Lo sé que tengo varias historias que debo continuar, pero les alegrará saber que están a punto de finalizar. He sido un poco lenta y me ha costado volver sobre todo porque tengo varias cosas que hacer por cuestiones de trabajo, ánimo y todo eso que se llama vida. No había podido darme el tiempo suficiente para escribir como se debe y disfrutar el proceso.

Pero aquí estoy con una nueva historia. Esta vez Terry y Candy son los protagonistas. Ya me lo habían sugerido en los comentarios que me dejan y la verdad es que sí había considerado la posibilidad, sólo que no se me presentaba un argumento suficientemente atrayente para mi y pensar una historia que tuviera de todo, según yo. Pero bueno, sucedió ahora.

En realidad es una adaptación (bastante libre) de una película que vi hace poco con una de mis mejores amigas. La peli se llama Win River y aunque el argumento de la película no se parece en nada a esta historia, sí sigue ciertos acontecimientos contextuales que me ayudaron a plantear un escenario en el cual Terry y Candy pudieran conocerse y poco a poco enamorarse.

Ya saben que mis historias son ligeramente largas, no tanto, pero espero que les guste, de verdad de verdad espero que les guste. Además es la primera vez que escribo algo con esta pareja. He leído muchos fics de sobre la pareja y me han encantado, ojalá que esta historia les agrade.


Los personajes de Candy Candy no me pertenecen, sólo los tomo prestados para crear una historia con fines de entretenimiento.


Atrapados entre la nieve


Capítulo I.


A faldas de una montaña nevada, cruzando un claro cubierto de la blancura del invierno una mujer atravesaba el campo. Sus pies desnudos se hundían en la frialdad mientras respiraba el aire frío que se incrustaba en su garganta como estalactitas caprichosas que perforaban su pecho y sus pulmones. Cayó. El golpe de la nieve en sus rodillas resultó suave, casi acobijado. Su respiración se volvió débil. Presionó la tierra bajo la nieve con sus manos, como si el frio que sintiera en las palmas remediara la falta de aire en su pecho. Tomó una bocanada grande y volvió a correr. Gritó cuando escucho un aullido, un sórdido sonido que reventaba en su cabeza: una detonación. Corrió otra vez hasta que la sangre en sus pulmones empezó a ahogarla, hasta ese momento corrió y se derrumbó. Lo último que vio fue un par de ojos brillar entre la claridad de la nieva; dos ojos luminosos que, si bien pudieron devorarla, apenas la olfateó y la dejó atrás, como si el animal solitario supiera que alguien podía encontrar…como si alguien debía ir por ella. La tormenta de esa noche se encargó de cubrir su cuerpo, como resguardándolo, todo excepto su llamativo cabello rojo.

La alarma de su reloj digital sonó tan fuerte que las aves que se refugiaban entre el alfeizar de la ventana salieron volando a consecuencia de la resonancia del sonido a través de la madera. Incluso su perro de caza aulló molesto por la interrupción tan abrupta de la alarma, pero lo cierto es que él ya estaba despierto; despertó desde las tres de la mañana y no había podido volver a conciliar el sueño. Tardó un par de minutos en apagar el sistema del reloj y salir de la cama.

En la ducha escuchó el teléfono sonar tres veces, desde que se enjabonó la cabeza, al vestirse y hasta el momento de servirse el café. Sólo entonces decidió descolgar la bocina para escuchar otra reprimenda de su madre por no contestar a tiempo. Se disculpó sinceramente y la escuchó hablar sobre la ayuda que su padre le solicitaba para cazar a una manada de lobos que, al parecer, amenazaban el ganado y sus empleados no habían podido darle caza. Terry sólo asintió. Le dijo que estaría en la hacienda al medio día. Escuchó la arenga de su madre para que llegase antes, la atedió con suficiente paciencia y colgó con un sencillo

"Ahí estaré"

Al otro lado, Eleonor volvía a la estancia para avisar a su esposo que Terry llegaría más tarde. Por su parte, Robert suspiró cansado. Los empleados de la hacienda los habían despertado muy temprano para informarles que, al menos, cinco cabezas habían desaparecido sin dejar huellas, la tormenta parecía haberlas borrado, sin embargo, al buscarlos, encontraron huellas que parecían ser de lobos, antes de adentrarse a las montañas. No habría dado demasiada importancia a la pérdida de una cabeza o dos, pero cinco piezas del ganado habían desaparecido y eran importantes para sobrepasar el invierno sin ninguna baja en la venta y sin afectar el sueldo de sus trabajadores. SI era lobos, había que cazarlos y no había mejor cazador que su hijo Terry. Aunque desde la violenta muerte de su prometida, no había vuelto a ser el mismo. Se había refugiado en la soledad de la blancura que le daba la nieve desde que el invierno había caído. Parecía que las tormentas acaecidas fueran parte de él.

Lo cierto es que después de la trágica muerte de Karen, nunca se volvió a pronunciar su nombre en la villa, ni en la hacienda. Sobre todo, si Terry estaba presente. Desde ese momento hasta la llegada del invierno habían pasado cinco meses, cinco largos meses en que el nombre de Karen había desaparecido de la boca de todos y ya solo quedaba en alguna imagen sofocante entre los sueños de Terry. Eran imágenes que lo atormentaban cada noche, sin parar.

"Si tan sólo lo hubiera advertido antes"

Repetía una y otra vez. Un sentimiento de arrepentimiento y pena lo dominaba cada vez que recorría el campo infinito de nieve al atravesar el camino para la hacienda. Rodeando la montaña estaba la reserva de construcción que Karen y su familia siempre evitaban para evitar algún accidente. Apenas se notaban las marcas del trineo motorizado en el camino de nieve. Estaba casi seguro de que ellos tuvieron algo que ver con la muerte de Karen, aunque jamás pudo probarlo. Apretó con fuerza el volante; tenía que pasar de largo. La investigación se hizo, no como hubiese querido, a pesar de buen trabajo que Albert había hecho.

El camino a la hacienda de su padre le resultó demasiado corto para su gusto. A la entrada, su padre ya lo esperaba en la montura de un caballo de tiro; lo siguió por el camino estrecho casi cubierto de nieve. Pensó que una vez acabado el asunto de la manada de lobos, quitaría la nieve de ahí. Que el camino estuviera cubierto podía ser demasiado peligroso. El empedrado que llevaba a la casona de sus padres estaba resbaladizo; pero entró con precaución. Su madre salió a recibirlo con un abrazo fuerte que él apenas correspondió.

-Perdimos cinco cabezas del ganado – habló su padre, más para iniciar la conversación con su hijo que por su necesidad de ir al grano.

Últimamente ese era el único modo en que Terry podía interactuar, hablando cosas tan claras como la nieve, aunque en el fondo se enterrara lo realmente importante.

-Lo sé, por eso vine – sacó su equipo de caza de su camioneta – ¿tienes una moto nieve disponible?

-pediré que te preparen una –concluyó su padre buscando a uno de sus trabajadores

-Ven a tomar un poco de chocolate caliente, mientras está lista – lo invitó su madre – vamos, hijo, no me digas que no – insistió cuando lo vio dirigirse a los establos

-antes iré a preparar el equipo – contestó sin verla

-Dale tiempo – la consoló Robert

-Le hemos estado dando demasiado tiempo ya, Robert, temo por él – dijo ella envolviéndose con la manta que traía encima mientras entraba a la casa.

En los establos Terry preparó su equipo: cargó su rifle y empacó solo las municiones necesarias. Se colocó encima la ropa térmica y encima el traje blanco que lo camuflaba con la nieve; los zapatos y sobre ellos los crampones con doce puntas para caminar sobre la espesura blanca; lentes y guantes. Una vez listo, fue a buscar al trabajador de su padre que estaba preparando la moto nieve. Dudó en entrar para tomar la taza de chocolate caliente que su madre le habría ofrecido antes, pero al final, el ruido de las pruebas de la moto lo hicieron decidir por no entrar.

Sintió la mirada de su madre seguirlo hasta el taller. No volvió la mirada, sabía que lo miraba con pena, seguramente le estaría diciendo a su padre cuánto estaba preocupado por él, seguramente le propondría mandarlo a la ciudad, a buscar otros aires; podía jurar que esas eran sus palabras exactas. Lo que nunca sabrían es que él no necesitaba ir a ninguna parte, tampoco le gustaba que lo miraran con pena o lástima. Nadie, ni sus padres ni los padres de Karen sabían que rompieron su compromiso antes de la tragedia, lo que le quedó fue la culpa de no haber hecho lo que debía hacer cuando intuía que algo andaba mal.

-joven Terry, su padre me encargó que le preparara una

-gracias John, yo me encargo del resto

-tiene el tanque lleno – dijo- y tenga cuidado, es toda una manada, por lo que intuimos. A las faldas de la montaña, debe estar a unos 10 kilómetros de aquí, ahí encontramos los primeros dos.

-De acuerdo, John, me ocuparé – contestó Terry subiendo a la moto nieve arrancando y tomando camino a la montaña. Sintiendo el viento helado sobre el rostro. Todo parecía tranquilo, la ventisca se había ido; no parecía que la noche anterior hubiera tormenta, aunque no podía estar seguro de que no cayera una. Por el movimiento de las nubes y el terreno, intuía que habría pronto otra tormenta, aceleró para llegar pronto y evitar perder las huellas que hubieran quedado sobre la nieve.

Tal como John le había indicado, en los primeros 10 kilómetros encontró dos cuerpos del ganado a penas ocultos por la nieve. Había un rastro grande de sangre. Los revisó: no había desgarraduras, sólo una mordida letal en el cuello. Efectivamente, había una manada, pero era una manda joven. Revisó las huellas que pudo encontrar: era una familia, mamá y los cachorros que aprendían a cazar con el ganado de su padre. Suspiró. Sintió un ligero remordimiento. Debía matar a uno, tal vez así la familia se iría a terrenos más alejados. Lo lamentó por la madre. Volvió a la moto nieve y siguió el camino a la montaña hasta tres kilómetros más, donde siguió a pie.

A lo lejos vio un bulto de nieve, supuso que sería otra cabeza del ganado. Tomó el rifle y se quitó los lentes para estar alerta, aunque supuso que la madre y sus cachorros estarían en su guarida. Caminó despacio buscando huellas; se sorprendió de no haber encontrado las que esperaba. Éstas eran distintas, sólo un par de pisadas desnudas que se perdían en el cuerpo tirado boca abajo con los pies desnudos y con las manos apretando la nieve.

Se inclinó para mirarle el rostro. Tenía el cabello despeinado, caía como cascada sobre sus hombros. Intuía quien era por el color rojizo de su cabello, sólo una familia en toda la villa tenía el cabello de ese color: Los Leagan.

El teléfono de casa sonó varias veces antes de que fuera contestado. Eleonor aún estaba consternada. Ella, junto con Robert, Terry, el alguacil de la villa y dos trabajadores más estaban afuera esperando a que llegara el agente de la ciudad que les prometieron.

-Diga – levantó la bocina y escuchó atentamente- sí, ya se lo dijimos, estamos a treinta kilómetros de la villa. Es la hacienda Grandchester, el camino aún está despejado, pero si no se apresura, entonces tendremos problemas; usted para llegar o nosotros para buscar- esperó la respuesta – de acuerdo, avisaré al alguacil- colgó y fue a reunirse nuevamente con su esposo y su hijo.

-¿era el agente? – preguntó Albert

-Creo que está perdida – avisó – pero ya le di indicaciones, dijo que llegará pronto

- ¿perdida? – preguntó Terry sorprendido

- Espero que sea la asistente –completó Albert, también consternado

-como sea, ya estarán aquí; no imagino cómo se tomarán los Leagan la noticia

-claramente sólo hay una forma en la que lo pueden tomar, ¿no te parece madre? – contestó Terry ofuscado por la condescendencia que parecía haber adoptado Eleonor

-Cuidado con el tono que usas, Terry – lo reprendió su padre, como si fuese un chiquillo. Él sólo asintió y permaneció en silencio los próximos treinta minutos en que tardó en llegar una camioneta obscura con las siglas de los agentes federales en ella que la identificaba como la caballería pesada.

Hasta ese momento, Albert, el alguacil, había comentado que no podía esperar más tiempo y esperaba que el agente llegara lo más pronto posible antes de que la ventisca se convirtiera en tormenta y entonces no pudieran levantar el cuerpo. Pero cuando vieron a parecer la camioneta negra frene al camino, no se supo bien si suspiraron de alivio o de preocupación cuando se dieron cuenta que el auto fue camino a atascarse entre un cúmulo de nieve varios metros delante del camino empedrado.

-¿qué demonios se supone que hacen? – preguntó intrigado Albert

-No pueden ver nada – contestó, Terry – iré por ellos. Dijo esto ates de abrocharse el abrigo y auxiliar a los agentes. Cuando estuvo cerca del auto, tocó la ventana. El vidrio bajó lentamente dejando al descubierto la figura menuda de una joven mujer con ojos verdes que se frotaba las manos para entrar en calor. La mirada colorida lo desconcertó

-¿los agentes?

-La agente, White – contestó con una sonrisa. Terry asintió simplemente. Le pidió que lo siguiera, la joven subió la ventana y siguió la figura del hombre entre las luces de la camioneta.


CONTINUARÁ...