Nota: Los personajes mencionados pertenecen a la obra de masami kurumada. Esta historia se basa en lo ocurrido en Asgard luego de la batalla contra el santuario.
El mensaje de Asgard
El fuego sagrado arde frente al trono de Hilda de Polaris, quien dispersa su mirada entre los presentes con una notable preocupación. Solo seis meses habían transcurrido desde que a los ocho hombres, ahora arrodillados frente a ella, se les diera por muertos ante los caballeros de Athena.
Con la derrota de Poseidón, aquella atrevida deidad extranjera que descaradamente los hizo sacrificarse por mero capricho, Odín, señor de Asgard, resolvió devolverles la vida a los ocho héroes, bajo el alegato de que no habían muerto por Asgard, sino por una lucha de poderes de otro panteón. Pocas semanas después, aterrados guardias corrían por el Valhala gritando que habían fantasmas rondando Asgard. Luego de varias horas, la misma Hilda al fin consiguió algunos valientes que la acompañaran a investigar estos "testimonios." Y cuál fue su sorpresa que al llegar a la entrada del Valhala, se encontró con se encontró con el rostro confundido y desorientado de… ¿Sigfried? Casi se cae del caballo cuando lo vio frente a ella, con una expresión realmente fantasmal. ¡El chico no hablaba! Solo la miraba como si pidiera una respuesta… sin saber que preguntar. Los intentos por hacerle reaccionar no eran muy eficientes. Tardó en reconocerla o, al menos, en pronunciar su nombre y no entendía las preguntas que le hacían, que solo parecían confundirlo más. Después de varios intentos, Hilda advirtió que, si él estaba ahí, los "fantasmas" debían ser él y los demás dioses guerreros. Regresó al palacio con Sigfried y envió a los demás a buscar al resto de los dioses guerreros. Fue un milagro que Flare no se desmayara, a juzgar por la cara que puso cuando vio a Sigfried entrar junto a Hilda, quien no se molestó en detenerla cuando esta pasó corriendo por su lado, antes de perderse tras la puerta de salida.
Esta escena se dibujaba con una claridad impresionante en el recuerdo de Hilda mientras Flare llegaba al salón y Sigfried se ponía de pie para exponer la situación. ¡Seis meses! Solo seis meses y ya parecía que otra prueba estaba por ceñirse sobre Asgard y sus queridos guerreros.
Las palabras de Sigfried intentaban jerarquizar los hechos ocurridos esa semana en el Valhala. Durante todo el discurso, Flare sostuvo en su mano derecha un delicado colgante de plata que terminada en un bonito diamante rosa, en forma de gota. Días antes, Flare y Hagen paseaban por el bosque hacía el claro favorito de Flare. Allí estaban las flores más bonitas y la princesa adoraba recogerlas mientras escuchaba a Hagen hablar. Las cosas habían progresado mucho entre ambos. Aún no había logrado que le pidiese una relación formal pero, al menos, ya lograba tutearla con naturalidad; después de tantos años, era toda una proeza. Mientras Hagen luchaba por no ruborizarse demasiado a medida que le contaba, de nuevo, porqué se ponía tan celoso cuando algún otro hombre se le acercaba, Flare advirtió un brillo extraño bajo la flor que acababa de tomar. Hagen no la dejó tocarlo hasta que él no examinara el objeto, era un colgante de plata con un pendiente de diamante rosa. "¡Podía ser peligroso!" Pero como siempre, su sobreprotección solo lograba ruborizar a la chica, y quizá lo hacía más por este nada despreciable efecto que porque advirtiese un verdadero peligro. Al final, no pudo contra el brillo en la mirada ansiosa de Flare y se lo dio para que lo apreciara ella misma.
Acababa de poner el colgante en manos de Flare cuando, sobre ellos, cayeron unas luces boreales, en pleno día, que desaparecieron apenas su público cayó en cuenta de su presencia. Los días siguientes Flare se vio algo cansada. No dormía bien y solo Hagen lo sabía, solo a él se lo decía. El asunto no había pasado a mayores hasta que la misma Hilda tuvo un extraño sueño en el que una niña la llamaba y que luego no le dejó dormir el resto de la noche. Luego, al enfrentar el rostro cansado de Flare, entendió que debía ocurrirle lo mismo desde hacía tiempo. Como Flare se negó a hablar, tuvo que consultarlo con Sigfried y este, a su vez, reunió a los dioses guerreros. Luego de una discusión "capciosa" se volvió muy obvio que quien podía "soltar la sopa" al respecto, era Hagen. Sobra decir que el interrogatorio debió valerse de toda la fuerza de los otro siete, incluyendo a Bud, para que al final la genial idea de exponerle con sobrada énfasis el peligro que su silencio representaba para la seguridad de Flare, cortesía de Alberich, le hiciera "cantar como un gallo." Y ahora, mientras Sigfried intentaba aguantar el reproche que le estaba preparando a un abatido Hagen para poder terminar su discurso lo más objetivamente posible, Flare no dejaba de temblar nerviosamente, oprimiendo su mano con el colgante contra su pecho, lo cual tenía tanto a Hagen como a Hilda al borde de una crisis nerviosa que, al parecer, se tornaría colectiva.
El piso del Valhala, especialmente en la sala del trono, solía estar tan pulido que las expresiones de los presentes podían distinguirse perfectamente en su reflejo. Aún así, Flare no necesitó atender al reflejo ni levantar la mirada para advertir la preocupación en torno a ella. Sigfried acababa de concluir su reporte y el silencio que le siguió hacia evidente que todos esperaban una explicación de su parte. A fin de cuentas, Hagen sabía del insomnio pero Flare no llegó a contarle qué lo provocaba. Todo se resumía a especulaciones en base a lo sucedido en el claro y al sueño de Hilda, que detonó la preocupación de todos.
-Fler- dijo Hilda, tan calmada como podía lograr en ese momento. Fler levantó la vista para buscar algo de impulso en la mirada de su hermana. Al igual que Hilda, esa semana los sueños de Flare consistían en una voz que la llamaba, al principio, pero que luego empezó a hablarle, y lo que decía era tan desconcertante que Flare no sabía como decírselo a su hermana.
En Asgard podían esperarse muchas cosas que escapaban a la lógica común. Pero lo que Flare había escuchado esas noches, ni ella sabía hasta que punto creerlo o si realmente no quería creerlo. Desde una postura tan insegura al respecto, cómo podía pedir que alguien más creyese el contenido de esos sueños. Y además, qué enfoque le darían. ¿Valía la pena soltar esa granada, sin saber que acciones a tomar podrían ser las correctas? Lejos de ayudar, podría convertirse en el motivo de otra masacre y Flare no estaba dispuesta a ver morir de nuevo a Hagen y a los demás. Aún así, debía dar una respuesta, dejar crecer en ellos una angustia que después les valdría para averiguar todo por su cuenta, probablemente causaría el mismo efecto. Estuvo a punto de hablar pero se detuvo en seco. De cualquier forma sería un desastre, y ella la culpable, no tendría el valor de soportarlo.
De repente, quizá para no dar tiempo de arrepentirse o ser interrumpida, se colocó el collar, sin decir palabra, ante los gestos de alarma del resto, con los ojos cerrados violentamente y un par de lágrimas saltando de su frustración. Nuevamente, luces boreales la envolvieron enseguida, pero esta vez se estrecharon en su silueta a medida que aumentaban su intensidad, hasta que la imagen de Flare se convirtió en borrosas manchas dorado claro y blanco, que correspondían a los puntos predominantes en la imagen de la princesa: su cabello rubio y su vertido blanco. Lentamente, estas manchas cambiaron su color. El dorado claro se transformó en un cobrizo intenso mientras el blanco cambiaba progresivamente hasta un azul marino. Esta imagen se definía más y más a medida que la luz cedía, hasta que la sala recuperó su iluminación habitual.
La imagen de Flare no solo había cambiado su tono de cabello y color de vestido. Estaba usando protectores de entrenamiento que parecían imitar el estilo de armadura de una valkiria, y los suaves rizos dorados de Flera ahora eran una impresionante melena de rizos rojos adornados con una tiara a modo de bandana, hecha del mismo material de los protectores. Sus grandes ojos verdes ahora tenían un tono más azulado, similar al tono de ojos de Hagen. Además, se veía un poco mayor, con una expresión más madura y seria, aunque seguía pareciendo afable. El collar con el diamante seguían en su cuello, brillando con una intensidad que fácilmente se podía adjudicar al reflejo de su ahora intenso cabello cobrizo.
Advirtiendo las miradas de desconcierto, aquella a la que aún se le consideraba Flare dio dos pasos hacia Hilda, antes de poner la rodilla derecha en el suelo para mostrar su respeto. Eso lo confirmaba, esa no era Flare, el parecido era impresionante pero no era Flare.
-Hilda de Polaris, representante de Odín, señor de Asgard- dijo la desconocida, antes de levantar la mirada para luego proseguir con una voz calmada. –Mi nombre es Mher, princesa de Asgard. Me he tomado el atrevimiento de irrumpir en su sueño eterno y en el de los dioses guerreros, héroes de Asgard, para ayudar a que sus almas abandonen la insolente ilusión utópica del Hell y puedan ser guiados al lugar que les corresponde en la mesa del gran Odín, señor de Asgard- finalizó Mher sin ponerse de pie. La consternación era tan general como desconcertante. "Era de esperarse" pensó Mher, sin abandonar su respetuosa postura ante Hilda y ante el notorio efecto causado por sus palabras en el semblante de los presentes. "Tardarán en digerirlo pero ya es hora de despertar. Hell ha llegado muy lejos esta vez."
Continuará…
Nota: Espero les haya gustado. Soy nueva aquí y aún no conozco muy bien el sitio. Espero que dejen sus comentarios y sugerencias, las apreciaría muchísimo.
