las carcajadas de sus alumnos antes de desaparecer por la pequeña puerta cerca del estrado.
Un murmullo sordo volvió a inundar la sala. Algunos de los mayores abandonaron el salón, seguidos de un despistado grupo de nuevos estudiantes.
¿Ya está? – preguntó Ron acariciándose la panza - ¿Podemos ir a comer?
No seas tan impaciente, novato – era de nuevo el chico rubio. El alumno de quinto con el que había estado hablando lanzó una carcajada hizo un guiño y se largó – Jelleway es un viejo loco, pero sabe lo que hace. Ya estáis animados y flipando por todo lo que habéis visto… ahora vienen otras cuestiones algo menos entretenidas.
¿Qué quieres decir? – Hermione se volvió hacia el alumno de tercero. Éste le devolvió una mirada sonriente y alzó una ceja.
Perdona por lo de cabeza de chorlito, morena. – el chico le tendió la mano – Soy Daniel Douglas, alumno de tercero de Medicina Mágica.
Hermione Granger, primero de Medicina Mágica también – Hermione aceptó el saludo pero no sonrió.
Tenemos mucho en común, morena. Ambos estudiamos Medicinas, somos guapos y encantadores… apostaría una cena a que odias los animales. – Daniel agachó la cabeza hasta nivelar sus ojos con los de Hermione y le dirigió una sonrisa seductora.
Acepta – soltó Ron haciéndose oír en mitad de la conversación – Hermione adora los animales, tiene un gato con nombre de duende. Es más, dirige una plataforma de ayuda a los elfos domésticos… aunque teóricamente éstos no son animales.
Ron – se quejó la chica.
Daniel desvió sus ojos hacia Ron y sonrió más ampliamente.
Ay, novato. ¿Quién odia los animales? Tu chica-elfo me debe una cena.
No soy/es su/mi chica – respondieron Hermione y Ron al mismo tiempo.
Ella giró la cabeza y las mejillas del pelirrojo se tiñeron de un color algo más intenso que el rosado.
Guau – murmuró el rubio fingiendo estar asombrado - ¿Así que por qué loco motivo dejaste escapar a semejante hembra, novato? ¿Qué hiciste? Porque es obvio que te dejó ella a ti…
Ehm – Harry carraspeó para tomar el control de la situación.
Hermione frunció el ceño y abrió la boca para decir algo con una mal disimulada sonrisa. Ron parpadeó un par de veces y se quedó mirando a Daniel con cara de estúpido y el chico de tercero dibujó media sonrisa en su rostro y estalló en carcajadas.
Vamos, vamos, novato. Solo bromeaba un poco… ¿cómo te llamas? – inquirió Daniel.
Ron Weasley – Harry le tendió la mano en lugar de Ron que todavía estaba preguntándose qué demonios había pasado – Él es Ron, y yo soy Harry-
Potter, ¿eh? – Daniel lo miró con expectación – He oído que han publicado un par de libros sobre ti y tus… aventuras… en Hogwarts.
Si. No es algo relevante, ¿lo es?
Guau chico, nada relevante respecto a mí. Excepto si aparece la chica-elfo. – el alumno de tercero rió con ganas – Deberían cambiarles el título. ¿Harry Potter y la Piedra Filosofal? ¿No está muy visto? – volvió a soltar una carcajada. – En serio, tío. Gracias por acabar con Voldy.
Harry lo miró sorprendido. Desde la muerte de Voldemort se había convertido en una especie de ídolo de masas. Las chicas lo acosaban en cualquier sitio, los niños pequeños compraban trajes y se disfrazaban de él, y luego estaba esa cosa de los libros. Harry había alcanzado una fama más que considerable. Tanto era así que para pasar desapercibido en Bilmenthol se había sometido a un cuidadoso entrenamiento. Había dejado crecer su pelo para ocultar su cicatriz y había sustituido sus gafas por lentillas, por no hablar de las horas de gimnasio que había dedicado para sacar algo de provecho a sus músculos y dar a su figura otra configuración. Pero hiciera lo que hiciese caso estaba condenado a que lo reconociesen por la calle y le pidieran un autógrafo. No obstante, que le agradecieran sus hazañas era algo muy distinto.
Ehm – balbuceó Potter – No fue cosa mía, muchos luchamos contra Voldemort.
Y eres humilde, por supuesto. No esperaba menos. – respondió Daniel – También les doy las gracias a todos los que combatieron o, combatimos, a ese malnacido. Disculpad. Pero sin tu estocada final… en fin – los ojos del chico relampaguearon un instante - Un placer Ron Weasley. Nos veremos por ahí supongo. – el chico rubio dio un golpecito en el hombro derecho de Ron y se marchó.
Hermione ladeó la cabeza mientras éste se alejaba y sonrió.
¡Me debes una cena y no me mires el culo, chica-elfo! – gritó Daniel sin volverse.
Ehm, no estaba… - se apresuró la chica en contestar enrojeciendo al instante.
¡Hermione! – se quejó Ron.
Harry sonrió.
Señores, señoritas.
Como había sucedido minutos antes, los alumnos acallaron sus comentarios y prestaron atención a la nueva voz que se colaba por sus oídos. Fueron muchos los que miraron a su alrededor buscando la fuente del sonido pero fracasaron en su intento. La voz salía del techo, si se hubiese tratado de una escuela muggle, no habría tenido duda: altavoces.
¿Porqué los chicos no somos señoritos? – murmuró Ron – Al fin y al cabo, tampoco estamos casados ni pasamos de los cuarenta…
Ron, lo más inquietante es que te pones muy serio cuando haces esas preguntas. - respondió Hermione soltando un bufido.
Señores, señoritas, señorito Weasley – Harry, Ron y Hermione intercambiaron una mirada de incertidumbre, en ese instante la voz les resulto vagamente familiar, bancas más a la derecha alguien dejó escapar una sonora carcajada. – Bienvenidos a la vida universitaria. Tomen nota.
De repente todos los estudiantes se volvieron hacia sus carteras, mochilas y bolsos, abrieron los bolsillos de forma apresurada, extrajeron cuadernos, libros y se pasaron hojas arrancadas; descapucharon bolígrafos, mojaron plumas en tintas, y la tinta echó a perder, por las prisas, algún que otro bonito vestido.
Tengan muy presente lo que ahora van a anotar en sus cuadernos porque aquí, las segundas oportunidades son algo más exclusivas que en Hogwarts o en cualquier otra Escuela Mágica. – Hermione se asombró, otros cuchichearon y la voz seguía sin dejarse ver - ¡Normas de Bilmenthol!
Bilmenthol es una Comunidad Universitaria que oferta diez carreras. Cada carrera acepta a un total de cien estudiantes por curso, y son cuatro los cursos que han de pasar. De manera que son ustedes unas cuatro mil personas. Olvídense de nombres, apellidos y caras, para los profesores son ahora mismo ustedes un número. Aplíquense si quieren ganarse su respeto y confianza, empléense a fondo para pasar de ser un número a ser persona.
¿Tanto rollo y misterio para dictar unas normas? – susurró Ron. – Eso ni siquiera es una regla… Somos cuatro mil, ¿y?
Residencias. Hay cuatro villas bordeando el Campus: Nordri, Sudri, Austri y Vestri. La elección de la villa depende de ustedes. Será su residencia los próximos cuatro años y compartirán hogar con otros tres estudiantes, así que decidan bien.
Vale, elegir choza… ¿eso también es una terrible norma que acatar? Y ¿quién es este tío? Suena a…
Ron, calla. – chistó la chica mientras escribía, no quería perderse ni una de las palabras de la misteriosa voz que les hablaba; en parte porque era una chica responsable y como tal debía obedecer las reglas, y en parte porque estaba segura de haber oído esa voz en algún otro lugar.
Pero Herm - se quejó el pelirrojo.
Supervivencia. Desde el primer día tendrán ustedes prácticas remuneradas. Como comprenderán, la moneda de cambio no es el galeón; para ganarse el pan deberán conseguir vientos. Habrá cursos y trabajos voluntarios y con ello podrán aumentar sus ingresos.
¡¿Qué?! ¿Tenemos que trabajar y lo que es peor ver a Hermione recién levantada? – el pelirrojo no pudo reprimirse y lanzó un grito al aire. La voz guardó silencio y una multitud de estudiantes se giró hacia Ron entre sorpresa y alegría.
Hermione se tiñó de rojo pero mantuvo el tipo. Harry dio un codazo a su amigo y lanzó miradas tranquilizadoras a su alrededor.
Se ocuparán ustedes de su propia alimentación, higiene y cuidado. Los horarios son estrictos, la asistencia a clases es obligatoria, la participación en los eventos de la villa también. El respeto debe ser máximo, tanto a profesores como al resto del personal.
Normas de civilización mágicas. No robar, no matar… etc. Supongo que tienen ustedes algo de experiencia en el asunto. Compórtense.
El incumplimiento de alguna de estas reglas será castigado con la expulsión.
Eso es todo. – la voz cambió el tono - ¿Alguna pregunta?
¿Hay toque de queda? – preguntó una chica que se sentaba en primera fila. Muchos lanzaron risitas.
Señorita, esto es el mundo real. ¿Hay toque de queda en el mundo real? Son ustedes responsables de sí mismos – hizo una pausa - ¿Alguna otra pregunta?
¿Quién es usted? – un alumno de cursos superiores alzó la mano.
¿Perdone? – susurró la voz con una nota de sorpresa.
¿Quién es usted? – repitió el alumno.
Oh, cierto, cierto. No me he presentado. – la voz se apagó y el eco de unos pasos surgió al fondo del salón. El alumnado al completo se volvió en su dirección.
No puede ser… - susurró alguien.
Es imposible – murmuró otro más allá.
El rumor de los pasos cesó y en su lugar se propagaron miradas de sorpresa y ansiedad.
Mi nombre es Severus Snape, catedrático de Farmacología Mágica.
Harry y Ron se miraron con perplejidad. Hermione dejó caer su bolígrafo. No podía ser, Severus Snape había muerto. Ellos lo habían visto con sus propios ojos. Murió poco antes que Voldemort, murió a manos de Voldemort. ¿Qué demonios hacía allí? ¿Cómo demonios estaba allí? El silencio era sepulcral. El que más y el que menos conocía la historia. Estaba muerto. Debía estarlo. Y si no lo estaba, ¿qué significaba aquello? Voldemort tampoco había muerto aquella vez delante de la cuna de Harry Potter. ¿Había muerto Snape? ¿Habían acabado realmente con el Señor Tenebroso? ¿Quién podía estar seguro de ello si ahora Severus Snape, uno de los secuaces más íntimos de Voldemort y a quién creían muerto, estaba vivo? De acuerdo, luego se supo que Severus Snape trabajaba para Albus Dumbledore, pero… había tantas dudas. ¿Por qué se había ocultado durante tres años? ¿Qué había estado haciendo?
Voldemort ha muerto, pueden estar tranquilos. – musitó el profesor adivinando pensamientos y dudas - Yo no. – y sin más salió de la habitación.
¿Usted no ha muerto o no puede estar tranquilo? Se preguntó, sin poder evitarlo, Hermione Granger.
