Capítulo I. El maestro que fue

Rey nunca hubiese imaginado que el hombre que se encontraba ahora frente a ella fuera Luke Skywalker, el maestro Jedi del que hablaban las leyendas. El mismo que había acabado con el Imperio treinta y dos años atrás. El que había destruido la Estrella de la Muerte de un solo disparo. El que había vencido al Emperador y al mismísimo Darth Vader. Si le hubiese conocido en Jakku, por ejemplo, cuando la Fuerza todavía no había empezado a desarrollarse en ella, le habría parecido un anciano débil y triste, incapaz de empuñar siquiera un bláster.

Pero ahora que ese poder ancestral había despertar dentro de ella, algo le decía que el hombre sí era el maestro Skywalker. Y que, además, era mucho más que el anciano derrotado que aparentaba ser.

El maestro la miraba con una mezcla de sorpresa, decepción y miedo, sentimientos que rápidamente intentó esconder bajo una capa de falsa indiferencia. Rey no tenía muy claro si la reacción del caballero Jedi se debía a que en verdad no esperaba ser encontrado o, por el contrario, había algo más, algo que ella desconocía. Fuera como fuese, aquella mirada la hizo sentir incómoda y expuesta; culpable, de algún modo. Y por eso, sin saber muy bien qué hacer, buscando escapar de tan desagradables sentimientos, cogió el sable láser de su bolsa y se lo tendió al maestro Skywalker.

No ocurrió nada: el maestro Skywalker no habló. Ni siquiera se movió. Como si el gesto de Rey no fuera con él. Y es que en verdad parecía como si, a pesar de estar de cuerpo presente, su mente estuviera muy lejos de allí. Por eso, tras unos instantes de duda, Rey dijo, buscando llamar su atención:

—Mi nombre es Rey. He venido a devolveros esto.

El silencio permanecía. Los ojos del maestro pasaron de observarla a ella a observar el sable. Pero su expresión seguía siendo la misma de antes: sencillamente miraba el objeto en la mano de Rey sin verlo, como quien lanza la mirada al horizonte y se pierde en ella.

Y lo hizo durante mucho, muchísimo tiempo.

Antes de que, en un momento dado, decidirse a hablar por fin:

—Me temo que te equivocas.

La respuesta sobresaltó a Rey, que ya no la esperaba. La muchacha volvió a centrarse en su interlocutor. El maestro Skywalker había hablado con voz cansada, como cansado parecía todo él. A Rey le dio la impresión que la derrota planeaba sobre el hombre y le envolvía en un aura tenebrosa. Era un sentimiento desagradable, que de algún modo le recordaba a lo que había sentido cuando se había adentrado en la mente de Kylo Ren.

—¿Que me equivoco? —preguntó ella, sin entender.

El maestro se lo explicó enseguida:

—Eso —señaló el sable—: no me pertenece.

Rey frunció el ceño, confusa. Miró la espada láser todavía desconectada y volvió a mirar al anciano. Kanata le había asegurado que aquella arma había pertenecido a Luke Skywalker. Entonces… ¿podía ser que Kanata no tuviese en su poder el arma que creía tener? ¿O es que Rey se había equivocado en su primera impresión y el hombre que tenía delante no era el que ella andaba buscando?

—Lo siento —se disculpó Rey, dudando de su sexto sentido al tiempo que acercaba el sable láser a su pecho y, seguidamente, lo dejaba caer junto a su cuerpo—. Creí que erais el maestro Skywalker…

—Mi nombre es Luke Skywalker.

—Pues si sois el maestro Luke Skywalker, entonces este sable os pertenece.

—Que yo sea Luke Skywalker no quiere decir que ese sable me pertenezca. Ni tampoco que sea maestro. Antaño pudo haber sido así, pero no ahora. Renuncié a la Fuerza y a todo lo relacionado con ella, y ahora sólo soy un ermitaño que se dedica a la pesca.

Rey no entendía lo que el otro le estaba diciendo. ¿Cómo podía alguien dejar de ser un maestro Jedi? ¿Cómo podía la persona que había salvado a la Galaxia decir que la Fuerza ya no iba con él? ¿Es que se había vuelto loco? ¿O sólo le estaba tomando el pelo? Quiso añadir algo más, pero se dio cuenta de que no sabía qué. Ese Luke Skwalker que estaba ahora delante de ella no se parecía en nada al que ella había imaginado, al que la General Organa le había descrito con tanta pasión, al que todos en la Resistencia esperaban con tanto fervor.

De todos modos, Rey no estaba allí para pensar ni para cuestionar las aspiraciones de la Resistencia. Estaba allí para transmitir un mensaje.

—De acuerdo, lo que vos digáis —añadió, al fin, mientras guardaba el sable láser en su bolsa—. Pero si sois Luke Skywalker, el que fue maestro Jedi y derrotó al Imperio, debo transmitiros un mensaje de parte de la General Organa: vuestra hermana os pide que regreséis, la Resistencia os necesita.

El maestro Skywalker se tomó un momento antes de responder. Cruzo los brazos a la altura del pecho y perdió la mirada en el océano que rodeaba la isla mientras pensaba. Rey pudo fijarse entonces en su mano biónica y se preguntó qué le habría ocurrido.

No tuvo tiempo para hacer demasiadas conjeturas.

—Me temo que no puedo hacerlo: no puedo volver con la Resistencia.

—¿Qué? —masculló Rey—. ¿Por qué no?

—Porque no les sería de ninguna ayuda. Y, de todos modos, sé que se las arreglan bien sin mí. Aunque ya no use la Fuerza, todavía percibo sus cambios en ella, como si fueran parte de mí. Y pude percibir en ella la destrucción de la Base Starkiller.

—¡Pero maestro…!

—Te ruego que no me llames maestro. Ya te he dicho que no soy merecedor de ese título. Llámame Luke.

Rey apretó la mandíbula y dejó escapar el aire por la nariz, con fuerza, haciendo patente su descontento. Bajo ningún concepto iba a llamar al maestro por su nombre. Le parecía una falta de respeto. Por mucho que él dijera que ya no merecía ser llamado de ese modo.

—Lo creáis o no, esa batalla no fue nada fácil. Cualquier ayuda habría sido bien recibida. Sufrimos muchas bajas y fue un auténtico milagro que saliésemos victoriosos de ella. El capitán Han Solo…

La mirada del maestro Skywalker se ensombreció al escuchar ese nombre.

—Lo sé —dijo, sin especificar a qué se refería—. Pero yo no habría podido impedir su muerte. Es más, probablemente mi intervención hubiese empeorado aún más la situación. Kylo Ren es un poderoso caballero al que no puedo hacer frente.

Rey sintió un escalofrío al escuchar ese nombre y al recordar el momento en que el Jedi oscuro había asesinado a Han Solo. Todavía pesaba en ella el modo en que Kylo Ren había engañado a su propio padre para hacerle bajar la guardia y se había aprovechado de sus sentimientos para quitarle la vida.

De todos modos…

Rey cortó en seco el pensamiento que iba a asomar en su cabeza. No había explicación que razonara lo que Kylo Ren había hecho. Había sido mezquino y cruel. Había sido una abominación. Y él tenía que pagar por ello.

—Razón de más para que regreséis conmigo. Kylo Ren sigue vivo. Lo sé. —Lo siento—. Lo malherí, pero regresará. Y debemos prepararnos para cuando lo haga, encontrar el modo de venderle.

La respuesta del maestro Skywalker fue fría y contundente:

—No.

Rey pudo sentir la fuerza de esa negativa, pero aun así se atrevió a murmurar:

—Pero…

—He dicho que no. No puedo enfrentarme a Ben. Lo que le ocurrió fue culpa mía. No puedo quitarle la vida para redimir mis errores. No merezco volver a empuñar un sable láser y mancillar el nombre de los maestros Jedi. Y ahora, por favor, vete.

Rey quiso insistir. Quiso gritar, quiso reprocharle su cobardía al maestro Jedi, quiso, incluso, rogarle por su ayuda. Pero al final se limitó a inspirar una gran bocanada de aire y a dar media vuelta.