Mil y una cosas estaba pensando en el momento que escribí esto. No sé qué significa pero me da igual, solo lo quería enseñar. Si hay algo de lo que estoy segura es que siempre estaré orgullosa de mis escritos. Solo eso, ¿vale?
¡Nos leemos abajo!
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Amantes
Siempre era lo mismo, siempre pasaba lo mismo.
Entonces, ¿Por qué el pecho se oprimía? ¿Por qué no podía respirar?
Se sentía débil y confusa.
Labios pasaban rozado su cuello.
Presionaban.
Luego se perdían entre los bordes de su cara.
El corazón latía rápido y sabía que siempre sería así.
Manos arrastrándose por sus costillas, bordeándolas.
El camino hasta su corazón.
Todo estaba difuso.
Nada tenía sentido.
Sabía que él no la amaba.
Que ella era una aventura.
Pero también sabía que cómo se sentían sus manos en el suave cabellos del contrario.
La manera en la que él la acariciaba.
Los besos largos, cortos, traviesos que se perdían en su camisa.
Después suspiros.
Suspiros engañosos o malintencionados.
Suspiros que mentían y le dañaban el corazón un poquito más.
Pero ese poquito se podía aguantar bien.
Una vez más.
Tal vez dos, si me atrevo tres.
Ten tú el control.
Hazme daño.
Mil y una palabras nunca dichas en el borde de su camiseta.
Ambos acompañantes con los cabellos rubios.
Uno con ojos fríos.
Otra con los ojos cansados.
Pero nunca desistían al exquisito martirio.
Uno casado.
Otra comprometida.
Labios mordidos.
Gotas de sudor por su piel.
No pasaba nada.
Esto era lo normal.
Ambos amantes.
Ambos infieles.
Ambos conteniendo entre sus dedos claveles.
Claveles negros como el alma.
Pero puros como el infierno.
Mirar al techo y cerrar los ojos mientras él le posee.
Esto está bien.
Esto es correcto.
No lo lamentan.
Nunca lo lamentaron.
No lo lamentarán.
Mil caricias sentidas que jugaban con su piel.
Mil murmullos perdidos en las esquinas del perdón.
Mil secretos conocidos de infame obsesión.
Él era veneno en estado puro.
Ella el más maldito pecado.
Él era su cura.
Ella era su perdón.
Ambos tenían condenas.
Ambos rubios.
Con los ojos en pena.
Con la conciencia caía.
¡Sálvalos señor!
Que no caigan más en el pecado que son los ojos del contrario.
Que sus manos no acaricien el recorrido de sus venas.
Que los cuchillos de sus leguas no se saluden cada mañana al salir el Sol.
Que él no salga por la ventana.
Pero antes, que no le dé un beso.
Que el prometido de Bubbles no entre en la habitación.
Que no la vea en la cama y sonría, pensando que se ha imaginado los suspiros que ha escuchado, las sucias maldiciones roncas y masculinaso los besos dados.
Que Boomer no sonría de camino a casa, tocándose los labios con dulzura.
Sabiendo que todo está mal.
Que todo es un pecado.
Sabiendo que él es un demonio.
Un demonio que necesita cura.
Cura que ha encontrado.
Cura que se llama Bubbles y tiene la piel blanca.
Ahora roja, se la ha marcado.
Si le preguntan, ella dirá que no se acuerda.
Pondrá su cara de niña buena y no habrá pasado nada.
Su prometido le creerá.
Después por la noche, él irá a su cuarto, con la luz sacando reflejos de su cabello dorado.
Preguntará por su prometido y ella le dirá que duerme.
En otra habitación.
Lejos de allí.
Entonces él la derribará con besos
La derretirá con abrazos.
La matará con amor.
Y será suya por una noche más.
Así está bien.
No pasa nada.
Son solo un demonio con su cura.
Son solo Boomer y Bubbles.
Fin.
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Lucero Gómez al teclado:
Salió de una película de aventuras.
Llamó a mi puerta y empezó a tomar forma.
Me gusta, es mi pequeño.
No sé si a vosotros os agradará, pero a mí sí.
Con cariño y emoción:
Lucero Gómez.
