Título: Recuérdalo

Autor: DarkPotterMalfoy.

Beta: Ro Hoshi (capítulos 1 y 2).

Pareja: Draco Malfoy / Harry Potter.

Rating: M / NC-17.

Mundo: PosHogwarts.

Género: Drama / Tragedia / Romance.

Descargo de responsabilidad: Harry Potter es propiedad de J. K. Rowling, Bloomsbury Publishing, Scholastic Inc. y AOL/Time Warner Inc. Nadie gana ningún beneficio económico con esta historia ni se infringen deliberadamente derechos de autor.

Nota: Este fic es un regalo de cumpleaños para FanFiker-FanFinal. Sí, te mentí. Te dije que no tendría listo ningún fic, pero era necesario la mentira para poder darte esta sorpresa, ¿no crees? Detrás de esta historia hay tres cosas que tienes qué saber: la primera, y para mí la más importante, este regalo es por todo el esfuerzo y dedicación que dedicas cada semana a enseñarme, corregirme y aconsejarme; ambos sabemos que Will you be my daddy?, no sería lo mismo sin ti, porque gracias a ti se ha convertido en una historia que siguen decenas de personas semana a semana; la segunda es que espero que podamos vernos con mayor frecuencia, porque ahora que te he conocido en persona, he visto a una persona magnífica, con un aura excelente, inteligente, divertida y gran escritora. Por eso te digo esto de corazón: me gustaría, aunque nos separen cientos de kilómetros, que seas parte de mi vida; y la tercera y última, es tu cumpleaños y mereces que todas las cosas buenas habidas y por haber hoy te lleguen. Un abrazo.

Advertencia. Este fic no está finalizado; mi querida beta me informó tarde de cuándo era su cumpleaños, así que estoy escribiendo como un loco. Por eso digo lo siguiente: esta historia se actualizará cada dos semanas y siempre en lunes. Gracias por leer esto.

Resumen: No quería que sufriera; para eso ya estaba él: sufriría por los dos.

Tengo que dar las gracias a RoHoshi por su beteo y también a PukitChan por sus consejos. Sois unos cielos, muchas gracias a las dos.


Capítulo 1

Despedida

—¿Entiende lo que le he dicho, señor Potter? —dijo una mujer de unos cincuenta años, con la voz muy dulce.

Sí, claro que lo entendía. Una noticia así no se recibía todos los días. Pero no podía articular palabra; veía como la mujer hablaba y movía las manos, pero a decir verdad, miraba y escuchaba sin ver ni oír.

—¿Cuál es el tanto por ciento de…? —preguntó sin voz. Cada vez qué intentaba pronunciar una palabra, ésta se colocaba bajo la nuez sin querer salir.

—¿El tanto por ciento de…?

—No diga esa palabra, por favor, ya me cuesta aceptar lo que tengo —aclaró el moreno.

—Un treinta por ciento, señor Potter.

Y fue como sentir el más doloroso de los crucios cerniéndose sobre él, atravesando su piel, separando los músculos, rompiendo los huesos hasta llegar a sus células más pequeñas y hacerlas añicos. Tenía ganas de llorar, ¡claro que las tenía! Pero no iba a hacerlo frente a esa mujer que desconocía; lo haría en casa, solo.

—Señor Potter, disponemos de psicólogos para cualquier paciente que necesite… ayuda para superar emocionalmente este tipo de situaciones.

Harry la miró, atónito. Si ella supiese lo que había tenido que vivir desde que tenía once años, la que necesitaría evaluación psicología sería ella.

—No, gracias: estoy bien —sonrió melancólicamente—. Si eso es todo, ¿puedo marcharme?

—No, aún no. Debido a los resultados, tenemos que empezar cuanto antes. Por tanto, le espero el lunes a las nueve de la mañana en mi consulta para hablar y empezar con el tratamiento —sonrió y se puso de pie—. Señor Potter, lo siento mucho, créame. Llevo veintidós años ejerciendo esta profesión y especialidad y aún, pasado todo este tiempo, se me hace muy duro tener que dar este tipo de noticias.

—No se preocupe, usted no puede evitar que estas cosas pasen —la miró directamente a los ojos y estiró el brazo para darle la mano, acto que ella finalizó dando la suya también—. Nos vemos el lunes.

Salió del despacho, recorriendo el blanco pasillo y hundido en sus propios pensamientos. Cabizbajo, iba esquivando a la gente que se encontraba en esa planta. Así fue como llegó hasta las puertas metálicas del ascensor, presionó el botón y esperó, presionó el botón y esperó. Le pareció un tiempo demasiado largo hasta que el ascensor por fin llegó y pudo entrar. Alzó la vista y vio que estaba repleto de gente, presionó el botón «B», el que correspondía a la planta baja. Ensimismado en sus pensamientos, no se dio cuenta de la cantidad de subidas y bajadas que dio el aparato mecánico hasta llegar a su destino. Automáticamente el moreno salió de él, dirigiéndose a la salida, donde encontró un lugar lo suficientemente apartado para poder aparecerse en su casa.


Su casa llevaba «vacía» dos semanas, sólo la habitaban el elfo doméstico, él y Draco, quien volvería de Washington mañana.

«¡Mierda! —exclamó para sí mismo—. ¿Cómo voy a contárselo a Draco? —pensó—. Draco…».

El elfo doméstico apareció nada más notar la presencia de uno de sus dos amos; hizo una reverencia y dijo un «Buenos días, amo», pero el moreno no estaba para saludos ni tonterías, así que con un movimiento de mano indicó al elfo que se marchase.

Caminó hasta su habitación donde se tumbó boca arriba sobre la cama, mirando al techo y se obligó a no llorar; si no lo había hecho cuando Voldemort iba tras él, no lo haría ahora. Pero pronto notó como el techo se caía en pedazos sobre él, que la habitación se hacía más pequeña y le costaba respirar, que esa camiseta de manga corta se oprimía sobre su cuello obstruyéndole la tráquea, impidiéndole respirar, y que esas gafas metálicas se hundían en la poca carne del puente de su nariz. Y entonces lloró, lo hizo porque sabía que no iba a poder envejecer junto a Draco, que el plan de adoptar unos niños se había esfumado como el aire se lleva al humo, que poder despertarse con él por la mañana y ver esos ojos grises no iba a volver a suceder y tampoco volver a decirle «te quiero».

«Draco… —pensó con melancolía».

A pesar de haber superado cientos y cientos de situaciones durante la guerra y en su corta vida, nadie le había preparado para algo así. Nada de lo que había vivido se podía comparar con el dolor que estaba sintiendo ahora. Toda esta situación era un desgaste tanto físico como emocional. Entonces, en medio de las lágrimas, empezó a recordar todos y cada unos de los momentos vividos con Draco, de tal manera que parecía que estaba leyendo el mejor libro romántico de la historia: su primer beso, su primera discusión como pareja, su primera vez… Y rememorando todo eso se durmió.


Eran las siete de la tarde cuando se despertó envuelto en lágrimas. Estaba cansado por todo el choque emocional, pero se levantó de la cama y fue en dirección a la cocina a comer algo; pasando por medio del comedor para llegar hasta el lugar que quería, vio que el cielo estaba ennegrecido y que llovía. No, no llovía: el cielo estaba llorando por él. Y en cuanto volvió a mirar el cielo negro y la lluvia, empezó a llorar de nuevo; cayó de rodillas sobre el suelo de madera y se llevó fuertemente las manos sobre la cara para amortiguar los llantos, ya que no quería que el elfo viniese. La soledad, el frío y el dolor se cernían sobre él como la propia muerte. Todo era desgarrador, sentía que le estaban comiendo la poca vida que le quedaba a pequeños mordiscos, que no podía hacer nada para evitarlo y sabía que en cualquier momento cercano iba a dar su último aliento.

«¿Por qué yo? —pensó con furia—. Siempre tengo que ser yo. ¿No hay más gente a quién Merlín, Dios, Buda o Alá tengan que joderle la vida? ¿Por qué siempre cuando soy feliz, tengo que perderlo todo?».

En ese momento fue cuando la rabia se apoderó de él de una manera que jamás se hubiese imaginado. Y esa rabia mezclada con el miedo, la desesperación y el dolor, provocó que empezase a romper cosas: primero la lámpara que tenía más a mano, la cogió y la estampó contra el suelo, para después lanzarla y romper el televisor. En pocos minutos el salón estaba destrozado, pero todo lo que había hecho era insuficiente, su corazón le decía que por más cosas que destrozase no iba a poder llenar todo ese huracán de sentimientos dolorosos.

Entonces todo aquel desastre que estaba viendo, se volvió borroso, como si fuesen imágenes distorsionadas o de una dimensión paralela. Notó como sus manos empezaron a temblar y, a los pocos minutos, su cuerpo entero lo hacía, el estómago le dio un vuelco y sintió las imperiosas ganas de vomitar, pero se obligó a sí mismo a respirar profundamente y de manera acompasada. Sin embargo todas esas sensaciones no disminuían, sino que iban a más. Notó como de nuevo las paredes se cerraban sobre él, se estaba ahogando y no podía hacer nada para evitarlo, la sensación de morir aplastado por la habitación se estaba haciendo insoportable. Así que en un acto de la poca valentía que le quedaba, salió corriendo, chocando con todas las cosas que habían de por medio. Cuando llegó al recibidor, resbaló con un cristal que había llegado hasta allí y se cayó golpeándose fuertemente la cabeza contra el mueble de la entrada, provocando que se hiciese una brecha en la parte izquierda de la cabeza. A los pocos segundos empezó a sangrar. No dolía, no notaba como el líquido carmesí salía de él, era un cuerpo sin alma.

Se quedó allí tirado, pensando si la paz que sentía en ese momento sería la misma que cuando muriese. Comprendía que morir no dolía, ya lo había experimentado una vez y, tal como le dijo Sirius, era más rápido que quedarse dormido. Pero todo el proceso que conocía que tenía que pasar no iba a dejarle marcharse en paz: iba a morir con dolor. Y con su dolor todas aquellas personas que él apreciaba. Entonces se dio cuenta de que no podía dejar que todas esas personas que él quería sufriesen por él. No. No lo permitiría. Tendría que guardar el secreto, pero ¿iba a poder conseguirlo?

La cabeza empezó a torturarle en ese momento, el dolor iba desde la sien hasta la herida que se acababa de hacer. Como pudo se levantó del suelo y se dirigió al cuarto de baño, donde se desvistió y se duchó. Tenía que ser frío en ese momento, no podía dejarse llevar por las emociones o podría pagarlo caro. Tardó poco en ducharse y limpiarse bien la herida. El baño le había sentado bien, pero el dolor de cabeza no había disminuido: tendría que abrir el armario de pociones de Draco y, con suerte, esperaba que hubiese algún remedio para él. Así que con la toalla atada a la cintura salió del cuarto de baño, el cual se encontraba dentro de su habitación, se puso unos bóxers, unos pantalones cortos y se dirigió a la planta superior del apartamento para entrar en la habitación dónde Draco hacía sus pociones para ellos. Nada más entrar, encontró la poción que quería; ingirió poco más de la mitad y dejó el resto allí. Volvió al salón encontrándolo todo arreglado: no había ningún tipo de desperfecto.

«Tendré que darle las gracias al elfo más tarde —pensó».

Mirando el gran reloj de diseño que había en la pared, se dio cuenta de que eran las once la noche. Ahora que lo meditaba, había salido de la habitación para ir a la cocina y comer algo, pero, pensándolo ahora, no tenía ni gota de hambre. ¿Qué era la sensación de hambre cuando te estabas muriendo? Una nimiedad.

Se sentó en el sofá de cuero blanco y observó la pared de enfrente, pero en ese momento volvía a mirar sin ver. ¿Por qué después de todo lo que acaba de hacer, notaba que se sentía más vacío que antes? ¿Cómo alguien puede llevar ese tipo de situaciones? ¿Cómo alguien puede cargar la conciencia de otras personas con cosas como esa? No lo entendía y tampoco iba a hacer el esfuerzo por comprenderlo. Así que después de pensarlo durante toda la noche, tomó la decisión más importante de su vida.


Eran las ocho de la mañana cuando lo tenía todo preparado y Draco no llegaba hasta las doce, así que para cuando él llegase ya se habría mudado a Grimmauld Place, después volvería al piso y se lo diría a Draco. Pero para su mala fortuna cuando estaba poniendo la última maleta al lado de la chimenea para usar la red flu, apareció Draco. Iba vestido con ese traje gris que tanto le gustaba, la corbata negra mal metida en el bolsillo de delante de su americana, el pelo un poco revuelto y los zapatos en la mano. En otro momento no se habría dado cuenta de lo guapo que estaba, pero siendo la última vez que esperaba verlo, se fijó en cada detalle. El rubio lo miró y le sonrió con su sonrisa de «Potter, ya he vuelto pedazo de zoquete», pero pronto esa sonrisa se esfumó de su cara al ver a Harry al lado de la chimenea y con las maletas.

—¿Vas a alguna parte, Potter? —demandó, frunciendo el ceño y acercándose a él.

—Me voy, Draco —contestó de manera fría, haciendo que Draco se detuviese.

—¿Qué quieres decir con que te vas? —preguntó completamente asombrado. Una idea le cruzó la mente, pero no podía ser, Harry no le haría eso, ¿verdad? El moreno no le miró a la cara, sino que la agachó y se puso a jugar con su camiseta. La ira del rubio no hacía más que crecer ante la pasividad del ex-buscador de Gryffindor. «Por qué diablos no le respondía»—. ¿Quieres hacer el puto favor de mirarme a la cara y responderme? —gritó.

—Quiero el divorcio, Draco.

Y eso, para el rubio, fue como si lo tirasen a la Antártida, porque se había quedado congelado. No podía concebir la idea de que Harry le estuviese pidiendo eso. No, no, no. Había dormido poco y por eso había escuchado mal. Entonces fue cuando se atrevió a mirarle a los ojos y notó que lo que había dicho no era mentira: en sus iris se podía ver el brillo de la verdad. El rubio notaba como los ojos empezaban a escocerle, pero no iba a llorar, no delante de él.

—¿Me dejas por otro, Potter? —preguntó, distante.

—No, no te dejo por nadie.

—Entonces es porque ya no me…

—¡No! No es por eso, Draco, te lo juro —expresó, acercándose a él, pero el rubio dio varios pasos hacia atrás; sin embargo el moreno no desistió y se acercó a él, colocando sus manos a cada lado de la cara de su aún pareja—. Te quiero, Draco, recuérdalo siempre, ¿vale? —expresó para después depositar un breve beso en los labios del otro—. Me voy porque nuestra vida es incompatible, ¿no lo ves? Casi nunca nos vemos sino son vacaciones o días en lo que tú y yo no trabajamos —mintió—. Tú acabas de llegar y yo dentro de tres días me tengo que ir a dar una charla sobre Artes Oscuras en la sede de la Confederación Internacional de Magos; para después tener que irme dos semanas a Perú a seguir con las charlas e impartir algunas clases a los alumnos de su escuela mágica.

—Antes no te habías quejado, Harry —le recriminó, apartando la mirada del moreno.

—Antes no me había dado cuenta de que cada vez que nos vemos somos unos extraños al lado del otro —sonrió tristemente—. Pero te voy a decir una cosa muy importante: eres mi pasado, presente y futuro, Draco.

—Si te vas no hay nada de eso. No me hagas rogarte para que te quedes, Harry.

—No, no quiero que me ruegues. Es mejor una despedida amistosa ahora que una en la que tú y yo nos peleemos hasta por los pomos de la puerta, ¿no crees? —volvió a darle un beso, pero esta vez más necesitado, carnal, salvaje. Sin embargo ese último beso decía algo: «hasta que nos volvamos a encontrar, Draco». Se separó de él y se dirigió hacia la chimenea.

—Harry…

—Recuérdalo: te quiero.

Sin mirar atrás cogió sus maletas, se metió dentro de la red flu y pronunció:

—Número doce de Grimmauld Place.

Y esa fue la última vez que Draco y Harry se vieron.


Salió de la chimenea y dejó las cosas por allí tiradas, ya le diría a Kreacher que las recogiese más tarde. Se tumbó en el suelo y por primera vez notó lo que es querer a alguien más que a tu propia vida, lo que es saber que no quieres que le pase nada malo… Era la mejor opción. Había tomado una decisión y no había marcha atrás.

—Bien, Harry Potter, si has podido sobrevivir a dos Avada Kedavras, podrás superar el cáncer.

Continuará…