1.- I just gotta get out of this prison cell.

Viento. Azotándole la cara. Un par de cientos de metros atrás, había liberado su pelo, que bailaba libremente entre la brisa que iba en dirección opuesta hacia donde se dirigía a ella. Si es que se dirigía a algún sitio.

Para cada uno, la libertad toma una forma distinta de expresarse. Para un campesino que se pasa el día trabajando, libertad es volver a casa y tumbarse a descansar o irse a la taberna con los amigos a dejarse el sueldo que acaba de ganar. Para un esclavo, puede ser el no estar atado a alguien. Para ella, libertad era el viento, el viento que podía sentir en su cuerpo cuando huía de su casa, de sus responsabilidades, cuando corría dejándolo todo atrás sin importarle lo que podría perder. Al fin y al cabo, si ella era libre, no debería haber nada que le impidiera salir de las murallas y hundirse en la espesa naturaleza a las afueras de éstas. Por supuesto, no era así.

Casi siempre que huía, era porque en el castillo había habido una discusión, normalmente entre ella y su madre, pero podría haber sido cualquier cosa. Cuando huía, pasaba como máximo un día fuera y luego volvía, disculpándose con todos, tragándose su orgullo. Cuando huía, sabía que si volvía, se la cargaría, pero su objetivo siempre que huía era no volver. Cuando huía… Nada más le importaba. Por lo tanto, no siempre gozaba de esa libertad. En el momento en el que se castiga a una persona por hacer cierta cosa, esa persona ha dejado de tener plena libertad, y ella, como amante de la libertad, no podía dejar que aquello ocurriera.

Aquella vez no pensaba volver. Pero seguro que en castillo confiaban en que lo haría.

No. Aquella vez iban a ser sólo ella, su arco y su caballo. Su querido Angus, el cual parecía ser el único que le comprendía.

Llevaba horas cabalgando, quitando algún descanso que había hecho y seguía con la sangre hirviendo. Realmente, la discusión no había sido diferente a las que había tenido otras veces con su madre. Si que es verdad que podría estar peor, pero también podría estar bastante mejor, y que la tuvieran retenida en un castillo sin poder salir y teniéndose que comportarse como debería hacerlo toda princesa no era la pasión de su vida ni mucho menos. Pero si era un enfado normal, ¿por qué seguía enfadada? Tal vez ya no aguantaba más. Tal vez esa había sido la última vez que su madre la obligaba a hacer algo. Estaba más convencida que nunca a no volver, pero… ¿dónde diantres podría quedarse? En el fondo era una niña. Una niña a kilómetros de casa en el anochecer, sola, con la única compañía de su caballo. Y nada le atemorizaba más que estar sola.

Cuando de repente una ráfaga de fuego salió de detrás del bosque, medio kilómetro más hacia delante. Se puso de nuevo la capucha, ocultando su abultado pelo y le pegó con el talón al costado a Angus para que acelerara. En unos intensos minutos esquivando árboles, al fin llegó hasta el origen del fuego. Un círculo de diez metros de radio estaba dibujado en el suelo. Se bajó inmediatamente del caballo, buscando por alrededor algo. Algún herido, el causante… Cualquier cosa. Sin demasiado éxito, hasta que escuchó un grito un par de árboles más allá. Corrió con todas sus fuerzas, con el arco listo para cualquier cosa que se interpusiera en su camino.

Cuando llegó, había un chico en el suelo. Destensó un poco el arco, mirando hacia los lados, sin ver nada más que él. Era un chico delgado, de pelo castaño y no demasiado alto, aunque para lo bajita que era ella también, era un chico normal. Iba vestido con ropajes como de un cazador, con unas botas y un chaleco de pieles y el resto de ropa muy normalita. Tenía cara de no haber matado una mosca en su vida, aunque sus ojos parecían fuertes. Probablemente había visto mil cosas atroces.

La chica alzó una ceja.

-Esto… ¿Estás bien? ¿Qué diantres ha pasado? –Preguntó ella.

-¿Eh? Oh… Nada, nada. Que… He visto un ciervo y me he asustado y me he caído, sólo eso. –Respondió el chico, algo nervioso.

-Ya claro… ¿El mismo ciervo que hace dos minutos ha quemado la hierba veinte metros hacia allí? –Comentó la chica, alzando una ceja.

-Oh, bueno… Eso… No tengo ni idea de lo que ha sido… Acabo de llegar y… -Un rugido cortó al chico.

Detrás de él, apareció una criatura de dos metros más o menos de alto, de un color negro que se fundía con la noche. De no ser por sus enormes ojos, de un color verde, algo amarillento, probablemente ni se habría dado cuenta de que estaba allí.

Como acto reflejo, levantó el arco, tensando la cuerda con la flecha que llevaba preparada desde que había ido a pie y la apuntó justo al centro de la frente, cuando el muchacho gritó que se detuviera. La chica le miró con una mezcla de sorpresa e incredulidad en el rostro. Sin embargo, en ningún momento destensó el arco ni lo bajó.

-¡Déjame explicártelo, pero por favor, baja el arco! ¡Es inofensivo! –Le intentaba convencer el chico, con las manos extendidas, poniéndose entre ella y la bestia.

Ella cedió. Bajó el arco, alzando una ceja, destensó un poco la cuerda, pero en ningún momento guardó la flecha de nuevo en el carcaj ni la movió del sitio. Solo por si acaso.

-Verás… Sé que puede resultar raro, pero él es algo así como mi mascota… -Le explicaba él, cuando la criatura le puso la cabeza al lado de la oreja y rugió ante el comentario del chico.- Bueno… Mi compañero. Mi amigo. ¡Lo que sea! Sé que no es lo más normal tener algo así de compañero, pero… Bueno, es algo que creo que nadie va a poder llegar a comprender nunca…

-Ya, claro… -Ella no acababa de creerse que el muchacho fuera amigo de tal animal. Si es que era un animal.- Ya, claro, sí, te comprendo totalmente. –Mentira.- Pero… ¿Qué es?

-Esto... Bueno, mi amigo... Es inofensivo, en serio. No te va a hacer nada, y a mí menos... –Siguió el chico.

-Te he preguntado qué es, no que me digas por qué no debería atravesarle el cráneo con una flecha.

-Bueno, probablemente se rompería y entonces sí que te atacaría y... –Él alzó la vista y la chica le miraba con una ceja alzada.- Vale, vale... Es un... Un dragón.

Ella se quedó mirándole a los ojos, sonriendo. Unos segundos después, estalló en carcajadas. El chico suspiró y se dejó caer al suelo.

-Va en serio. Es un dragón. ¿Si no, cómo explicas el fuego y la grandeza, y esos ojos y los gruñidos? No hay animal alguno que ruja así. –Le explicaba él.

-Ya, bueno... ¿Y dónde lo encontraste?

-Bueno, es una larga historia... Y es muy tarde.

-Yo no tengo nada que hacer ni sitio donde ir. A mí no me importa, la verdad. –Le rebatió la chica.

-¿En serio? –Preguntó el chico, con una clara expresión de sorpresa.- Bueno... Supongo que puedes venirte con Desdentao y conmigo, aunque no sé si las cuevas serán de tu agrado... –Le comentó el chico, tras fijarse en los elegantes ropajes que llevaba la chica.

-Espera, ¿qué? ¿Desdentao? ¿En serio? –Ella volvió a estallar en carcajadas, haciendo mucho ruido.- Vale, para mí oficialmente ya ha perdido toda su fiereza. ¿Y tú como te llamas? ¿Inorejao? –Volvió a reírse de él.

-De hecho no. Mi nombre es Hipo. Un placer, supongo. –El chico le tendió la mano a la chica.

-¿Sabes? Me has caído bien. Eres algo inocente, pero me has caído bien. Y tu mascota mola. Soy Mérida. La princesa Mérida de DunBroch. –Le estrechó la mano, con una enorme sonrisa.

-Vaaaaaya... DunBroch. Eso es fantástico. Yo soy de la Isla Mema. Por favor, no te vuelvas a reír. –Se adelantó él. Ella hizo un gesto de cremallera en la boca.

-Está bien. No risas, nada. Bonito nombre. –Respondió, intentando aguantarse la risa, un poco mal.

-Y dime... ¿Cómo se llama tu caballo? –Preguntó

-Oh... Él es Angus. Lo tengo desde que era muy pequeña y siempre me ha acompañado. Ha sido un amigo fiel. Y hoy me ha traído hasta aquí. –Explicó ella.

-Guaaaau... Qué genial. Oh, es cierto. ¿Cómo has llegado al medio de la nada? Es decir... ¿Por qué? ¿No se supone que deberías estar en un castillo o un palacio haciendo cosas de princesa y cenando comiendo mucho hasta reventar y tocando instrumentos y esas cosas que se hacen en los castillos?

-Bueno, es una larga historia... Y es muy tarde. –Le contestó la chica, imitándole.- Tenemos mucho que contarnos, por lo que veo. ¿Qué tal si vamos a tu... cueva o lo que sea y nos ponemos un poco al día? Si voy a pasar la noche contigo, me gustaría saber un poco más de ti.

-Oh, perfecto. Está a un par de metros de aquí, no demasiado lejos. Y creo que él te caerá bien.

-Espera, ¿él? ¿Hay otra persona? –Preguntó curiosa Mérida. La verdad es que le apasionaba conocer nueva gente.

-Bueno, sí. Es un poco raro, pero en el fondo es buena persona. Algo solitario, pero no se merece estarlo. Muchas veces las personas solitarias son las que más necesitan tener a alguien y son las personas que más merecen la pena. Como Desdentao. –Dijo Hipo, tras lo cual le rascó bajo la cabeza al enorme dragón.

-Entiendo. Bueno, vamos a hacer marcha. Este bosque me da escalofríos de noche.

-¡Genial! Sígueme, es por aquí.

Acto seguido, Hipo se subió sobre Desdentao, que alzó el vuelo, aunque sin acelerar mucho para que ella le pudiera seguir el ritmo a caballo. Inmediatamente, ella se montó sobre Angus y le siguió el ritmo al dragón lo mejor que pudo, aunque más de una vez lo perdió de vista. Tras unos minutos intensos, tras los cuales Angus acabó bastante ahogado, llegaron a una cueva con una entrada la mitad de alta que ellos. Ambos se bajaron de sus monturas. Mérida se giró para mirar al chico, el cual le respondió con una sonrisa y le señaló con la cabeza el agujero. La chica no daba crédito a lo que veía, pero aún así, decidió fiarse, se agachó y entró por el agujero. Nada más entrar, atravesando una cortina, la primera visión fue una luz azulada que inundaba la sala.

Era una cueva muy bien adornada, con dibujos y adornos por las paredes y unas antorchas que en vez de fuegos desprendían una extraña luz azul. Ella prefería el fuego, pero aquello no estaba mal. Y para ser una cueva no estaba nada mal. Hipo entró detrás de ella. Al otro lado de la sala estaba él, un chico con una sudadera azul con detalles blancos por arriba y el pelo más blanco que Mérida jamás había visto. Y unos enormes y preciosos ojos azules. El chico parecía no creerse lo que veía.

-Espera... –Le dijo, antes de que ella pudiera decir nada.- ¿Puedes... Puedes verme?

La chica giró la vista a Hipo, bastante extrañado, y a Hipo se le borró la sonrisa de la cara, siendo algo más triste su rostro.

-Creo que tenemos otra larga historia que contar... –Suspiró él.- Mérida... Te presento a Jack.