1.- EL CHICO DE OJOS VERDES
El despertador sonó estruendosamente por toda mi habitación. Palpé la mesilla hasta que di con él y lo apagué. Levanté un poco las sabanas para mirar la hora y abriendo perezosamente los ojos observé que eran las nueve de la mañana. Volví a cerrarlos y suspiré. ¡Como odiaba madrugar! Deseé quedarme en la cama todo el día aunque descarté la idea en cuanto mamá tocó a la puerta.
-¡Ya voy!- grité a la puerta. Sentí los pasos de mamá bajar por las escaleras mientras regañaba a Fred y Goerge, por querer meter algo más en su equipaje que no estaba muy bien visto por ella.
Me levanté y busqué algo de ropa en el armario. Al ser primero de septiembre, tampoco hacia mucho frío, así que me puse también una chaqueta fina. Después de salir del baño, tropecé en las escaleras con Ron, que subía y bajaba rápidamente buscando sus pertenencias para meterlas en su baúl. Ron iba a empezar Hogwarts y le tenía mucha envidia. Estaba ansiosa por ir. Todo lo que me contaban mis hermanos acerca del colegio hacía que aumentaran mis ganas y me ponía aún más nerviosa. Mamá volvió a gritarme y me sacó de mis pensamientos. Al llegar a la cocina Percy repasaba su lista de materiales y los gemelos tomaban el desayuno bajo la atenta mirada de mamá. Me senté en mi silla y cogí la jarra de leche y un par de tostadas.
-Creo que no me falta nada- dijo Percy doblando la lista y guardándosela en el bolsillo de la chaqueta. Salió de la cocina en el momento en el que Ron entraba cargando un gran baúl.
-Ron, te he preparado estos bocadillos para el viaje- dijo mamá colocando los bocadillos en una bolsa y dándosela a Ron, quien la cogía con mala cara. Sabía que a Ron le avergonzaba el no poder comprar nada en el carrito del tren.- Y a vosotros también, tomad.
Fred se levantó y cogió la bolsa. Le hizo una seña a George y ambos subieron a la habitación. Cuando terminé el desayuno ayudé a mamá a recoger la cocina y diez minutos después nos aparecimos en El Caldero Chorreante gracias a los polvos flu.
Mamá, Percy, Fred, George, Ron y yo junto a cuatro pesados baules de Hogwats echamos a andar por el Londres muggle hasta que llegamos a la estación de King Cross.
Busquemos el andén entre el bullicio de la gente. Al llegar, mis hermanos se dispusieron en fila para cruzar el andén. Miré alrededor para asegurarme de que nadie se daba cuenta y me fijé en un chico que os miraba. Era delgado, tenía el pelo negro y alborotado y llevaba un carrito con un baúl y una lechuza en su jaula. Pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos verdes que brillaban bajo sus gafas rotas, aunque lo vi de lejos los pude apreciar claramente. ¿Quién sería? Parecía perdido y estaba completamente solo. Podría ser un muggle que no sabía nada sobre Hogwarts. Miré a mamá, e iba a preguntarle acerca de ese niño cuando una voz dijo:
-Disculpe- aquel chico se acercaba a nosotros un poco nervioso. No podía dejar de mirarle. Me intrigaba. Mamá le explicó como tenía que entrar al andén y él muy inseguro empujó su carrito hacia la barrera y la traspasó.
-¿Quién será? Como puede estar solo en un día como hoy. Es su primer año en Hogwarts. ¿Y sus padres? – dijo preocupada mamá. – Bueno Ron es tu turno. Vamos.
Ron cruzó la barrera y mamá y yo le seguimos. Busqué con la mirada al chico pero ya no estaba por allí, quizás se habría subido al tren. Resignada, vi salir del tren a los gemelos y a Percy que ya lucía su nueva túnica y si insignia de prefecto. Como de costumbre empezaron una disputa acerca del nuevo cargo de Percy, hasta que mamá los calló y cambiaron el tema. Cuando Fred dijo que el chico de antes era Harry Potter, sentí que mi corazón se paraba y que la respiración se cortaba súbitamente. Empecé a ponerme nerviosa. Rogué a mamá para que me dejara subir al tren. Quería verlo de nuevo. Pero ella no me dejó y me puse furiosa y a la vez tenía ganas de llorar. Aunque no quería llorar, no me gustaba sentirme débil de esa manera. No pude remediarlo y las lágrimas resbalaban por mis mejillas. Rápidamente sonreí al escuchar que George me quería enviar un inodoro de Hogwarts.
Cuando todos los estudiantes subieron al tren y se despedían de sus familias por las ventanillas, observé el tren y di con aquellos ojos verdes otra vez. Harry Potter estaba en un vagón mirándome. Realmente no supe a quién miraba, pero me dio esa impresión. El tren empezó a moverse y lo seguí corriendo sin dejar de mirarlo. Pero no quería que nadie se enterara de que lo estaba mirando, así que despedí a mis hermanos. El tren se perdió y volví con mamá.
-Vamos Ginny, tengo que hacer algunas compras en el Callejón Diagon- mamá me cogió de la mano y salimos de la estación.
El Callejón Diagon ya no estaba tan lleno como el día que vinimos a comprar los materiales del nuevo curso. Recordé lo que me habían dicho Fred y George sobre la tienda de Quidditch y la nueva escoba. Era increíble. Ojala la tuviera yo. La nueva Nimbus 2000. Pero era demasiada cara y sabía que mis padres no se la iban a permitir por un capricho mío. Mientras mamá compraba algunos ingredientes que necesitaba, yo me quedé fuera y aproveché para ver la escoba. Me encantaba volar, desde que tenía seis años cogía las escobas de mis hermanos sin que lo supieran. Ahora que ellos no estaban, no tenía escobas para volar. Eso me hacía sentir peor. Contemplé la escoba durante unos minutos más maravillándome cada vez más y muerta de envidia por ella, hasta que mamá me llamó y regresamos a casa.
Aunque estuviera ayudando a mamá a preparar la cena, mi mente estaba invadida por un muchacho moreno de ojos verdes y este hecho hacía que se me cayeran las cosas. Rompí un plato y casi rompo la fuente para la sopa, si mamá no me llega a avisar.
-Hija, ¿se puede sabes qué te pasa?- me preguntó preocupada.
-Nada, solo que estoy un poco distraída – contesté despacio y colocando los platos en la mesa teniendo cuidado de no romperlos esta vez.
-¿Es por tus hermanos? ¿Estás preocupada por Ron?
-Si, es eso- le mentí aún sabiendo que no se lo creería. Mi madre conocía demasiado a los gemelos y no se le escapaba una de ellos, y de mí, menos. Ella miró el reloj y la aguja de papá se movía. Cuando llegó a "En casa" se escuchó en el jardín un ruido y papá entró a la cocina. Corrí a abrazarlo y después se sentó y se paso una mano por la cabeza quitándose las gafas con la otra.
-¿Qué tal el día, Arthur?- preguntó mamá sirviendo la sopa en tres platos.
-Igual que siempre. Igual de agotador. Me he pasado el día de arriba abajo. Al parecer se ha corrido el rumor de que alguien había intentado meter algún objeto tenebroso en el Ministerio sin permiso.
-¿Quién crees que puede ser?- pregunté removiendo la sopa con la cuchara y mirando a papá fijamente.
-No juzgaría sin conocer, pero me apuesto algo a que a sido Lucius Malfoy.- afirmó papá con un poco de odio y rencor en su mirada.
-Arthur, te he dicho que no te metas con esa familia. Es muy peligrosa.- inquirió mamá molesta.
-Lo sé Molly, pero es mi trabajo e intento hacerlo lo mejor que pueda.
Siguieron hablando de ese tema durante toda la cena, discutiendo acerca de la familia Malfoy y del trabajo de papá en el Ministerio. Mis padres se quedaron en el saló a escuchar la radio y yo subí a bañarme y después me fui a mi habitación.
Me senté en la mesa del escritorio que daba a la ventana y mi mente fue directa a Harry.
Me pregunté que estaría haciendo ahora. Seguramente estaría en su habitación de Hogwarts, con sus nuevos compañeros. Ojala estuviera en Gryffindor junto a Percy, los gemelos, con Ron y después estaría conmigo cuando yo fuera a Hogwarts. Solo pensarlo me ponía muy feliz y una sonrisa decoraba mi cara. Miré la luna. Estaba llena e iluminaba mi habitación entrando por la ventana. Pero lo que supe en ese momento es que esa misma luna llena que yo veía desde la ventana de mi habitación, era contemplada, a cientos de kilómetros por el chico de ojos verdes.
