Un favor
Miré la pantalla de mi ordenador, satisfecha con mi trabajo, había revisado cada palabra, cada espacio, todo estaba bien, era una crítica educada, pero directa, había dejado bien claro mi opinión sobre aquel restaurante. Leí de nuevo la notal final, bien, estaba perfecta. No haría muy feliz al dueño del local, pero ese no era mi problema, de hecho, algunos podrían decir que había sido demasiado amable, algo poco habitual en mí. Siempre era implacable con mis críticas, pero por eso era tan buena. No perdonaba un fallo, nunca, ni siquiera cuando el local pertenecía a un amigo y eso hacía que me respetasen y me apreciaran por igual. Una mala crítica significaba a veces la quiebra, pero una buena, que también las tenía, era una bendición para el dueño y un millón de invitaciones para comer en el local sin tener que reservar.
Guardé el documento y suspiré, me froté los ojos, agotada. Miré el reloj de la pared, las dos de la mañana, le mandé la critica a mi jefe, sin preocuparme, nunca me rechazaba un escrito; recordé con nostalgia cuando empecé en la revista, aquel miedo, esa mirada intimidatoria que me hizo sentirme tan pequeña, esa seriedad tras leer mi primera crítica… pero de eso habían pasado ya seis años, ahora tenía mi puesto asegurado y ganaba casi tanto como él.
-¡Levanta, levanta, mami!, es tarde.
Abrí los ojos despacio, mirando los ojos azules como el cielo que me saludaban a mi izquierda. Estiré el brazo para coger el despertador, suspiré.
-Cielo, no son ni las seis, es temprano.
-No, no, es tarde, vamos, hoy es el último día –dijo tirando de mi brazo. Dejé el despertador y bostecé, atraje a la niña y la obligué a echarse a mi lado, acariciando sus cabellos castaños.
-Es temprano, vuelve a dormir.
-Llegaremos tarde… -murmuró, pero ya se había quedado tranquilita, la rodeé con el brazo y le di un beso en el pelo, canturreando una nana, poco a poco se fue quedando dormida; suspiré aliviada cuando empecé a oír su respiración acompasada, podría dormir otra hora más. A mi lado él se removió.
-¿Qué pasa? –preguntó, somnoliento.
-Creía que llegaríamos tarde. Hoy es la función, no quiere perdérsela…
-Mmm… -sonreí, dudaba mucho que me estuviera escuchando. Cerré los ojos, arropada por ellos, lo que más me importaba, mi familia.
-¿Crees que podrás escaparte?
-Eso espero, no quiero perderme la función.
-Le hace mucha ilusión –le recordé.
-Lo sé, haré lo que pueda, supongo que me podrán cubrir un rato –dijo mientras que me enseñaba un par de corbatas.
-La azul, combina con tus ojos.
Se puso la corbata y dejó la otra en el armario. Me quité el albornoz y me puse el sujetador, notando como me comía con la mirada. Sonreí. –Llegarás tarde.
-No deberías hacerme eso… -protestó como un niño pequeño, me recordó mucho a nuestra hija cuando hacíamos galletas y le prohibía cogerlas hasta que se enfriaran.
-No sé de qué me hablas –dije, mirándolo con inocencia. Se acercó a mí y me besó durante unos segundos, tomándome delicadamente de la nuca.
-Te veo luego.
-Te quiero.
-¿Dónde está papá?
-Se ha ido a trabajar –respondí mientras que le ponía la camisa del uniforme. Hizo un pucherito, mientras que alzaba los brazos para ponerle el chaleco.
-Pero va a venir, ¿verdad?
-No lo sé, cielo, lo intentará… -dije con dulzura. Laura me miró con tristeza, a punto de llorar. Me sentí culpable, a veces era él, otras veces era yo, pero ya fuera por su trabajo o el mío, muy pocas veces podíamos estar juntos con ellas en sus funciones escolares y sabíamos que eso le dolía. A la última función había faltado yo, había estado de viaje en Los Ángeles, le había asegurado que llegaría a tiempo, pero el vuelvo se había retrasado. Ni mis palabras de disculpa, ni mis promesas de no perderme ninguna otra le habían servido; se había pasado la noche entera llorando, ignorando el abrazo consolador de su padre. Y ahora era probable que fuera él quien le fallase.
-Yo quiero que venga… -sollozó. Dejé a un lado la faldita y la acerqué a mi pecho, reconfortándola, frotando su espalda con cariño.
-Seguro que viene –no se lo prometí, hacía ya mucho tiempo que no se creía nuestras promesas, eso sólo le hacían más daño cuando no las cumplíamos. Terminé de vestirla y la llevé a su baño. Laura se acercó al lavabo y buscó en el cajón de las gomillas, me tendió dos blancas. Le hice dos trencitas sencillas, no me complicaría mucho, luego en la escuela su profesora o alguna madre le arreglaría el cabello al ponerle el disfraz. Otra vez tuve remordimientos; muchas veces me habían pedido que ayudase en las funciones escolares, Laura siempre me rogaba que fuera y la peinase y la maquillase yo, pero nunca tenía tiempo.
-Mira qué guapa –le dije cuando terminé. Nuestras miradas se encontraron en el espejo, aún parecía triste, me agaché a su lado , te prometo que si papá no va a la función vamos las dos a comisaría y le echamos la bronca, ¿qué te parece?
-¿Delante de todos? –preguntó, con una sonrisita traviesa.
-Por supuesto.
-¿Incluso de la bruja?
-Sí, ¿te imaginas su cara?
Ambas nos reímos al imaginarnos la escena. Me levanté, sabiendo que por ahora todo estaba bien y cogí su colonia de vainilla. Luego la cogí de la mano.
-Bueno, a ver, ¿qué quiere mi princesa para desayuna?
-¡Tortitas! –gritó alegremente dirigiéndose a la escalera. Ladeé la cabeza con una sonrisa, miré mi reloj de pulsera, aún teníamos tiempo, aunque se había vuelto a dormir, Laura se había despertado mucho antes de que sonara el despertador, poco después de que su padre se fuera.
Preparé tortitas para las dos y las serví junto con su sirope favorito y nata. Vertí el zumo y la leche en sus vasos de plástico y me senté a su lado, con mi taza de café, humeante. Le corté las tortitas y antes de dejar que les diera un bocado le puse una servilleta en el cuello, no quedaban chalecos limpios, si se manchaba tendría que ponerle el chándal.
Cuando terminó se levantó y metió sus cacharros en el lavavajillas. Le sonreí con aprobación. Alice vendría en un rato para hacer la limpieza, pero siempre se lo poníamos fácil. Habíamos enseñado a Laura a recoger y limpiar todo lo que ensuciara y ella, a sus cinco añitos lo había aprendido muy bien.
-¿Has terminado?
-Sí.
-Pues venga, a lavarse los dientes y al cole.
-A las diez, ¿eh?, no te olvides –me dijo con ese tono de advertencia que tanto se parecía al mío. Asentí y le di un beso en la mejilla. Esperé a que entrase en el edificio, su profesora me saludó con la mano y me sonrió. Le hice un gesto y me di la vuelta, tenía que ir a la redacción, Roy me había mandado un mensaje diciendo que me esperaba allí. "Es importante", se había limitado a escribir. Aquello me tenía preocupada, dudaba mucho que fuera algo relacionado con mi crítica, ¿qué sería entonces?
Mientras que conducía, pensando en aquello sonó mi móvil. Aproveché un semáforo en rojo para ponerlo en manos libre y contestar.
-Hola.
-Hola, cielo. ¿Te pillo ocupada?
-Voy de camino al trabajo, ¿pasa algo?
-La verdad es que sí… me gustaría hablar contigo, ¿podríamos almorzar juntas?
-Pues… hoy es la función de Laura, creo que Tom tiene pensado que vayamos a comer los tres juntos… -si es que viene, pensé. Si no, iríamos las dos solas y la llevaría a su restaurante favorito, aunque ni eso la consolaría. Recordé que tenía al teléfono a mi amiga , ¿por qué no quedamos para tomar un café después de comer? Te paso a buscar a las tres.
-A las tres, bien.
-¿Va todo bien, Lanie? –pregunté preocupada.
-Sí… sí, todo bien… te veo luego.
-Un beso.
Cuando llegué traté de ir directamente al despacho del jefe, pero Ryan, mi compañero me frenó.
-Felicidades –me dijo, dándome un abrazo. Lo miré extrañada, apartándome.
-¿Felicidades? ¿Por qué?
-París, un hotel de cinco estrellas, gastos pagados…, nunca antes habían enviado a nadie a Europa.
-¿Se puede saber de qué me hablas?
-¿No te lo ha dicho todavía?
-¿Decirme qué?
-¡Katherine!, entra.
Roy Montgomery asomó la cabeza desde su despacho y me hizo un gesto. Miré extrañada a mi compañero y me dirigí al despacho, cerré la puerta.
-Siéntate, por favor.
-¿Ocurre algo, Roy? –pregunté nerviosa.
-Sí, ocurre algo, pero nada malo, tranquila. Te vas a París –soltó sin más. Me quedé mirándolo durante unos segundos, segura de haber oído mal.
-¿Cómo dice?
-Lo que has oído. Tu avión sale mañana, tienes un billete reservado en primera y una habitación en un hotel de cinco estrellas.
-Pero… ¿desde cuándo hacemos críticas de restaurantes en el extranjero?
-No las hacemos, pero un amigo mío ha abierto un restaurante en París y quiere una crítica en nuestra revista y sabe que tú eres la mejor.
-Roy, mañana empezaban mis vacaciones…
-Lo sé, créeme que no te lo pediría si no fuera importante, pero mi amigo nos ofrece una generosa cantidad de dinero por hacer esta crítica, además es él quien ha reservado tu habitación de hotel, dice que no le importa escatimar en gastos.
-Podría alojarme en un hotel menos lujoso, además ¿cómo sabe su amigo que haré una buena crítica?, ¿o es qué quiere comprarme?
-Nada más lejos de la realidad, al contrario, quiere una crítica sincera y por eso te ha elegido a ti.
-Roy… no sé… Tom y yo teníamos planes para esta navidad…
-Sólo será una semana, ni siquiera te coge la Nochebuena, Kate es una oportunidad única, te pagaría muy bien por ello.
-¿Una semana?, ¿por qué tanto tiempo?, con un día me basta y me sobra.
-El chef cree que necesitarás algo más de tiempo para descubrir y apreciar todos los sabores de su restaurante –no contesté a eso, además él pagaba, ¿qué iba a decir?
-Podría ir Ryan, se le veía muy entusiasmado… -sugerí.
-Te quiere a ti. Kate, te lo pido no como jefe, sino como el padre de tu ahijado, por favor.
-Deja que me lo piense –le pedí. Él suspiró.
-Está bien, piénsatelo, pero el vuelo sale mañana, necesitaré una contestación esta misma noche.
-La tendrás esta tarde –aseguré.
Salí de allí sintiendo que en vez de una gran oportunidad me estaba ofreciendo ir a la cárcel. Ryan se acercó a mí, sonriente.
-Es genial, ¿no crees?
-Sí… una gran oportunidad… -suspiré. Me miró sorprendido.
-¿Entonces a qué viene esa cara?
-Ryan, es navidad, tengo familia, íbamos a llevar a Laura a Disneylandia, se lo íbamos a decir hoy… ¿cómo me voy a ir a París?
-Vaya… visto así, Laurita te va a llevar una gran decepción.
-Lo sé. Oye, ¿puedo pedirte un favor?
-Lo que quieras.
-¡Mami!
Laura se acercó a mí y me abrazó, con una gran sonrisa en la cara. La cogí en brazos y le sonreí, haciéndole cosquillas.
-¡Has venido mami!
-Sí, he venido para disfrazarte y pintarte antes de la función. ¿Vamos?
-¡Sí!
Su profesora sonrió y se acercó a nosotras, sorprendida.
-Señora Demming, me alegro mucho de que haya venido.
-Beckett –le recordé. A la profesora de mi hija le era muy difícil recordar que yo conservaba mi apellido a pesar de estar casada con Tom. La mujer asintió, haciendo un gesto de disculpa; le sonreí -.¿Dónde están los disfraces?
-Ahí los tiene y allí está el maquillaje. Tengo que pintar a ese niño de allí, si necesita algo, pídamelo.
-Gracias.
Mientras que le ponía los leotardos blancos y el vestidito de brillantina Laura no paró de reír y de decirme mil veces lo contenta que estaba porque fuera yo quien la vistiera y las ganas que tenía de hacer de Copo de nieve. Yo la escuchaba a medias, con una sonrisa en la cara, feliz de compartir ese momento con mi hija, pero culpable de pensar en que muy posiblemente no podría pasar las vacaciones en Disneylandia con ella. Cuando terminé de maquillarla me miró extrañada.
-¿Estás bien, mami?
-¿Ya están todos los niños listos?, vamos la función va a comenzar.
Le di un beso a mi pequeña en el pelo, con cuidado de no estropear su peinado y le sonreí, mientras que me dirigía a los asientos, esperando que Tom estuviera allí. Sonreí aliviada al verlo sentado en primera fila, me saludó y me senté a su lado, dándole un beso de saludo y de agradecimiento.
-Has venido -susurré. Él asintió, dándome un beso en la frente.
-No quería perdérmelo, Esposito ha podido cubrirme.
-Laura se pondrá muy contenta cuando te vea.
-¿Cómo está?
-Muy guapa, aunque creo que me he pasado con el maquillaje, parece que la he rebozado en harina.
Ambos nos reímos; Tom me miró durante unos segundos, vi en sus ojos azules la misma mirada interrogante que había visto en Laura unos minutos antes.
-¿Estás bien?
-…
-¡Señoras y señores, niños y niñas, la función va a comenzar!
Se oyó un aplauso y se levantó el telón. Miré hacia el escenario, notando sus ojos clavados en mí, pero intenté ignorarlo, aunque no podía ignorar el sentimiento de culpa.
-¡Papá! ¡Has venido! –Laura voló, literalmente a los brazos de su padre, que la recogió y dio un par de vueltas con ella en brazos. La niña luego me miró a mí, buscando mi aprobación -¿Lo he hecho bien, mami?
-Lo has hecho genial, has sido un copo de nieve maravilloso –le aseguré.
Fuimos a comer al restaurante favorito de Laura, uno de esos de los que jamás haría una crítica y que sin embargo me encantaba. La niña y Tom pidieron una pizza para compartir y yo mi plato de tallarines al pesto con queso rallado. Aquella comida casera no se servía en los restaurantes finos y elegantes a dónde yo iba y era una lástima. Más de una vez habíamos comentado entre Ryan y yo que eran los restaurantes familiares los que realmente se merecían una buena crítica en la revista, pero Roy no compartía nuestra opinión.
Cuando terminamos de comer Laura nos llevó prácticamente a rastras hasta un parque cercano y obligó a su padre a columpiarla. Yo me senté en un banco a mirarlos, en silencio. La niña pronto se cansó y fue hacia la resbaladera, Tom se acercó a mí.
-Kate, estás muy rara, ¿qué sucede?
-¿A París? ¡Chica, que suerte!
-No, Lanie, no tengo ninguna suerte, no tienes ni idea de la bronca que he tenido con Tom por este tema.
-Ya, bueno tiene que entenderlo, es tu trabajo…
-Lo sé y lo entiende durante todo el año, pero las vacaciones son el único momento en el que podemos pasar los días juntos en familia, es algo muy importante para nosotros.
-Sólo será una semana, tenéis el resto de las navidades para vosotros.
-Lo sé, pero…
-Bueno, pues si no estás muy convencida no vayas, lo bueno de llevarte bien con el jefe es que te puedes evitar estas cosas.
-No, Roy me lo ha pedido como un favor personal.
-París… desde luego yo me he equivocado de carrera… ojalá alguno de mis pacientes me llevase a París.
-Lanie… trabajas es una morgue. Tus pacientes estás muertos.
-Lo sé, ¿ves? Y tú que podrías ir… Dios le da pan a quien no tiene dientes.
-Ya… si al menos me lo hubieran dicho antes… podríamos haber cambiado los planes y le habría pedido a Tom que me acompañase, pero ya tenemos las reservas para Disneylandia…
-Ya… bueno, yo también tengo algo que decirte…
-Es verdad, me dejaste muy preocupada por teléfono, ¿qué ocurre?
-He dejado a Javi…
-Lanie… ¿qué ha ocurrido? –pregunté, mirando con tristeza a mi amiga.
-No lo sé, no discutíamos, todo iba bien o eso parecía, pero de repente me di cuenta de que… la magia había desaparecido…
-Lo siento mucho, cielo.
Ella me sonrió con tristeza; me senté a su lado y la abracé. –Lo siento mucho –repetí.
Lanie Parish era mi mejor amiga y también muy amiga de Tom. Había sido él quien nos había presentado. Tom y Javier Esposito trabajaban juntos en la comisaría doce, resolviendo Homicidios y Lanie era forense. Una noche yo había ido a buscarle para ir a cenar y Javier y Lanie estaban allí, cogidos de la mano, preparados para salir. Nos habían sugerido cenar juntos para conocernos y desde entonces habíamos compartido muchos momentos juntos. Lanie era como una hermana para mí y la madrina de Laura; lo mismo sucedía con Javier y Tom, por eso esa ruptura nos dolía tanto.
-¿Se ha dormido ya?
-Sí… por fin.
Me acerqué a él, que estaba tumbado en la cama, leyendo un libro. Me senté a su lado, quitándoselo; me miró, seguía enfadado y no le culpaba.
-Tom, por favor, sabes que no tengo otra opción.
-Sí que la tienes, llamas a Roy, le dices que vas a pasar las vacaciones con tu familia y que si su amigo quiere una crítica que se la haga él, es muy sencillo.
-No puedo hacer eso, Roy es mi amigo, pero también es mi jefe y lo sabes.
-Kate, no eres la única crítica gastronómica de esa revista.
-El tipo me quiere a mí.
-Ya y tu hija y yo te queremos a ti, aquí, con nosotros.
-Lo siento… -susurré.
-Ya, te enviaremos una foto desde Disneylandia –dijo y apagó la luz, volviéndose. Suspiré y me dirigí a mi despacho. Llamé por teléfono a Roy y le dije que aceptaba el encargo.
-Bien hecho Kate, no te arrepentirás.
-Ya… lo dudo mucho.
-Bueno… ¿quieres saber al menos se llama el restaurante?
-Mándame la información a mi correo, la veré mañana, ahora estoy cansada.
-DE acuerdo y muchas gracias, me has hecho un gran favor.
-De nada Roy, pero la próxima vez, búscate a otra –le avisé.
Volví al dormitorio y me acosté junto a él, acaricié su espalda con suavidad, deseando que reaccionara, no quería irme sabiendo que estaba enfadado conmigo. Lo oí suspirar y se dio la vuelta, me acarició la cara con la yema de los dedos.
-Es una gran oportunidad, ¿verdad?
-Sí –murmuré.
-Laura se va a llevar una gran desilusión.
-Lo sé…
-Yo me ocuparé de eso…
-Gracias cariño –susurré, aliviada de que no estuviera enfadado. Noté como se colocaba sobre mí, me besó.
-Te voy a echar de menos.
-Y yo a ti.
-Voy a hacerte el amor… -murmuró con voz ronca.
Eché el asiento reclinable hacia atrás, me sentía muy mala madre; aún veía delante de mí la carita de desilusión de mi niña, intenté apartarla de mi cabeza pero no podía. Tom me había asegurado que él se ocuparía de todo, que intentaría que la niña disfrutase de Disneylandia al máximo, pero ambos sabíamos que para ella no sería lo mismo.
-¿Una copa de champán? –Una azafata se acercó a mí, la rechacé amablemente, era temprano para beber. Decidí coger la información sobre el restaurante para distraerme, aún no la había mirado. Leí el nombre del dueño y del local.
"Le château. Richard Castle"
-No puede ser –murmuré.
