Ciervos

Definitivamente, Sirius había llorado aquella noche: James lo vio de reojo limpiándose las lágrimas con el borde de las mangas de su túnica.

Remus había insistido en querer ver esa película, y cuando finalmente se quedaron los cuatro solos en la casa perfectamente muggle del licántropo, Sirius había llorado, y nadie mas que él se había dado cuenta de eso.

La madre de Bambi había muerto, y seguía muriendo una y otra vez siempre que lo recordaban, y Sirius, a quien James Potter nunca antes había visto llorar, aún tenía que desviar el rostro y pretender polvo en sus pupilas para poder secarse las lágrimas discreta, casi dulcemente.

Tiempo después, cuando el entrenamiento para convertirse en animagos estuvo terminado, Black había bromeado respecto a la forma que había adoptado su mejor amigo, al que, según él, le había hecho llorar aquella película para niños. Y James, quien amaba a Sirius por encima de todo y de todos, se había limitado a acariciarle la mejilla con su nariz húmeda y triangular: si lo que deseaba era un ciervo, un ciervo tendría. Sin importar las veces en que, con una sonrisa, les asegurara a Moony y a Wormtail que lo que Padfoot decía era la pura verdad.