Hola a todos y todas, primero que todo les debo una disculpa enorme y gigante, no quiero alargarme mucho diciendo que paso pero me diagnosticaron depresión, mucho llanto y cosas así, terminare el caballero debe obedecer a la reina en un par de episodios más que serán subidos dentro de poco, por mientras les dejo este pequeño experimento que salió de los momentos más tristes, saludos y perdón nuevamente.
ClaerenceHenki.
El despertador sonaba insistentemente desde hacía más de diez minutos, estaba agotada pero debía decir que los motivos por lo que despertó así valían la pena, al lado suyo estaba esa pequeña maraña de pelo rojizo roncando suavemente, con su piel totalmente desnuda y bañada por los primeros rayos del sol. Miró cada una de sus pecas, eran hermosas todas y cada una de ellas, y ese pequeño hilo de saliva que colgaba de sus labios la invitaba a besarla pero sabía que no llegaría al trabajo si hacía eso. Su pelirroja era experta en convencerla de no moverse de la cama.
Se estiro cual felino levantando sus delgados y blanquecinos brazos, luego llevo las manos a su rostro y deseando poder dormir un poco más se movió con cuidado del lado de su morena para sentarse al borde de la cama de dos plazas que compartían. Desde hacía tres años compartían el mismo lecho, se habían conocido por casualidad en una reunión del club de lectura de la universidad. En esa época eran solo unas niñas intentando salir de sus respectivas carreras.
La rubia sonrió al recordar la tonta forma en como la pelirroja se le declaró en uno de los pasillos del complejo, extendiendo un puñado de flores que eran sus favoritas y sin decir ni una palabra solo estiró su otra mano en señal "tómala, quiero que salgamos juntas". Como si algo más allá de lo normal las uniera entendió por completo el mensaje y entrelazó sus dedos con los de ella, desde ese día no se habían separado en ningún momento, aun cuando muchos problemas se habían presentado, pero todo eso era parte del pasado.
Tomando una bocanada de aire se levantó y comenzó a caminar a la cocina, tomaría algo rápido, tal vez un café y saldría rápidamente, no podía llegar tarde de nuevo, no este mes al menos, sabía que el trabajo para los editores de libros era bastante complejo de mantener y aún más de encontrar, agradecía enormemente que uno de los mejores amigos de su pecosa le hubiera hecho el contacto con el dueño de un periódico y librería quien necesitaba un editor de forma urgente. Eso las salvó de caer en la calle.
-Amor… - una suave y adormilada voz sonó desde la puerta de la cocina, parada y apoyada contra el marco estaba su pelirroja mirándola, o más bien haciendo un ademán de mirarla porque aun tenía los ojos cerrados.
-Anna… ¿porque te levantaste?, sabes que el doctor dijo que nada de salir hasta que te recuperes bien – las alergias del verano le habían producido un pequeño pero incontrolable resfrío a su pequeña, no podía permitir que se paseara desnuda y menos con lo delicada que se volvió su salud de un momento para otro.
-Porque no estabas tú – susurró con voz tierna como si fuera una niña y hubiera hecho alguna maldad.
La rubia sonrió, adoraba todo lo de esa chica, desde su voz hasta los pequeños gestos que hacía al mirar televisión o estar en el computador. -Ven aquí, te resfriarás más… - la abrazó contra su cuerpo brindándole de su calor.
-¿Debes ir a trabajar? – la voz llena de inocencia se había transformado en algo más serio, además estar abrazándola así no ayudaba mucho.
–Si amor, debo ir – hundió su rostro en esos cabellos cobrizos y respiró hondo, ya no necesitaba un café, con aquello había sido más que suficiente.
-Vuelve pronto… te estaré esperando – la pecosa se acercó lentamente al oído de la más alta – así… - susurro para entrelazar sus dedos con la de piel nívea. "Dios, cuando quieres ser sensual lo logras cien por ciento", pensó la rubia para luego besarla apasionadamente, esos labios sonrosados por el sueño eran demasiado para aguantar.
La guió lentamente hasta la habitación, recostándola con cuidado sobre la cama sin dejar de devorar sus labios apasionadamente, puso su blanca mano sobre el abdomen desnudo de la pecosa acariciando lentamente, clavando sus uñas con suavidad para soltar pequeños gemidos por parte de su amor, bajó por su mejilla hasta llegar a su cuello, comenzó a morderlo y besarlo con celeridad dejando que los gemidos de su chica de ojos esmeraldas llenaran la habitación, dejando varias marcas visibles levantó su mirada para ver con satisfacción la cara totalmente sonrojada de Anna.
-Eres malvada cuando así lo quieres – deseaba seguir pero sabía que debía irse - ve, sé que amas tu trabajo.
-No tanto como te amo a ti – susurró la rubia para levantarse de su cómoda posición que se encontraba.
-¿Elsa?... – susurro la pelirroja al quedar sola y sentada sobre la cama.
-Dime Anna – la de ojos gélidos se dio media vuelta mirándola de frente, esa visión estaba segura nunca nadie podría borrarla de su memoria.
-Solo, ten cuidado hoy, presiento que algo malo va a pasar – soltando una pequeña sonrisa la más alta se agachó a la altura de su amada, besándola con ternura.
-Prometo que no pisaré ningún insecto y tampoco le echaré mucha azúcar a mi café – bromeo pero al ver los ojos realmente preocupados de su amada decidió ponerse seria, -estaré bien, hoy será un día normal.
Salió de su hogar luego de arreglarse por el tiempo record de diez minutos, aun no entendía cómo había podido hacer todo lo que hizo, arreglarse, desayunar, consentir a Anna y terminar de imprimir un informe sobre el último libro en venta editado por ella. Encendió el auto y comenzó a echar marcha atrás, no era un modelo del año, en realidad era un auto bastante simple y económico, comprado en remate solo por curiosidad, debía admitir que ese cacharro la había ayudado en más de una ocasión.
Manejando ya por la carretera sintonizó la primera radio guardada en el botón uno, noticias y música clásica, era su favorita, pero noto que en vez de escuchar las dulces notas de las sonatas y acordes mayores, un estridente sonido de guitarra eléctrica casi la hace descarrilar, su Anna había estado haciendo estragos de nuevo en su auto, "bueno, tal vez es una forma de decirme que me extraña", pensó y se dispuso a cambiar de emisora cuando la voz del presentador claramente agitada salió por la bocinas:
"Señores auditores, interrumpimos nuestra programación por una información de suma importancia, todas las personas que hayan viajado recientemente desde los siguientes países deben presentarse inmediatamente en el hospital Saint Emburg: Italia, Grecia, Austria, Bulgaria.
Repito a todas las personas que hayan estado en esos países en los últimos tres días se les pide que vayan al hospital Saint Emburg, no acatar esta orden significa ser deportados o encarcelados, ahora os dejaremos con la programación habitual"
La molesta música de los comerciales comenzó a sonar, casi a lo que los delicados dedos de la de piel nívea apagaban el aparato un pensamiento paso por su mente, "mi jefe estuvo en Italia la hace unos días". Recordó como el hijo de perra le dejó trabajo extra porque según él debía ir a una firma de libros urgente en Italia, lo curioso es que viajo con su nueva secretaria, "pero trabajo es trabajo" pensó antes de manejar cuidadosamente hasta el estacionamiento del edificio editorial de la empresa.
Se bajó pesadamente del auto, lo cerró y colocó la alarma, no había espacio en el estacionamiento subterráneo por lo que dejó su pequeña "joya" en el exterior, con los días soleados como éste su auto sería un horno al salir del trabajo, pero al menos tendría dinero a fin de mes, se prometió a si misma dejar de pensar tanto y actuar más, ya había mandado su currículo a otras editoras y posiblemente tendría otra oportunidad en otro lugar.
Tomó el ascensor y miró su reloj, en él un pequeño copo de nieve unido al minutero le mostraba que iba cinco minutos tardes, maldijo al saber que eso significaría sentarse a escuchar al inepto de su jefe decir lo importante que era la puntualidad, debía admitir que el idiota era puntual así que no tenía nada con que rebatírselo. Al abrir las puertas de la caja de metal esperaba ver a sus compañeros como todas las mañanas del último año que estaba trabajando en ese lugar, pero en vez de eso estaban todos apiñados contra la puerta del jefe.
-Elsa ven ven… - Leide, la extraña chica alemana la llamo con insistencia pero en voz baja, siguiéndole el juego se acercó sigilosamente hasta estar lo suficientemente cerca para hablar en susurros.
-¿Qué sucede? – preguntó con intriga la de ojos azul gélido.
-Es el jefe, vinieron unos hombres de traje negro y han estado hablando por más de diez minutos – susurró con rapidez la mujer antes de volver a pegar su oído a la puerta. No podía creer que sus compañeros se estuvieran comportando como niños, tal vez eran solo algunos clientes que no les gustaba ser reconocidos, como editora de libros sabía que los creadores a veces estaban bastante locos, aunque ella siempre pensó que los creadores de historias debían de poseer un poco de locura para crear tantos mundos y cosas diferentes.
Decidió levantarse de la incómoda posición en cuclillas en la que estaba y sentarse en su escritorio, al menos su jefe no le gritaría el día de hoy por la distracción de los "hombres de negro". Una sonrisa se escapó de sus labios, recordó la película que tanto le gustaba ver a su pecosa, "hombres de negro", francamente ella prefería cosas más clásicas, todo lo contrario a su "pedacito de llama" como le gustaba llamarla, bueno esa era una de las razones por la cual la amaba tanto, lo distintas que eran.
-¡No iré a ninguna parte con ustedes!– se escuchó el vociferante grito del dueño salir de la puerta de madera, seguido de dos ruidos secos, metálicos.
Casi como si fuera una película, los dos hombres abrieron la puerta y con armas en sus manos comenzaron a disparar a diestra y siniestra, antes de echar a correr, logró ver a su jefe con un tiro directo en la frente.
Bajó las escaleras a todo lo que daba su cuerpo, casi resbaló varias veces pero las insistentes pisadas de los hombres que habían eliminado a todos los del departamento de edición de aquél periódico la estaban alcanzando, estaba en el piso dos, por lo que decidió saltar por el borde de la escalera, cayendo por el agujero, golpeándose las rodillas cuando sus piernas se doblaron sobre su peso, no se dio tiempo a quejarse, se levantó y sacando las llaves de su auto corrió por la puerta de entrada, se metió dentro y arranco el cacharro que solo rechinó con fuerza.
-¡Funciona de una buena vez pedazo de mierda!- una voz a lo lejos captó su atención, ¿era su Anna?, miró con terror como ella corría a su auto y los hombres de negro se asomaban por la puerta, sin darse cuenta de cómo; salió del auto y corrió directo a proteger a la única persona que amaba totalmente en este mundo.
Luego de un momento sintió una puntada de dolor atravesar su pecho, algo tibio comenzó a derramarse desde él y cubrió su traje de trabajo, su mirada comenzó a nublarse y sujetándose a su pecosa solo susurró "te amo" antes de perder el conocimiento.
-¡Elsa!– despertó por el grito que había sentido a su lado, la habitación gris y húmeda como había sido desde los últimos dos años la recibió de lleno y una punzada de dolor en su cabeza le recordaba la realidad nuevamente. Había estado soñando con el pasado. Suspirando se dio vuelta dentro del apretado colchón.
-Anna, Anna… - movió a la semi dormida pecosa quien luchaba por despertarse totalmente.
-Elsa… - se despertó asustada como lo había hecho desde hacía los últimos dos años, los terrores nocturnos estaban acabando con la cordura de la chica que más amaba en el mundo y también estaban acabando con su paciencia, pero tampoco podía culparla, la situación, toda la maldita situación, era un puto caos.
-¿Soñaste con eso de nuevo verdad? – preguntó la de ojos gélidos, las ojeras bajo sus ojos indicaban que desde hacía mucho no dormía bien, en realidad las dos no dormían bien, cómo dormir luego de lo ocurrido.
-Elsa… yo… - como siempre la pelirroja trataba de disculparse, odiaba verla así, disminuida, reducida a su mínima expresión, ella que había sido una llama alegre y activa ahora parecía una braza apagándose al viento.
La lluvia insistente que golpeaba los vidrios del pequeño apartamento parecía ser lo único que traía paz al lugar al cual por obligación debieron llamar hogar.
-Amor – la de piel nívea acaricio el rostro de la pecosa- solo vuelve a dormir – abrió sus brazos para acurrucarla, sabía que de alguna forma eso la calmaría. Al sentirla entre sus brazos suspirando ella misma se sintió mejor, suspiró también para luego acomodarse nuevamente, el sol no había salido, y mañana debía ir al trabajo nuevamente, era la única forma de sobrevivir ahora.
