Hola a todos, muchas gracias por leer esta historia. Victor Creed no me pertenece, Liev Schreiber tampoco (mecachis...), esta historia tampoco. Se trata de una traducción del maravilloso fanfic "What the cat dragged in" escrito por la maravillosa psyche b. mused, que me ha dado su beneplácito para traducirla al castellano. Podéis encontrarla en su idioma original en esta misma página. Espero que la disfrutéis tanto como yo...

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Flaco consuelo

Kelly había permanecido durante dos días en aquel diminuto y helado cobertizo, con las manos atadas a la espalda. O al menos, eso creía. Las carcomidas tablas le habían permitido contemplar cómo la luz del día se colaba por entre sus rendijas y volvía a desaparecer, horas más tarde, con la creciente oscuridad. Esto había tenido lugar dos veces ya. El hecho de que no tuviera ni idea de cuánto tiempo llevaba allí cuando se despertó por primera vez, temblorosa y maniatada, era lo que la hacía dudar. En realidad, el tiempo exacto no importaba, había sido el suficiente como para que su cuerpo experimentara toda una amplia gama de sensaciones dolorosas debido a la antinatural e incómoda postura en la que se encontraba, hasta acabar en una especie de sordo entumecimiento. Incluso el hambre terrible que había llegado a sentir, se había ido desvaneciendo a medida que pasaban las horas, para concentrarse exclusivamente en el dolor que agarrotaba sus músculos y articulaciones.

Había tratado desesperadamente de librarse de las ataduras, pero sus ateridas manos eran incapaces de luchar contra la firme sujeción de las cuerdas. De vez en cuando, y pese al dolor, se obligaba a sí misma a levantarse y a moverse para mantener constante el flujo de sangre a sus miembros y evitar la congelación. Aunque, la falta de espacio y la áspera cuerda que rodeaba cada uno de sus tobillos limitando la longitud de sus pasos, le impedía ir demasiado lejos.

La nieve había empezado a filtrarse entre los pequeños huecos de las tablas, haciendo que el frío y la humedad la calara hasta los huesos. Sin embargo, esto mismo, le había evitado una más que probable deshidratación.

A pesar de todo; a pesar de lo que sentía: del dolor, del frío o del hambre; no había habido ni un solo segundo en que desistiera de la idea de escapar. En cuanto se presentara la más mínima oportunidad, no dudaría.

·······

Aquella cabaña era como su santuario. Un sitio en el que podía apartarse del resto del mundo cuando quería. Aunque a primera vista nadie hubiera podido imaginar que alguien como él, con más fama de bestia que de hombre, pudiera sentir deseos de poseer un lugar de retiro como aquél. Imagen que él mismo se había encargado cuidadosamente de elaborar. Dejar que todo el mundo creyera que era poco más que un salvaje dotado de gran resistencia y fuerza física, tenía sus ventajas.

Y a Victor Creed le gustaba tener ventajas, casi tanto como le gustaba su trabajo o los beneficios que obtenía de ello. Desde que se había puesto por su cuenta, hacía algunos años ya, sus ingresos se habían incrementado significativamente. También había sido capaz de vislumbrar algunos hilos dispersos de su propia humanidad, algunos accidentalmente, otros no. Así estaba bien. Demonios, así era más que suficiente. Esos pequeños fragmentos, aquí y allá, no estaban tan mal después de todo, podía vivir con ellos.

Contempló desde la ventana como la nieve comenzaba a cubrir las ramas de los árboles y a doblarlas bajo su peso. Aún estaban a mediados de octubre, era pronto para que nevara de semejante forma. Sin embargo, aquello haría aún más fácil seguir cualquier tipo de rastro. Salió de la cabaña y comenzó a adentrarse en el bosque, haciendo caso omiso de la nieve que le llegaba hasta los tobillos, con la firme intención de conseguir algo fresco para la cena.

·······

Kelly se encontraba al límite de sus fuerzas. Apenas dos días atrás, aquel hombre había entrado repentinamente en el cobertizo y la había obligado a salir. Una pequeña y cruel sonrisa se había dibujado en su rostro cuando empezó a golpearla. "Sólo para que no olvides quién está al mando", le había dicho. Aquello se había convertido en una especie de ritual matutino. Cada vez, él había tratado de violarla, cada vez, había sido incapaz de conseguir una erección. Entonces la golpeaba más y más fuerte, como si las deficiencias de su cuerpo marchito fueran culpa de ella. Empezaba a preguntarse si la violación no hubiera sido preferible a las palizas que recibía en su lugar.

La mañana del tercer día, la sangre manaba de su cabeza procedente de diferentes heridas y cortes. Los hematomas, que ya cubrían gran parte de su cuerpo, comenzaban a entremezclarse, haciendo que su piel adquiriera una fea tonalidad púrpura en contraste con su habitual tono pálido de alabastro. Mientras yacía en el suelo; temblando por el miedo, la ira y el dolor; él desapareció de su vista. Durante unos instantes, se permitió fantasear con la idea de que quizás se había cansado por fin de pegarle. Kelly estaba segura de que si se había librado hasta aquel momento de lesiones más graves, era única y exclusivamente debido a la falta de resistencia del hombre.

-Tu papaíto dijo que sabías cocinar- masculló mientras dejaba caer junto a ella dos conejos ensangrentados. Luego, dirigió el cañón de su escopeta hacia su cabeza-. Manos a la obra.

El estómago de Kelly se contrajo. Si hubiera tenido algo que vomitar, lo habría hecho. Él tiró de ella para obligarla a ponerse en pie.

-Y-yo… no sé cómo…

No pudo continuar. Un puño se estrelló contra su rostro. A ese ritmo, acabaría con todos los huesos rotos, aunque se debiera más al abuso constante y repetitivo de los golpes, que a la fuerza en sí que empleaba en ellos.

-Bien, entonces mejor que aprendas- Parecía casi contento al ver como ella empezaba a limpiar rápidamente los conejos mientras él seguía apuntándola con el rifle.

Cada vez que hacía algo mal, unas manos despiadadas la pellizcaban o le propinaban un golpe en algún lugar de su cuerpo. Una vez que consiguió despellejar y desmembrar los conejos, Kelly se sintió más segura, lo peor había pasado, el resto era territorio conocido para ella.

Daba por hecho que no obtendría ninguna felicitación, pero supo que había hecho las cosas bien cuando él engulló casi toda la carne que había preparado sin mediar palabra y, luego, se quedó dormido con la escopeta junto a él.

Kelly miró la cuerda que sujetaba sus pies. Por supuesto, el cuchillo que había utilizado para cocinar había sido puesto a buen recaudo. Y lo único que llevaba encima eran una sucia y raída camiseta rosa y unas bragas. Era perfectamente consciente de que así no conseguiría llegar muy lejos. Por otra parte, él le había advertido claramente que si trataba de huir le rompería los tobillos. Pero aquélla era su oportunidad. Se metió en la boca el último pedazo de carne y se deslizó hasta la puerta tan sigilosamente como pudo. En cuanto sintió la nieve bajo sus pies descalzos, echó a correr lo más rápido que sus ranqueantes piernas le permitieron.

No pasó mucho tiempo hasta que lo escuchó a sus espaldas. Le gritaba algo, pero el fuerte viento le impedía entender lo que estaba diciendo. Quizás amenazaba con matarla. Quizás, después de todo, eso no sería algo tan terrible.

Tal vez ya se estaba muriendo y el gigante que había aparecido entre los árboles, justo delante de ella, no fuera más que una alucinación.

-¡Ayúdame!- la desesperada súplica fue el único sonido que logró articular antes de caerse de bruces y golpearse la cabeza contra una roca. El mundo empezó a desvanecerse en una especie de bruma color gris oscuro. Mientras se sumía en esa bruma, deseó que todo lo demás desapareciera también con ella.

·······

Creed no sabía qué diablos estaba pasando, pero estaba seguro de que iba a averiguarlo. Había permanecido durante dos días en la cabaña y, en ese tiempo, había sentido ya dos veces el extraño olor de otro hombre en su bosque. La primera vez sucedió cuando estaba persiguiendo a un ciervo, pero decidió que la cena era más importante. Esta vez, llevaba ropa adecuada para combatir el frío y estaba más que dispuesto a descubrir quién era el incauto lo suficientemente estúpido como para entrar ilegalmente en sus tierras.

El débil grito de la chica fue toda una sorpresa. Su olor estaba tan saturado por el pánico que casi servía para cubrir el del viejo bastardo que la perseguía. Reconoció el olor de aquel hombre como el que había estado percibiendo.

Apenas había terminado de procesar todos los datos, cuando la chica tropezó y se desplomó a sus pies, golpeándose la cabeza en la caída.

-¡Largo de aquí, joder!- gritó el viejo apuntándole con un rifle.

Creed ni siquiera se inmutó. Se limitó a gruñir:-¿Quieres intentarlo de nuevo?

Observó como el viejo empezaba a temblar un poco. Alguien le había puesto un ojo morado y tenía un labio partido.

-¡Ya me has oído!- trataba de aparentar furioso y amenazante, pero su seguridad se resquebrajaba por momentos.

Creed empezó a avanzar hacia él, pasando al lado de la mujer que yacía inconsciente en el suelo.

-¡Dispararé!- advirtió el hombre.

-Adelante- Creed sonrió, mostrando sus colmillos puntiagudos.

Aquello causó precisamente el efecto que esperaba. Los ojos del viejo se abrieron como platos y pudo oler como el miedo se precipitaba fuera de su cuerpo en fuertes oleadas que inundaron sus fosas nasales.

-¿Qu-qué coño eres…?

-Lo último que verás jamás.

Se oyó un disparo, pero la bala sólo le rozó el brazo. Creed se acercó de una salto y arrancó la garganta del hombre con una de sus poderosas garras. Observó como éste caía de rodillas, mientras la vida se le escapaba a borbotones, para finalmente desplomarse en el suelo.

Arrojó el trozo de carne junto al cuerpo y utilizó la nieve para limpiarse la sangre que goteaba por su mano. Fue entonces, al girarse, cuando su atención volvió a recaer sobre la chica. Aún permanecía inconsciente y, por el aspecto que presentaba, estaba claro que el viejo, o algún otro desgraciado, la había golpeado hasta cansarse. No duraría mucho si la dejaba allí. Y eso es precisamente lo que estuvo tentado de hacer.

Se acercó un poco más para evaluar su estado, quizá ella fuera a morir de todas formas. El olor que desprendía sugería que había estado conviviendo con el viejo, pero no se la había follado. Su olfato le dijo que nadie lo había hecho. Sonrió. Aquello podía ser divertido.

La nieve había detenido en su mayor parte la hemorragia de la herida en la cabeza. Finalmente, la levantó del suelo y se la cargó al hombro. Ella gimió, pero no se despertó.

Cubrió el terreno que los separaba de la cabaña rápidamente. Una vez dentro, cogió una manta que había en el sofá y la tiró al suelo, justo delante del fuego, a continuación depositó a la chica sobre ella. La sangre estaba ya seca, pero no quería tener que ponerse a limpiar si ella empezaba a sangrar de nuevo. Pudo ver como las escasas zonas de su piel exentas de magulladuras presentaban un aspecto casi cianótico debido al intenso frío. Cortó hábilmente a través de las cuerdas que sujetaban sus tobillos, la piel estaba casi en carne viva. Encontró marcas similares alrededor de las muñecas. Aún dormida, gimoteó algo y se volvió hacia el calor del fuego.

Se incorporó y la observó con indiferente curiosidad. Tenía un ojo morado y tan hinchado que probablemente no podría abrirlo, el otro presentaba marcas oscuras justo por debajo. Era menuda y de complexión delgada, aunque su aspecto en ese instante era demacrado, casi esquelético. Parecía demasiado joven también, como si aún no hubiera llegado siquiera a la mitad de su adolescencia. Joder, justo lo que necesitaba, una cría flacucha escondida en su refugio. Por lo poco que sabía, tal vez acababa de matar a su padre. Sopesó las posibilidades: podría simplemente volver a tirarla en la nieve y dejar que la naturaleza siguiera su curso, o matarla él mismo de una vez por todas, o tal vez jugar durante un rato y luego deshacerse de ella. Quizás ni siquiera llegara a despertarse, aunque su olfato le indicaba que las lesiones no eran lo suficientemente graves para esperar ese pronóstico.

La tapó con uno de los bordes de la manta y arrojó otro leño al fuego. Se estaba haciendo tarde y había pasado toda la mañana buscando el rastro del viejo bastardo. Sacó de la nevera los restos de la cena de la noche anterior, carne de venado, y se dispuso comerlos, sin molestarse siquiera en volver a calentarlos.

·······

Kelly se despertó con el olor de la carne cocinada. Por primera vez en muchos días sentía un delicioso calor que le invadía el cuerpo y, dondequiera que estuviera tumbada, no tenía el mismo olor agrio al que se había acostumbrado en la última semana. Podía oír a alguien moviéndose por la habitación, a alguien enorme a juzgar por el sonido de sus pasos. ¿Dónde demonios estaba ahora? Si hubiera muerto todo habría sido mucho más fácil, al menos no tendría que preocuparse por nada nunca más.

-¿Tienes hambre, frágil?- el sonido de una voz áspera y profunda hizo que un escalofrío le recorriera el cuerpo. Sin atreverse a mover ni un solo músculo, decidió que lo mejor sería fingir que aún seguía dormida.

-Sé que estás despierta. Tu respiración ha cambiado.

¿Había estado observando su respiración? Kelly comprendió que no le serviría de nada su pequeña farsa, él no se lo tragaría. Se incorporó lentamente. Le dolía todo, como diez veces más de lo que le había dolido con anterioridad. Hizo todo lo posible por no emitir ningún sonido mientras se sentaba, no tuvo demasiado éxito. Echó un vistazo a su alrededor rápidamente, hasta que su mirada se posó en el gigantesco hombre que había visto en el bosque, apoyado contra la encimera que separaba la cocina de la sala de estar. Tenía los brazos cruzados sobre su amplio pecho.

-¿Quién…?- se le quebró la voz- ¿Quién eres?

-Puesto que estás en mi casa, creo que debería ser yo el que hiciera las preguntas.- Caminó lentamente hacia ella, acechándola como si fuera un animal salvaje.

Kelly empezó a retroceder instintivamente, hasta que su espalda golpeó contra un sillón de cuero. Él continuó allí de pie, mirándola, con los imponentes brazos todavía cruzados.

-Pregunté si tenías hambre.

El tono de su voz no dejaba lugar a dudas, no responder no era una opción. Además, no tenía forma de saber qué era lo que se proponía hacer con ella. Incapaz de hablar, se limitó a asentir con la cabeza.

-Vamos entonces.

Pero él no se movió. Kelly estaba convencida de que había cometido un error al decir que sí, aunque tampoco es que tuviera muchas más opciones. Mantuvo los ojos fijos en él, mientras se apoyaba trabajosamente en el sillón para intentar levantarse, manteniendo la manta que la envolvía fuertemente agarrada. Su cuerpo protestó con cada pequeño movimiento. Afuera estaba oscuro, se preguntó cuánto tiempo habría dormido. Una vez que consiguió ponerse de pie, él se giró y se dirigió a la cocina, dándole la espalda.

La primera cosa que notó cuando empezó a andar fue que las cuerdas de sus pies habían desaparecido. A cada paso que daba, sentía como la rigidez de sus miembros iba desapareciendo poco a poco. Donde quiera que estuviese, aquél era sin duda un infierno mucho más agradable que la cabaña en la que había permanecido encerrada durante los últimos días.

-Siéntate- dijo él, situándose al lado de una pequeña estufa.

Kelly se encaminó hacia la silla que estaba frente a la ventana.

-Ahí no.

Kelly se detuvo en seco, luego se dirigió hacia la otra silla. En cuanto se dejó caer en el asiento, él puso un plato de carne asada y un botellín de cerveza ante ella. Luego, con su propio plato, se sentó también a la mesa.

Kelly se quedó mirando fijamente el pedazo de carne, hasta que sintió sus ojos clavados en ella.

-¿A qué coño estás esperando? ¿A una carta de invitación?

-Lo siento- murmuró suavemente, sin atreverse a levantar la vista del plato. Comenzó a comer tratando de recordar sus modales, pero, tras días sin ingerir apenas nada, le resultaba difícil masticar despacio.

El aroma de aprensión que desprendía la chica era casi tan fuerte como el de la carne de venado. No era lo más agradable para la cena, pero el hecho de que sintiera miedo demostraba que no era estúpida. Estaba casi temblando por el esfuerzo de obligarse a comer despacio, pero tras el primer bocado, los ojos se le pusieron vidriosos y olvidó toda pretensión de cortesía. Él había visto esa mirada antes, normalmente en personas que habían sufrido un largo período de desnutrición. Observándola detenidamente, comprendió que probablemente aquél fuera uno de esos casos. Lo que fuera que le hubiera sucedido, había ocurrido sin duda durante un tiempo lo bastante prolongado como para llevarla a ese estado. Aunque los hematomas eran recientes. La parte izquierda de su cara estaba casi distorsionada por la hinchazón y gran parte de su cuerpo estaba cubierto de moretones o rasguños. Tenía el pelo completamente enmarañado, con restos de sangre seca esparcidos por todas partes. Había visto casos peores. Él había provocado daños peores. Unas leves contusiones en los nudillos le indicaron que había mostrado resistencia, al menos durante un tiempo.

Dejó que terminara de comer antes de volver a hablar.

-¿Vas a decirme tu nombre o tengo que adivinarlo?

-Kelly- contestó casi en un susurro.

Tenía los ojos muy abiertos, de un color verde-azulado muy similar al agua de mar. Parecía incluso más joven de lo que él había supuesto en un principio.

-¿No tienes apellido?- preguntó con sorna.

Ella vaciló antes de responder: -No.

Muy bien, le permitiría conservar sus secretos por el momento. -¿Durante cuánto tiempo has estado viviendo en mis tierras?

-¿Qué día es hoy?- preguntó ella.

-Contesta antes a mi pregunta.

Empezó a temblar ligeramente: -No puedo a menos que sepa qué día es hoy.

-Jueves, diecisiete de octubre.

Ella cerró los ojos, como si tratara de concentrarse. -Ocho días- pareció sorprendida con su propia respuesta.

-¿Estás emparentada con el hombre que te perseguía?

-¡No!- contestó rápidamente, una ola de terror se desbordó fuera de ella. Le miró implorante- ¡Por favor, no me obligues a volver allí!

Estaba familiarizado con las súplicas. Aunque normalmente iban dirigidas a otra persona y lo que rogaban era protección contra él. Escucharlas en este contexto era un acontecimiento casi único.

-No puedo. Está muerto.

Pudo percibir como una sensación de alivio invadía el cuerpo de la muchacha, aunque la confusión y las dudas se reflejaron en su rostro.

-¿Cómo…?

-¿Dónde están tus padres?- la interrumpió, imprimiendo a su voz un tono que diera a entender sin lugar a errores que era él el que hacía las preguntas.

-¿Por qué?

De nuevo su miedo volvió a impregnar el ambiente, esta vez mezclado con sospecha e incertidumbre.

-Porque no pareces lo bastante mayor como para andar por ahí solita de noche.

-¿Y por eso me has dado cerveza?- parpadeó sorprendida, como si no hubiera planeado decir aquello en voz alta.

Él esbozó una breve sonrisa: -Era eso o Jack Daniels. Me figuré que sería mejor que empezaras por la cerveza.

Sus labios heridos intentaron componer una sonrisa que acabó en una mueca de dolor. -¿Es diecisiete de octubre?- preguntó.

-Sí.

-Cumplí los dieciocho hace dos días –pudo ver como luchaba para contener las lágrimas-. Así que imagino que mis padres ya no serán ningún problema.

Aquello suponía un giro interesante. No era tan joven como él había creído, lo que corroboraba su teoría de que había estado sometida a un prolongado período de desnutrición. Cogió su cerveza para echar un trago y la oyó contener el aliento. Estaba a punto de hacer un comentario sobre los derechos de un hombre a beber en su propia casa, cuando reparó en que lo que había captado su atención no era otra cosa que sus garras. Las retrajo de inmediato, pero aún así se veían ciertamente intimidantes, como letales y mortíferos instrumentos. Sonrió, dejando los colmillos al descubierto.

-No te diste cuenta antes, ¿eh?

Ella sacudió la cabeza, con los ojos todavía muy abiertos.

Tomó un largo trago de cerveza, sin apartar la mirada de ella. –Al final del pasillo hay un cuarto de baño, la segunda a la derecha. Puedes utilizarlo para lavarte.

-¿Cómo te llamas?- preguntó suavemente.

-Victor Creed.

·······

Antes de que entrara en el cuarto de baño, él le arrojó una de sus camisetas.

Una vez dentro, Kelly no quiso perder ni un instante más y se metió directamente en la ducha. La primera en más de una semana. Se estremeció de placer al sentir correr el agua caliente por su cuerpo. Pensó en Victor, por lo menos le daba de comer y le permitía asearse en condiciones. Aunque eso no significaba necesariamente que estuviera a salvo, quizás sus intenciones fueran tan depravadas como las de Roland Dawes. Sólo que si él decidía golpearla, dudaba mucho de que en esta ocasión tuviera la más mínima oportunidad de sobrevivir. Quizás era lo mejor, por lo menos así no sufriría una muerte lenta y agonizante, no creía disponer del suficiente coraje para algo así.

Kelly contempló como el agua que se iba arremolinando a sus pies se teñía de rojo. Se sintió enferma al comprender que se trataba de su propia sangre, pero como no quería arriesgarse a perder la primera comida decente que había tenido en muchos días, se obligó a serenarse y procuró fijar su atención en los azulejos blancos de la pared, mientras sus dedos trabajaban afanosamente con el champú tratando de desenredar los enmarañados mechones. Le pareció que transcurrían siglos hasta que lo consiguió. Cuando se aventuró de nuevo a echar un vistazo hacia abajo, comprobó con alivio que el agua volvía a ser clara y jabonosa. Terminó de lavarse rápidamente y limpió la ducha antes de ponerse encima la camiseta que él le había dado. No tenía mangas y le llegaba casi hasta las rodillas.

Cuando se miró en el espejo, apenas pudo reconocer a la persona que la miraba desde el otro lado. Los hematomas y la hinchazón habían distorsionado más de la mitad de su rostro, mientras que los cortes y arañazos se habían vuelto de un color rojo intenso, probablemente debido al agua caliente, pero el conjunto resultaba aterrador. No es que se considerara a sí misma una belleza, pero aquello era demasiado. Si no se hubiera sentido tan cansada, probablemente se habría echado a llorar.

Sin ninguna otra excusa para permanecer por más tiempo en el baño, regresó a la sala de estar, con la manta fuertemente enrollada alrededor de su cuerpo, como si fuera un escudo. Sintió un leve temblor en las rodillas cuando lo vio sentado en el sillón de cuero frente al fuego.

-Gracias- dijo con timidez-. Yo…

Él ni siquiera la miró: -Ven aquí.

Kelly avanzó vacilante hacia él. Se detuvo a unos pocos pasos, los justos para mantenerse fuera de su alcance.

-Siéntate- señaló el lugar que había a sus pies-. De espaldas a mí.

El miedo y el desconcierto se reflejaron en su rostro.

Él sintió su preocupación: -¿Crees que me habría tomado la molestia de traerte hasta aquí y darte de comer si tuviera pensado matarte?- Se volvió para mirarla.

Kelly trasladó su peso de una pierna a la otra. Lo que decía tenía sentido, mucho sentido en realidad, pero no se encontraba del todo en condiciones para pensar con claridad.

–Supongo que no.

Él resopló un poco antes de repetir la orden: -Siéntate.

Kelly se sentó a sus pies con cautela, abrazándose las rodillas. Tuvo un sobresalto cuando sintió las manos de él moviéndose por su cabeza, cuidadosamente.

-¿Qué…?

-Estoy intentado averiguar si las heridas que tienes en la cabeza son superficiales o no. Sería una puta vergüenza que, después de todo, fueras a morir por causas puramente naturales. Ahora, estate quieta- casi le gruñó.

Decidió que era mejor no analizar en profundidad su comentario y farfulló un "lo siento". No pudo evitar sentir un escalofrío cuando él comenzó a separar los húmedos mechones para inspeccionarle la cabeza en una búsqueda más exhaustiva, pero se obligó a permanecer quieta. En un principio se mantuvo expectante, con el cuerpo tenso y alerta, a la espera de que se produjera en cualquier momento el estallido de violencia. Pero, a medida que pasaban los minutos, empezó a relajarse. El tacto de sus dedos la sumió en una especie de placentero letargo, era la primera vez en mucho tiempo que alguien la tocaba con tanta delicadeza.

-¿Quién era él?- le escuchó preguntar.

Kelly decidió que era mejor no revelar por el momento que la intención de su captor había sido la de convertirse en su marido.

-Roland Dawes.

-Bueno, esa es una gran cantidad de información- bufó-. ¿Qué coño hacías tú con él?- a pesar del tono duro de su voz, la presión de los dedos sobre su cabeza no aumentó.

-Fue idea de mi padrastro- Parecían haber transcurrido siglos desde la noche en la que Dawes se la llevó, su madre ni siquiera se había percatado de lo sucedido, de lo contrario habría tratado de impedirlo. No es que hubiera podido hacer nada al respecto, pero al menos le habría dado algo de tiempo para huir-. Roland es… era amigo suyo y… digamos que me quería fuera de su casa.

Él hizo una pausa en su examen:- Inclina más la cabeza.

Hizo lo que le pedía hasta que él la retuvo en la posición deseada con una de sus grandes manos.

-¿Fue Dawes el que te hizo esto?- le preguntó.

-Sí. Excepto este corte- señaló el que se hallaba justo por encima de su frente-. Me lo hice tratando de escapar la noche en la que Roland vino a por mí.

-¿Fuiste tú quien le pegó?

Kelly titubeó, no estaba muy segura de si debía admitirlo o no. Se frotó los nudillos magullados.

-¿Y bien?- el tono de su voz era frío y cortante.

Sintió como una de sus garras se clavaba un poco en su cuero cabelludo, el significado era claro. Kelly tragó saliva con dificultad.

-Sí…

La presión que ejercía desapareció. -¿Quién te enseñó a pelear?

Kelly se encogió de hombros: -Nadie. Probablemente por eso estaba a punto de ser arrastrada de vuelta por segunda vez.

Él hizo un sonido indeterminado que Kelly no supo cómo interpretar.

De pronto sus manos ya no estaban sobre su cabeza.- Todas son heridas superficiales- le dijo recostándose hacia atrás en el sillón-. Puedes dormir en el sofá hasta que sepa qué demonios voy a hacer contigo.

-Gracias- Kelly se atrevió a mirarle por encima de su hombro y le sonrió tímidamente.

Él la contempló en silencio durante unos instantes hasta que ella se levantó y se tumbó en el sofá, agazapándose bajo la manta.

Kelly se sentía tan al borde del agotamiento que lo único que ansiaba era dormir, aunque no estaba muy segura de si sería capaz de conseguirlo. Por lo menos, él estaba de espaldas a ella y ya no la miraba. La habitación era cálida y el sofá grande y cómodo. Era sin lugar a dudas el sitio más confortable en el que había estado desde que había dejado su casa. Pero sabía que tendría que encontrar la forma de largarse de allí. Su "anfitrión" no le había hecho ningún daño, pero eso no significaba que tuviera buenas intenciones. Además, su aspecto era como el de un cartel luminoso que indicara "peligro" y él no había hecho nada por desmentir aquella imagen. Aún así, se había sentido más tranquila con su presencia en esas pocas horas, de lo que había llegado a sentirse nunca con Dawes. Apenas fue consciente del momento en que los ojos se le cerraron y, poco después, se hallaba sumida en un profundo y reparador sueño.

·······

"Jodida humanidad", era el pensamiento que rondaba la mente de Creed. Siempre había tenido que escuchar comentarios que le comparaban con una bestia salvaje. Y le cabreaban. Pero más le cabreaba el hecho de estar haciendo de niñera de una frágil malherida que le miraba como si él fuera su maldito salvador. Lo de socorrer a damiselas en apuros siempre había sido cosa de Jimmy. Él era el que se encargaba de ponerlas en apuros. Una dinámica familiar para ambos.

Se volvió para mirarla, por el sonido acompasado de su respiración comprendió que ya estaba dormida. Se había enroscado bajo la manta y apenas se la veía. Era tan condenadamente pequeña que si no fuera por eso y por el dulce olor que desprendía, ya la habría despachado. Aquel aroma le embotaba los sentidos y le hacía sentir molesto sin saber muy bien porqué.

Aspiró su fragancia que se entremezclaba con el olor a sangre de las heridas. Aquello fue suficiente para casi hacerle perder el dominio de sí mismo y mandar a paseo su autocontrol. Casi. No es que le importara que sus juguetes estuvieran rotos, siempre y cuando fuera él el encargado de romperlos. El hecho de que ella ya estuviera herida y fuera poco más que piel y huesos, frágiles y quebradizos, fue lo que le obligó a contenerse. Le daría unos días para recuperarse y para poner un poco de carne sobre los huesos. Le haría creer que estaba a salvo. Su mirada de sorpresa cuando descubriera que no era así, no tendría precio.

Ella gimió en voz baja, se removió un poco y su brazo derecho se deslizó fuera de la manta. Percibió un ligero toque de ansiedad en su aroma, pero se disipó tras unos instantes. Su mirada se posó entonces en las heridas de los nudillos y una sonrisa perversa empezó a formarse en sus labios. Aún herida y hambrienta, era una pequeña luchadora.

Puede que la situación no estuviera tan mal después de todo, puede que incluso acabara proporcionándole algo de diversión. En el momento en que dejara de ser así, había un gran bosque esperándola ahí fuera.