Habían pasado pocas horas desde que le comunicaron la noticia y no dejaba de pensar en esta. «¿Por qué hacer algo así?» Aquella pregunta iba y venía en su cabeza y por más que tratase no podía hallar la respuesta a algo que le parecía tan ilógico: las costumbres de su pueblo no eran así.
«Pero han dicho que es por mi bien… ¿Pero por qué? ¿Habré hecho algo terrible sin darme cuenta?»
—¿Qué haces Aquí, Kenea? — la sorprendió una voz que venía desde atrás e hizo que diera un respingo.
—Eres tu…— Murmuró esbozando una media sonrisa seguida de un suspiro.
—Vamos no me digas que te has asustado. —río. — Al parecer sigues siendo la pequeña que siempre has sido. — Le revolvió el pelo y se sentó en frente de ella. —¿Qué haces?
Kenea miró de reojo al que tenía al frente y pudo apreciar al instante su pelaje de color tan negro como boca de lobo. Le tendió un pedazo de madera tallada y más bien podrida.
Su acompañante rió por lo bajo para luego fruncir levemente el ceño.
—Me han contado la decisión de tus padres y no puedo más que lamentarlo. — dijo cabizbajo.
—Es un tema que de todas formas no te concierne.— Bufó.
—Claro que me concierne, teníamos una unión concertada desde muy corta edad y tendrá que cancelarse por una locura nunca antes hecha.
La de pelo grisáceo se erigió y lo miró con ferocidad. —Estarás mejor sin mi pues de todas formas era algo extraño. Tú eres un Orahier, yo una Rahier. ¿Qué clase de unión era esa?
Un tenue brillo de desilusión se pudo apreciar en los ojos del macho
Se marchó del lugar sin decir una palabra más en dirección a su casa que como todas las otras estaba constituida de hojas secas, piedras y barro. ¿Cómo sería su nuevo hogar? La sola idea de que se enfrentaría a una cultura totalmente diferente la aterraba.
Dentro del lugar que para muchos podría no ser más que una débil choza estaban sus padres y una vieja amiga de la infancia.
—¡Kenea! ¿Dónde estabas? Te he esperado mogollón y la verdad es que yo…— Se detuvo al ver la expresión de la Rahier que solo su más íntima amiga podía descifrar. —Tu… Esto es malo…— la tomó de la muñeca y la dirigió por la casa como si fuera suya hasta llegar a la habitación en donde dormía su amiga. —¿Te has encontrado con Ofehon, ¿No? —
Kenea asintió. Aunque no sabía por qué eso podía ser grave; aquel Orahier era un simple conocido con el cual le habían atado un destino forzado que aquel día se había roto.
Lo que si le preocupaba era el cambio de hogar. Los Rahier y Orahier vivían juntos en paz y en armonía con la naturaleza. Respetaban todo lo que esta produjera y sabían de cierta forma que más allá de su territorio habían especies que ya no respetaban aquel hermoso regalo que esa tierra les había dado.
Y era a esos vastos lugares a donde sus padres se mudarían.
No había escuchado que otros en su tribu se habían mudado, pero sabía que aquello era un acontecimiento digno de ser hablado incluso por ellos, que se caracterizaban por la tolerancia y la aceptación hacia los suyos.
—Se que vas a extrañarlo. — escuchó decir a su acompañante.
—No lo creo. — dijo con firmeza pero en el fondo sabía que no podía engañar a su amiga sobre la nostalgia que sentía en aquel momento sobre todo lo que lo rodeaba.
