Disclaimer:

Disclaimer:

Ninguno de los personajes me perteneces, excepto Kamis y Brenda, que en realidad tampoco me pertenecen ya que son personas reales, y no pretendo sacar ningún beneficio monetario de esto. Lo hago por pura diversión.
Mas allá de eso, el contenido de esta historia es puramente ficticio, fruto de la imaginación de la autora. Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.

AVISO:

He editado los primeros capítulos, ya que habia un par de escenas que pulir. Sin embargo, no he cambiado nada en lo referente a la trama de la historia.

Ojala lo disfruten!

Saludos,

Val.

Saigo: El Momento de la Muerte

By Val

Capitulo I: "Recuerdos"

Era un caluroso viernes de verano, y la última clase estaba apunto de terminar. Las muecas de sufrimiento iban desapareciendo de las caras de todos los estudiantes a medida que el tiempo avanzaba, de todos menos de InuYasha. El aburrimiento lo estaba matando y cada vez que cerraba sus ojos para tomar una siesta, sólo podía pensar en Kagome.

Esa joven de penetrantes ojos almendrados lo volvía loco, oía su voz cuando había silencio, veía su rostro cuando cerraba los ojos, escribía su nombre en los cuadernos, estaba en su mente día y noche, y francamente InuYasha necesitaba un respiro. No era culpa de ella, claro está, pero dondequiera que él estuviese, lo seguía su recuerdo.

InuYasha sonrío para sus adentros mientras recordaba el día que le quiso enseñar a nadar.

-- FLASHBACK--

¡No quiero¡Suéltame InuYasha! – gritó horrorizada Kagome cuando el joven la levantó en sus brazos acercándose peligrosamente a la piscina.

Mira niña, no sé a qué le tienes tanto miedo, es sólo agua, además... tienes 15 años y no sabes nadar¡Deberías avergonzarte¿Y si te ahogas? – replicó InuYasha, gritando él también para hacerse oír en medio del alboroto que estaba armando Kagome.

La muchacha gritaba y pataleaba tratando de zafarse, pero nada parecía dar resultado, ya que InuYasha la sostenía firmemente y no tenía la menor intención de soltarla. De a poco, Kagome se relajó y dejó de hacer tanto escándalo, solamente le dirigía una de sus miradas asesinas que tanta gracia le causaban.

A la cuenta de tres ¿Lista? Uno... dos... y... – No pudo terminar la cuenta regresiva, porque Kagome aprovechó su distracción y le pegó un codazo en el estómago y rápidamente se paró detrás de él.

InuYasha, cariño... – Le dijo en un tono de voz muy dulce, al tiempo que él se daba vuelta y ella le dirigía una de sus más tiernas sonrisas – ¿Cómo luces cuando estás... mojado?.


– Kagome¿Qué dem... – logró mascullar antes de caer bruscamente dentro de la piscina.

Kagome lo había empujado en la parte onda de la piscina, y al subir a la superficie, se encontró con que estaba sentada en el borde de la piscina con las piernas dentro del agua, riendo alegremente. InuYasha se quitó unos mechones de su cabellera plateada que le caían sobre la cara y se sumergió de vuelta. Abrió los ojos y nadó hacia las piernas de Kagome. La agarró de los tobillos y tiró con fuerza, pero sin lastimarla. Kagome, algo preocupada porque InuYasha no aparecía, se encontró casi sin darse cuenta dentro del agua, y con las manos de InuYasha en la cintura, acercándola a su pecho.

Ambos estaban agitados, pero mientras Kagome reía, el semblante de InuYasha estaba serio y sus ojos concentrados en la boca de Kagome. Ella siguió su mirada y se descubrió deseando que la besase. Su cuerpo resbalaba lentamente de las manos de InuYasha, pero ninguno de los dos parecía darse cuenta. Estaban cada vez más cerca, y finalmente Kagome decidió dar el primer paso, le sonrió y se inclinó buscando su boca. InuYasha, por su parte, no sabía qué hacer, claro que le habría encantado besar a su amiga, pero ahí precisamente estaba el problema: era su amiga y si las cosas no funcionaban, adiós noviazgo y adiós amistad.

No sabía si arriesgarse o no, pero al ver que Kagome no dudaba, confió en su juicio y la besó con ternura. Deslizó una mano por la espalda de Kagome, y luego subió hasta su cabello acariciándolo suavemente, deseando que el tiempo se detuviese y nunca más separarse de ella. Ése había sido su primer beso, y el comienzo de una nueva relación entre ellos.

--END FLASHBACK--

Con sus ojos ambarinos buscó los de Miroku que, sentado detrás de él, se había quedado dormido media hora antes. Los dos jóvenes, amigos desde pequeños, se querían como hermanos, y una de las particularidades de su amistad era que a pesar de sus MUY diferentes personalidades (ya que InuYasha era más bien reservado y agresivo y Miroku a pesar de su devoción por la religión budista era un depravado que no podía controlar sus manos cuando veía una mujer atractiva), cada uno sabía lo que pensaba o sentía el otro con sólo mirarse a los ojos.

Era eso lo que esperaba InuYasha, aunque jamás admitiría que necesitaba hablar con alguien que lo comprendiera, pero Miroku no abría los ojos. Su dilema no duro mucho, ya que segundos después sonó la estridente campana del colegio, indicando que la jornada escolar habia terminado.

InuYasha se levantó rápidamente, y antes de correr hacía la puerta, atropellando a la profesora y cuanto tuviera delante, le arrojó un libro a Miroku para que despertase, golpeándolo en la cabeza muy fuerte.

– ¡AYYYYYYYY! – exclamó frotándose con cuidado la cabeza y dejando al descubierto un chichón - ¿Se puede saber por qué hiciste eso? Me duele Me duele Me duele Me duele Me duele Me duele Me... – calló al ver que InuYasha levantaba un brazo con otro libro todavía más grueso y decidió, por su propio bien, seguirlo.

– Vámonos – se limitó a responder.

Miroku bostezó ruidosamente y ambos salieron al pasillo. InuYasha caminaba tan rápido que Miroku corría para poder alcanzarlo.

– Amigo, si quieres hablar... – comenzó indeciso.

InuYasha se paró en seco y lo miró. Miroku deseó que la tierra se lo tragara, pero ya había comenzado y ahora tenía que terminar la frase, aunque se le fuera, literalmente, la vida en ello.

– No sé de qué me estás hablando, así que explícate... y hazlo rápido. – gruñó él.

– Mira, sólo quiero ayudarte... – InuYasha lo miró y levantó una ceja – y vivir algunos años más.

– Pues no puedes, ni siquiera te imaginas lo que... no importa, estoy bien, así que sólo déjalo ¿Quieres? – dijo casi en un susurro, aunque sonaba más a una orden que a un pedido.

– Está bien, pero ese cuento de que ya estás de vuelta yo no me lo trago.– dijo Miroku, con una voz que aparentaba más valor del que tenía – Puede que no quieras hablar ahora y eso lo respeto, pero no te hagas el hombre sin emociones conmigo porque te conozco demasiado... y tarde o temprano tendremos que hablar del tema.

– Miroku... estás apunto de ganarte una golpiza ¿Te apetece? – gritó InuYasha fuera de sí, pero se arrepintió luego porque agregó – Pero... ehm... gra- gracias igual .

Miroku asintió y ambos siguieron caminando en silencio. Miroku comprendía perfectamente el dolor de su amigo, después de todo, había perdido a la persona que más amaba, incluso más que a sí mismo. Miroku había estado con él en todo momento, cuando conoció a Kagome, cuando comenzaron a salir, incluso los había espiado detrás de unos arbustos cuando InuYasha le dijo que la amaba.

Nunca había visto a InuYasha tan alegre como cuando estaba con Kagome, y el día que rompieron tuvo que consolarlo durante horas porque si bien había sido una decisión mutua, estaba destrozado y realmente necesitaba un amigo... o alguien que pusiera los objetos afilados fuera de su alcance. Poco después de la ruptura, Kagome salió un par de veces con Kouga, un apuesto y engreído joven que quería ser como InuYasha y estaba acosando a Kagome mucho antes de que InuYasha y ella rompieran.

Kagome tampoco la había pasado tan bien, porque amaba a InuYasha, pero por algún motivo insistió en terminar la relación alegando excusas incoherentes, entonces InuYasha, que al principio no creía una palabra, se convenció de que Kagome sólo estaba jugando con él y se marchó muy enojado.

Estuvieron separados por dos años, durante los cuales Kagome salía con Kouga y parecían realmente enamorados, mientras que InuYasha, aún con el corazón en pedazos, se dejó utilizar por Kikyo, una insulsa porrista que sólo quería ser popular y había elegido a InuYasha como su próxima víctima. Anduvieron juntos unos meses, y luego ella se cansó de él y lo dejó por un tal Naraku porque según ella eran el uno para el otro.

Miroku había acompañado a InuYasha en todos esos momentos, ofreciéndole su apoyo y amistad incondicionales. Cuando InuYasha volvió con Kagome, unos meses después, no dieron ninguna explicación y nadie sabía qué había pasado, pero aparentemente, cualquier problema que los mantuvo separados ya no existía... por el momento.

Él, feliz de tener a su amigo de vuelta, no insistió con las preguntas, y todo marchó bastante bien durante varios meses, es decir, la pareja tenía sus discusiones, pero nunca era algo tan grave como para que un beso no lo solucionara.

Miroku observó detenidamente a InuYasha. Tenía los ojos entrecerrados y el entrecejo fruncido, pero su mirada, ausente y lejana, indicaba que no era buena idea molestarlo.

En realidad, InuYasha estaba recordando el día en que Kagome y él hicieron el amor por primera vez. Tenían 15 años, y aún jóvenes e impacientes, no quisieron esperar más.

--FLASHBACK--

BEEEEEEEEEEP BEEEEEEEEEEEP BEEEEEEEEEEEEEEP BEEEEEEEEEEEEEEP BE-

CRASHHH!

La alarma del despertador se apagó violentamente cuando un robusto brazo lo arrojó contra la pared, a unos cuatro metro de distancia.

InuYasha abrió lo ojos de golpe y vio el despertador hecho pedazos. "Es el tercero esta semana...¡Feh! Ni que me importara realmente, esa cosa hace demasiado ruido" pensó mientras saltaba de la cama en boxers.

Buscó una camisa negra y unos jeans gastados y se miró al espejo, otra vez había soñado con Kagome. No podía evitarlo, su instinto le decía que ella era la indicada, y la única mujer en su vida y deseaba más que nada hacerla suya en todos los aspectos. Pero ella quería esperar. ¡Maldita mujer! Ni siquiera le había dejado responder, le comunicó que no pensaba acostarse con nadie hasta que estuviera casada y cuando él quiso replicar algo le desordenó el cabello y le susurró al oído:

No tienes opción, si en eso estabas pensando. Conmigo no, al menos. Pero eres libre de irte con otra ¿Quieres dejarme? – lo miró con pena en los ojos, y se veía tan linda que no supo qué responder.

Jamás haría eso Kag, se hará como tú digas – murmuró casi inconscientemente.

¡Ni siquiera había replicado algo¡Se había limitado a mirarla hipnotizado como un estúpido¿Dónde quedaba su orgullo? Le molestaba pensar en eso, aunque no pudo evitar sonreír al darse cuenta que Kagome siempre se salía con la suya. Siempre. Pero no ese día.

InuYasha llegó tarde a la escuela, como siempre, y se encontró con Kagome en la entrada. Le sorprendió ver lo provocativa que iba vestida, y le molestó la escrutadora y sinvergüenza mirada que Kouga le dirigió a sus piernas, pero ella no pareció darse cuenta.

InuYasha, al fin te dignas a aparecer – dijo plantándole un beso en la mejilla.

¿Por qué¿Me estabas esperando? – preguntó curioso al tiempo que ella dirigía una mirada nerviosa a ambos lado antes de responder.

Pues, si. Vámonos, no tenemos mucho tiempo.

Pero la escuel.. – fue lo único que logró decir antes de que Kagome lo mirara con cara de "si claro, porque tu, el estudiante modelo jamas faltarías a clase", y lo arrastrara a su auto.

Ehm... Me encanta la sorpresa, pero... – la miró suplicante - ¿Por qué tenemos que llevar mi auto? O sea, al menos déjame conducir... No es que no te crea capaz de hacerlo, por supuesto, pero él... es mi bebé – agregó rápidamente, al ver que la expresión en el rostro de Kagome ahora era de "estás arruinando el ambiente, o te callas o me ocupo personalmente de que así sea".

Subieron al auto, InuYasha en el asiento trasero y con los ojos vendados, rezando por el bien de su Corvette y porque el seguro cubriera los gastos de cualquier incidente automovilístico que tuviera Kagome, que conducía despreocupadamente con una sola mano en el volante, y mirándose en el espejo por si se le arruinaba el maquillaje. Unos veinte minutos después, que para InuYasha fueron varias y largas horas de pánico por su vida y auto, llegaron a un bar, el mismo al que habían ido en su primera cita.

Kag... dime¿Qué es exactamente esto? – preguntó titubeante.

¿A qué te refieres¿Es que no te gusta? – dijo, visiblemente afectada.

No es eso... todo esto me encanta, es más: no deberías haberte molestado, pero ¿Por qué nos salimos de la escuela? Tú bien sabes que esto lo podríamos haber hecho hoy a la noche, que por el otro lado habría sido más conveniente, aunque eso no importa y ¿Por qué llevas esa ropa? Tú nunca te vistes así, además, todo el mundo te ve las piernas y no me gusta ¿Por qué el cambio¿Sucede algo? – lo dijo con el mayor tacto posible - ninguno- y rogó para que ella no se lo tomara a mal, pero es que él estaba realmente preocupado, había cambiado de un día para el otro.

Es que... bueno, lo de la escuela, pues yo sé que tú no eres de los que atienden a clase regularmente, y cuando éramos sólo amigos no era un problema; yo te sermoneaba y tú me prometías portarte bien, pero hacías lo que se te antojaba, pero ahora... – suspiró ruidosamente y continuó – ahora que somos... tú sabes, has cambiado, ya no haces nada de lo que hacías antes y pues, bueno, cuando salías con K... con Kikyo no cambiabas, y es que no quiero que te sientas obligado a ser como yo, porque yo te amo así como eres y... no quiero que cambies – terminó, notando su sorpresa cuando ella mencionaba el nombre de su ex.

Pero... pero ¿Qué dices? Kagome, yo era diferente con Kikyo porque no conocía otra manera de ser. Yo no me siento presionado ni obligado a cambiar, contigo soy feliz, Kagome. Recuérdalo, porque nadie me ha hecho sentir tan bien como tú, y en cuanto a Kikyo, pues esa relación era nefasta, nos heríamos mutuamente, y francamente no veo como algo así pueda tener futuro. Además – prosiguió, sin darse cuenta de que un cierto pervertido los observaba desde unos arbustos, esperando ver acción – yo... yo te amo, y eso no cambiará nunca.

Kagome, evidentemente emocionada ya que no se esperaba esa reacción de parte de él, lo abrazó, y luego de unos minutos le susurró al oído – Estoy lista... y quiero que seas tú.

InuYasha tardó unos segundos en procesar lo que acababa de escuchar, y no entendía de qué le estaba hablando Kagome, hasta que una lamparilla, muy solitaria y con poca batería, se prendió en su cabeza. Se separó de ella y la miró a los ojos, ella sostuvo su mirada, decidida.

¿Estás segura? Tú sabes que puedes tomarte todo el tiempo que necesites, jamás te forzaría a hacer algo que tú no quieres... ¡no soy Miroku, por el amor de Dios!

Kagome estuvo tentada de reír ante el comentario, pero se contuvo porque sino InuYasha pensaría que estaba bromeando, y ella hablaba muy seriamente.

Inu, no me siento presionada, al contrario, te amo más que nunca y creo que eso es lo único que importa a la hora de hacer el amor: que estemos enamorados, pero InuYasha... – dijo dudando si proseguir y preguntar aquello que la mantenía desvelada por las noches y que era fundamental para tomar el siguiente paso.

Dime.

No me dejarás nunca¿Verdad?

Pero Kagome¿Qué estás diciendo¡Claro que jamás haría cosa semejante! Tú y sólo tú eres la mujer para mí.

Ella se sintió reconfortada al oír esas palabras, que tanto necesitaba, pero algo en su interior le decía que eso no era cierto, y que su felicidad con él no duraría mucho.

Ignoró esos horribles presentimientos y le dijo a InuYasha:

Bien, entonces estamos de acuerdo. Creo que deberíamos esperar hasta hoy en la noche, y si no te molesta, es mejor si voy a tu casa, así estamos más tranquilos, porque honestamente, la idea de que mi madre nos descubra en algún acto según ella pecaminoso, no me es muy halagüeña¿ok?

InuYasha se sorprendió ante la sinceridad de la joven, pero por supuesto, luego recordó que estaba hablando con Kagome, SU Kagome, y que la sinceridad era una costumbre inquebrantable en ella. InuYasha sabía que de lo último que tenía que preocuparse con ella era que le mintiera. Siempre, desde niños, le había dicho la verdad. Y ninguno de los dos se imaginaba que eso fuera a cambiar.

--END FLASHBACK--

InuYasha subió a su auto, el mismo Corvette que tenía hace tres años, con Miroku, que le pidió un aventón porque no tenía ganas de caminar con los libros hasta su casa. Lo dejó en la esquina y esperó a que entrara para irse prácticamente a toda velocidad hacia la suya.

Su casa, una enorme mansión con incontables habitaciones, estaba a unos 10 minutos de la de Miroku, así que no tuvo mucho tiempo para seguir pensando. Pasó por al lado de los guardias que apenas lo miraron y llegó hasta las rejas de la entrada principal. Se identificó en un tablero digital que estaba a la altura de la ventanilla. Su padre había instalado complejos sistemas de seguridad luego de la muerte de Kagome, pero InuYasha no encontraba un buen motivo para hacerlo: su muerte había sido un accidente, y no compartía las descabelladas hipótesis de su padre sobre lo ocurrido. Es más, se rehusaba a hablar de ello, y el único que no salía lastimado cuando sacaba el tema era Miroku, bueno, tal vez sí recibía algunos golpes pero nada muy grave.

Las rejas se abrieron en silencio y él entró casi automáticamente, sin mirar hacia delante y con la mirada perdida. Dejó el auto en el estacionamiento y subió los más rápido que pudo a su habitación. Aunque no demasiado.

Se detuvo en seco cuando la voz de su madre lo llamó, y se dio vuelta de mala gana. Odiaba tratarla mal, pero no estaba de buen humor y no podía garantizar una buena actitud. Su madre pareció intuirlo, porque sin mucha ceremonia le dijo:

– Oye, más te vale no descargarte conmigo que sólo quiero saber qué tal estuvo tu día, nada más. Me imagino que no tienes ganas de hablar, y lo comprendo, pero sé lo mucho que te duele, y sólo quiero que sepas que estoy aquí si me necesitas.

InuYasha estaba realmente frustrado ¿Por qué todo el mundo le decía lo mismo? Si iban a molestarlo con esas estupideces que al menos fueran algo más originales.

– No me descargaré contigo, mi día fue un asco, no quiero hablar, no tienes idea de cuánto me duele o cómo me siento y no necesito a nadie. – dijo con voz monótona y cansada, mientras subía las escaleras, esta vez sí veloz como el rayo.

Izaioi se quedó mirando el lugar donde antes había estado su hijo, perpleja. La única persona que podía entender a ese cabezadura ya no estaba para ayudarla... las cosas se complicaban cada vez más. Suspiró cansada y se fue a su alcoba.

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Saludos,

Val.