N/A: Aprovechamos para aclarar los nombres de un par de personajes que no tienen ninguno oficial.
Ernald: Ladonia
Wendy: Wy
Capítulo 1
Érase una vez hace mucho tiempo es posible que en sueños hayáis visto el lugar, pues la historia tremenda que os voy a contar, ocurrió cuando el mundo era antiguo. Seguro que os habéis preguntado ¿las fiestas de dónde salieron? Si no, ahora vais a saber lo que fueron.
Apenas habían trascurrido unos segundos desde que se diera por finalizado el evento por excelencia que todos los años, el día 31 de octubre, se llevaba a cabo en la Ciudad de Halloween.
Como era de esperarse, ese año, como en todos los anteriores desde hacía ya más tiempo del que si quiera los ciudadanos creían, Arthur había tenido un papel esencial, no solo en todo lo relacionado con la organización en sí, sino que también en el mismo desfile. No por nada era uno, por no decir el más, aterrador de todos los seres que habitaban la ciudad.
Cuando se fue a dar cuenta, el rubio se encontró con que se encontraba rodeado de los distintos monstruos que se dedicaban a felicitarle por el hecho de que todo hubiera salido como se llevaba planeando desde el anterior Halloween.
Por entre el gentío, no le costó distinguir a Emma, Natasha y Elizabetha. El trío de brujas se dedicaba a abrirse paso a base de empujones y algún que otro codazo mal intencionado.
O más bien Emma y Elizabetha se habrían paso mientras esta última arrastraba a Natasha a base de tirarle del lago vestido que llevaba.
―Arthur―le llamó Emma, mostrando una sonrisa gatuna que no inspiraba ningún tipo de confianza (y menos mal, sino lo habría pasado demasiado mal en la ciudad)―. Este año, sin duda, te has superado.
―Esa entrada ha sido espectacular―le interrumpió la castaña mientras se recolocaba la flor mustia que solía llevar como adorno de pelo.
El rubio comenzó a agobiarse. No es que no le gustaran las alabanzas, más bien lo que no le gustaba era ser el centro de atención de prácticamente toda la plaza.
―Esto... gracias chicas―contestó, sin entusiasmo ninguno. En vez de mirarlas, se dedicaba a buscar con la mirada una salida entre el gentío, pero todos parecían haberse arremolinado a su alrededor para hablar de algo de esa noche o, incluso, de la del año próximo.
Arthur se giró a Eli cuando se dio cuenta de que la castaña le seguía hablando, aunque no le dio tiempo a enfocarse en entender nada de lo que decía cuando esta fue interrumpida por la única bruja que no se había dirigido a él.
―Elizabetha, haz el favor de callarte, que me estás dando dolor de cabeza con toda esa cháchara sin sentido―se quejó la rubia, provocando que su compañera dejara de dirigir su atención a Arthur para empezar una pelea con ella.
Arthur intentó aprovechar el momento para escapar de allí, pero apenas las brujas parecieron perder el interés por él, el resto de las personas pareció intentar aprovechar la oportunidad para acorralarle.
Sintiendo el agobio crecer y sin tener la menor idea de cómo iba a escapar, fue salvado por la voz del alcalde, literalmente.
―El tiempo se nos echa encima. Según lo planeado vamos con tres minutos de retraso―la voz apurada de Ludwig resonó por encima de la del resto de los monstruos. De forma que, poco a poco, se fue haciendo el silencio en la plaza. O el poco silencio que se podía conseguir al juntarles a todos en un mismo espacio.
―Si no nos damos prisa esto va a ser un desastre―prosiguió el rubio de ojos azules, consultando un papel en el que, Arthur supuso, llevaba el planing de todo lo que se debía de ir haciendo durante la noche―. Como sigamos así no nos dará tiempo a finalizar la entrega de premios.
Y esta última frase hizo que el chip cambiara por completo en los ciudadanos. De repente todos parecieron olvidarse de todo excepto de la voz del alcalde, que comenzaba ya a leer el primer premiado de la lista.
Aprovechando el segundo de libertad, Arthur consiguió escabullirse de la plaza sin ser visto. O por lo menos eso pensaba. Lo que ni siquiera podía imaginar era que, en la distancia, aprovechando las sombras que proyectaban los árboles, una chica se dedicaba a observar su huida con sus ojos verdes fijos en él. Apenas pudo pensar en lo bueno que sería el poder tener la libertad que Arthur siempre parecía tener, cuando una voz que conocía demasiado bien, atrajo su atención.
―¡Lily!―la chica volvió lentamente su frágil cuerpo para encarar a la persona que le había quitado la libertad.
―¿Qué pasa?
―¿Te creías en serio que podías volver a dormirme usando belladona sin que tuviera consecuencias?
La chica solo atinó a suspirar. Tampoco era como si pudiera hacer mucho más de lo que ya había hecho.
―Eres una desagradecida. Te di la vida. Yo te creé desde cero―siguió con la misma perorata de siempre Vash.
―Yo no te pedí nada de eso―se quejó la chica, apartándose el flequillo de la cara.
―Claro que no, porque no estabas viva. No podías pedir nada. Y ahora andando. No es seguro que estés fuera demasiado tiempo, ya sabes lo frágil que es la porcelana.
Lily suspiró, sabiendo que tendría que seguir al científico hasta el laboratorio en el que la mantenía encerrada con el pretexto de que podría romperse por ser una muñeca de porcelana.
Apenas habían andado unos cuantos metros cuando Lily, quien iba pensando en sus cosas (más concretamente en otra forma de engañar a Vash para conseguir unas horas de libertad), se chocó con la espalda del científico. Este se había parado en seco y miraba con recelo al monstruo frente a ambos.
―Bueno, bueno ¿acaso os vais ya? Si esto no ha hecho más que empezar―Lily no pudo reconocer al extraño hasta que habló. La voz ronca que tenía era inconfundible hasta bajo la capucha que le ocultaba el rostro.
―Aparta de nuestro camino. Aquí no hay nada que le pueda interesar a alguien como tú―Vash habló con más frialdad que la de costumbre.
―Siempre hay algo de alguien que me pueda interesar. Los trucos son lo mío―siguió el encapuchado.
―No, lo tuyo es secuestrar niños y meterlos en sacos, tampoco es lo suficientemente bueno como para que te sientas así de orgulloso, Gilbert.
―Por lo menos yo no dedico mi tiempo de ocio a crear muñecas de porcelana que sean mi viva imagen―siguió al que todos conocían como "El hombre del saco".
―Ya, es lo que tiene ser algo más que una leyenda entre las familias, que tenemos trabajos que hacer. Trabajos de verdad, me refiero.
Lily se percató de que Vash parecía haberse olvidado por completo de su presencia. Solo parecía tener ojos para fulminar una y otra vez a Gilbert.
Mientras la muñeca se planteaba si sería buena idea o no alejarse del lugar sigilosamente, una ráfaga de aire frío se levantó por el callejón en el que se encontraban los tres. A Lily le pareció escuchar los gritos y festejos de los demás ciudadanos, pero rápidamente quedaron eclipsados por lo que pasó. El viento hizo que la capucha que siempre cubría la cabeza de Gilbert cayera hacia atrás.
Si hubiera tenido pulmones, o la necesidad de respirar, en ese momento la muñeca se habría olvidado por completo de hacerlo. Sin duda, no era nada de lo que habría podido imaginar.
Incluso en la oscuridad se podía apreciar la belleza que parecía desprender. Lily estaba segura de que nunca había visto a alguien (o por lo menos que pudiera considerarse una persona) que tuviera un tono de piel tan similar a la porcelana de la que ella misma estaba hecha. Sin embargo no fue esto lo que captó su atención por completo, ni el pelo despeinado de una tonalidad tan similar a su piel.
Lily supo que había perdido por completo la batalla al fijarse en el brillo rojizo de sus ojos. Entre las sombras, la poca luz proyectada por la luna y la palidez de Gilbert, sus ojos parecían brillar con una luz propia. Una luz peligrosa que hizo que ella fuera capaz de olvidar lo que, hasta ese mismo momento la había tenido obsesionada desde el mismo momento de su creación. La posibilidad de ser libre durante un rato más debido a la nula atención que le estaba prestando Vash pasó a un, muy profundo, segundo plano. Por lo menos hasta que Gilbert se volvió a colocar la capucha sobre su cabeza, provocando con esto que todas sus facciones quedaran de nuevo bajo una capa de sombra absoluta.
―Eso es, vuelve a esconderte. Ni siquiera entiendo por qué has tenido que salir esta noche―de nuevo fue la voz de Vash la que le hizo volver a tomar consciencia de dónde estaba.
Lily no tuvo tiempo ni de esperar a escuchar la contestación de Gilbert. Salió corriendo de la forma más sigilosa que fue capaz, dejando a su creador peleando con El hombre del saco.
La chica comenzó a correr en el mismo momento en el que supuso que sus pasos no podrían escucharse y ya no paró hasta que se encontró ante las inmensas puertas del cementerio. No era la primera vez (ni sería la última) que Lily utilizaba esta zona de la ciudad para esconderse de Vash. El científico no acostumbraba a pisar esa zona, así que era como un refugio para ella.
La rubia se apoyó contra una lápida cualquiera. Si no hubiera estado tan deteriorada, quizás se habría parado a mirar sobre la tumba de quién se estaba sentando. Pero eso no era el caso. Su mente no tardó en divagar hacia lo que había visto hacía apenas unos momentos. Gilbert.
No, sin duda no se lo había imaginado así para nada. Para empezar, porque nunca le había visto de cerca (y siempre con la capucha puesta) y, además, Vash le tenía mucho rencor acumulado, por lo que si la chica sacaba el tema, el científico solía cabrearse bastante.
Aunque nada de eso había evitado que el misterioso Hombre del saco si viera sometido al efecto implacable de la imaginación de una muñeca de porcelana aburrida y encerrada en una habitación.
Se había imaginado cómo sería la vida de todos los habitantes y Gilbert, aunque había tenido cierta importancia debido a todo el halo de misterio que le rodeaba, apenas la había marcado como lo había hecho, hasta hacía apenas unos minutos, Arthur.
Sin duda, lo que más le gustaba del rubio era su actitud. Hacía lo que quería cuando quería y no tenía que darle explicaciones a nadie. Todo lo que ella siempre había deseado tener y que nunca había podido catar. A excepción de esos momentos en los que conseguía escaparse.
Llevaba ya un buen rato sumida en sus pensamientos, cuando la puerta del cementerio se abrió, dando paso, ni más ni menos, que a Arthur; la estrella de la noche. En otro momento, Lily quizás habría estado incluso entusiasmada. Ahora, sin embargo, solamente sentía curiosidad por el qué podría haber llevado a alguien tan popular e importante a un lugar tan solitario como aquel.
Arthur, sin enterarse de que alguien se dedicaba a observarle, se paseó tranquilamente entre algunas de las lápidas, viéndose al fin libre de tanto gentío y con el silencio suficiente que necesitaba para intentar aclarar sus ideas.
Como siempre que iba al cementerio, se paró frente a una pequeña lápida. Apenas se hubo parado ante ella pudo ver que aparecía su mascota. Quizás no era la compañía más terrorífica que podría haber tenido. Sin embargo, le gustaba contarle todo lo que se le pesaba por la cabeza al conejo que le solía acompañar en sus paseos nocturnos. La mascota no era más que una bola peluda y verde (Arthur suponía que había pasado demasiado tiempo desde su muerte) que, debido a su forma fantasmagórica, era capaz de volar a su alrededor y seguirle el paso.
―Hola, Flying Mint Bunny―saludó al conejo mientras este daba vueltas entre las distintas lápidas y se alejaba de donde él estaba, sin prestarle demasiada atención―. Ojalá todos fueran como tú en este instante―siguió hablando a su mascota, como ya era costumbre para él―. Desde hacía mucho tiempo quería ser importante aquí dentro. No como el alcalde, que tiene que estar siempre pendiente de papeleos aburridos y cosas de ese estilo. Importante como lo soy ahora mismo, famoso por todas las hazañas que he realizado. Suponía que, llegado el momento en el que mi fama me precediera, sería ya por fin feliz. O, por lo menos, me sentiría completo. Pero no ha pasado en todo este tiempo y tampoco tiene pinta de que vaya a pasar―el rubio suspiró, quedándose unos momentos embobado mirando cómo Flying Mint Bunny volaba―. Realmente no fue difícil ganarme el puesto de más aterrador. La máxima competencia que podría haber tenido es Gilbert, pero apenas sale de su encierro. Quizás es por eso que no me parece suficiente. No fue el reto que quería ni que esperaba que fuera. Realmente estoy un poco harto de esta ciudad. De planear lo mismo año tras año. Es que aquí nada cambia, apenas alguna que otra variación en el día a día, pero nada que pueda ser significativo de alguna manera―. O es que estoy aburrido de todo esto―prosiguió―. Antes me encantaba el ir asustando, sobre todo a los niños pequeños. Y esperaba con ansias el día de Halloween. Pero ya... me parece más una noche pesada que algo a partir de lo que pueda obtener cualquier tipo de diversión.
Desde una distancia prudencial, Lily se dedicaba a escuchar todas las quejas del ser más temido de toda la ciudad, descubriendo que no todo era como Arthur les había hecho creer a todos los demás monstruos.
Escondida entre las lápidas, pudo ver cómo Arthur se paraba y miraba para abajo. Tuvo que prestar atención para escuchar lo que este decía y comprender el significado de su acción.
―Si todos supieran lo que lo odio realmente―siguió Arthur, pasando la mano por la empuñadura del cuchillo alojado en su pecho―. Todos en esta ciudad parecen amar el estar muerto o ser monstruos y cosas como esa. Sin embargo yo ya estoy cansado de esto―Flying Mint Bunny flotó sobre su hombro durante unos pocos segundos―. Hasta tú pareces feliz en tu condición de fantasma. Por culpa de este sentimiento, tengo la sensación de estar totalmente solo dentro de la ciudad, por mucho que todos me conozcan y me hablen o saluden. Hasta esto ha comenzado a molestarme más de lo que debería.
De repente, Arthur retomó el paseo, hasta llegar a las puertas traseras del cementerio, las que atravesó sin preocupación ninguna.
Aún apoyada en una de las anónimas lápidas, Lily sintió unas ganas irrefrenables de decirle que ella se sentía igual, sola e incomprendida dentro de la ciudad. Pero en el momento en el que se levantó para perseguirle, la imagen de la piel completamente blanca de Gilbert volvió a su mente. Esto la hizo dudar unos segundos, lo justo para que perdiera de vista por completo a Arthur.
Suponiendo que Vash ya se habría dado cuenta más que de sobra de su ausencia, decidió volver al laboratorio. Prefería cargar con la bronca en ese momento que esperar a que el científico se desesperara más. Y todavía creía que podría usar la excusa de que se distrajo con algo de la fiesta que aún debería proseguir en la plaza de la ciudad. No es que Vash fuera a reducir la regañina, pero quizás no la dejara encerrada demasiado tiempo.
Fue durante el camino de vuelta, perdida en sus pensamientos, cuando un trío de niños se acercó a ella, hechos un manojo de nervios.
―¡Ayuda! ¡Necesitamos ayuda!―gritaba la única chica del grupo. Lily la conocía de vista, al igual que a los otros dos niños, pues nunca había hablado con ellos. Si mal no recordaba, se llamaba Wendy, y era una bruja. Al verla, Wendy se acercó con desesperación y la tomó de un brazo con no mucha suavidad―. Tienes que ayudarle. ¡Se ha hecho daño!
―¿Quién se ha hecho daño? ¿Qué pasa?―preguntó Lily, a quien se le había contagiado la preocupación de los niños.
―¡No hay tiempo de explicaciones!―exclamó Ernald, un demonio, tomando con una mano el vestido de Lily y tirando de él para que la muñeca le siguiera, la cual lo hizo sin apenas oponerse.
Peter, el último integrante del grupo, era el que parecía más preocupado e iba a la cabeza, corriendo prácticamente hacia el lugar en el que ese alguien se había hecho daño.
―¡Esperad, no vayáis tan rápido!―se quejaba Lily, aunque era totalmente ignorada por los tres niños.
Salieron de la ciudad y se dirigieron hacia un lugar en el que Lily nunca había estado. Parecía una casa en un árbol, y supuso que era ahí donde vivían los tres niños. Sin embargo, algo le dijo que no se fiara de ellos… que no eran de confianza. De todas formas, al ver a alguien tirado en el suelo en medio del camino, se olvidó de sus malos presentimientos y se acercó a paso rápido hasta llegar junto a esa persona y arrodillarse.
―¿Estás bien?―preguntó, poniéndole la mano en el hombro a la persona tirada en el suelo. Estaba tumbado de lado, por lo que no podía verle la cara, pero eso no le importó. Lo primordial era saber dónde estaba herido―. ¿Qué te ha pasado? ¿Me oyes?
De repente los niños, alrededor de ella, y la otra figura empezaron a reírse, dejando de lado completamente su preocupación, divertidos. Lily les miró, incrédula, sin entender qué era lo que les hacía tanta gracia.
―¿De verdad estás tan preocupada por mí?―preguntó, soltando una risa mordaz, esa voz tan estridente que tanto le llamaba la atención.
Gilbert se incorporó, girándose a ella, con una sonrisa macabra.
Torpemente, la muñeca de porcelana le quitó la mano del hombro, sin saber cómo reaccionar.
―E-Esto…yo… ¿estás bien?
Los niños rieron aún más con eso, mientras que la sonrisa de Gilbert se acrecentaba aún más.
―Ernald, Wendy, Peter. Ya podéis iros―dijo, dirigiéndose a los niños, quienes obedecieron, dirigiéndose hacia el árbol. Una vez estos se hubieron ido, se giró a Lily―. Bueno… muñeca, ¿siempre eres así de crédula?
Lily abrió la boca, dolida, para responder, pero Gilbert siguió hablando.
―Porque vas a aprender, gracias a mí, a no serlo nunca más.
Y tomándola con fuerza de la muñeca, se puso de pie, tirando de ella. Lily no tuvo más remedio que levantarse, antes de que Gilbert comenzara a andar hacia esa casa en el árbol que tan poca gracia la hacía.
Y, de esa manera, Lily cayó en las garras del hombre del saco.
