Los personajes de Saint Seiya no me pertenecen.


Capitulo 1

Ella.

-Mi señora. -El sirviente le quito con sumo cuidado la capa a la dama- ¿Está segura de lo de hoy? -Interrogo en un ligero susurro.

-Solo los débiles dudan -La mujer se dio vuelta y le miro fijamente a los ojos.- Yo todo lo hago sabiendo las consecuencias. -Informo en un tono tan helado como su mirada. Su sirviente realizo una ligera inclinación de la cabeza, jamás le llevaría la contra a su ama, menos cuando llevaba en sus bellos ojos esa helada mirada.

Una dama, un tanto mayor, se acerco a ambos. La señorita venida del extranjero llamaba mucho la atención de los jóvenes y ella tenía una hija que estaba dispuesta a desposarse con el más rico del salón. Otro hombre de la misma nacionalidad que la joven... Era raro que ella se presentara en las fiestas, demasiado raro.

-Cuanta cercanía con su sirviente- Comento la mujer, mientras habría su abanico y le miraba por encima de este- Una joven como usted... tan cercana a su sirviente... Es motivo de dudas morales, más siendo una joven que participa tan poco en las fiestas.

-Mi lady- La mirada de la joven fue por demás helada, a pesar de su sutileza- La cercanía de mi sirviente se debe a que me estaba asistiendo. -Sonrió sutilmente.

-¿Enserio? -La anciana sonrió de forma zorruna, si podía arruinar la imagen de la chica sería muy feliz esa noche- Se veían muy próximos... -Ya más de uno tenía su mirada en la joven.

- A diferencia de usted. -Elevo apenas un poco la voz, ya que su interlocutora también había subido unos ligeros niveles su timbre para dejarse oir- Mi sirviente solo me asiste... Es un leal ayudante, solamente.

-Se nota que es leal... -La mujer le miro fijamente- Yo también tengo sirviente leales y ellos...

-Seguramente tiene sirvientes leales. -La chica le dedico una cándida sonrisa- tengo entendido que le encanta la cercanía de los hijos quincenarios de sus criados... Sin duda tienen que ser leales, para tolerar que una mujer que podría ser su abuela se les acerque tanto a sus hijos-El rostro de la mujer se transformo en una mueca de ira. Para sus adentros más de uno aplaudió las palabras de la chica, la mujer no era vista con buenos ojos por muchas de las damas presentes.

-Mi señora. -Camus miro a la dama mayor- Le pido que sea educada, no está bien que moleste a mi ama -La mujer miro fijamente, estaba dispuesta a replicarle algo al maldito sirviente.

- En Grecia, no sé si es lo mismo en Inglaterra, el trabajo de los sirvientes es el de asistirnos en lo cotidiano, no en la cama. -Los susurros no tardaron en circular, todos lo sabían pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta- Camus, tiene terminantemente prohibida la entrada a mis aposentos... -Le miro fijamente.- Supongo que vuestro esposo tiende a prohibirle, a los criados jóvenes, entrar al cuarto -embozo una sutil sonrisa- Dado que a él le encanta las caballerizas para fecundar a sus bastardos... -La renombrada dama inglesa se puso roja por la rabia, al igual que su esposo, ahora eran todos los que miraban a la envejecida pareja.

Sin duda, la envejecida dama había elegido a la joven equivocada para molestar.

Salón de Baile. Dos horas después.

La joven estaba sentada en una silla, escoltada por su leal sirviente. Un hombre no tardo en acercarse con una sutil sonrisa en los labios.

-No esperaba verte aquí. -La chica le miro y le dedico una sutil sonrisa- Sigues tan hermosa como siempre.

-Gracias por tus palabras- Informo serena, para luego observar a su sirviente- Camus, creo que ya es hora de retirarme. -El sirviente realizo una inclinación con la cabeza.- Si me disculpas, no está bien que este cerca de uno de los asesinos de mis padres- Sus ojos tuvieron un helado brillo y su sonrisa fue por demás helada, mientras se levantaba- Disfruta la fortuna que forjaste con lo que me robaste -La chica le dedico otra sutil sonrisa, cualquiera que mirara la conversación pensaría que hablaban un tema agradable. - Te destruiré a ti y al perro sarnoso que tienes como hermano. -La joven comenzó a retirarse.

La mano del hombre se tenso alrededor de la copa que sostenía en sus manos. La razón por la que ningún otro se acerco a ella, era porque la joven ya se había hecho fama de temible contrincante. Tanto en el área laboral como en las tertulias. La chica había llegado a Inglaterra hacia dos años, con solo 20 años, escoltada por su leal y callado sirviente.

Antes que alguien lo notara, se había hecho dueña de muchos embarcaderos y tantas flotillas como gotas de agua tiene la lluvia. Se había vuelto la mujer más poderosa de todo Inglaterra, solo superada por la reina. Ahora todos los jóvenes adinerados, así como también los no tan jóvenes, estaban tras su fortuna.

Ella era la dama de las sombras, la que manejaba la verdadera economía inglesa. Nada pasaba sin que llegara a sus oídos, temible adversaria como se podía notar hacía solo unas horas atrás.

Nadie, en su sano juicio, la retaría o se pondría en su camino.

Habitación de sirvientes, Mansión, St. Jame's, Londres. Tres horas después.

El hombre estaba quitándose la camisa, había sido un día muy largo y extenso. Más aun la noche. Su ama sin duda había llegado a los límites de la paciencia de más de uno, siempre con esa inocente sonrisa y sus sutiles palabras, pero había tenido el cuidado de no atravesar ese límite. Era muy astuta, hacía ver sus palabras como comentarios inocentes. Como si fuera un pequeño detalle picaresco, una sencilla anécdota que no afectaba a nadie. Aunque mencionar esas simples palabras, ponía en cólera a más de un refinado ingles.

Bailando en el filo del cuchillo, teniendo el cuidado de no cortarse con este, solo su ama podía hacer ese acto tan prodigioso.

Nadie podría asegurar que las palabras de su ama, en realidad estaba completamente planeado todo, fueran dichas con alguna mala intención.

-Camus -El hombre se dio vuelta y se encontró con el helado semblante de su ama. Frió e inexpresivo como el más bello semblante de un ángel labrado en el más puro mármol -Necesito ver una cosa...-Puso su mano el hombro del hombre y deslizo su mano por la morena piel del francés, deslizando la tela del algodón hacia abajo- Quiero ver la lista- Camus le miro de reojo, el tacto de su ama era siempre tan sutil. La caricia más pura y bella que se le podía suministrar. Solo ella podía hacer sentir vivo a cualquier ser humano, en una caricia tan delicada y sencilla.

-Mi señora... -Observo la mano de su ama, trazando los símbolos en su brazo. - ¿Tachara un nombre? -Pregunto suavemente, la mirada de la mujer seguía cada trazo, de cada dibujo expresado en la piel del hombre.

-No, aun no. -Dijo, antes de eliminar el contacto con su leal sirviente- Aun no eliminaremos esos nombres, aun me parece que podemos destrozarles un poco más. -Embozo una leve sonrisa- Tendrán que sufrir un poco mas -Le miro a los ojos, antes de embozar una sutil sonrisa- Tienen que desear irse de este espantoso país. -Miro hacia un costado- Hasta aquí he llegado para destruirles. -Miro por la pequeña ventana, dejando que la tenue luz de la luna diera en su frió semblante, antes de embozar una nueva sonrisa- A los culpables y sus cómplices. -hizo una pausa- Le pesara un castigo, mi castigo.

-Mi señora, aquí tiene un nuevo motivo para sonreír. -Informo sumiso el hombre, mientras se ponía con una rodilla en tierra y le tendía un anillo.- Espero que sea de su agrado mi humilde presente. Ordene a Sigfrido ir por él mientras se llevaba a cabo la fiesta.

-El anillo de mi madre, dale mis gracias a Sigfrido por ir por él -tomo el anillo de oro con el brillante rubí y lo coloco en uno de sus delicados dedos- Alhaja robada Imposible de ser exhibida en público si no eres su legitimo dueño -miro al sirviente- Incluso tiene en la cara interna el símbolo de mi familia -Miro fijamente a Camus- Te felicito Camus, tu lealtad me tiene sorprendida -Acaricio la mejilla del hombre con sutileza- Eres un buen sirviente- Informo, antes de salir del humilde cuarto.- No hay quien te supere.

-Se lo iba a entregar mañana con su desayuno, para que sus días ya comenzara con una sonrisa. -Hizo una pausa- Mi ama.

-Camus, todos mis días inician con una sonrisa -Informo con una helada sonrisa en los labios- dado que cada día, acorralo un poco más a mis enemigos. Llevándolos al precipicio de la ruina. -Comenzó a caminar hacia la puerta- Un día que no es iniciado con una sonrisa, es un día perdido.

Camus miro su humilde catre, a escasa distancia había una pequeña encimera que daba calor a la habitación. Sonrió sutilmente, que su ama sonriera todos los días, era un motivo para que el sonriera también.

Continuara.