Eso que llevas ahí
Disclaimer: OP no me pertenece, todo de Oda.
¡La culpa de que este fic exista la tiene Ivankov! Con honda sinceridad, no me agrada el mpreg. Lo siento, soy fanficker realista (?) el punto es que encontré, gracias a Iva, una buena forma de lograrlo. Porque no soy feliz si no torturo a mi cocinero XD
La idea nació en el preciso momento en el que apareció Iva en el manga con su extraño poder (sólo que en ese momento, Sanji no era la víctima); así que figúrense cuánto tiempo llevo maquinándola en mi cabeza, si bien es cierto que yo leí el manga hace relativamente poco tiempo (un año). Y como siempre tengo muchas ideas, muchos fandoms y a veces poco tiempo, tardan en nacer.
Sin embargo es mejor, porque eso me da lugar a pensar bien dichas ideas. Justo hace dos meses, llegué a la parte de la Isla de los okama con el animé y ya… TENÍA que escribir esta historia. Ahora que terminé con Fuera de control puedo sentarme a hacerla.
En fin, me dejo de llorar y les dejo a ustedes leer el fic de una bendita vez… por cierto: no se queden con la pareja que se ve en este primer capítulo, va más allá de ellos, ¡eh! No quiero corazones rotos después (?)
Capítulo 1: "Cita en el puesto de vigía".
La risa de Ivankov resonó en el amplio espacio; Sanji se estremeció, como ese día en el que se presentó por primera vez ante él, hacia ya dos años… tiempo suficiente para perderle el miedo a esos Okama. Pero ahí estaba, experimentando como la macabra risa de la reina retumbaba en su interior.
—Ya has pasado al lado rosa de la vida, Candy-boy —dejó de reír de súbito, para mirarlo con seriedad.
—Estás equivocado —refutó con más ahínco que al comienzo de esa tonta discusión—, yo soy un hombre ¡bien hombre! —remarcó—que ama a las mujeres. Ya te lo dije…
—Oh, eres tan hipócrita —Iva extendió una mano, haciendo aparecer las agujas que clavó inmediatamente en su redondeado cuerpo, volviéndose así una mujer.
La misma mujer que Sanji había conocido, la misma que en las noches aparecía, acechándolo en sus pesadillas más vívidas. Tragó saliva, mirando hacia un costado sumamente afectado por esa imagen femenina.
—Eso… no me hace… rosa —Ya no había tanto peso en su defensa. La voz le nació trémula, áspera. Rasgaba su garganta.
—¿No? —cuestionó Iva con sorna, poniéndose de pie para caminar galantemente con su escultural cuerpo femenino. Rodeó al pirata, comenzando a caminar en círculos, acorralándolo, mareándolo—Acostarse con alguien sabiendo que es hombre te hace…
—¡No! —gritó, fuera de sí. Apretó los puños, tratando de disimular así el temblequeo que había dominado su cuerpo—¡No es igual! ¡Porque así pareces mujer y…!
—Siempre es difícil, espiral-boy —murmuró la reina posando las manos bajo la barbilla del Mugiwara—admitirlo, pero en tu interior lo sabes.
—¡Yo no sé nada! ¡No tengo que saber nada! —Se quitó con brusquedad esa mano, tomando un poco de distancia, tratando de mentalizarse que esa agraciada mujer, no era en verdad una mujer, era un hombre.
—Ahora… iniciarás una nueva etapa —continuó Iva, dejando en paz al crío. Se inyectó las hormonas para volver a ser hombre—y en esta nueva etapa verás con más claridad lo que he tratado de inculcarte. Me caes bien, Candy-boy, lo sabes —aseguró, cruzándose de brazos y mirándolo con ¿lástima?
¿Era lástima? Sanji frunció el ceño, no quería la lástima de Ivankov.
—¿Qué cosa? —preguntó, aturdido.
—Me caes bien, pero siempre he lamentado tu cobardía.
—¡No soy cobarde!
—No admitir lo que eres, te hace cobarde.
—¡Soy hombre! ¡Eso lo admito! ¡Soy heterosexual! ¡Eso lo admito! —se excusó con brío.
Creyó que Iva, con lo testarudo que era, seguiría atacándolo, pero no; contrario a lo esperado, el hombre suspiró con sentido hartazgo.
No tenía caso seguir insistiendo. No había logrado nada en dos años, no lo lograría en apenas dos minutos.
—Ya… —murmuró—Algún día verás lo que quiero decirte —le sonrió con extrema malicia.
Sanji entornó los ojos. Sí, todo muy bonito, creía en esa teoría de que los humanos son, desde su nacimiento bisexuales y que es la sociedad los que los condiciona a elegir un sexo —el opuesto—, pero le valía madres. Haberse acostado con un okama que, físicamente ES una mujer —no sólo lo parece— no le hacía siquiera bisexual, menos que menos, gay.
—Y el día que pase, te acordarás de mí.
—Tsk… —Sanji plantó un gesto de asco. Porque si alguna vez llegaría a cometer el atropello de enredarse con un tipo, no le agradaba la idea de tener la imagen mental de ese cabezón. Encendió un cigarrillo y miró hacia la ventana.
—Llegó tu barco, Mugiwara.
Sanji tomó aire, tratando de alejar de su mente todas las diferencias que en ese tiempo había tenido con la Reina Okama. Se puso el bolso de mano al hombro y se despidió con sinceridad:
—Gracias por todo, Ivankov.
El hombre sonrió con candor, cerrando los ojos. Era una despedida emotiva, de dos personas completamente diferentes que habían aprendido a congeniar pese a esas diferencias.
—¿También por los favores sexuales? —remató la reina.
No lo había podido aguantar, esas palabras le cosquilleaban la garganta.
—¡Ah! ¡Lo arruinas todo! —Se espantó el chico—¡Se suponía que íbamos a hacer de cuenta que nunca pasó!
—Ey, que tu gritando por todo el palacio no es muy reservado que digamos —se burló Iva.
—¡Y no cuenta si eres mujer, no cuenta! —refutó ya de espaldas caminando por la alfombra.
—Ya, ya… —suspiró—el barco se irá sin ti.
—¡Además… dos años es mucho… y… soy un hombre que necesita mucho afecto!
—Bien, lo entiendo —intentó sonar comprensivo, para que el joven dejara el asunto de lado.
En el barco que lo llevaría de vuelta al Archipiélago Sabaody había Okama's que esperaban por él para acompañarlo y guiarlo. Esa sería la última vez que tuviera contactos con ellos. Se lo juró.
Pese a que en su interior les estaba muy agradecido, jamás admitiría que les tenía cariño a esos bastardos. Dos años no son poco tiempo, y en ese tiempo, ellos habían sido prácticamente todo su mundo.
Le habían enseñado a cocinar, a maquillarse —aunque a él no le importase y no quisiera—, entre muchas otras cosas. En resumidas cuentas, y lo más valioso, es que le habían enseñado sobre la tolerancia.
Pero Sanji era joven, y cabeza dura, así que marchó de la isla y se despidió de ellos sin más vueltas y con un "espero no volver a verlos".
¡Ah… Nami-swan, Robin-chwan! Ambas estaban tan crecidas y tan lindas, que no podía esperar a llegar a su cocina para prepararles un delicioso postre que expresase todo el amor que les tenía y lo mucho que las había extrañado.
Le alegraba ver que, dentro de todo, las cosas seguían siendo como siempre. ¿Lo eran? Cierto es que Sanji no tuvo tiempo para detenerse a analizar el entorno, pues casi de inmediato se vieron envueltos en una nueva aventura… que el Kraken, que la Isla Gyojin, que Shirahoshi.
Sin embargo, en el Nuevo Mundo, las distancias entre las islas eran mucho más significativas, por eso había demasiado tiempo de sobra —en alta mar— para pensar y caer en los detalles. Por ejemplo, en lo crecido que también estaba Usopp; acaso, ¿ya era así de musculoso e imponente? Imponente físicamente hablando, claro. Como también en lo maduro que se veía Luffy, y lo bien que le sentaba su cicatriz; ya no lucía tan inocente, y a la vez sí. ¡Y Zoro! El condenado marimo, sin un ojo, con ese corte de pelo y ese kimono que pedía a gritos ser arrancado con los dientes.
Fue una tarde cualquiera que, sumido en esas reflexiones, Sanji se dio cuenta. La bandeja se le resbaló de los dedos en el preciso instante en el que se daba cuenta de que… les estaba prestando demasiada atención a sus amigos varones.
—Cocinero-san —se alarmó Robin a su estoica manera. Es que no era común ver ese descuido en Sanji, siendo él, con su destreza no permitiría que la bandeja se deslizase de esa forma de sus dedos. Daría alguna media vuelta carnero, tres giros y la sostendría con la punta de una pestaña, pero jamás caería—¿Te sientes bien? —se agachó para juntar los trozos de la taza rota.
—Eh, sí… Robin-san —sonrió con nerviosismo, sin saber qué decir para justificar tamaña torpeza.
¿Es que me di cuenta de que me gusta el marimo, pero no te preocupes, ya se me va a pasar? Se moría, literalmente, antes que admitir lo evidente. Lo que su mente rechazaba, pero su cuerpo no.
Robin se puso de pie para mirar a través de la ventana la razón que podía tener el cocinero para perder su centro, y vaya sorpresa ver a Zoro entrenando semi desnudo con su escultural cuerpo bajo la luz del sol.
—Si espadachín-san sigue entrenando así, terminará deshidratándose —comentó con perspicacia, para ver la reacción de Sanji, este terminó de juntar los pedazos rotos y se puso de pie con prisa. —Está sudando mucho, y el sol está fuerte hoy. Creo que necesita una bebida.
Pero el cocinero siguió en sus trece, ignorando lo que implícitamente Robin le orillaba a hacer.
—¿Tienes jugo hecho en la nevera, Cocinero-san? —siguió intentando. —Le llevaré un poco.
—No —rechazó de inmediato—, lo haré yo; no te molestes, por favor.
Robin sonrió complacida. Sabía que Sanji no le permitiría a ella —a una de sus adoradas chicas— hacer un trabajo que, por ser el cocinero, le correspondía a él.
Dejó sobre la mesada la bandeja y buscó en la nevera el mentado jugo. Tan ceremonioso él, que le tomó demasiado tiempo realizar labor tan sencilla, y cuando él sólo ponía esmero en los aperitivos que les preparaba a las chicas.
Salió a cubierta sintiendo el sol de las islas veraniegas pegándole de lleno, estaban pronto a entrar a una zona de islas primaverales, así que la brisa marina era fresca y agradable. Bien, no era momento de concentrarse en el clima, ¡sólo se trataba de un maldito jugo! ¡¿Por qué le costaba tanto llevárselo?
A medida que se acercaba al espadachín sentía como el pulso le temblaba; y no era para menos: estaba a escasos metros de ese escultural cuerpo. ¡Vaya que al cabeza de césped le gustaba trabajarlo!
Sanji se quedó contemplando esa vista, teniendo un reflejo no muy propio en él: se remojó los labios, como si estuviera ante un apetitoso manjar.
"Eso es marimo… mueve esos músculos, bastardo. Como me gustaría ser transpiración para recorrerte entero y morir en…"
—Eh, cocinero, ¿qué quieres?
La impertinencia de Zoro le sacó de su ensueño. Sanji frunció la frente y tragó saliva, como si temiera que en su actitud y en sus ojos se revelase ese oscuro y macabro secreto. Sin mediar palabras, extendió el vaso largo. Roronoa miró el contenido, asombrado por la atención de su nakama.
—No, no es alcohol, no te le quedes mirando así —reclamó el rubio. —Un poco de jugo no te hará mal, que te la pasas todo el día entrenando… Chopper ya te dijo: tienes que cuidar tu hidratación.
Zoro dejó las pesas en el suelo, tomó la toalla, se secó y se acercó a Sanji. Gracias a esa cercanía, el cocinero pudo apreciar sin dificultades el aroma a hombre que desprendía el espadachín.
—Gracias —dijo secamente arrebatándole de la mano el vaso, para beber su contenido de un sorbo.
—¿Quieres más? —preguntó con dureza—Si quieres más, ve a la cocina, que no soy tu jodida sirvienta.
Dio la vuelta reprimiendo las ganas de echar un último vistazo a la figura masculina del espadachín, y volvió a la cocina para continuar con la preparación del almuerzo. El día se le hizo interminablemente largo. Por la noche tomó él el turno de vigía; necesitaba estar a solas, lejos de los chicos, y emborracharse un poco para no tener que lidiar con la realidad. Sí, era una actitud tan madura de su parte.
Eso hizo, consumió alcohol hasta que se desplomó en el suelo. Lo que más odiaba era tener que darle la razón a Iva en una cosa: pues se acordó de ese cabezón, muy a su pesar.
A la mañana siguiente despertó sintiendo el sol dándole de lleno en la cara, una voz pronunciaba su nombre de manera insistente. Cuando abrió los ojos, vio la carita preocupada de su capitán.
—Sanji… ¿cuánto más piensas seguir durmiendo? Tengo hambre —se quejó Luffy, y eso fue lo que necesitó el cocinero para reaccionar.
Dio la vuelta en el suelo viendo el kimono característico de Zoro, elevó lentamente la vista hasta toparse con la mirada ceñuda que le dedicaba.
—Bonita guardia, cocinero. —Se quejó—Después me dicen a mí —pateó una botella, reparando en el detalle: Sanji no era de beber tanto.
—Dios, ¿qué hora es? —se sentó en el suelo sintiendo como si en su cabeza tuviera pelotitas de ping pon brincando de lado a lado.
Debía ser muy tarde para que los otros dos estuvieran despiertos. Bueno, aunque de Zoro era comprensible, ya que relevarlo a él, no obstante, que Luffy estuviera allí le daba la pista de que era más tarde de lo temido. Como cocinero, el rubio siempre era el primero en levantarse.
Obviando las preguntas impertinentes de su capitán respecto a su patético estado pos borrachera, bajó las escalinatas notando de inmediato que todos sus nakama estaban despiertos. Ya en la cocina, se disculpó en general.
—Es tarde, pero haré algo rápido.
—Si quieres te ayudo, Sanji-san —se ofreció Brook, contento de poder serle útil.
—No —se negó rotundamente, recordando su nefasta suerte con la ayuda que le había brindado el esqueleto en ocasiones anteriores. —Quiero decir: gracias, pero solo trabajo mejor y más rápido.
Brook no volvió a insistir, él también era conocedor de su nefasta suerte ayudando a Sanji.
—¿Te sientes bien, Sanji? —preguntó Chopper, al ver el gesto de molestia y dolor en su amigo.
—Sí, sólo es resaca —intentó sonreírle, pero la mueca acabó siendo rara.
Puso manos a la obra y en menos de lo que se cuece un huevo, todos ya estaban desayunando. Zoro no bajó del puesto, por muy seductora que siempre fuera la comida que preparaba Sanji; podía sentir el aroma subiendo hasta donde estaba.
Por eso Robin se tomó el atrevimiento de ofrecerse a ir a llevárselo, especialmente al ver a Sanji en ese dilema. No era tonta, se daba cuenta de los detalles, pues por mucho que esos dos se llevaran mal, el cocinero nunca en el pasado había dudado tanto en hacer una labor tan sencilla y cotidiana.
¿A qué le temía?
Sanji preparó todo en la bandeja de siempre y caminó con calma hasta el puesto. En cuanto terminó de subir la escalinata notó que Zoro tenía los ojos cerrados. Maldito marimo dormilón, hacía menos de una hora que en teoría se había levantado y ya estaba durmiendo de nuevo.
Sanji dejó la bandeja en el suelo y se colocó en cuclillas para estudiarlo detenidamente, con una curiosidad rayano lo infantil, como el niño que investiga concienzudamente la labor de las hormigas bajo el cielo primaveral.
Suspiró, tratando de encontrarle sentido a la repentina atracción que sentía, no hacia los hombres en particular, o sí… el tema es que en el pasado jamás se había detenido a analizar los atributos masculinos, ¿a él qué demonios le importaba lo musculoso que estaban sus nakama? ¿O lo bien que le sentaba el kimono al marimo? ¿O lo mucho que le excitaba la idea de compartir un baño con él para así poder apreciar mejor los atributos vedados al ojo común? Volvió a suspirar, perdiendo la mirada al frente, sumido en reflexiones sin un fin concreto. Al menos hasta que la voz del espadachín lo sacó de onda.
—¿Piensas estar más tiempo contemplándome o…? —calló de golpe porque recibió una patada bien puesta en las costillas. —¡Te la buscaste! —farfulló molesto poniéndose de pie de un salto y sacando una katana a la velocidad de la luz.
—¡Encima que me tomo la molestia de traerte el desayuno! —se quejó el cocinero parando la estocada con el pie en alto.
Enseguida bajó esa pierna para dar la vuelta e irse, demostrando así que no tenía ánimos esa mañana para pelear con el espadachín.
Zoro guardó la katana y frunció el ceño, en un gesto de desconcierto primero, de certeza después. Sin embargo, por mucho que Sanji intentó alejar esos fantasmas que le acosaban, la suerte conspiraba en su contra para haciéndole pasar malos momentos. Dos noches más tarde tuvo el infortunio de pescar al marimo como Dios lo trajo al mundo, o casi.
No había sido su culpa, él iba inocentemente hacia el cuarto de los chicos en busca de lo necesario para darse un baño. Era el único de los varones que en verdad se bañaba todos los días, porque eso de ser el cocinero tenía su parte mala: Si no quería apestar a pescado y fritura, debía cambiarse diariamente, a veces más de una vez. Ya estaba acostumbrado.
¡Pero el resto de esos… mugrosos, se bañaban cuando los planetas se alineaban! O bien cuando Nami, a los golpes, les obligaba. El punto es que Zoro justo había decidido esa noche darse un baño, y ahí estaba: en el cuarto, vistiéndose.
—¿Qué? —preguntó fastidiado, tomando el hakama para ponérselo.
—Yo… es… no… lo… es… —el torpe balbuceo del cocinero no dejaba nada en claro, o bien sólo una cosa: estaba nervioso.
Señaló la puerta del cuarto, la del baño, la del cuarto; así estuvo mientras balbuceaba incoherencias, hasta que la risita contenida del espadachín le hizo reparar en su idiotez.
—¡¿Qué es lo que te causa gracia, infeliz? —exclamó fuera de sí, repitiéndose mentalmente: "no mires, Sanji… no caigas"
Sin embargo su control mental no funcionó en lo más mínimo, y sus ojos le traicionaron escudriñando sin reparos la hombría grácilmente dormida de Zoro.
¡Un simple vistazo no le hace daño a nadie! Era mera curiosidad, no más.
—¿Te gusta lo que ves? —cuestionó el espadachín virulento, subiéndose del todo el hakama para ajustarse luego el lazo del obi.
—Tsk… si tuvieras un par de tetas, sin dudas —dijo en un murmullo, buscando con la mirada la ropa que había dejado sobre la litera para ir cuanto antes a darse esa ducha.
Quizás el nerviosismo que le había embargado en ese crucial momento no le dio lugar a la erección, pero santo cielo, en el baño, su pene se irguió como el asta del sunny.
Confirmado: el marimo le ponía.
Bien, Iva podía retorcerse de gozo al saberlo, pero claro que no lo sabía, ni lo sabría. Ni él ni nadie. Antes muerto que confesarlo a viva voz.
En la soledad del baño pudo dar rienda suelta a la necesidad que sentía. Se desvistió con prisa intentando ignorar su excitación, pero eso no funcionó y, bajo la regadera, sintiendo el agua cálida recorriéndole el cuerpo, no pudo resistirlo más. La mano bajó hasta los genitales, en una ligera y casi superficial caricia. Fue un segundo: aferró con más confianza y comenzó con una frenética masturbación.
La necesitaba, por mucho que la culpa buscase mellarlo, en verdad necesitaba ese desahogo físico.
Pero contrario a lo comúnmente esperado, no le produjo satisfacción. Eyaculó, sí, todo muy lindo, pero se sentía miserable, triste, agobiado. Tan vacío por dentro que dolía. Su frente se pegó contra el humedecido azulejo. Cerró los ojos tratando de no pensar tanto en esos asuntos; pero al final las chicas que en el pasado lo habían acusado cruelmente de ello tenían toda la razón: pensaba con la de abajo.
Volvió en sí cuando sintió que el agua comenzaba a enfriarse, y terminó con el baño al mismo tiempo que Nami le gritaba sobre el derroche que estaba haciendo. En alta mar el agua había que cuidarla como si fuera oro blanco.
¡Genial! Para completar el patético cuadro su adorada Nami-swan le retaba, ¿qué quedaba? Abrió la puerta encontrando la respuesta a esa postrera pregunta: Zoro.
Acaso, ¿había estado tras la puerta todo ese rato?
—¿No tienes nada mejor que hacer, marimo, que estar aquí como soldadito inglés?
El mentado dio un sorbo corto a la botella que tenía en la mano, sin cortar el contacto visual. En un tono monocorde, casi serio, le apuró:
—A las tres de la mañana, en el puesto de vigilancia.
—¿Qué?
—Te estaré esperando —con el dedo índice de la misma mano que sostenía la botella, le señaló—ni antes ni después —Él sabía que Robin solía quedarse leyendo hasta altas horas de la noche.
—¿Qué demonios te ocurre, marimo?
Pero Zoro no se molestó en explicarle a qué se debía esa inusual invitación. Quizás, y con mucha suerte, el espadachín quería medirse con él. Como hombre que era, pretendía dar fin a sus encontronazos de una bendita vez. Claro, eso si el espadachín en verdad se hubiera hartado de él, porque cabía la otra opción: que se hubiera dado cuenta del creciente interés que había despertado en Sanji.
El cocinero chistó en su interior, tratando de disimular lo mucho que esa tosca invitación le había alterado. Trató de no pensar en los motivos, pero más trataba menos lo conseguía. Se dijo a sí mismo que no caería en el juego del espadachín. ¡Que le partiese un rayo!, le interesaba poco lo que Zoro tuviera por decirle.
¿Iba a reprocharle tanta osadía de su parte? ¿Iba a golpearlo hasta decir basta, por marica? ¿Iba a corresponderle? Lo que fuera, no le quitaba el sueño.
Eso se dijo el rubio, "que no le quitaba el sueño", pero lo hizo. De una forma demasiado literal.
Acostado en su litera, boca arriba y mirando el techo, observó hacia un costado para ver por la ventana la ubicación de la luna y las estrellas. De esa forma tenía noción del tiempo.
Suspiró sonoramente. Lo normal en él era caer desmayado del cansancio apenas tocaba su cama, pero estaba por completo despabilado. Dio vuelta en la litera, profundamente fastidiado consigo mismo y su insomnio. Se tapó la cabeza con la almohada y allí se quedó.
Vio la litera vacía de Zoro —desde ya, cumplía su función de vigía— y mandó todo al diablo. La curiosidad y la ansiedad pudieron más que su orgullo y cabezonería. De un salto abandonó el camastro, se colocó los zapatos y con sumo sigilo salió del cuarto. En ese momento Usopp abrió los ojos —el problema de dormir en la litera bajo la de Sanji—, pero no le dio demasiada importancia al detalle y siguió durmiendo.
El cocinero frenó ante la puerta, sintiendo la brisa de la noche golpeando contra su cara, miró instintivamente hacia el puesto de vigía, y acto seguido, fue al baño.
Abrió el grifo de agua fría y se lavó la cara con vehemencia, como si con el acto pudiera borrar marcas invisibles de culpa y remordimiento. Se miró en el espejo y su vista se posó en el perfume que siempre dejaba sobre el buró. Lo tomó, lo dejó… y lo volvió a tomar.
Se sentía estúpido al darse cuenta de que se estaba preparando para el encuentro, como si en vez de ir a ver a Zoro fuera a ver a alguna muchachita. Ignoró ese sentimiento, para ponerse un poco de ese perfume importado. No mucho, pues ponerse demasiado sería por demás evidente, y no quería lucir muy… ¿cómo decirlo?: ¿Predispuesto? ¿Ansioso? ¿Preparado?
Se acomodó un poco el mechón de pelo y se contempló en el espejo unos instantes más. Su cara parecía la de un fantasma, estaba más blanco que de costumbre. Dio la vuelta para abandonar el baño, pero recordó algo sumamente importante, o que en ese momento le pareció trascendental. Abrió la pequeña puerta lateral y tomó un pequeño frasco que metió de inmediato en el bolsillo. Como si así ocultase lo muy jugado y resignado que estaba.
El camino hacia el puesto de vigía nunca le pareció tan largo, tuvo tiempo de sobra para arrepentirse y mandarse a mudar, pero no lo hizo. Como el hombre que era, afrontaría las consecuencias de sus actos. Aunque el único crimen que había cometido en esos días había sido, nada más, reparar profusamente en los atributos de Zoro.
Cuando su cabeza asomó por la escotilla, Zoro instintivamente llevó una mano a la empuñadura de su katana, pero se relajó —sólo un poco— cuando lo vio al cocinero. Alzó las cejas, gesto que importunó al rubio, pues parecía sorprendido de su inesperada visita.
Y lo estaba. Zoro lo había retado, quería probarlo y ver hasta donde era capaz de llegar, pero en su fuero más interno nunca creyó que Sanji sería tan… ¿fácil? Eso sonaba insultante hasta para un idiota como él.
—Viniste.
—Me citaste, ¿no? —contraatacó visiblemente molesto, luego terminó de subir lo que le quedaba.
De pie, investigó el semblante aparentemente indiferente del espadachín. Si le había citado ahí como una broma, lo mataba. No estaba para jugar; para Sanji todo ese tema era un asunto muy serio.
Los segundos que le tomaron a Zoro reaccionar, le parecieron minutos.
No tengo idea de cuánto capítulos me tomará contar la historia, con honda sinceridad. En fics anteriores ya conté que soy malísima para calcular, y como este lo tengo en proceso se me dificulta dar un aproximado.
No, no es un Zoro/Sanji por completo, ni tampoco es que será otra de las parejas que tanto me gustan… pero ya, no quiero andar spoileando mi propio fic. Es más lindo si lo van descubriendo sobre la marcha.
Hasta la próxima ^.^
20 de agosto de 2011
Merlo Sur, Buenos Aires, Argentina.
