[ADVERTENCIA]

El siguiente fic contiene violencia gráfica, posible falta de respeto hacia la religión, burlas a situaciones históricas, filias raras y mucha crueldad gratuita.
Los personajes son representativos de la historia. Probablemente OOC.

[SINÓPSIS]

El joven Karamatsu fue abandonado en las puertas de una parroquia cuando era bebé y al crecer decidió seguir los mandatos celestiales y dedicar su vida a Dios convirtiéndose en un sacerdote. Bajo una crianza estricta, no puede ver la hipocresía y no conoce la crueldad humana. Hasta que un día, una visita a su pequeña parroquia podría cambiar todo en lo que creía a la fuerza.

[PAREJAS]

El fic es enteramente KaramatsuxOsomatsu, pero habrá desarrollo de otras situaciones que involucren a otros personajes y otras parejas (que incluyen al dúo protagonista).


"Las alas del demonio".

Capítulo 1 – "La llegada a la parroquia".

Un aire pesado y frío helaba todo lo que estaba a su paso mientras el hombre vestido de sotana caminaba por las estrechas calles de la ciudad que le vio nacer. Podía recordar que sin importar cuantos años pasaran en aquellas épocas el clima azotaba sin piedad acabando con la luz que hacía brillar los caminos, destruía las cosechas y e incluso arrebataba las vidas de aquellos individuos que no tenían las formas de calentar su hogar. El frío podía ser terrorífico e inquietante.

Mientras regresaba a su parroquia con una bolsa de papel llena de pan, pudo ver el cuerpo de uno de los muchos indigentes que deambulaban a falta de un techo y abrigo. El hombre de cabello azabache se arrodillo ante aquél cuerpo acercando su mano hacia donde la nariz de éste se encontraba. No había respiración.

Una vez que determinó que no había más vida en ese cuerpo, desabrochó el cuello de la camisa del difunto buscando algo con cuidado de no tocar la piel fría. Había la posibilidad de que no muriera debido al frío, sino a una enfermedad del señor de las tinieblas. Lo encontró. Aquella cruz de cuentas que todo creyente debía llevar alrededor del cuello y que demostraba la fe incluso en la adversidad. Ahora que lo sabía podía actuar.

Tuvo que aplastar entre sus brazos la bolsa de pan para poder sujetar su propia cruz entre ambas manos. Agachó la cabeza y comenzó unas plegarias.

- Oh, Dios todopoderoso, por la muerte de Jesucristo, tu hijo, destruiste nuestra muerte; por su reposo en el sepulcro santificaste las sepulturas y por su gloriosa resurrección nos restituiste la vida a la inmortalidad. Escucha mi oración por aquél que murió en Cristo y anhela la feliz esperanza de la resurrección. Concede, señor de vivos y muertos, a aquél que en la tierra te conoció por la fe, y ahora podrá alabarte sin fin en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. –Rezó mientras apretaba aquél crucifijo y al terminar lo soltó.

Terminado aquél acto de "salvación", como era llamado por sus santidades de la parroquia, se había conseguido parar del suelo mientras con su mano libre sacudía la nieve que tenía en la parte baja de su sotana.

Levantó una pierna para pasar por encima de aquél cadáver congelado de algún creyente sin nombre que jamás podría aspirar a más que a terminar en una fosa común y siguió su camino. Debido al tiempo que había demorado, el pan se había enfriado y sintió un poco de tristeza pues quería que todos en la parroquia disfrutaran de aquél pan caliente recién horneado. Aunque igual sabía que no podía hacer mucho pues comenzaba descender la temperatura. Tendría que bastar con recalentar el pan en el horno de piedra. Ya conseguiría permiso de las hermanas para calentarlo mientras preparaban el café con leche para la cena.

Las campanas de la parroquia comenzaron a sonar cuando ya se encontraba a pocos metros de ésta. El sacerdote se preguntó qué estaría pasando, cuando vio que varios carruajes se aproximaban a lo lejos. Subió los escalones de la parroquia disponiéndose a entrar y averiguar un poco más de aquél extraño suceso.

Antes de siquiera terminar de subir las escaleras, las enormes puertas de cedro grabadas con hermosos tallados de escudos y flores se abrieron. Varios sacerdotes y curas salieron dejando un espacio en medio por el cual el párroco principal había salido.

- Oh, joven Karamatsu. Has regresado a tiempo. Deja el pan con las hermanas y reúnete en la sala de purificación. –Habló el obispo con un tono agradable que despedía amabilidad y experiencia.

- Sí, su santidad. –Dijo haciendo una pequeña reverencia y se aproximó al interior de su querido hogar, aquella parroquia destinada a limpiar el pecado de aquella ciudad.

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El joven sacerdote, que en realidad no era tan joven pues apenas cumpliría los treinta al siguiente año, aún se mantenía pensativo sobre aquella visita tan extraña en mitad de la noche.

En los muchos años que había estado ahí, sólo habían tocado las campanas de la iglesia de noche una vez cuando el anterior Obispo había fallecido de vejez, por lo que sabía de antemano que algo muy importante estaba ocurriendo esa noche. Algo más importa que la muerte de un monseñor. Ni siquiera su propia llegada a la iglesia había significado mucho a pesar de haber sido abandonado en las puertas de la parroquia por alguna irresponsable madre que no pudo hacerse cargo de él.

En pocas palabras, no era ni remotamente común que visitaran aquella humilde parroquia, y cuando recibían visitas su santidad, el Obispo Agatho, no era quien solía recibirles personalmente. Por eso y más no podía dejar de darle vueltas al asunto mientras dejaba el pan en la mesa donde la amable y dulce hermana Allegra le había indicado.

Una vez finalizada la tarea que le habían encomendado, decidió apurar el paso para llegar cuanto antes a la sala de purificación. Esa sala siempre le había dado escalofríos pues a pesar del nombre tan soberbio con el que lo nombraban, al final no era más que una sala de tortura llena de utensilios para castigar a los pecadores. Aquel lugar no le agradaba a pesar de que no se había usado en décadas desde las cacerías de brujas y la Inquisición hacía más de 40 años. De cualquier forma, el olor a óxido que desprendían los artefactos de tortura y la sensación que emanaba de ese cuarto, le hacía sentir inquieto.

A unos pasos de llegar a la sala pudo escuchar un grito desgarrador saliendo de ésta. Aquél lamento hizo que su ritmo cardíaco se acelerara. Con temor, abrió la puerta de la habitación, encontrando de pie a casi todos los sacerdotes de la iglesia y probablemente a otros importantes obispos de otras parroquias, pero lo que más llamó su atención era aquél bulto que se retorcía debajo de una sábana blanca teñida con sangre. Abrió los ojos con sorpresa al ver que debajo de la tela se retorcía un pequeño joven de piel blanca y tersa. Parecía una de esas muñecas de porcelana que había visto en los escaparates de las tiendas. Pero la sorpresa no era la juventud de aquel joven, ni su piel pura, ni su cabello azabache. Sólo pudo centrar su atención en sus ojos y sobretodo, en aquel rostro que era casi idéntico al suyo pero con facciones más finas y delicadas. Era como verse a sí mismo en uno de esos espejos que le habían prohibido tener al tratar de cumplir con su voto de humildad, con la pequeña excepción de que su reflejo tenía unos enormes ojos carmesí que le daban un aspecto inhumano y extrañamente atrayente. Podía notar además, unas pequeñas protuberancias que salían de entre su cabello, como si fuesen dos pequeños cuernos de cabra.

- Acá está el joven sacerdote del que te han hablado. –Dijo el Obispo Agatho refiriéndose a Karamatsu.- Este es el joven de ascendencia asiática que comparte el rostro con esta criatura del averno.

- Ciertamente es increíble el parecido, con la excepción de que claramente este buen hombre es humano. –Contestó el otro monseñor de sotana con detalles dorados. Al parecer era el Obispo de mayor jerarquía de todos los que estaban presentes.

En algún momento Karamatsu había escuchado de él, y sabía que su nombre era Cassido. Algunos incluso hablaban de que en el futuro podría llegar a convertirse en el nuevo Papa.

- Es un fiel siervo de nuestra iglesia y nuestro señor todopoderoso. ¿No es verdad, Karamatsu? –Se refirió a él el obispo.

Karamatsu no contestó de inmediato pues aún permanecía estupefacto debido a lo que sus ojos estaban viendo y lo cuál aún no podía procesar.

- ¡Ah, sí! ¡Mi fe está con nuestro señor Yahvé, señor de todos los cielos y la tierra! – Contestó finalmente como si se tratara de una respuesta condicionada.

Se escucharon murmullos de todos los hombres que estaban en la sala y no podían evitar comentar que todo era sospechoso. Se escuchaban unos claros 'Tiene la misma cara', 'Seguro es un demonio disfrazado', 'Demonio en piel de cordero'.

- ¡Silencio! –El obispo de sotana dorada dio la orden e inmediatamente la sala quedó en total silencio.- Joven sacerdote, si de verdad usted es fiel a nuestra iglesia adorada y a nuestro señor padre en el cielo, entonces probablemente esta sea la voluntad de nuestro amado Dios. El señor le ha puesto una prueba claramente, por lo que deberá cumplirla con toda santidad.

- Sí, mi monseñor. –Respondió el joven de cabello azabache mientras hacia una reverencia humilde en el suelo e inclinaba la cabeza. No tenía idea de qué es lo que estaba pasando pero sabía que lo único que podía y debía hacer era asentir.

- Esta prueba llegó hasta acá y espero la cumpla con total obediencia y sumisión. –Dijo e hizo una señal para que uno de los clérigos ahí presentes se acercara al joven y depositara una maleta en el suelo.

El clérigo la abrió para mostrar el contenido. El fiel sacerdote Karamatsu jamás se habría imaginado encontrar dentro de esta una daga, que por su brillo parecía plata pura y sólida. Y lo que era más importante; no sabía que tenía que hacer con ésta.

El sacerdote miró aún arrodillado en el suelo al obispo Agatho tratando de obtener respuestas, pero sólo recibió un gesto de negación por parte de él. Un dedo que el mayor se llevó hacia los labios era un firme 'Guarda silencio y escucha hasta el final'.

- Joven sacerdote, ¿cuál es su nombre? –Habló nuevamente el hombre de mayor importancia en el cuarto.

- Yo... Me llamo Karamatsu, su santidad. No tengo un apellido porque fui abandonado desde pequeño y recogido por ésta parroquia. –Dijo y realizó una reverencia más.

- Muy bien. Joven Karamatsu, le explicaré el motivo de nuestra visita. –Dijo e hizo una señal para que se levantara del suelo. Continuó hablando hasta que este obedeció.- El señor padre nos ha guiado hasta acá pues recibimos noticias de que había un joven padre que compartía un rostro similar al impío demonio que capturamos hace unas semanas. Queríamos corroborar la historia y aquí estamos.

Un nudo se formó en la garganta de Karamatsu. Alguien de su misma parroquia, seguramente, había visto al demonio con el que compartía un rostro similar y le había acusado de hereje, o incluso algo peor, de ser él también un demonio. Sabía que esto podía tener un resultado peligroso para él.

- No se preocupe, mi querido muchacho. Puedo ver en sus ojos la pureza de su alma y lo comprometido que se encuentra con nuestras causas. –Sonrió para tranquilizarlo y Karamatsu relajó su expresión.- Es por ello que, para seguir evitando que la gente de la congregación hable, hemos decidido venir hasta acá a solucionar éste malentendido. Por ello, la causa de las dudas debe ser acabada por sus propias manos para así evitar que la confianza de la gente siga siendo quebrantada y así detener los malos rumores.

Con aquellas palabras, el joven pudo entender más o menos que era lo que le estaban solicitando que hiciera al entregarle aquella daga.

- Mi señor, ¿Debo acabar entonces con la vida de este ser del inframundo para evitar los malos rumores? –Preguntó en un tono humilde- ¿Debo enterrar esta daga en su pecho? ¿Ese es el designio del señor todopoderoso?

- No, mi querido joven Karamatsu. El asesinato es una acción que no puede ser cometida por un siervo del señor, como indican nuestros sagrados mandamientos. No somos verdugos para ensuciar nuestras manos con pecado y hace mucho que dejamos de hacer casas de brujas. –Explicó con sutiliza sin dejar en claro lo que esperaba.

- ¿Entonces qué debo hacer con ésta daga, mi señor? –Preguntó suplicante el joven quien comenzó a temblar al sujetar el objeto filoso.

- No queremos que un alma se condene al infierno ensuciando sus manos con un asesinato. –Dijo con una voz serena y externando su preocupación.- Hemos traído al demonio a ésta parroquia donde será confinado hasta el día de su muerte para así evitar que vague por el mundo incitando al mortal a cometer pecado. ¿Qué es lo que cree que podría ayudar al demonio a escapar de acá?

'Las piernas' fue el primer pensamiento que llegó a la mente de Karamatsu, pero algunos padres retiraron la sábana del demonio que yacía en el suelo. El sacerdote pudo observarle mejor entonces. No sólo eran los ojos rojizos o los cuernos, en la espalda baja podía ver una cola retorciéndose y en la parte de arriba un par de alas magulladas similares a las de un murciélago que se encontraban amarradas con una soga. Fuera de eso su cuerpo era el de un humano cualquiera y el sacerdote no pudo evitar sentir un cosquilleo en su propia entrepierna al ver la desnudez de éste. Sus ojos se encontraron con los de éste y se dio cuenta por primera vez al prestar atención que éste no emitía sonidos porque tenía los labios cosidos.

- Las... alas... –Fue todo lo que contestó avergonzado y apartando la vista rápidamente del cuerpo desnudo del demonio.

- Así es, joven Karamatsu. Es por ello que para calmar el miedo y desconfianza, te pido que demuestres un acto de fe eliminando aquello con lo que el demonio podría alcanzar y mancillar los cielos. –Dijo y se acercó a Karamatsu depositando la daga que se encontraba en la maleta en sus manos.- Elimina tú mismo aquello que pueda provocar que el pecado se extienda por la tierra...

- S-sí... –Alcanzó a contestar el pelinegro y se acercó al demonio quien abrió los ojos dejando ver un brillo rojizo y empezó a forcejar en el suelo tratando de esconder sus alas.

El sacerdote sintió un escalofrío al acercarse a él y notar el porqué a pesar de no tener ataduras no había tratado de escapar. El demonio tenía ambas piernas rotas y llenas de moretones. Su cuerpo entero tenía marcas de golpes, heridas y cicatrices de cortadas. En su cuello podía notar marcas de estrangulamiento. Y lo que más sorprendió al joven sacerdote es que podía ver un líquido que él conocía escurriendo hacia sus muslos.

Sintió su corazón latir muy rápido mientras veía como la criatura se hacía un ovillo en el suelo y comenzaba a temblar de miedo.

- Yo... no puedo... –Dijo en una especie de murmullo.

- Joven Karamatsu, entiendo que el designio del señor es muy duro para un ser puro como usted. Pero es por ello que debe sacrificar esa pureza como Dios reclama en la tierra. –Dijo en un tono compasible.

- Pero... podría morir... –Sus manos temblaban mientras observaba el puñal y luego al joven demonio que le observaba con una mirada suplicante.

- Es usted un ser muy compasivo y digno de nuestra iglesia. Nuestro señor padre todopoderoso es el que está guiando sus acciones, así que no se preocupe. Todo es parte de su plan divino. –Agregó para mantenerle calmado.- Además, este hijo de Lucifer no morirá.

El viejo obispo Cassido hizo una señal con una mano y uno de los sacerdotes que le acompañaban se acercó con un cuchillo hacia el demonio haciendo una rajadura en todo su abdomen y luego cortando uno de sus dedos, provocando que este soltara un alarido seco debido a los labios cosidos y se retorciera en el suelo. Karamatsu cerró rápidamente los ojos ante tal espectáculo.

- No apartes la mirada, Karamatsu. –Dijo con autoridad el obispo Agatho quien lucía preocupado por lo que pudiera ocurrir.

Karamatsu abrió los ojos obedeciendo al mayor y observó lo que podría haber pasado brujería. La herida que le habían hecho comenzaba a cerrar y una cicatriz comenzaba a formarse en cuestión de segundos, el sacerdote que tenía el cuchillo tomó el dedo y lo acercó al a la mano del demonio, y éste comenzó a unirse nuevamente a la mano como si nunca hubiese sido cortado.

- ¿Lo ve usted, joven Karamatsu? El demonio no morirá. Ahora, termine usted siguiendo con la voluntad divina. –Dijo con una gran sonrisa e hizo un gesto con la mano y los otros sacerdotes se acercaron al demonio sujetándole.

Karamatsu se acercó lentamente mientras los otros sacerdotes inmovilizaban al demonio y le sujetaban de pies y manos. Uno de ellos tomó por la mano que sujetaba la daga a Karamatsu y la dirigió hacia donde la soga juntaba ambas alas y estas estaban unidas a la espalda.

Como si se tratase de un sueño, el joven de cabello azabache movió la daga hacia la piel y comenzó a cortarlas como si se tratara de una rebanada de pan. Una muy dura rebanada de pan. Su concentración estaba nublada pero aún así podía escuchar los alaridos ahogados del demonio y podía notar lo mucho que se resistía incluso aunque estaba siendo sujetado por cinco sacerdotes.

Sintió ganas de vomitar cuando comenzó a cortar lo que le pareció que era hueso o cartílago, así que mejor se concentró en ver su otra mano libre mientras seguía ejerciendo fuerza y moviendo la mano para continuar desgarrando aquello que no sabía si era carne o no.

- Creo que es suficiente. –Sentenció el Obispo y le hizo la señal a un hombre encapuchado que al parecer estuvo ocultó en una esquina de la sala.

El hombre se acercó hacia donde estaba el demonio e inmediatamente todos los hombres que lo mantenían sujeto se apartaron, menos Karamatsu. Rápidamente, el encapuchado tomó ambas alas con una mano y con la otra tomó por el cuello al demonio, y con toda la fuerza de la que su fornido cuerpo era capaz extrajo las alas haciendo que el joven demonio abriera la boca a pesar de las costuras y soltara un alarido de dolor.

Karamatsu notó que sus labios partidos comenzaban a sanar a una velocidad increíble, pero en su espalda, sólo veía la carne al rojo vivo donde antes habían estado sus alas. Unas enormes ganas de llorar se apoderaron de él, pues a sus casi treinta años jamás había sido testigo de semejantes actos de violencia ni mucho menos participe en éstos. En esos momentos, ya no importaba si era un demonio o no, se sentía sucio por infringir dolor y no ser capaz de ayudarle.

El encapuchado tomó las alas dejando al demonio en el suelo con la mirada perdida y los ojos llenos de lágrimas. Se acercó hacia donde el obispo estaba y las puso en el suelo frente a sus pies. Luego en un acto de expiación besó la mano que el monseñor le había tendido y al finalizar se retiró nuevamente a una esquina de la habitación. Todos se mantuvieron en silencio hasta que el obispo habló.

- Creo que con esto queda claro que el sacerdote Karamatsu está libre de pecado y por tanto es inocente. –Habló y nuevamente se escucharon murmullos que acallaron cuando este continuó hablando.- Por tanto, será digno de llevar a cabo la tarea de purificar al demonio.

- ¿Purificar al demonio? –Preguntó el joven sacerdote pues no entendía el significado de sus palabras.

- El Padre Agatho te dirá todo lo que necesitarás saber, ahora puedes retirarte. Creo que llegamos a la hora de la cena y debes estar hambriento. –Sonrió con una expresión de serenidad que a Karamatsu le puso la piel de gallina, pero fue lo suficiente convincente para que éste le obedeciera y se retirara de la habitación.

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Una vez fuera, sintió un malestar y corrió directo hacia el baño de la parroquia pues ya no podía contener las ganas de devolver el estómago. Y como si se tratara de la cura a su estado apenas entró al baño vomitó mientras seguía pensando en lo experimentado. Las lágrimas se agolparon en sus ojos mientras recordaba la sensación de su mano cortando aquellas alas y el alarido final que había soltado el demonio. Aún tenía una extraña sensación en su pecho pues en verdad el demonio tenía la misma cara que él. No entendía nada. No quería hacerlo. Pero las palabras del obispo aún estaban clavadas en su cabeza como si se tratase de una maldición. No entendía a qué se refería con que ahora podría cumplir con su tarea.

¿Tendría que volver a realizar acciones similares a las de esa noche?

Tenía muchas dudas que al parecer no serían aclaradas en esos momentos por lo que salió del baño y se dirigió directo a las alcobas, pues sabía que no podría comer ningún bocado aunque fuera al comedor.

Una voz familiar le detuvo en el pasillo.

- ¿Karamatsu? ¿Qué ocurre? ¿No irás a cenar al comedor? –Habló una voz femenina que consiguió que Karamatsu dejara de ver hacia el piso mientras caminaba y se detuviera.

El sacerdote giró su cabeza buscando de dónde provenía aquella voz y entonces encontró a la mujer que había hecho aquellas preguntas.

- Oh, hermana Totoko. No, hoy no tengo apetito. –Respondió al ver a la joven que llevaba puesto un hábito de colores monocromáticos.

Aquella chica y él habían crecido juntos desde pequeños, siendo cercanos debido a que ambos compartían un origen común siendo abandonados en aquella parroquia, además de que eran los únicos niños de sangre asiática que crecieron ahí. Ambos habían decidido que servirían a la iglesia que les había recogido cuando bebés por lo que a pesar de que se querían mucho, sólo podían verse como hermanos.

- No creo que sea muy saludable si te saltas la cena. Mañana podríamos quedarnos sin provisiones debido a las fuertes nevadas. –Habló nuevamente la joven con un tono que podría ser descrito de preocupación y al mismo tiempo, de sermón.

- Sí, lo sé. Pero en serio no me siento muy bien del estómago así que sólo quiero descansar. –Dijo en un tomo cansado pero sonrió para que la mujer no se preocupara.

- Muy bien, entiendo. Trataré de guardar un poco de pan para que comas mañana en caso de que no haya desayuno. Descansa para que mejores, ¿de acuerdo? –Dijo con tono de confianza pues quería demostrar que podía ayudarle.

- Lo haré, gracias por la preocupación. –Dijo y ambos se despidieron asintiendo la cabeza.

Aquella pequeña charla con la chica le había relajado un poco y mientras se dirigía hacia su habitación encontró al obispo Agatho que al parecer le estaba esperando.

- Karamatsu, ¿no fuiste a comer nada? –Preguntó con una mirada triste.

- Oh. No, no fui al comedor. No tengo apetito. –Dijo y bajó la cabeza como si el no comer fuera alguna acción mala de la que tuviera que sentir vergüenza.

- Me lo imaginaba. –Dijo el hombre mayor y suspiró.- Vine hasta acá para ver cómo te encontrabas y para explicarte lo que el Obispo Cassido ha dejado como su voluntad.

- Ya veo. –Levantó la cabeza con nerviosismo pero tratando de simular que no estaba afectado por lo ocurrido.- Estoy bien. Sólo necesito descanso.

- Bueno, hablando de descanso... una de las órdenes fue que durmieras en la sala de purificación por lo que varios sacerdotes ya han llevado tu cama hacia allá. –Arqueó las cejas como si le apenara profundamente todo lo que estaba ocurriendo.

- ¿Debo dormir ahí? –Seguía sin entender.- ¿Eso es todo lo que debo hacer? ¿Dormir en la misma habitación con el demonio al que le arranqué las alas?

- Karamatsu, tú no fuiste quien se las arrancó... –Dijo aunque sabía que dijera lo que dijera no podría convencer a Karamatsu de lo que pensaba. Después de todo, él le había crecido y sabía lo obstinado que podía llegar a ser cuando se le metía una idea en la cabeza.- Además, temo decir que eso sólo es una parte de lo que debes hacer según el mandato divino que ha sido entregado por el Obispo Cassido.

- ¿Hay más? –Preguntó como si no pudiera creerlo.

- Sí... al parecer ahora tendrás la tarea de purificar al demonio con... –No pudo terminar la oración. Era como si peleara con algo invisible.

- Quisiera saber... ¿Qué significa aquello de "purificar al demonio"? –Lanzó aquella pregunta que le carcomía la cabeza.

El sacerdote se quedó en silencio como si temiera decir la respuesta. Miró a Karamatsu con sus profundos ojos azules rodeados de arrugas y se llenó de determinación.

- Significa que debes llenarlo con tu semilla... –Dijo y bajó la cabeza como si sintiera pena o tristeza.

- Se refiere a... –Dijo pero se detuvo de golpe pues aún seguía procesando aquellas palabras. Entre más las repetía en su mente, menos significado cobraban.

- Se refiere a que debes llenarlo con tu semen. –Dijo una voz ronca y familiar.

- Monseñor Cassido... –Dijo el obispo Agatho.- Se suponía yo debía explicarle y...

- Lo sé, pero sabía que su bondad se lo haría difícil. –Dijo interrumpiéndole.- Será más sencillo si yo le explico al joven Karamatsu las tareas que debe hacer. En primer lugar, joven Karamatsu, debe estar siempre al cuidado del demonio y evitar que salga de la parroquia. –Dijo ahora dirigiéndose a él.- En segundo lugar, debe llenarlo con su semilla mientras continua infringiéndole dolor, con la esperanza de purificarle. En tercer y último lugar, evitar que cualquiera se entere de esto, y eso incluye a las hermanas de la congregación y a todos los fieles de la parroquia.

Karamatsu no contestó. Ya podía entender qué es lo que querían que hiciera y quería abrir los labios y decir que no podría, pero sus labios no se separaron y no emitió ni una sola palabra para contradecir al hombre.

- Yo sé que lo harás excelente. –Sonrió haciendo que Karamatsu sintiera dolor en el estómago nuevamente.- Ahora, si me disculpan, iré a la habitación que me han preparado para descansar. Mañana en la mañana, mis fieles sacerdotes y yo partiremos de regreso a la capital. Espero que mañana podamos ver lo bien que el joven Karamatsu lo ha hecho purificando a aquél demonio por primera vez.

No dijo una sola palabra más, se acercó hacia Karamatsu y le entregó lo que parecía ser la llave de la sala de purificación, y finalmente se retiró dejando al viejo obispo y a Karamatsu de pie con expresiones de terror en sus rostros.

- Karamatsu, lo siento tanto... Pero es un mandato divino y el señor en ocasiones obra de maneras misteriosas. –Dijo el mayor tratando de calmar a Karamatsu y probablemente a sí mismo.

- No se preocupe, su santidad... Cumpliré con mi deber... –Dijo tratando se sonar afectado por toda aquella charla vacía.

No dijo nada más y caminó hacia la sala de purificación sintiendo sus piernas pesadas como si fueran de plomo. En el camino analizaba todo lo que se le había dicho. Sabía que lo que el obispo Cassido no tenía sentido, pero también entendía que para alguien como el padre Agatho no había duda de que era algo necesario. Se decía a si mismo que tal vez no era tan raro y era porque le faltaba fe que desconfiaba de las palabras de su santidad. Era joven y tal vez por ello no entendía nada.

Mientras se sumergía en sus pensamientos, llegó a la sala de purificación y la abrió con la pequeña llave que le había sido entregada. Tragó en seco y abrió con cuidado dando unos pasos dentro del cuarto húmedo. No tardó en encontrar al demonio que se encontraba sobre la cama que hacia una hora antes no estaba ahí. Cerró la puerta con la llave y se la guardó en el bolsillo del pantalón. Se quedó de pie unos minutos pues no sabía siquiera si sobreviviría aquella noche. Podría ser asesinado en un descuido y eso podría significar que el demonio escaparía y mataría a todos, incluyendo al obispo Agatho, a Totoko y a todos los fieles de la parroquia.

- ¿A ti te han enviado hoy a hacerlo conmigo? -Dijo una voz suave y tranquila.

Karamatsu dio un respingo al ver que el demonio estaba justo frente a él, no había notado que se había acercado tanto a él.

- No deberías tener miedo. No es como si pudiera hacerte algo... –Dijo con un poco de hartazgo.

- Eres... un demonio... –Contestó Karamatsu sin saber cómo fue capaz.- Podrías matarme.

- No seas tonto. Mi fuerza no es mayor a la de un humano. –Frunció el ceño mientras se alejaba tambaleando de regreso a la cama.- Además estoy herido.

- Espera un momento... ¿Tus piernas no estaban rotas? –Preguntó Karamatsu que había notado aquel hecho de verle caminando como algo totalmente raro.

- Jajajaja, sí. ¿Pero acaso no viste mi poder regenerativo? Mi cuerpo se cura muy rápido, pero eso es todo lo que tengo. –Dijo y se sentó en la cama abrazando sus rodillas.- ¿Y bien? ¿Tú eres quien lo hará conmigo hoy?

Karamatsu notó por primera vez desde que ingresó en la habitación la desnudez del demonio y recordó aquello que se le había ordenado.

- ¿Hoy? No planeo hacer nada. Simplemente diré que no fui capaz y pediré perdón. Dios está lleno de bondad y seguro podrán perdonarme. –Contestó en un tono seco sin saber aún cómo era capaz de responderle a ese demonio como si nada.

- ¿Eres tonto o nadie te dijo sobre tu situación? –Más que una pregunta sonaba a un reclamo.- Los idiotas que se han negado a hacerlo han sido ejecutados a la mañana siguiente.

Karamatsu le ignoró y simplemente se arrodilló a rezar las plegarias nocturnas que siempre hacia antes de dormir.

- ¿Me estás ignorando? Lo digo en serio... –El demonio trataba de que le prestara atención sin éxito.- Sabes... ya me cansé de que la gente muera por mi culpa. ¿Me estás escuchando?

El demonio suspiró y simplemente se recostó en la cama y se envolvió con la sábana, mientras el sacerdote continuaba rezando.

- ¿De verdad me estás ignorando? –Dijo en un susurro que Karamatsu no pudo escuchar. Sus ojos se llenaron de lágrimas- ... Ésta va a ser una larga noche...

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Aquí concluye el primer capítulo de esta historia tan extraña que escribí. No me pregunten mucho, simplemente no pude concebir una historia dentro de éste AU que fuera feliz. ¿Una historia entre un sacerdote y un demonio? De por sí ya es algo turbio y raro. Y si eso le sumo el que la escribí después de escuchar la canción de "En nombre de Dios" de Mago de Oz, entenderán porque pinto tan mal a la iglesia.

Si estaban buscando la típica historia de sexo desenfrenado entre PadreKara y DevilOso, lamento haberles decepcionado. Esta historia es oscura y si bien parecerá bastante absurda en un principio, prometo que explicaré más en capítulos posteriores.

Igual lamento tanto maltrato hacia Osomatsu que aún ni siquiera es llamado así pero yo supongo que ustedes entendieron que se trataba de él, jajaja. También lamento el tipo de escritura pretenciosa que le puse a la historia.

No se parece en nada a mi otro fic así que una disculpa. Los caps igual serán más cortos y en general la historia se desarrollará rápido. Este fic será mi catarsis donde volcaré mi depresión y sentimientos negativos (?) Aunque probablemente termine en un final feliz porque mi vida se basa en finales felices.

Pero por el momento sólo diré que todo se pondrá peor. Lo siento. Ya luego mejorará. Espero... :D