Sentía cómo el gran peso de su cuerpo desnudo lo mantenía boca arriba sobre una tarima cubierta con una tela de un intenso rojo carmesí y unas delgadas y largas manos sujetándolo en cada una de sus extremidades, haciéndole ver el cielo nocturno ligeramente nublado. No podía moverse, no podía hablar. Entonces venía "eso" de nuevo, una extraña silueta cuya identidad desconocía; de un hermoso cuerpo con piel marmórea y una belleza demoniaca que acercándose peligrosamente caía sobre su cuerpo rígido haciéndolo estremecer, lamiendo con gula su delgado cuello como si de un caramelo se tratase…

Tic… Tac…

Tic… Tac…

Tic… Tac…

Tic… Tac…

El péndulo del reloj de madera sobre su cabecera emitía un sonido hermoso y relajante que lo deleitaba cada vez que pasaba los ratos de su tiempo libre sentado en su cama en compañía de un buen libro y un tazón rebosante de golosinas; pero a las cuatro diecisiete de la madrugada la opinión sobre éste cambiaba por completo a ser una molestia incómoda y desesperante. Era quizá la presión del trabajo la causa de su constante insomnio.

A menudo solía preguntarse si existiría una noche en que durmiera tranquilo. A sus cortos trece años, siendo dueño de una belleza inhumana de la cual sus padres eran conscientes firmaron para él un contrato en el que se establecía que los siguientes tres años habría de trabajar para la prestigiosa y mundialmente reconocida agencia de modelos Earl Gray. Todo a cambio de una atractiva suma de dinero que recibía en un cheque al mes, viajes con todo incluido, membresías VIP y Gold en las tiendas de su antojo, ropa de diseñador, vuelos privados, estudios en casa, fiestas, lujos, caprichos y comodidades… la vida soñada de que cualquiera quisiera tener.

Cabe decir… que dejando de lado las contadas veces que cruzaba unas cuantas palabras con su familia a la semana, la estricta dieta que seguía en la cual solo se le permitían dos comidas al día con raciones pequeñas, las horas extras sin paga, los conflictos con las editoriales para hacer públicas sus fotos (pues no sólo dependía de su buen atractivo físico y talento frente a la cámara, sino de la "flexibilidad" para convencer a los editores), los desvelos por asistir a las fiestas de bienvenida que la empresa organizaba cada llegada y salida de un nuevo miembro (que eran bastante seguidas, puesto que al menos dos veces al mes solían sustituir a varios) y entre otras cosas... dejando de lado las bochornosas complicaciones que su trabajo implicaba, su vida era perfecta.

7:45 a.m.

Llevaba una hora y media desde que se había levantado y ya no se podía distinguir si existía alguna cama bajo las montañas de camisas, vaqueros, chamarras y bufandas que se habían formado sobre ella. Debía ir bien presentable porque era un día importante, era día en que se vencía el plazo del contrato que había firmado hacía tres años atrás. Obtendría buenas propuestas de trabajo con la carta de recomendación a su salida, o en caso de ser bastante afortunado, con algo de suerte podría conseguir renovar su contrato con la empresa.

No le importaba mucho pensar en lo futuro, el disfrutaba del momento. Era un buen día, se sentía menos presionado.

8:26 a.m.

Entró con su andar perezoso en la cocina de su apartamento, sacó un envase de jugo de naranja de la nevera y cogió una manzana. Sobre la barra de desayuno encontró una nota de su madre.

Ciel.

El señor Barker organizó una cena especial para ti. La recepción será a partir de las 9:00 p.m. en el hotel Plaza. Antes ha solicitado verte, llámalo. Tengo que ir a buscar un buen vestido y a recoger a tu padre al aeropuerto. Está ansioso por verte. Nos vemos en la cena.

Te amo. Mamá.

"Mierda" Maldijo mentalmente anticipando el motivo del señor Arnold Barker para buscarlo antes de su cena de despedida.

-cuatro… siete… dos…- comenzó a teclear los diez dígitos del número de su jefe intentando concentrarse para no decir algo grosero cuando contestara ese hombre al otro lado de la línea.

-¿Aló?- pronunció una voz ronca y algo aguda al segundo timbre.

-Señor Barker…

-¡Ah! Querido Ciel, buenos días. ¿Estás listo ya para esta noche? Lamento mucho que haya terminado nuestro contrato, es una pena.

-Ya lo creo señor, en efecto, lo es.- contestó cortésmente con molestia tratando de ir directo al grano.- Rachel ha dicho que quiere hablar conmigo.

-Cierto pequeño. Quisiera discutir algunos detalles del contrato antes de esta noche. ¿Qué te parece si te das una vuelta a mi oficina a las once y cuarto?

-Tsk… Bien señor, lo veré hasta entonces.

-Esperaré ansioso Ciel.- colgó.

De nuevo comenzaron las maldiciones internas hacia la respetable figura del señor Barker, la persona que tenía el control absoluto de todos sus empleados en sus manos y no dudaba en hacerle la vida de cuadros a quién no aceptara una de sus proposiciones.

10: 24 a.m.

"Moriré si sigo más tiempo aquí" pensaba la pequeña figura de cabellos grisáceos poniéndose de pie sobre el sillón de pana verde de la gran sala de estar. A pesar de ser una persona solitaria, el estarlo así siempre comenzaba a deprimirlo.

Tenía bastante tiempo y no estaban sus padres, así que se decidió a irse caminando hacia el edificio de Earl Gray.

Salió de su apartamento y tranquilamente caminó entre las calles. No recordaba la última vez que había salido acompañado de alguien, tenía novia; pero realmente sólo pensaba en ella como una buena máscara para mantener a las admiradoras alejadas y nada más, en todo el tiempo de noviazgo no había mencionado ni una solo vez que la quería, y sus pocas salidas se limitaban a las fiestas de la empresa.

-Lizzy…- pronunció en un susurró melancólico al recordar el radiante rostro de la linda rubia que con tanto cariño se esforzaba en agradarle.- realmente… quisiera quererte.

Detuvo su andar unos instantes antes de cruzar la acera y volvió la vista hacia arriba, topándose con un modesto café frente al que todos los días pasaba en su auto sin darse cuenta de lo atractivo que resultaba, una linda fachada clásica de cantera tallada y un decorado al estilo inglés victoriano con cuadros y pinturas que aunque viejas, eran hermosas.

Entró sin pensarlo mucho, después de todo no quería esperar a Barker sentado en la recepción. No había mucha gente y eso le gustaba, detestaba los lugares concurridos. Era algo irónico siendo una figura conocida. Buscó lugar entre las mesas pequeñas para dos personas y tomó asiento debajo de un cuadro con fecha de 18_ _; en él se encontraba un joven conde de cabellos grisáceos con un parche en su ojo derecho recostado en un sillón de cuero, con la mirada hacia arriba dirigida a una mano delgada de piel nívea que le ofrecía una jugosa fresa. Sintió un horrendo escalofrío al contemplar con más atención aquella fotografía, tenía más de un siglo de antigüedad pero aquel conde poseía un completo parecido a su persona y aquella mano se asemejaba a las que cada noche lo mantenían sujeto en sus oscuros sueños.

Miró el único ojo descubierto del conde; aprisionaba el azul del océano en su mirada con un semblante amargo. Más que una simple fotografía, más bien parecía un espejo.

La camarera llegó a su mesa, una chica de cara muy bonita que podía competir incluso con la belleza de Lizzy, esbozando sonrisa tímida lo saludó cortésmente dejando la carta en sus manos. Pidió entonces un té New Moon y un pastel de naranja. La chica al momento regresó a la cocina mientras Ciel jugueteaba con una azucarera.

Fue entonces la primera vez que lo vio. Cruzó por la puerta de la entrada principal un joven alto y delgado, de piel marmórea y cabellos azabaches vestido con unos pantalones de mezclilla negra entallados, una camisa gris de manga larga y un suéter a juego con sus hermosos ojos escarlata. Dicho sujeto tomó asiento a dos mesas frente a él, dejando sobre la mesa un pequeño maletín negro y desdoblando el periódico que llevaba en la mano buscó la sección de clasificados.

Ciel lo miró fijamente unos segundos sin siquiera disimularlo, tenía idea de haberlo visto antes en algún sitio. La camarera volvió y dejó sobre su mesa una taza blanca con detalles azulados y violeta, parte de una fina vajilla de porcelana importada y una exquisita rebana de pastel recién horneado. El oji-azul ni siquiera la miró, continuaba con la vista clavada en el peli-azabache. La chica siguiendo la dirección de su mirada esbozó una amplia sonrisa y se acercó a la mesa del mencionado, saludándolo efusivamente con un fuerte abrazo y un beso en la mejilla a la que el mencionado respondió con cariño.

El menor no pudo evitar sentirse celoso al presenciar la escena, pero continuó mirándolos con atención. Ahora que los veía bien, ambos tenían bastante parecido.

-Qué bueno que hayas venido. ¿Quieres lo de siempre?- preguntó la chica con voz alegre.

-Si eres tan amable.- contestó.- Estoy muy cansado, quisiera descansar un rato.

-Te daré las llaves del apartamento…

"¡Ah! Sin duda es una pareja de enamorados" pensó con molestia el oji-azul dando un sorbo a su té hirviendo.

-No tardo, iré por tu café.- comentó la chica corriendo a la cocina mientras que el peli-negro volvía la vista al periódico.

Pasaron res minutos silenciosos, Ciel picaba el pastel con el tenedor al tiempo que miraba atento al extraño que frente a él leía con gran interés el periódico. De momento éste sintió necesidad de levantar la vista y ambas miradas se cruzaron, y observando que el menor lo admiraba con tanto interés le dedicó una dulce media sonrisa; la cual el pequeño quiso evitar bajando la mirada con un notorio colorete rosado en sus mejillas.

Repentinamente, el oji-escarlata se puso de pie y tomando el pequeño maletín de cuero corrió a gritar hacia la puerta de la cocina.

-¡Mia! Tengo que irme, te veré más tarde…- no dio tiempo de que la chica le contestara y atravesó el local a toda prisa, perdiéndose al doblar la esquina de la acera contigua.

Miró su reloj: cinco para las once. El edificio se encontraba a un par de calles, tenía el tiempo justo para terminar su pastel y llegar a tiempo.

11:10 a.m.

-Hola Paula.- Saludó a la castaña que le sonreía.

-Hola Ciel. El señor Baker te está esperando.

-Lo sé. Me ha citado a las once y cuarto.

-Ah sí. Tenía unas cuantas entrevistas para contratar fotógrafos, pero hace algunos minutos despachó al último. Pasa, está disponible.

-Gracias.

No tocó ni siquiera la puerta antes de entrar, se había acostumbrado a pasearse por todos lados del edificio como si fuera su propia casa.

-Me dijeron que terminaste antes.-dijo dirigiéndose sin una pisca de formalidad a un hombre de edad media, de cabellos chocolatosos y facciones finas que estaba senado en una silla de respaldo alto y acojinado dándole la espalda.- aquí me tienes.

-¡Ah! Llegaste puntual, bien lo esperaba de ti.- sonrió el hombre poniéndose de pie.-¿Qué esperas? Toma asiento, parece que es la primera vez que vienes aquí.- soltó entre una leve risilla sarcástica dirigiéndose hacia la pequeña nevera al otro lado de la oficina.-¿qué te apetece tomar?

-Estoy bien así. Gracias.

El mayor frunció el ceño y a regañadientes tomó asiento de nuevo, el chico era extremadamente cortante cuando no estaba de humor y aquello le irritaba con demasía.

-Bien Ciel. Seré directo.- comentó apoyando ambas manos sobre el escritorio.- hoy termina nuestro contrato.

-Eso lo sé.- sonrió por fin arqueando una ceja.

-¿También sabes que no puedo dejarte ir tan fácilmente?- retó el mayor sonriendo ampliamente apoyando el mentón sobre sus manos.

-El contrato termina hasta aquí. Estoy cansado.

-Pobresillo, no lo imagino. ¿Pero sabes? Eres la adquisición más valiosa que pude haber tenido, y de hecho, estoy seguro que hasta me suplicarás por dejarte que te quedes.- bufó sonriente.

-No entiendo qué quieres decir.- comentó con sorna molestia.

-Bien sabes que pude haberte echado hace tiempo sin necesidad de esperar a que el plazo expirara- hizo una pausa.- y eso precisamente se debió a que eres increíblemente apuesto y además el más joven que ha tenido esta empresa, fuiste una fuente valiosa de buenas ventas los últimos dos años.

-¿Y a qué viene todo esto?

-A que tu querida rubia no está aquí precisamente por tener talento, sino porque tú solicitaste un lugar para ella.- se burló pícaramente haciendo que el menor palideciera.- después de tanto que se ha esforzado sería una lástima que se enterara esta misma noche que en cuanto tu abandones la empresa, también lo hará ella. ¡Solo imagínalo! ¿Qué hará la pobre Frances teniendo a Edward aún en cuidados intensivos sin más dinero qué el que su hija le aporta?

-Lizzy…- susurró para sí mismo.- ¡Pero lleva menos de un par de meses! Y además, ella firmó también un contrato por tres años.- alzó la voz el menor con evidente angustia, la familia de la rubia bastante tenía con la muerte de su padre y la tragedia de su hermano y ningún otro trabajo podía costearle todos los gastos tan fácilmente.

-Quién manda aquí soy yo.

-¿Qué quieres que haga?

-Trabaja para mí.

-¿Cuánto tiempo?- suspiró resignado.

-No lo sé, quizá los siguientes cuatro o cinco años. Probablemente para entonces ya haya encontrado un nuevo rostro a quién poner de moda.- agregó sin disimular la poca importancia que le daba a sus contratistas, como si fueran cualquier cosa tan fácil de remplazar.

Sacó un buen bonche de papeles de la segunda gaveta de su escritorio y lo colocó sobre la mesa mostrando solo la última página.

-El tiempo es dinero y no creo que quieras releer el contrato entero, bien sabes ya lo que implica.- tendió una mano con una pluma de tinta de fuente hacia el pequeño oji-azul, quién arrebatándosela de mala gana sin chistar escribió en ella su nombre con perfecta caligrafía en letra de carta y adjuntó su firma en el espacio siguiente.

-Bien, pero solo lo hago para que Elizabeth pueda continuar trabajando aquí.- colocó de nuevo los papeles en orden y los devolvió junto con la pluma en la mano de Barker.

-No vayamos tan rápido.- guardó los papeles en la gaveta de nuevo y se hundió en el respaldo de la silla.- esto solo es para mantenerte asegurado, aún debes convencerme de dejar que Lizzy se quede.- arqueó una ceja y lo miró perversamente

El menor secaba las perladas lagrimillas que rodaban por sus mejillas y acomodaba su camisa en forma de nuevo en su lugar antes de regresar a su casa a prepararse para la noche. Se sentía repugnante y el dolor en sus caderas era evidente.

El mayor pasó el brazo por sus hombros y lo dirigió hacia la puerta sonriendo satisfactoriamente. –Vamos, sonríe un poco. Todos quisieran tener nuestras vidas.- se detuvo en la puerta y lo despidió.- Será una gran noche, te presentaré a tu nuevo equipo más tarde.- le guiñó el ojo y cerró la puerta.