Nota: okay, quería postear este fic por Halloween pero no me fue posible porque la vida cotidiana se interpone y así pero lo publico hasta ahora deseando que lo disfruten al menos un poco. De hecho éste estaba contemplado como un one-shot pero al final decidí dividirlo en algunos capítulos. Es un fic un poco creepy, de terror pues y de temas un poco controvertidos por eso lo recomiendo solo para aquellos que tengan amplio criterio :)

Capítulo 1—Incubus

Londres, 1870

La noche había caído y el joven rubio Martin Baggins de veinte años había decidido ir a la cama. Ya era un poco más tarde de su hora habitual para dormir, había sido un día agotador y el cansancio le aquejaba pesadamente en los pies.

El rubio se vistió con su pijama, que consistía en una holgada vestimenta de algodón. Afuera llovía y el cielo anunciaba que pronto la tormenta empeoraría. Para cuando Martin apagó el quinqué que estaba sobre su buró las gotas de la lluvia comenzaban a golpear la ventana con progresiva fuerza. Cuando la luz se apagó la habitación quedó envuelta en penumbra, no se escuchaba más ruido que el causado por la inclemencia que afuera caía. Martin estaba acostumbrado a apagar todas las luces para dormir cada noche pero extrañamente en aquella víspera estar en medio de la oscuridad le provocaba de pronto un raro sentimiento de vacío. Se detuvo a pensar en su injustificado miedo durante un segundo y repentinamente un escalofrío le recorrió el cuerpo.

Sin lograrse explicar la razón de sus extraños temores, el rubio se recostó al fin sobre su cama y se cubrió pronto con la manta. La pesadez de su cansancio le hizo caer en profundo sueño casi de inmediato y entonces un sin número de imágenes oníricas se procesaron en su subconsciente. Imágenes placenteras que progresivamente fueron convirtiéndose en distorsiones espantosas. Aun entre sueños, Martin podía sentir una opresión dolorosa sobre su pecho que mermaba su respiración, aunque no pudiera estar completamente consciente de ello.

La larga noche terminó. El rubio despertó temprano por la mañana cuando el Sol había logrado salir desde detrás de las montañas. Poco después de haber despertado, Martin se incorporó en su lugar en la suave cama. Pudo sentir un dolor agudo en sus muñecas al flexionarlas. Notó que sentía también un dolor agudo en la cadera cuando intentó poner el primer pie fuera de la cama.

Martin no lograba explicarse por qué de pronto aquellos dolores le aquejaban. Ciertamente el rubio había estado teniendo días muy agitados pero nada lo suficientemente severo para que le provocase tales dolencias. Además, el rubio se sentía todavía cansado a pesar de que el sueño que había tenido durante toda la noche debía haber sido reparador pues había dormido bastantes horas.

—no entiendo por qué me siento tan cansado, dormí incluso más horas de lo normal— decía el joven para sí mismo mientras se acercaba al espejo de marco dorado que tenía colocado sobre el lavabo.

Al estar justo en frente de su propio reflejo, notó de pronto que en su rostro tenía un notable aspecto desmejorado. Las ojeras bajo sus ojos parecían más pronunciadas que las que había notado el día anterior. Sin duda su rostro parecía estar más demacrado, casi como si estuviese enfermo.

Sin embargo, el rubio hizo caso omiso de todo ello. Seguramente solo debía alimentarse mejor y dejar de quedarse tantas horas extras en la comunidad dedicada a la caridad, pensaba.

Luego de un buen baño caliente en la tina, el rubio volvió a mirar su reflejo sobre el gran espejo. Pudo notar bien que sobre su piel habían aparecido unas extrañas marcas que se tornaban en un púrpura apenas perceptible. Enormemente extrañado, Martin examinó aquellas marcas y reparó en que parecía como si alguien lo hubiese sujetado con gran fuerza violenta. Sin embargo nadie lo había hecho, al menos nadie que él recordara.

Pensar en eso le resultaba bastante absurdo porque de hecho él era un joven que normalmente ni siquiera solía tener contacto corporal demasiado cercano con otras personas. Él era un hombre casto y recatado que prefería mantenerse un poco a la distancia.

Martin era un hombre tímido en cuanto a las relaciones personales, pero bastante seguro de sus propias convicciones. Una de esas convicciones era ser un buen cristiano que asistía a la iglesia con rigurosa regularidad. Su familia le había inducido una prominente fe católica que derivaba en buenos principios y servicio desinteresado hacia el prójimo. Por ese motivo, el joven Martin había decidido dedicar su vida y su tiempo libre a ayudar y asistir a las beneficencias. Había adquirido el hábito desde su juventud, cuando había salido del instituto dentro del convento.

La rectitud del joven rubio y su serenidad innata le habían hecho considerar en varias ocasiones la idea de internarse dentro de un seminario para ejercer el sacerdocio. Era una tentación que a veces no dejaba de pensar. Pero las tentaciones eran malas, algo que ciertamente es ligado al pecado y Martin no podía continuar en la desidia.

La razón de su irresolución se debía a que también a veces anhelaba tener su propia familia, aunque la idea de cortejar a una fémina le incomodaba un poco. Simplemente no se sentía atraído a ninguna, aunque siempre había pensado que la belleza de una mujer era una de las creaciones más maravillosas del Señor. Pero nunca se había detenido a pensar en tener alguna, mucho menos había tenido pensamientos impropios sobre ello y eso de gran manera le reconfortaba pues eso le prevenía totalmente de la lascivia. Se alegraba a veces de no sentir atracción sexual por ninguna muchacha.

Por esa razón, Martin estaba a punto de convencerse totalmente de ingresar al seminario y dedicar su vida a Dios. Tal vez siendo sacerdote podría instruir a jóvenes y niños huérfanos y guiarlos por el buen camino. Ellos serían como sus hijos, de esa forma no tendría que caer nunca en el pecado carnal.

Aquella era una mañana fría, la neblina se había propagado por todo Londres desde temprano y eso complicaba considerablemente la visibilidad.

El rubio terminó de vestirse para asistir a sus actividades asignadas para ese día. Martin evitaba caer en la rutina, prefería agendar bien sus actividades y servir en lo más posible al altruismo. Pero también debía asistir obligatoriamente al trabajo en el negocio familiar, una sastrería de buena reputación en el vecindario, negocio al cual asistían incluso importantes personas adineradas para confeccionar sus ostentosas prendas hechas a la medida.

Martin se alegraba y se enorgullecía de haber aprendido el oficio para el negocio familiar que había trascendido por varias generaciones. Siempre lo ejercía con gran gusto y dedicación. Sin embargo en el plano espiritual él sabía que su corazón y devoción pertenecían al mandato de la iglesia y eso le alentaba a ahorrar el mayor dinero posible para marcharse pronto al seminario.

Aquella mañana y hasta el mediodía, Martin y su hermano mayor llamado Henry tuvieron buena clientela en el negocio. Pero Martin no dejó de sentirse grandemente mitigado por el cansancio que pesaba sobre su cuerpo, sentía como si su energía se agotara en incremento y con el pasar de las horas incluso a veces sentía desfallecer. Aquella mañana había necesitado sentarse algunos minutos en varias ocasiones para descansar y recuperarse un poco. Pero todo seguía siendo demasiado agotador.

— ¿pasa algo, hermano? — inquirió el mayor cuando notó el notable cansancio de Martin mientras revisaba algunos inventarios.

—oh no, estaré bien Henry, no te preocupes. Solo me he mareado un poco, pero estaré bien después del almuerzo— explicó el menor.

El hermano mayor lo miró sin mucho convencimiento e insistió.

—bueno, es casi hora del almuerzo. Pero puedes ir ahora mismo si lo deseas— indicó Henry y luego posó una mano sobre el hombro de su hermano menor para brindarle comprensión.

Martin le sonrió con un poco de esfuerzo y decidió que quizá Henry tenía razón. Debía ingerir algún alimento pronto, tal vez eso le haría recuperarse.

—gracias hermano, ¡te lo agradezco mucho! — exclamó Martin y luego de eso se retiró del lugar y se dirigió a la cocina dentro de la casa para comer algo.

Durante el camino, el rubio no pudo evitar sentir algunos mareos. Todo esto parecía estar empeorando. Pensó de pronto que quizá se trataba de anemia y eso le asustó sobremanera.

Continuó caminando por el corredor apoyándose de las paredes para no caer, de pronto sentía que todas las cosas aumentaban de tamaño y que de hecho adquirían una simetría ilógica. Reparó en que esos eran delirios. Temió que eso se debería a una fiebre, pero notó que su temperatura corporal no había subido y consiguió llegar a la cocina y aunque con un poco de trabajo se preparó algo de comer. Ingerir aquello efectivamente le hizo recuperar un poco de su energía perdida y sus mareos y delirios parecieron disiparse en un instante.

Para cuando Martin regresó al taller, Henry pudo notar una notable mejoría en su rostro. Las mejillas de Martin parecían retomar un color rosado, indicación de una buena salud. Y de la misma forma, Martin no había tenido problema para volver caminando por su propio pie sin tener que sostenerse de las paredes.

Pero todo esto seguía resultando demasiado extraño.

—Martin, hermano—habló el mayor con determinación mirándolo de frente —he notado una extraño desmejoramiento en tu rostro, en tus movimientos y rendimiento desde hace días y eso ciertamente me preocupa sobremanera. Así que creo que lo mejor es que acudas con un médico lo más pronto posible. No quiero que nada malo te suceda y que luego tengamos que lamentar— dijo serio.

—eso haré hermano, creo que tienes razón. Muchas gracias por preocuparte por mí, pero te aseguro que estaré bien— respondió el menor con serenidad.

La jornada laboral para ese día terminó y el joven Martin se despidió de su hermano y se retiró del lugar para dirigirse hacia el orfanato donde se había comprometido a asistir.

Afuera la brisa soplaba con fuerza moderada pero el rubio lo percibió como un fuerte viento helado y aunque se abrigó bien no podía evitar sentirlo y comenzó a tiritar un poco.

Martin pasó un largo rato visitando a los niños del orfanato, acompañado de algunos de sus amigos que había conocido en la escuela dominical y que también dedicaban sus ratos libres al altruismo. Durante ese lapso, Martin a veces creía divisar de soslayo lo que parecía ser siluetas oscuras que formaban sombras humanas que se posaban la mayoría de las veces en los corredores. Eso lo atemorizó sobremanera y decidió que debía retirarse pronto para rezar un poco y alejar esas extrañas sombras, pues estaba seguro que no había sido parte de su imaginación y sus delirios.

—Debo irme, vendré a visitarlos en un par de días ¿de acuerdo? — expresó el rubio amable excusándose con los chicos y con los encargados del lugar y luego de un cordial estrechón de manos tomó su sombrero de copa del perchero y salió del edificio.

Caminó a casa, el rubio tuvo que recorrer varias calles y veredas empedradas para llegar a su vivienda. En ese momento ya estaba a punto de caer la noche. Hacía años que vivía solo en un modesto apartamento que estaba en el tercer nivel de un edificio que se había construido hacia un par de décadas.

Al subir por las escaleras, Martin volvió a experimentar algunos mareos que le hacían sentir débil y confuso. Sus pies pesaban tanto que subir cada escalón era casi una tortura. Pero al fin consiguió llegar a su vivienda.

En cuanto estuvo dentro del apartamento, Martin apenas fue capaz de encender el quinqué sobre el buró pues casi de inmediato se tumbó sobre la cama y sin remedio cayó dormido de inmediato, vestido y con todo y los zapatos puestos.

Su consciencia pareció perderse hasta el amanecer cuando el primer rayo de la mañana entró por su ventana. El rubio se despertó entonces con sobresalto, un escalofrío extraño entró por su pecho y le aprisionó el corazón. Tuvo la sensación de que había estado inmerso en crueles pesadillas y su debilitamiento volvió a mermarlo. El rubio intentó incorporarse de inmediato, pero un dolor agudo se lo impidió, un dolor que podía sentir entre sus muslos y sobre su cuello que le dolía al exhalar. Su sorpresa fue mayúscula cuando reparó en que se encontraba semidesnudo. Su camisa estaba totalmente desabotonada y sus zapatos yacían tirados sobre el piso lejos de la cama. Pero él recordaba perfectamente que no había sido capaz de descalzarse y desvestirse antes de ser vencido por el sopor.

—oh Dios mío, ¿acaso seré un sonámbulo? — fue el primer pensamiento que tuvo el rubio para tratar de dar una respuesta lógica a tan extraños sucesos.

Se sentó a la orilla de la cama, se alarmó cuando se percató de que no traía puesto el pantalón. Se alarmó aún más cuando notó que sobre su pierna izquierda tenía una enorme marca de una mano, tan roja como si se tratase de una quemadura hecha con hierro caliente. Martin no pudo evitar horrorizarse ante ello. La marca era tan grotescamente notoria y espantosa que le impresionó demasiado. Una marca que parecía ser sin duda sobrenatural, aquella mano parecía ser bastante más larga que el estándar normal, una marca que terminaba en lo que parecía haber sido provocado por las largas garras de un animal. Aquello no parecía ser algo humano, aunque tampoco parecía haber sido provocado por el zarpazo de una bestia. El rubio solo pudo llevar una mano para tapar su boca ante el enorme asombro que lo mantenía atónito.

Pronto descubrió que aquella marca sobre su piel también ardía. Cuando intentó tocarla el ardor se volvió insoportable. Horrorizado notó que tenía algunas marcas más sobre sus brazos, eran sin duda marcas de dedos siniestros. Pero esos dedos sí parecían ser de tipo humano o al menos algo antropomorfo.

—¡oh, Jesús!— musitaba horrorizado para sí. Entonces un enorme pánico le invadió por completo cuando notó que en su virginal miembro también eran visibles algunas marcas de esos mismos dedos que parecían haberlo estrujado con total intención.

Con el ardor que el rubio sentía y el debilitamiento que menguaba considerablemente su semblante, le fue muy difícil poder tomar un baño en la tina, pero se apresuró a hacerlo para salir pronto del lugar y dirigirse hacia la iglesia para avisarle al padre lo que había descubierto en su cuerpo esa mañana.

Aunque Martin no quería ni pensarlo, todo aquello podría haber sido obra de algún ente maligno. Estando dentro de la bañera el aterrorizado rubio se persignó en incontables ocasiones mirando aún horrorizado aquellas insólitas marcas sobre su piel que no desaparecían.

Después de vestirse tan rápido como pudo, Martin tomó un rosario y sujetó también una biblia entre sus manos durante todo el tiempo en que logró comer a medias el desayuno.

Supo entonces que el frio inusual que había estado sintiendo en su habitación no era algo bueno.

El rubio se dirigió a paso presuroso hacia la iglesia, el miedo que todo esto le provocaba parecía ser más fuerte que su debilidad y su dolor provocado por las inusuales heridas.

Para su suerte, cuando llegó a la iglesia, el rubio pudo encontrar al sacerdote de inmediato en los corredores y le explicó sin detenimiento todo lo acontecido. Pero cuando Martin intentó mostrarle las marcas como evidencia éstas habían desaparecido para su sorpresa. Y aunque él mismo no lo notara, en su semblante había una gran mejoría. Cualquiera que lo hubiera visto podía notar sus mejillas rosadas que indicaban que gozaba de muy buena salud. Por todo esto fue que el padre le sugirió que tratase de serenarse y que todo estaría bien en tanto él continuara haciendo sus rezos habituales.

Martin se sintió frustrado porque ahora parecía que el sacerdote le estaba tomando por loco pero él que había experimentado en carne propia tan extraños sucesos aún se sentía terriblemente aterrado. Decidió entonces que debía dedicar un buen rato a hacer oraciones en el altar.

Durante sus plegarias en el altar, efectivamente Martin se dio cuenta que ahí podía experimentar la paz que necesitaba. Durante ese lapso tampoco había logrado ver aquellas horribles sombras que solo lograba ver con el rabillo del ojo pero que se volvían cada vez más habituales.

Pasar ese lapso haciendo sus oraciones le trajo a Martin toda la paz que había estado ausente en su espíritu durante los últimos días. Estar dentro de la iglesia le había hecho sentir óptimo de nuevo por lo que decidió que debía ir al taller de sastrería para ayudar a su hermano con la labor como todos los días.

Se despidió del sacerdote y le agradeció que le escuchara aunque le pareciese un loco y luego salió del convento y al estar fuera pudo conseguir rápidamente un taxi. El carruaje le llevó pronto a su destino. Pero durante el trayecto el rubio volvió a experimentar el mismo sentimiento de vacío extraño que le había acompañado desde hacía días. Mientras miraba por la ventana de pronto una ráfaga de imágenes pasó a través de su mente. Fue una serie de imágenes que le perturbó sobremanera.

Martin intentó cerrar sus ojos por un momento pero eso solo empeoró la situación. Las imágenes se acentuaban más grotescamente cuando lo hacía. Era una mezcla de terribles imágenes lascivas que sin poder evitarlo de pronto le provocaban cosquilleos extraños en la entrepierna. Martin sabía que si no trataba de disipar esos pensamientos sucios de su mente pronto su miembro se endurecería y eso no era algo correcto para sus buenos principios.

Pero aquellos pensamientos oscuros y llenos de lujuria no dejaron de acompañarlo todo el trayecto, la cremallera de su pantalón parecía apretar cada vez más. No podía evitarlo, no podía disiparlo, los pensamientos sucios le enajenaban y eso le llenaba de terror y vergüenza. Estaba experimentando una extraña mezcla de placer y miedo al mismo tiempo, provocados por pensamientos que ni siquiera eran claros y que ni siquiera podía controlar. Se sintió sucio y absurdo en ese momento.

En esa serie de lascivas imágenes tenues él podía verse a sí mismo desnudo, siendo manoseado por lánguidas y monstruosas manos oscuras de largas garras negras que estaban proporcionadas de un extraño brillo rojo que sin duda le daba un total toque infernal. Pudo divisar introspectivamente la forma en que aquellas manos sobrenaturales se aferraban a su piel con temeridad, toqueteando obscenamente a lo largo de todo su cuerpo sin que él pudiera hacer nada para detenerlo. Una opresión extraña le asaltó el pecho, una opresión que en ese momento parecía evitar que pudiera respirar bien. Martin intentó mantener su perturbación en discreción, incluso trató de no hacer notar en lo más posible su respiración dificultosa. Y al fin llegó a su destino. La tortura se terminó momentáneamente.

Cuando Martin estuvo justo en frente del taller familiar, le pagó al chofer los peniques indicados y descendió del vehículo.

Estando fuera de ese carruaje, Martin pudo volver a sentirse en paz. Los pensamientos no volvieron a su mente durante el resto de la tarde y todo parecía estar marchando tan normal como siempre. Pero la perturbación por todo eso no dejaría de acompañarle en todo momento.

Martin no quiso contar a Henry acerca del espantoso descubrimiento que había hecho esa misma mañana ni tampoco le contó sobre los pensamientos oscuros que se habían apoderado de su mente durante su recorrido dentro del carruaje. Por el contrario, Martin le dijo que había estado mejorando todo notablemente. Estuvo a punto de decirle que le motivo de su retraso se había debido a que había acudido con el médico como lo había propuesto pero Martin era demasiado recto para mentirle a su hermano de esa manera. Había preferido mejor sólo omitir los siniestros detalles.

Henry le creyó.

Ya entrada la tarde, mientras Martin estaba revisando los inventarios y pedidos de ese día de pronto un solo pensamiento pasó fugazmente en su mente. Una imagen de lo que parecía ser un rostro humano. Por lo que alcanzó a percibir se trataba del rostro de un hombre que le miraba de frente con profunda mirada penetrante. Pero a pesar de que el rostro no era horrible, sin duda su mirada parecía sobrenatural y terrorífica. Haber visto ese rostro fulminantemente le había inquietado excesivamente, ahora Martin permanecía estupefacto mientras sostenía todavía el bolígrafo en su mano. Y lo que más le perturbaba era que extrañamente ese rostro le resultaba familiar, pero no podía explicarse de dónde lo conocía.

— ¿pasa algo? — inquirió el hermano mayor cuando entró a la habitación, notando que Martin estaba inmóvil mirando al vacío.

Pero pronto Martin reaccionó y logró salir de su trance. Se giró al flanco derecho y al percatarse que se trataba de Henry le sonrió, aunque sin mucho afán.

—oh no es nada hermano, creo que solo estoy un poco agotado.

—ya es un poco tarde y no has estado muy bien en los últimos días y aunque afortunadamente he notado en ti mucha mejoría el día de hoy creo que sería mejor que te marcharas a tu casa a descansar—sugirió el mayor.

—Pero aún falta una hora para que termine mi jornada— protestó el menor— además llegué tarde a trabajar. Debería quedarme al menos un par de horas más para reponer eso— indicó Martin, aunque no muy seguro pues aunque tenía la total voluntad su cuerpo terriblemente cansado lo traicionaba. Por un momento una especie de mareo volvió a tratar de menguarlo.

—está bien Martin, puedes marcharte a casa. Sabes que por mí no hay problema, puedo cubrir tu trabajo. Además es un negocio familiar y eso significa que tú también eres jefe aquí— indicó el mayor sonriendo y dando un par de palmadas suaves sobre la espalda de su querido hermano menor.

Martin no protestó más. El cansancio y la preocupación le estaban pesando de nuevo y tal vez debía marcharse a casa para descansar. Aunque ciertamente no quería volver a casa. Desde la mañana no había dejado de pensar en que su casa estaba embrujada, poseída por un maligno ente infernal o una desafortunada alma en pena. Lo que fuera resultaba ser demasiado aterrorizante. Pero al mismo tiempo, Martin se sentía extrañamente atraído por volver a su casa, por descubrir que esa eso que osaba marcar su piel de esa manera y quizá también de una forma inconsciente le hacía sentir curiosidad si algo tan extraño y macabro pudiera volverle a suceder a la mañana siguiente.

Estaba dispuesto a correr el riesgo. Además él era un hombre recto, Dios siempre lo protegería si él continuaba siendo un buen cristiano dedicado a las buenas acciones libres de pecados.

Entró a su vivienda y decidió desvestirse pronto y meterse a dormir a la cama sin cenar, había perdido el apetito por completo. El cansancio le debilitaba cada vez más pero esta vez pudo ser capaz de ponerse el pijama. Apagó el quinqué luego de rezar sus plegarias y poner su biblia bajo la almohada, deseando después de todo que esa noche no fuera perturbada por ningún ente maligno o lo que fuera que estuviera introduciéndose en sus sueños hasta provocarle tan horribles pesadillas. Él era un hombre de Dios y deseaba vencer a todo mal.

No pasó mucho tiempo para que Martin cayera en un sueño profundo, el sopor se apoderó de él por completo y pronto comenzó a sentirse sumergido dentro de sus sueños.

Pero esta vez había algo muy distinto en todo esto, esta vez parecía estar más consciente de lo que sucedía. Podía sentirse caer en un profundo abismo tan oscuro y hostil como la fría noche. Podía sentir cómo su cuerpo desnudo caía sin detenimiento en un oscuro sitio inmerso dentro de una pesada gravedad. Pero pronto aquella extraña experiencia cesó y de pronto se vio de nuevo así mismo recostado en su propia cama pero rodeado de un ambiente completamente distinto a su habitación. Descubrió que la cama se encontraba en medio de una lúgubre sala que parecía tener un deterioro causado por los años, todo mueble y decoración de aquella sala parecía ser tener al menos dos siglos de antigüedad. Y él estaba ahí, desnudo sobre la cama, vulnerable ante cualquiera y sin poder explicarse el motivo de las circunstancias. Un terror se apoderó de él mezclado con una desesperación gradual.

De pronto pudo sentir el peso de algo hundirse en la orilla de la cama, algo que parecía ser el peso de un cuerpo humano que poco a poco se acercaba a él al acecho. El terror que sentía se incrementó sobremanera. Entonces pudo sentir como unas frías manos comenzaban a posarse osadamente sobre sus muslos y los abrían hasta hacerle separar las piernas. Martin se horrorizó al sentir cómo si alguien se posara en medio de sus piernas, alguien que comenzaba a masturbarlo obscenamente con sus sobrenaturales manos frías. Lo peor era que no podía evitar rendirse a la placentera estimulación que aquellas manos monstruosas le causaban. El asombro era demasiado fuerte para él y se negaba a creer que esto pudiera estar pasando en verdad. Deseaba gritar en ese mismo instante, pero las palabras no lograban salir de su boca. Su cuerpo estaba inmóvil, seguía siendo toqueteado por aquella extraña entidad al cual hasta el momento no podía ver. Hasta entonces era invisible ante sus ojos. Pero podía sentir aquello perfectamente. Sin duda se sentía como un hombre encima de él. Fuera lo que fuese aquello había comenzado a aprisionar también su pecho e incluso Martin podía sentir su respiración jadeante cerca de su rostro.

Un olor extraño y quemado estaba dispersado por el lugar. Era demasiado frustrante no poder darse cuenta de quien le estaba provocando todo esto y…no dejaba de sentir el inmenso placer que estremecía su cuerpo. Intentaba gritar más, pero ningún sonido podía ser emitido de su voz. Su espalda se encorvaba cada vez que podía sentir una larga y gélida lengua lamiendo la punta de su glande, jugueteando al detenerse en la punta para luego cobijarlo con su boca entera y comenzar a succionar. Entonces Martin se aferraba a las sábanas en movimientos involuntarios, él realmente no quería hacerlo. Él no se estaba moviendo a voluntad ni siquiera para eso. Era como si él fuera solo el espectador pero al mismo tiempo estaba experimentando cada una de las ardientes sensaciones.

De repente aquella cosa se posó entre sus piernas y comenzó a hacer aquello que el pobre joven rubio ya se esperaba, aquello que realmente le asustaba estaba a punto de suceder. El ente maligno le estaba penetrando. La desesperación que agitaba su pecho le provocaba una respiración dificultosa, podía sentir bien el monstruoso y helado miembro erecto de aquel ente infernal entrando hasta lo profundo de su ser, provocándole un dolor incómodo que le hacía sentir como si fuera a partirse en dos. Martin habría dado un gran alarido de dolor y desesperación pero no pudo, sus gritos eran mudos. El diabólico ser comenzó a moverse y arremeter violentamente dentro de él, Martin pudo sentir bien cada despiadada estocada. Notó un extraño reloj con brillo propio colocado sobre una de las roídas paredes. La hora indicaba exactamente las 3:00 am. Y pronto perdió la consciencia sin remedio.

Pero aquello no podría haber pasado. A pesar de que ahora Martin se encontraba inmerso en su letargo él seguía negando para sus adentros que todo aquello debía ser sólo una espantosa pesadilla.

El amanecer dio paso a la mañana y el rubio despertó muy agitado. Se encontraba sobre su cama dentro de su habitación, no había rastro alguno ahí de deterioro, todo dentro del dormitorio parecía estar intacto. Pero en cambio en él era notable que algo había violentado su cuerpo. Martin descubrió que sus ropas no sólo estaban abiertas sino que ésta vez estaban desgarradas como si un animal salvaje las hubiera desecho de un zarpazo. Se horrorizó más al darse cuenta que las mismas marcas habían vuelto a aparecer sobre su piel, y esta vez parecían ser mucho más pronunciadas. Pero además de las cuantiosas marcas de dedos largos esta vez habían aparecido también marcas de lo que parecían ser lengüetazos pero de una dimensión sobrehumana, nadie hubiera podido concebir que aquellas marcas las hubiera hecho un ser humano normal.

Martin intentó incorporarse rápidamente sobre su cama con sobresalto, pero un dolor electrizante entre los glúteos se lo impidió. Descubrió que sobre las sábanas había algunos manchones de sangre y pronto se percató de que aquella sangre y dolor provenían de su entrada.

Se horrorizó mucho más al pensar en que había sido sodomizado por ese maldito ser.

Tan pronto como pudo Martin se apresuró a meterse bajo la ducha a pesar del gran dolor que estaba sintiendo por todo su cuerpo y del debilitamiento que le aquejaba. Esta vez parecía que había perdido mucha más energía que los días posteriores, su visión era borrosa y su coordinación errática.

Se sumergió dentro de la tina para tomar un baño tibio y trató de lavar bien las marcas rojas que habían quedado sobre su piel, con el afán de hacerlas desaparecer. Pero realmente deseaba lavar su cuerpo después de toda esa extraña lujuria. No lograba tranquilizarse. A pesar del ardor de las marcas, frotó fuertemente su cuerpo con la esponja enjabonada. Necesitaba deshacerse de todo eso, se sentía sucio. Pero no podía conseguirlo, las marcas aún seguían prominentes aunque esta vez no dolían tanto como el día anterior. De pronto recordó vagamente lo que había acontecido la noche anterior, se avergonzó sobremanera cuando recordó vívidamente la manera en que aquel falo gélido le penetraba sin piedad una y otra vez, deslizándose dentro de él, embistiendo con fuerza descomunal sin darle oportunidad a que pudiera acostumbrarse.

Recordar todo eso le provocaba escalofríos. Pensar en que de alguna manera había disfrutado del acto le abrumaba excesivamente. Debía quitar de su mente todos esos pensamientos libidinosos. Todo estaba mal, ser sodomizado era un pecado mortal, rendirse y disfrutar de tal acto sexual con un ente infernal era algo que sin duda condenaría su alma al infierno.

Terminó de ducharse y se vistió con prontitud, todavía siendo presa del pánico y la desesperación que le provocaba permanecer dentro de su maldecida casa. Tomó su biblia de nuevo y comenzó a leer algunos salmos importantes y que sabía que con ayuda de su fe debían tener suficiente fuerza para alejar el mal de su vivienda.

Mientras leía una y otra vez aquellos párrafos, no pudo percatarse hasta ese momento que justo a sus espaldas se posaba traslúcidamente una silueta antropomorfa que era perfectamente reflejada en el gran espejo colocado en la pared. Eso demostraba que no se trataba de un vampiro, cuyas creencias tanto se había propagado a lo largo de ese siglo. Pero antes de que la maligna figura se desvaneciera de nuevo, Martin pudo ser capaz de mirarlo solo con el rabillo del ojo. El susto que aquello le provocó le hizo soltar de sus manos el libro sagrado con sobresalto. Su rostro se palideció mucho debido al gran miedo que lo invadió. A pesar de que había visto aquella sombra de soslayo se había dado cuenta que se trataba del mismo rostro que había estado entrando en sus pensamientos para perturbarlo. Aquel ente tenía una estilizada figura masculina semidesnuda, una figura viril, fornida y muy atractiva y estaba provisto de un rostro perfilado de mirada fría y penetrante. A partir de ese momento Martin no dejó de sentir que aquella pesada mirada le observaba en todo momento.

El rubio podía sentir esa presencia demoniaca acechándolo, pero simplemente no podía verlo. Pero en cambio el ente maligno lo miraba desde su sitio regocijándose en su risa burlona y se relamía los labios al notar la creciente desesperación del joven rubio. Cada acción y movimiento que el rubio realizaba le excitaba sexualmente, demasiado. Hacerlo disfrutar de tanto placer hasta culminar en un delicioso orgasmo desataba deliciosa energía que le deleitaba y le mantenía vivo. Poseer el cuerpo del joven rubio de esa forma tan sexual era lo que le alimentaba y le mantenía existente. Toda la energía que sus orgasmos desataban era deliciosa, todo el cuerpo de Martin era delicioso, sus gemidos, su desesperación, su vergüenza. Aquel ser demoniaco había conseguido la mejor fuente para satisfacer sus placeres carnales de inframundo.

Aquel demonio continuó observándolo desde la espalda, le enloquecía ver la delicadeza con la que el rubio se movía a lo largo de la casa y le divertía la forma en que rezaba con desesperación. Pero aquellos rezos no podían dañarlo ni disiparlo aunque, cada vez que Martin lo hacía sí le impedían acercarse demasiado a él. Los rezos le provocaban cierto malestar, pero no le dañaban del todo. A aquel demonio le resultaba realmente erótico ver la forma en que el joven rubio devoto de sus plegarias sostenía el rosario temblorosamente entre sus manos.

Pero Martin no permaneció demasiado tiempo dentro de la vivienda. El ambiente en ese lugar se sentía demasiado pesado. Podía sentir todavía la penetrante mirada del ser demoniaco.

El rubio se apresuró a salir y se dirigió a la iglesia y sin saberlo el ente demoniaco le siguió el paso sin perder su rastro de él ni un solo momento, siempre deseando que la noche llegara de nuevo para apoderarse de su letargo y adentrarse en sus sueños, para hacerlo suyo. Deseaba violarlo una y otra vez sin cesar. Esa era la forma en que deliciosamente podía disfrutar su cuerpo con lujuria desatada.

Aquel ente sobrenatural era un demonio venido de las profundidades del averno, un ser temible que se alimentaba de la energía espiritual que se desataba durante las altas dosis de sexo que tenía con jóvenes doncellas mortales. Lo había hecho durante mucho tiempo. Él era ciertamente lo que se había designado como un incubo, una entidad demoniaca que poseía figura y cualidades masculinas. Había sido un ser demonizado durante mucho tiempo aunque tiempo atrás, antes de eso, había sido también un ser humano.

Pero ahora su espíritu estaba condenado a servir al príncipe del infierno. Y no podía quejarse de ello, lo disfrutaba sobremanera y de sus sentimientos humanos parecía no quedar ni un solo ápice. Ahora era un demonio sádico y deseoso de violentar sexualmente a todas sus víctimas.

Su nombre en su vida pasada había sido Thorin, el apellido y su origen preciso los había olvidado pero en tiempos modernos el maligno Lucifer le había asignado el nombre de Richard, un nombre que denotaba gran fuerza y que ejercía una enorme atracción hacia las desafortunadas féminas que caían en sus garras. Ese era el nombre que usaba desde entonces para seducir a sus víctimas cuando se mostraba frente a ellas de forma materializada como un elegante caballero inglés. La forma humana en que lo hacía era exactamente el mismo aspecto que había tenido en vida. Además en su vida pasada había sido un noble, rodeado de privilegios frívolos que había propiciado su crueldad hacia sus desafortunados sirvientes.

Thorin/Richard había sido siempre un hombre fuerte y hercúleo, de cabello casi tan oscuro como la noche y de seductores ojos azules que poseían la habilidad de hechizar a sus víctimas con una sola mirada. Además de esas cualidades externas, la seductora voz masculina de Thorin/Richard era totalmente fascinante, que incitaba a cualquiera a caer rendido a sus pies. Y su personalidad determinante y elegante resultaba irresistible.

Sus víctimas favoritas eran aquellas que dedicaban su vida a la castidad y se alejaban de los pecados y los excesos. Las personas puras y vírgenes eran las que resultaban ser mucho más deliciosas e irresistibles. Violentarlas sexualmente y causarles vergüenza y deshonor eran su mejor disfrute.

Ciertamente en vida Thorin/Richard había sido un hombre despiadado que se jactaba de matar a sus enemigos después de torturarlos cruelmente durante la baja edad media y violar a cuanta fémina se le antojara. Pero en secreto también disfrutaba de poseer a los jóvenes masculinos, en especial si estos eran sumisos e inexpertos, sobre todo ahora que había sido convertido en un demonio. Por ese motivo al descubrir al joven rubio Martin una noche al observarlo por su ventana el ente demoniaco no había dudado en comenzar a introducirse en sus sueños y violentar su cuerpo sexualmente. Desde la primera vez que lo había visto, el aura de Martin denotaba estar provista de pureza. La pureza desataría entonces vergüenza deliciosa cuando le hiciera llegar al orgasmo. La energía que esto provocaría era lo que mejor podía alimentar a un ser tan masculino e infernal ser como él.

De esa forma se había atrevido a entrar a su habitación a media noche hacia una semana atrás y desde el primer momento en que había percibido el dulce aroma de su bondad, de su virginidad sublime sabía que sería deliciosamente placentero incitarlo a caer en el pecado libidinoso.

Así fue como al primer contacto con su blanca piel aquel ente demoniaco conoció por primera vez el éxtasis de fundirse con el desafortunado joven rubio. Supo desde ese momento que aquel novicio sería para él y comenzó a toquetearlo con obscenidad hasta hacerlo gemir de placer entre sueños, alimentándose por vez primera de cada uno de sus jadeos. En ese momento el monstruo infirió que el joven rubio poseedor de tan maravilloso cuerpo, sexy y menudo nunca antes había tenido una experiencia sexual, ni siquiera para descubrir sus propios puntos sensibles por lo que violentar su cuerpo de esa forma lo hacía mucho más delicioso. Richard comenzó a penetrarlo sin piedad desde ese primer encuentro, abriéndose paso hasta el fondo de su ser mientras el aletargado e indefenso Martin no podía estar consciente de lo que estaba sucediendo pero eso no impedía que pudiera disfrutarlo y gritar por toda la habitación al sentir la gélida invasión de su arma infernal. El demonio Richard estaba siendo el primer hombre en su vida, estaba apoderándose de su cuerpo y de su virginidad frívolamente.

El rubio llegó al fin a la iglesia y le contó de nuevo al sacerdote sobre lo sucedido aunque de nuevo al intentar mostrarle las evidencias de los rasguños estos se hicieron invisibles. Pero esta vez el padre pudo notar la angustia en el rostro del joven rubio y supo que había sido presa del pánico, la palidez de su rostro y el hundimiento de sus ojos lo delataban, pero sin evidencias, todo podría ser solo parte de sus delirios o en el peor de los casos de su demencia. El cura prefería pensar que no se trataba de eso, pues él conocía bien a Martin desde hacía mucho tiempo atrás, por lo que decidió ayudarlo.

—calma hijo mío, vayamos a echar un vistazo a tu casa y a bendecirla. Permíteme ir por mi sotana—dijo el sacerdote y esto tranquilizó al joven rubio de inmediato. Martin dio un suspiro de alivio y esperó mientras tanto. El rubio se sentó en una banca dentro del jardín del convento. Sus manos no dejaban de estar inquietas por el nerviosismo y sentía tanto frío que aunque tratara de soportarlo no podía dejar de temblar, a pesar de que el medio día estaba a punto de llegar y ese día en particular estaba siendo un poco soleado. El cura se había ido hacia solo algunos minutos pero para Martin casi parecían una eternidad. Sin saberlo, aunque lo intuía, Richard le estaba observando desde más allá de la verja que separaba la iglesia con la calle.

Martin podía percibir otra vez aquel singular olor extraño y quemado a su alrededor. Recordó que ese el mismo olor que había conocido entre sueños mientras era ultrajado por aquel demonio. Seguramente la bestia estaba cerca de él, acosándolo incluso a la luz del día y eso le hizo sentir una mezcla de terror y zozobra. En ese momento reparó en que realmente estaba cansándose de todo ello. No quería seguir viviendo así, no quería vivir una vida turbada y menos por algo que no pertenecía a su mundo mortal. Él no lo merecía. Aunque después Martin pensó que todo esto podría ser solo una prueba divina de su inquebrantable decencia, una prueba que quería tentarlo a caer en el pecado carnal.

Fuera lo que fuera aquello había robado no solo su energía espiritual, sino que había lastimado su cuerpo con frenesí. Su trasero todavía le dolía como prueba fehaciente de lo que había pasado. Y eso era lo peor, parecía que aquello lo había sodomizado. Había sido víctima de los pecados mortales más temidos por un chico como él.

Pensar en todo eso le atemorizaba mucho más pues no solo había tenido su primera experiencia sexual, algo que no quería, sino que había sido con un demonio y de forma homosexual. Aunque tratara de negarse a ello, aquel ente no era un demonio femenino. Martin había sentido perfectamente el falo viril entrando dentro de él, había sentido su presencia masculina y ahora estaba casi seguro de haber visto su rostro, el mismo rostro que seguía observándolo desde la acera de la calle.

Para suerte del joven rubio, Richard no podía entrar al recinto sagrado pero podría esperar por él hasta que Martin saliera de ahí, tenía una eternidad para existir después de todo y sus crecientes deseos por poseerlo de nuevo aumentaban a cada instante. Ese demonio adonis estaba volviéndose cada vez más adicto al asustado joven.

A pesar de su gran intranquilidad, Martin sabía que dentro del convento y de la iglesia o de cualquier altar bendecido podría estar a salvo del maligno ser pero también sabía que no podría vivir dentro de ello toda su vida. En cualquier momento debería salir al ambiente mundano. Todavía incluso tenía que ir a donde su hermano mayor para atender el negocio familiar.

—oh con todo esto me he olvidado de ir a avisar a mi hermano, tal vez esté un poco preocupado por mi ausencia—dijo el rubio para sí, sus piernas se movían inquietamente mientras sus manos se frotaban nerviosamente sobre sus rodillas. El cura regresó hasta donde estaba él con sotana en mano y con todos los artilugios necesarios para llevar a cabo una minuciosa bendición del hogar e Martin.

—vamos hijo mío—dijo el sacerdote y Martin se sintió aliviado de saber que pronto irían a disipar el mal de su hogar con ese ritual.

—vamos padre—respondió el joven rubio y salieron por el umbral hasta la calle donde abordaron un carruaje. Un extraño olor a azufre rodeó el aire a su alrededor. Sin poder verlo, el demonio Richard estaba justo sentado junto a él dentro del taxi. Martin podía sentir su presencia. Su garganta comenzaba a arder sin explicación como si se hubiera fumado un puro de una sola calada. El demonio reía con lasciva burla mientras lo contemplaba. El temor que el rubio sentía esa mañana le hacía ver mucho más sexy y delicioso que otros días, lo habría hecho suyo en ese mismo momento si hubiera podido pero para su mala suerte Richard solo podía hacerlo mientras Martin dormía, su poder estaba conferido solo para tener efecto mientras su víctima había caído en sueños.

Sin embargo, a pesar de su impedimento Richard se sentía muy reconfortado de al menos poder admirar tan bello rostro sufriendo por lo que él mismo le había provocado. Martin poseía un bello rostro tierno y angelical, que a pesar de que frunciera el ceño en ocasiones, nunca perdía su encanto innato. Y la dulce voz que poseía encantaba al masculino demonio. Sabía que en Martin había encontrado todo lo que quería y que en ninguna fémina podría encontrar en siglos.

Richard no podía resistirse a tan lindo rostro, necesitaba tocarlo, estaba totalmente tentado a hacerlo aún si con su cuerpo etéreo no le era posible. Pero no podía materializarse todavía, eso requería mucha energía y todavía no había consumido la suficiente. Para ello necesitaba poseer el cuerpo de Martin durante más noches. Pero el rostro de Martin era tan dulce, le incitaba demasiado, ahora era él quien comenzaba a sentirse un poco desesperado. No pudo resistirse más. Richard tocó la mejilla del rubio con suavidad acariciándola con el dorso de su mano infernal. Martin sintió un contacto helado al instante. Sintió su corazón acelerar su ritmo cardiaco y su rostro se palideció totalmente. El cura que estaba sentado enfrente de él notó bien su expresión de shock. El ente maligno lo estaba acosando a plena luz del día justo dentro del carruaje.

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Nota final: Okay, espero que les haya gustado aunque sea un poco así como también la ilustración que hice especialmente para este fic :)