Leche, tostadas y miel.
Capítulo I: ¿Chii…?
Lúcuma, vainilla, chocolate, crema, frutillas, frambuesas y tantos otros ingredientes perfectamente combinables sobre la mesa de madera oscura y veteada. Harina por aquí, algunos trapos limpios, la ausencia de Sakura y el murmullo del viento frío entrando por la grieta de la ventana, agitando las cortinas de tela delgada y vistosa.
Las manos de Fai D. Flourite husmeando entre el bol lleno de harina, mantequilla y azúcar. Los ojos claros y celestes sin fijarse aún en un punto en concreto, distinguiendo entre la penumbra y la soledad, sin encontrar a Mokona saltando entre las bolsas de pan, los ojos que sonríen cansados y luminosos, fijos en el techo. Un suspiro que afirma lo mismo escapa de sus labios, y una de sus manos largas y delgadas quitan las hebras de cabello que caían con elegancia sobre su frente tan blanca como la misma harina que amasaba...
A unos pasos de él, una figura alta y morena observaba todos y cada uno de sus movimientos, en completo letargo... En su pecho subía y bajaba, al ritmo de su respiración, cierta criatura orejona, que dormía profundamente en el bolsillo de su camisa.
Kurogane inspiró profundamente, hipnotizado -sin darse cuenta- por los hábiles movimientos de Fai.
- Mañana habrá mucho público, va a llover y todos querrán beber café o chocolate caliente... -repuso el mago con una sonrisa, olvidándose del cansancio que le afectaba a ratos. Si no se daba ánimos a sí mismo, nadie lo haría por él... y el frío comenzaba a hacerse presente, sin llegarlo a hostigar. La costumbre de vivir en Celes le tenía preparado para esas situaciones. Cerró los ojos, y dejó su mano en la frente, en reposo…
Kurogane volvió a la realidad de golpe al escuchar la voz de Fai. Parpadeó.
- ¿Mañana...? –
- ¿Por qué no? Quieres cerrar mañana...? –Fai abrió los ojos dirigiéndolos al ninja, de inmediato. Con la punta de uno de sus largos dedos escarbó en el bol, donde ya se había formado una mezcla arenosa, y se lo llevó a la boca, para probar...
El japonés sintió que algo brincaba en su interior al encontrarse sus ojos con aquellos celestes, sin embargo hizo caso omiso de aquella extraña sensación. Aún así, inconscientemente siguió la trayectoria de la mano de Fai desde el bol hasta sus labios, de donde apartó la mirada después de un par de segundos para volverla a fijar en las pupilas claras del joven.
Kurogane se encogió de hombros.
- ¿A mí qué me preguntas? La idea de éste maldito local fue tuya, tú deberías decidir… - murmuró apenas, preguntándose en silencio si el mocoso tardaría mucho en volver, como la noche anterior.
- No seas gruñón, Kurowan... -susurró Fai, con cautela, como si al hablar fuese a despertar a alguien- Todo dependerá del clima, y de las ganas... ya no necesitamos tanto dinero y... mnh... -se relamió, la mezcla estaba deliciosa. Untó otro dedo en un recipiente con chocolate derretido, para comprobar su consistencia, y seguido de esto caminó hacia la fuente para lavarse las manos.
El japonés rechinó los dientes al escuchar el mote, y cruzó los brazos sobre el pecho, aplastando ligeramente a Mokona, que dio un suspirito entre sueños. El ninja no hizo caso.
- De cualquier modo no es mi problema. Más bien deberías preguntarle a los chicos. -replicó, también en voz queda. El rubio sonrió.
- Recuerdo que en Celes era Chii quién hacía estas cosas, a veces, cuando quería complacerme... -murmuró más para sí, mientras secaba sus manos con el trapo. Y sonrió como siempre hacía, tan relajado y pensativo, sus labios describiendo felicidad, dibujando agrado, pareciendo infantiles a ratos.
Celes... Kurogane frunció el ceño ante la mención del lugar de origen del mago. Por alguna desconocida razón, le causaba incomodidad. Parpadeó de nuevo.
- ¿Chii...? - Hizo una pausa. - ¿Tu esposa…?
- ¿Esposa? –
Fai rió, mientras abría la puerta del horno, con lentitud inusitada. Chii...
El ninja descruzó los brazos y caminó hasta llegar al lado de Fai, apoyándose en una de las alacenas que había junto al horno. Metió las manos en los bolsillos y volvió a fruncir el ceño. Como siempre, la risa de Fai no había hecho más que inquietarlo.
- Bueno, tu esposo, entonces. -completó, fingiendo una sonrisa burlona.
- Chii es la esposa que cualquier hombre quisiera tener... – Fai ladeó la cabeza para verle mejor, provocando que sus cabellos de miel cristalina y pálida se mecieran como por obra de una suave ventisca. Apoyó ambas manos en sus caderas, y las bajó por los muslos largos y fuertes, inclinándose, sacudiendo así el delantal de la harina que había desparramado.
Ah... entonces sí era su esposa. Kurogane se quedó sin aliento por un momento... no había pensado en la posibilidad de Fai casado. Carraspeó, de repente sin saber qué responder.
- Ah…-
- Uhhh... – el mago asintió medio burlón pero retozón, viéndole fijamente, sonriendo, despacio. Subió las manos hacia atrás de su cuello, para desatar el delantal. No iba a seguir cocinando si mañana no iba abrir... porque no, no iba a abrir... y los pastelillos que había dejado en el horno eran para cuando llegara Chikkoi Nyanko y Wanko.
Kurogane de pronto se encontró a sí mismo más desanimado de lo que ya estaba. Sin saber qué hacer con su cuerpo, volvió al frente de la tienda y tomó asiento en uno de los banquitos de la barra, entrelazando las manos sobre ella. Jugueteó con sus pulgares por un momento, y buscó algo coherente para comentar.
- Y… Es linda? - su voz salió algo más alta de lo que habría querido. Fai le miró.
- ¿Linda? Hablas de Chii...? Chii es preciosa, totalmente de mi gusto... -en un gesto dulce sacó la lengua, sonriendo. ¿Cómo Chii no iba a ser de su gusto si él mismo la había creado? Estiró las manos y las miró, estaban rojas por el frío...
De nuevo, Kurogane rechinó los dientes, con furia. Al darse cuenta de su gesto, abrió los ojos, sorprendido. Qué le estaba ocurriendo? Qué había de malo en que Fai estuviese casado? Nada, pero... por alguna razón carente de sentido, ésta noticia le había caído como balde de agua fría. Tragó.
- ¿Y por qué la dejaste sola? Estará preocupada… - habló como autómata, solo por inercia.
- No puedo volver... – el otro alzó las cejas, sin borrar el dibujo de sus labios. Juntó las manos y las entrelazó, con la vista fija en Kurogane, aún semi-inclinado, apoyó su espalda en la pared, las rodillas dobladas, los gestos atentos al azabache...
"¿Desde cuando prestaba tanta atención en mí...?"
- Sí, eso ya lo has dicho un millón de veces. -Kurogane comenzaba a sentirse de mal humor. Generalmente estando con Fai ese era su estado natural, sin embargo en esta ocasión no le estaba dando ninguna razón "válida" para estarlo; como bien podría ser la combinación de rubio con el manjuu que dormía suavemente en su pecho. - Pero hubieras podido traerla contigo en primer lugar... - murmuró después de unos instantes de silencio.
- Te ves más lindo si no te enfadas, Ookii-Wanko… -Fai cerró los ojos e inclinó la cabeza hacia atrás, irguiéndose, quedando más apoyado en la pared, doblando una rodilla y apoyando su pie en el mismo lugar. ¿Qué importaba admitir cosas tan obvias? Aunque de todas formas, sabía que como fuera que se pusiera, Kurogane siempre le gustaría. Y su sonrisa se pronunció por ese motivo.
El comentario de Fai, sumado a su enigmática sonrisa, provocó un sentimiento que bien podría describirse como "amor-odio" en el japonés. El mago solía decir ese tipo de cosas, pero ésta vez, Kurogane sintió un ligero calor en sus mejillas al levantar la vista y encarar los azules ojos de Fai. Cerró los ojos para concentrarse en devolverles su temperatura normal.
- No soy lindo... Y no estoy enfadado... –
Mentira.
- Mnh... eres tú el que lo dice... -Fai se encogió de hombros y abrió los ojos únicamente para deleitarse con la expresión del japonés del período feudal. Suspiró, y se llevó los dedos a los labios, presionándolos con ligereza, como quién se pone a pensar en algo, de repente.- Pero mi opinión es la que vale...
Kurogane le dedicó una mirada de advertencia. No tenía ganas de jugar el juego de estira y afloja, ahora menos que nunca, y lo peor es que ni siquiera sabía el porqué. No... sí sabía por qué. Lo que no sabía era por qué el asunto le hacía tanto… 'ruido'.
Él también se encogió de hombros y miró por primera vez al manjuu en su bolsillo, tratando de quitarle validez al argumento.
- ¿Por qué te enfadaste? Si quieres, puedo presentarte a Chii... es un poco como yo, pero en chica... no es muy difícil de imaginar... – Fai rió de nuevo, y luego soltó un suspiro, dirigiendo su cerúlea y pálida mirada hacia la ventana... comenzó a llover.
Kurogane dio un respingo al escuchar un fuerte golpe, y su sorpresa fue mayúscula cuando se dio cuenta de que había sido su propio puño sobre la barra. Lo contempló con los granates ojos muy abiertos, y luego su dura expresión se suavizó hasta convertirse en una melancólica.
- Ya dije que no estoy enfadado… Y… No acabas de decir que no puedes volver a Celes? Cómo diablos vas a presentarme a tu mujer si no puedes regresar por ella...? –
"Tu mujer". Con sólo pensar en esas dos palabras la presión de Mokona sobre su pecho crecía enormemente.
- Vas a reventar a la pobrecita de Mokona si no te controlas, Kurorin... –bufó el de ojos claros, y con paso lento se acercó a él, como quién busca comprensión, con la sonrisa ya borrada, y las manos en los bolsillos. Se inclinó levemente ante él, haciendo de la lejanía algo que escaseaba. Su mano fría se posó sobre el pecho, o en el lugar exacto en que estaba ubicado el manjuu... y entonces alzó la mirada para verle a los ojos; eso sí, omitió cualquier negación ante la alusión de Chii como su mujer.
- Por mí que reviente. -espetó el ninja de mala gana, sin hacer ningún movimiento al ver a Fai acercarse. En un muy lejano rincón de su mente maldijo a Mokona por interponerse entre él y la mano del mago, y evadió adrede la centelleante mirada índigo, acuarelada y vaga; clavando sus escarlatas pupilas en un punto cualquiera en el suelo…
Fai observó su mano, con un deje regodeón, y alzó su mirada para dirigirla a la ventana, siempre tan perdido en sus pensamientos, en Celes, en Kurogane, en tantas cosas al mismo tiempo. Dejó escapar un suspiro, y sus ojos al fin se decidieron por mirar los de su interlocutor... aunque los diálogos no eran necesarios en extremo.
Sintiendo los ojos posándose sobre él, Kurogane dirigió una mirada al rubio, casi perforándolo. Su humor iba de mal en peor, y no sabía siquiera por qué.
Bufó. -¿Qué?- parpadeó, confuso. Había olvidado al manjuu. -Yo... no me estoy desquitando de nada. Idiota.
- Umh... si tú lo dices... – Fai se encogió de hombros y sonrió con toda la sutileza que llevaba impregnada en sus rasgos. Y sus cabellos flotando casi con complicidad.
Esa sonrisa se la había regalado a Kurogane. Sabía que de vez en cuando sus mejillas cambiaban de color al verle así, y ese gesto le encantaba...
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Hecho en conjunto por Chokoreeto y Maki Tasui.
Gracias por leer y dejar sus comentarios.
