Prólogo

You can never say never
While we don't know when
But time and time again
Younger now than we were before
Don't let me go

El verdadero comienzo de esta historia se remonta al verano del año 1996, en una extensa playa de la isla de Cerdeña, Italia. Allí, la pequeña Elena Gilbert cogió una caracola que encontró en la orilla del mar y se la llevó a la oreja. Su boca formó una O de sorpresa cuando comprobó que su padre no la había engañado y que a través del vacío caparazón sí que se podía escuchar el sonido del mar. Soltó una risita y corrió para colocarla junto a las demás, arriba del gran castillo de arena que estaba construyendo.

Ladeó un poco la cabeza y sonrió al ver a sus padres reír y conversar animadamente con los Salvatore, unos buenos amigos de la familia quienes les habían invitado a pasar unos días en su casa. Cuando Miranda, su madre, le había dado la noticia, Elena se había puesto muy contenta. Primero porque iba a coger un avión por primera vez en su vida (que a sus seis años de edad no era muy larga) y segundo porque podría pasar quince días en la playa. Y a Elena le encantaba la playa. Lo que ocurría era que como vivían en un pequeño pueblo del sur de Virginia, en Estados Unidos, casi nunca podía ver el mar.
Los Salvatore también vivían en el mismo pueblo, en Mystic falls, pero el señor Salvatore era italiano y tenía una casa en Cerdeña, por eso se les había ocurrido juntar a las dos familias para pasar las vacaciones. Giuseppe Salvatore y el padre de Elena eran muy amigos, trabajaban juntos y muchas veces quedaban ellos y sus esposas para ir a cenar, allí, en el pueblo. Pero Elena era todavía muy pequeña y nunca había podido asistir, así que no les había conocido hasta entonces. Su madre le había dicho que los había visto en el bautizo de Jeremy, pero en ese momento solo tenía dos años y no se acordaba, por lo que había sido toda una sorpresa para ella descubrir que tenían dos hijos, uno de su edad y otro cuatro años mayor.

Agarró un montón de arena con su pala amarilla y la volcó encima de la torre más alta del castillo, la que no tenía caracolas. Iba a moldear la parte de arriba para que pareciera un castillo de verdad, como el que salía en los cuentos de hadas que tanto le gustaban. Elena estaba muy orgullosa de su creación porque le había llevado muchas horas realizarla y porque tenía absolutamente de todo: un fuerte, un puente, cuatro torres, un edificio central y una gran muralla alrededor.

Se levantó toda decidida para enseñárselo a su papá, quien seguro que se pondría muy contento al ver lo que había hecho ella solita, cuando un balón impactó contra la torre que acababa de construir, desparramando la arena por completo. Acto seguido, unos pies se llevaron la pelota y con ellos, lo que quedaba de castillo. Elena se quedó de pie, con las manitas apretadas en forma de puño, observando como su hermosa obra de arte había quedado destrozada. Sintió un nudo formarse en su garganta y le comenzó a temblar el labio inferior.

- ¿Qué te pasa mocosa?

Elena levantó la cabeza y se encontró con unos ojos tan azules como el mar. Apretó los puños aun con más fuerza y sintió como las lágrimas le resbalaban por las mejillas sin que pudiera hacer nada por contenerlas.

- ¡Llorica! - se burló el propietario de aquellos ojos; un chico de diez años que la miraba con una pose de autosuficiencia impropia para su edad. - ¿No sabes hacer otra cosa que llorar?

Elena comenzó a sollozar e inmediatamente, su madre y la madre del chico se acercaron a ellos, sujetando cada una a su respectivo hijo.

- ¡Damon! - le gritó la señora Salvatore - ¿Qué has hecho esta vez?
- ¡Yo no he hecho nada! ¡Se ha puesto a llorar ella sola, yo no le he hecho nada!
- Mi castillo – gimoteó Elena señalando el montón de arena sin forma que tenía delante suyo.
- ¿Eso era un castillo? ¡Pero si no lo parecía!

El llanto de Elena subió considerablemente el volumen y varias de las personas que estaban en la playa se giraron para observar la escena.

- Está bien, está bien cariño... - Miranda se arrodilló en frente de Elena y le acunó la cara con las manos – deja de llorar, vamos a hacer una cosa, ¿porqué no vuelves a construirlo? Damon te ayudará, ¿Verdad que si?
- ¿Qué? Yo no hago castillos de arena – dijo él muy convencido de su madurez – y menos con mocosas lloricas.
- ¡Damon basta! - interrumpió la señora Salvatore – o ayudas a Elena a rehacer el castillo o te quedas sin helado. ¡Stefan, ven tu también! - añadió llamando al pequeño de sus hijos. Un chiquillo castaño y de ojos verdes corrió al lado de su madre y se mostró totalmente dispuesto a colaborar. A Elena, los dos hermanos no se le parecían en nada, y no solo físicamente. Stefan era un chico dulce y cariñoso mientras Damon... Damon era un demonio de tamaño reducido.

El mayor de los Salvatore siguió negándose a aceptar el acuerdo, pero en cuanto su padre apareció para zanjar el asunto, acabó sentándose en la arena y agarrando la pala amarilla de Elena para colaborar en la construcción. Pero entonces quiso dirigir él las obras y Elena se volvió a enfadar porque aquel era SU castillo, no el de él.

Elena tuvo que claudicar por orden de sus padres, así que ella y Stefan se encargaron de ir a buscar con sus pequeños cubos la arena mojada de la orilla y llevarla hasta el fuerte. Por si no fuera suficiente humillación tener que recibir órdenes, Damon se dedicó a molestarla todo el rato: Le tiraba de la coleta en la que su madre le había recogido su largo cabello castaño, le ponía la pierna para tirarla al suelo y rebozarla en arena, destrozaba lo que ella había acabado de construir y un largo etcétera que hacía a espaldas de los mayores y de lo que ella no podía quejarse si no quería que la acusaran de chivata.

A Damon no le costó más que aquel incidente con el castillo de arena para convertirse en el enemigo número uno de la dulce y alegre Elena Gilbert. Y siguió haciendo méritos cada uno de los días que permanecieron las dos familias juntas en Cerdeña. Molestarla se volvió su principal hobby y gracias a eso, Elena se pasó prácticamente las dos semanas llorando.

Con el paso de los años la situación no mejoró. Damon siguió fastidiando a Elena siempre que tenía ocasión, y a medida que ellos crecían, también lo hacía la gravedad de sus provocaciones. Cuando llegaron a la adolescencia, Damon se convirtió en un chico tan guapo como seguro de si mismo y aquello no hizo más que empeorar la relación entre ambos. Elena se cansó de aguantarle y comenzó a devolverle las burlas. Tanto que para los dos se volvió una costumbre maquinar cual sería la mejor manera de fastidiar al otro. Lo de pasar juntos las vacaciones apenas se había podido repetir un par de años más después de aquel julio de 1996, principalmente porque los adultos temían que sus hijos mayores acabaran matándose entre si.

Cuando Damon terminó el instituto y se marchó a estudiar al extranjero, Elena por fin respiró tranquila. Ya no tendría que vigilar a cada esquina temiendo que él apareciera y la llamara mocosa. Por fin podría caminar por los pasillos del instituto sin miedo de que se riera de su ropa, o de su escaso talento como animadora. Cuando él regresó, ambos habían alcanzado ya la edad adulta y las burlas, los empujones y los insultos, acabaron por transformarse en ignorancia mutua. A veces, cuando se cruzaban, Damon le soltaba alguna impertinencia, pero Elena había aprendido a morderse la lengua y a hacer como si él no existiera. Por otra parte, su padre y el de Damon seguían siendo buenos amigos, pero la relación se había enfriado un poco cuando habían despedido a Grayson de la constructora en la que ambos trabajaban, por lo que las familias no se habían vuelto a juntar.

Elena también debía reconocer que tanto ella como Damon habían cambiado mucho los años que no habían tenido que soportar la presencia del otro. Él se había marchado a estudiar a Inglaterra cuando ella todavía estaba en el instituto y cuando él regreso, fue ella la que se marchó a la universidad (aunque a una bastante más cercana). Con los años, Damon consiguió un puesto en BCO, la constructora en la que su padre trabajaba, y no pasó mucho tiempo antes de que empezara a escalar puestos dentro de la empresa. Aquello aumentó el nivel adquisitivo de los Salvatore considerablemente con el paso de los años y también su prestigio en el pueblo y en el condado entero.

Pero la popularidad tenía sus desventajas. Elena había tenido que frotarse los ojos con incredulidad la primera vez que había visto la fotografía de Damon en las páginas rosas del periódico semanal de Mystic falls. A la siguiente semana había vuelto a sorprenderle, pero a la otra, ya lo tomó como algo normal, y a la otra, todavía más. Al final hasta se convirtió en toda una costumbre rebuscar su fotografía entre las páginas sensacionalistas. Ella y Caroline incluso habían llegado a hacer apuestas sobre quien sería su acompañante de aquella semana. Su fama de mujeriego y vividor había acabado por destruir su reputación, y por rebote la de su familia.

En pleno verano de 2013, la relación entre ambos era inexistente. Elena Gilbert se había convertido en una hermosa joven de 24 años y Damon un crápula de 28. No se evitaban, pero tampoco hacían ningún esfuerzo por encontrarse, ni siquiera para burlarse el uno del otro tal y como habían hecho en el pasado. Sus vidas se habían alejado y dirigido hacia extremos diametralmente opuestos y apenas reparaban el uno en el otro. Especialmente Elena, quien tenía su vida organizada y acababa de terminar biología. Para ella, Damon Salvatore no era más que un recuerdo (no muy agradable) de su infancia y adolescencia.

Lo que ninguno de los dos tenía en cuenta era que el destino es caprichoso y que a veces se empeña en cosas que a nosotros nos parecen imposibles. A sus 24 años recién cumplidos, Elena aprendió que la vida da muchas vueltas, y en una de ellas, el infame Damon Salvatore regresó a su vida de una forma totalmente surrealista e inesperada.

Ese verano de 2013, Elena sintió como una gota de sudor frío le recorrió la espalda en cuanto acabó de cruzar el espacio que la separaba del juez. Ni siquiera la mano de su madre apretando las suyas logró reconfortarla. Miró a su alrededor con los ojos llenos de lágrimas contenidas y se encontró con Bonnie y Caroline, que desde uno de los extremos de la habitación la miraban con sonrisas de compasión. Elena sentía que iba a desmayarse de un momento a otro mientras se apoyaba en la mesa de madera oscura en la que estaba punto de firmar su sentencia de muerte. Bueno, quizá estaba exagerando, pero en ese momento ella realmente sentía que estaba a punto de asistir a su propia ejecución. El juez dijo algo que ni siquiera oyó y le ofreció un bolígrafo. Ella lo agarró y entonces se dio cuenta de que la mano le temblaba violentamente. Por fin reunió el valor suficiente para mirarlo de reojo y su indignación creció todavía más. A su lado, Damon Salvatore, su mayor enemigo durante la infancia y por quien no sentía más que un profundo rencor, firmaba los papeles del registro sin inmutarse, con toda la tranquilidad del mundo. Ni siquiera se le arrugó la manga de su elegante traje y luego, volvió a quedarse quieto, con la mirada fija en un punto muerto de la pared. Elena miró por última vez a su madre y esta le dedicó una última mirada, animándola a que fuera valiente. Elena respiró hondo y firmó.

Cuando hubieron firmado también los testigos, se hizo oficial: Damon Salvatore y Elena Gilbert, quienes jamás se habían soportado el uno al otro, acababan de casarse.

Aquí os traigo mi nueva historia. Intentaré actualizar una vez por semana. Espero vuestras opiniones, a ver que os parece y si pensáis que debería seguirla. Muchas gracias una vez más! :)